Capítulo VII
En la madrugada, cuando le dieron la noticia de que uno de sus escuadrones había sido llamado al otro lado del mar por una emergencia, Aghata Byers se esperó lo peor. Sabía que cada misión representaba un riesgo para sus protegidos, sobre todo, para Camille a quien quería tanto como a sus hijas; sin embargo, desde el primer día que acogió a su sobrina en el monasterio y le permitió entrenarse como soldado, estuvo consiente de que su vida siempre estaría en peligro y no había nada que pudiera hacer para evitarlo.
Como en todas las misiones, confió en la fuerza y liderazgo de Camille, sin dejar que sus miedos interfirieran en su trabajo. Al fin y al cabo, la misión que le habían encomendado no parecía ser tan peligrosa como había pensado, solo tenían que capturar a un elfo descarriado y estaba segura de que su sobrina, podría sola con ese mandado.
No obstante, lo que nunca se imaginó es que Camille volviera con un hallazgo tan increíble entre sus manos. Aghata no era una mujer joven, a pesar de que su contextura y su piel dijeran lo contrario, rondaba los setenta años; aunque claro, para un elfo, los setenta eran los nuevos cuarenta.
Pasó la mitad de su vida adquiriendo conocimientos, mejorando sus habilidades y ganando experiencia elfos importantes, todos los movimientos y decisiones que hizo en el transcurso de su vida la habían llevado a ser esa sabía mujer que pensó, que lo había visto todo para ese entonces.
Es por ello, que tