Capítulo XXXIV


La fuerza de la explosión de poder hizo temblar la tierra y que los árboles perdieran la nieve que acumulaban en las ramas, aunque el grito de odio que la Voz dejó escapar de lo más profundo de su ser fue un poco más atemorizante. Era demasiado tarde, Miqueas se había marchado y la chica había cerrado el portal.

«Camille..., Caledonia» Nate se estaba despertando poco a poco en su cabeza, no eran muy buenas noticias para la Voz.

—Están bien, el domo los protegerá —masculló dirigiéndose al riachuelo—. Maldito, me las pagará.

«William está del lado de Miqueas, puede traicionarnos en cualquier momento, tenemos que volver» la Voz puso los ojos en blanco, cansado de las tonterías que tanto le preocupaban a su anfitrión.

—¿Enserio quieres que nos enfrentemos a un ejército en vano, solo por una chica?

«No es solo una chica, son centenares de inocentes... ¡¿Qué diablos me pasó?!»

—¿Ahora es que te percatas del regalito que te dejó Miqueas? Si me hubieras dejado salir antes, no tendrías esta horrorosa cicatriz, tuviste suerte de no perder un ojo —se enjuagó la cara con el agua helada, un tajo de vellos se había ido junto a la piel que la espada de Miqueas le arrebató.

«Perdón por no querer confiar en alguien que ya perdió antes.»

—No perdí hoy o, ¿sí? —Nate intentó recuperar su cuerpo, pero la determinación de su ocupante era tan grande, que no pudo lograrlo.

«¡Devuélveme mi cuerpo!» La Voz rio limpiando la espada.

—Aun no, mucho menos lo haré si piensas ir a tu funeral.

«¡Nate!» la voz de Camille vibró en su cabeza, era un grito desesperado, un eco sepulcral que logró erizarles la piel.

«¡Necesitan ayuda!» Nate luchó con todas sus fuerzas contra el dominio de la Voz, pero solo conseguía hacerle cosquillas.

—Sea lo que sea que hice para derrotar a Miqueas puede que no sea duradero, lo sabes, ¿verdad? Quizás ahora no sienta dolor, ni las armas puedan herirnos..., pero ¿quién sabe cuánto dure? Podemos enfrentarnos a una muerte segura si volvemos al monasterio.

«No me interesa, Camille me necesita» el grito de Camille aun resonaba en su cabeza y por algún motivo, la Voz no era capaz de ignorarlo. Maldijo en sus adentros por sentirse preocupado por ella, como si esos sentimientos le pertenecieran.

—Cuando estemos a punto de morir, tú llevarás el timón de este barco, fue tu elección.

Tragándose todos sus instintos de supervivencia, que le gritaban que huyera en la dirección contraria para dedicar su vida a perseguir a Miqueas y su misteriosa acompañante, la Voz se alejó del riachuelo en dirección al desgraciado monasterio para intentar salvar a toda la gente que lo había repudiado y temido.

La Voz tenía poder casi ilimitado y si estaba en lo cierto había logrado despertar el poder de los elfos oscuros, no había muchas cosas que pudieran detenerlo y..., allí estaba haciéndole caso a un pelele, que quería suicidarse con sus sentimientos balurdos por una chica que no le correspondía.

Con cada paso que daba, la Voz luchaba por convencerse de que no era una misión suicida, e intentaba ver las nuevas posibilidades. No arrasaría con Caledonia y sus ingratos habitantes como tantas noches había soñado, pero podría enfrentarse a un ejército entero. Si, eso lo hacía más atractivo, definitivamente.

«Eres un enfermo»

—¿Qué?, ¿tú eres el único que puede tener fantasías?

«Mis fantasías no están llenas de cuerpos mutilados»

—Oh, disculpe, señor perfecto. Se me olvidó que las únicas fantasías aceptables eran las que tenían a Camille en ellas.

«¡No te atrevas a meter a Camille en tus pensamientos!»

—No sabía que podías ser tan sensible cuando no controlas tu cuerpo —la Voz se carcajeó imaginándose a una Camille ensangrentada en sus manos, mientras despertaba más quejas y gritos de parte de Nathanael, le encantaba enfurecerlo.

—¡¿Quién va?! —una voz interrumpió su discusión y atrajo su atención. Se trataba de un hombre sin armadura ni armas, que se encontraba a varios metros de ellos, a su lado dos mestizos jóvenes esperaban babeando como trogloditas. La Voz inhaló profundo para sentir el caos de las bestias, no era tan atractivo como el de Miqueas, ni siquiera se asimilaba a una pizca de su poder, pero igual lo recibió con gusto.

—Encantador —susurró a medida que el hombre palidecía al detallar su rostro y daba dos pasos temerosos en retirada.

—¡Ataquen! —ordenó a sus mestizos con voz temblorosa y el corazón de la Voz dio un saltó ante el desafío. Los trogloditas se abalanzaron contra él en medio de alaridos desgarradores, inyectándolo de adrenalina.

«Son dos, no podremos» con una sonrisa, la Voz estuvo en desacuerdo. Al primero, lo hizo caer con sus raíces, no lo mató, todavía no, ya que tenía planes para su final. El segundo ni siquiera se percató de la caída de su hermano, así eran los mestizos, criaturas simples, sin raciocinio, ni emociones, algo en lo que Ajax tenía mucha razón. «¡¿Qué haces?!, ¡detenlo!»

—Contrólate pelele, solo un poco más —el mestizo estaba cerca, pero no lo suficiente. Como supuso la Voz, no vería peligro ante su calma, solo atacaría como el animal que era. Desenvainó la espada y esperó a que llegara a donde él quería, cuando el monstruo pensó que lo tenía en bandeja de plata lo enfrentó con el arma en alto.

Solo bastó de dos movimientos rápidos de su muñeca para que su cabeza rodara por el suelo. En cada inhalación el caos maligno lo hipnotizaba. «Esto es mejor que cualquier droga» Nate sonaba tan poseído por el caos como él, así que se carcajeó en respuesta a su comentario mientras que el segundo mestizo se incorporaba para reemprender su marcha salvaje.

—¡Apenas estamos comenzando! —dijo dejando salir otra carcajada eufórica, sobrecogido ante la exquisita sensación y al mismo tiempo, deseando más. Sangre, caos, muerte, todo; él quería todo. Vio al mestizo y decidió que no valía la pena desperdiciar caos en él, sufriría bajo su espada un poco más de lo que había sufrido su hermano.

Corrió a su encuentro, aunque esta vez su espada le probó las piernas y en medio de una barrida se llevó sus extremidades. Sus gritos de dolor fueron éxtasis para sus oídos, el animal cayo en el suelo arrastrándose sobre sus muñones.

«Acaba con él»

—Aun no... —le clavó una mano al suelo con la espada mientras que su otra mano luchaba por alcanzarlo; la Voz sonrió ante el espectáculo detallando cada expresión del mestizo, quien no sentía miedo ante su destino fatídico—. Aburrido —terminó con su vida enterrando la espada en su cráneo.

Al girarse, se encontró con su progenitor; el hombre observó la escena con boca entreabierta, todo su cuerpo temblaba y no era gracias al frío. Aterrado, huyó sin tener muy claro si darle o no, la espalda, tropezando con árboles, piedras y todo lo que se le atravesara en el camino.

«Déjalo ir, solo es un hombre»

—Un hombre que creó mestizos y es leal a Miqueas.

«No asesinaremos elfos» la Voz puso los ojos en blanco sin saber cuál era la diferencia. Para él todos eran iguales, masas de carne, enemigos de momento, obstáculos para llegar a su objetivo. Ahogando un gruñido de frustración persiguió al hombre, el rumor del ejército se escuchaba cada vez más cerca y el olor del caos lo atraía como una polilla a la luz.

«¿Por qué se siente tan diferente?»

—Porque lo percibimos diferente ahora, ¿recuerdas los elfos oscuros? Estamos usando el caos maligno como combustible, al igual que ellos... —se detuvo un momento, inhalando con fuerza el dulce aroma del furor de la guerra. poseído ante el deliciosos sabor de la oscuridad que lo rodeaba, estaban cerca, muy cerca.

«No creo que esto sea buena idea...»

—Muy tarde para arrepentimientos, pelele.

Los latidos de su corazón era lo único que podía oír con cada paso que lo acercaba más al ejército. Mestizos comenzaron a emerger de los árboles, uno tras otro, gracias a los gritos de alarma del tembloroso hombrecillo que dejó escapar. En cámara lenta luchó contra cada uno, cuerpos caían a su alrededor como moscas.

—Eso no fue amable —masculló cuando uno de los más viejos del grupo le dio un manotazo que logró impactarlo contra una roca, sus vertebras crujieron ante el golpe, pero la ausencia de dolor lo hizo sonreír; de no estar alimentado por la fuerza del caos maligno, lo más probable es que hubiera quedado paralítico—. Ya me aburrieron —terminó con la vida de los tres mestizos que lo rodeaban con un solo movimiento de su mano, observando con una placentera sonrisa como sufrían empalados por sus raíces.

«Si podías hacer eso antes, ¿era necesario que nos golpearan?» puso los ojos en blanco, observando el cielo ahora despejado.

—¡Por Gaia!, ¡le quitas la diversión a todo! —exclamó, escrutando al cielo. Algo no estaba bien, el clamor de la multitud frente suyo rugía sin contemplación, pero..., algo en el viento parecía muy sereno, quizás demasiado—. Imposible —ese era el día donde los mitos y leyendas cobraban vida porque ante sus ojos, volaban arpías.

«¿Qué demonios es eso?» la Voz bufó.

—Unas malditas arpías, lo sabrías si prestaras más atención a los libros de historia —las criaturas aladas no eran más que elfas con habilidad de cambiar su forma, sin embargo, hace siglos que dichas mujeres fueron exterminadas, ¿la razón? Mientras más se transformaban, más perdían la cabeza. Antes de llegar a la mayoría de edad muchas de ellas eran más pájaros de rapiña que seres pensantes—. Esto será interesante.

Los pajarracos atacaron siseando sin contemplación, era una aberración verlas, cuerpos deformes cubiertos de plumas tan filosas como cuchillas. Su caos era diferente al maligno que tanto anhelaba la Voz, este era más puro y no tan adictivo. Las espantó con llamaradas de fuego ya que no sería nada divertido matarlas si no obtenía su jugosa recompensa.

—¡Malditos pajarracos! —gritó cuando las desgraciadas esquivaban sus flamas con picardía, si quedaba un atisbo de humanidad en ellas de seguro disfrutaban haciéndolo enojar. Con sus plumas lo rozaron, golpearon y arañaron. Sentir sus garras tampoco era un deleite—. Ya fue suficiente —gruñó antes de clavar su espada en el cuello de una que tuvo la mala suerte de acercársele demasiado.

Las demás vieron aterradas como su hermana se desangraba en medio de aleteos forzados, intentando huir hasta que la vida se escabulló de su cuerpo. Las arpías gritaron, lloraron e incluso algunas tuvieron ánimos de atacar nuevamente, pero algo en su rostro disuadió a las iracundas y logró hacerlas volar despavoridas en dirección opuesta.

Tenía todo el cuerpo golpeado, con miles de cortes superficiales y, sin embargo, jamás se había sentido tan vivo. La Voz retomó el camino del incesante canto de la guerra que era tan hipnotizador como el canto de una sirena, enfrentándose al campo de batalla que se extendía en la llanura frente a sus ojos.

Más mestizos aparecieron para enfrentarlo a medida que la nebulosa que cubría su vista y hacía su mundo acromático, poco a poco comenzaba a perder fuerza, permitiéndole identificar el borgoña característico de la sangre de cada bestia humanoide que asesinaba a su paso.

Un pequeño temblor en la muñeca llamó su atención, observó su mano que perdía fuerza a pesar de que la espada no le pesara casi nada. Su brazo estaba cubierto de sangre, al igual que todo su cuerpo. Apretó con fuerza el mango de la espada, recobrando el control sobre ella, podría derrotar a sus contrincantes sin necesidad de una espada, pero no le sería tan divertido.

Siguió avanzando a paso lento, ¿por qué querría acabar con la diversión tan rápido? Degolló a otro animal troglodita que se le atravesó al frente, sus ojos vacíos no tuvieron oportunidad de verlo venir.

El tibio liquido borgoña que brotaba a chorro de su gordo cuello mutilado, lo bañó de pies a cabeza y un sonido irreconocible comenzó a emerger de su garganta al sentirse empapado por su caos, era un tanto gutural similar al estruendo que dejan los truenos en la lejanía, su pecho vibraba con cada espasmo que aquel extraño sonido le brindaba, después de un rato comenzó a asimilar que era su propia risa.

Por fin, la Voz podía decir que estaba realmente vivo, ya no era una simple voz inútil solo capaz de generar dolores de cabeza a ese cuerpo que anteriormente le parecía tan ajeno a él, ahora había podido sentir todo..., el dolor de sus heridas, sus brazos perdiendo su fuerza y el cansancio en sus piernas, pero lo que más disfrutaba era la adrenalina corriendo por todo su cuerpo, el éxtasis que le brindaba deslizar el filo de su espada en los cuerpos de sus enemigos como si estuvieran hechos de mantequilla y el embriagador poder que lograba mantenerlo de pie para seguir adelante.

En el campo de batalla había nacido de nuevo, la sangre de sus enemigos era su cuna y estaba seguro de que no había mejor manera de festejar su vida que seguir decorando el prado con los de todo aquel que decidiera pararse frente él.

Casi como si lo hubiera pedido, una desafortunada alma apareció entre la multitud de monstruos que ahora guardaban distancia de su presencia. El hombre se veía resuelto a detenerlo, era el tipo de persona que emanaba confianza, estaba seguro de que podría acabar con él sin necesidad de ensuciarse de sangre, de verdad lo creía fervientemente.

La Voz sintió que en su cara se formaba una sonrisa, y supo que no era una común, no, era una sonrisa capaz de hacer que aquel hombre confiado frente a él palideciera, soltara sus armas con manos temblorosas y cayera de rodillas. Saboreó su miedo, lo inhaló y lo atesoró como el mejor de los recuerdos.

Caminó a paso lento hacia él, blandeando su espada pensativo, «¿Cómo debería acabar con él?» meditó. Quería hacerlo lento, no quería cortar su cabeza nada más, eso era solo para aquellas bestias descerebradas; ellos no sentían el terror que este hombre mostraba en su mirada.

­ —­Por favor..., no me mates —­sus ojos eran vidriosos y la Voz pensó que en cualquier momento sus ruegos patéticos se transformarían en un llanto infantil—, te seré fiel..., te serviré, serás mi nuevo señor..., te daré mi vida —­no pudo evitar soltar una nueva carcajada, deleitándose con lo patético que se veía aquel hombre reducido a ruegos y llantos desesperados. Siguió avanzando y sus ojos claros le dijeron que había perdido toda esperanza.

«No lo hagas, te dije no mataremos elfos» Nate apareció de nuevo, esta vez intentó dominarlo con tanto ímpetu que su visión se nubló por un momento. «Se rindió, no está armado y no es uno de los monstruos..., no nos conviertas en asesinos» ­la Voz maldijo para sus adentros mientras se golpeaba la cabeza con su palma libre, aunque eso no lograría sacar a Nathanael de su mente, lo sabía bien «Somos mejor que esto, no lo hagas

—­Dejaste que tomara el control..., es muy tarde para detenerme —­Nate protestó incesantemente contra él, pero era inútil, sus intentos por devolverlo a lo más profundo de su cerebro no funcionarían, la Voz se estaba divirtiendo demasiado como para dejar que lo encerrara de nuevo, estaba vivo y ahora no habría nada ni nadie que lo detuviera.

El hombre penoso frente suyo pareció confundido por un momento, pero el terror en sus ojos no había menguado.

—­Me darás tu vida, ¿eh? —­aquel despojo de hombre asintió renuentemente entre lloriqueos y súplicas, se arrastró a sus pies intentando besarlos con vehemencia—. ­Patético... —­sin previo aviso lo empaló por el hombro clavándolo en el suelo con la espada, fue casi como si le colocara un alfiler a una mariposa disecada, excepto que esta mariposa no dejo de gritar y lloriquear de una manera encantadora.

Se agachó a su lado y agarró su cabello ceniciento con una de sus manos obligándolo a verlo al rostro, su cabeza terminó en un ángulo bastante incómodo y doloroso. Lo vio con media sonrisa en los labios.

—­Abre los ojos, esto será divertido —­con su otra mano levantó su mentón un poco más, el hombre abrió los ojos intentando ser un poco más valiente de lo que había demostrado ser anteriormente—.­ Eso es, mírame.

Sus manos comenzaron a brillar emanando poder, fuerza y superioridad. Todo lo que Nate nunca había querido disfrutar, la Voz lo aprovecharía al máximo por ambos. Movió su mano con delicadeza, no quería acabar el juego tan rápido; las raíces comenzaron a brotar del suelo, allí muy cerca de la mariposa disecada. El condenado dio un salto cuando una de ellas pinchó su mentón, de no tenerlo sujeto por el cabello quizás ya estaría muerto.

—Por favor...

—­Oh vamos, tengo un poco de curiosidad, son las más delgadas y pequeñas que he hecho..., ¿servirían como dagas? —­la mariposa comenzó a intentar aletear, gritar y llorar incluso mucho más a medida que las raíces comenzaron a penetrar su cuerpo una por una, sin ningún orden especifico—­. Creo que, si sirven, ¿no es una maravilla? —­después de unos minutos tortuosos para el hombre, pero de éxtasis para la Voz, finalmente su cuerpo yacía inmóvil y sus ojos habían perdido el brillo característico que solo la vida puede otorgar, por su boca algunas raíces comenzaron a brotar dándole un lindo toque ornamental.

«Eres un enfermo» ­la Voz soltó una carcajada incorporándose y sacando la espada en un solo intento del hombro del hombre.


Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top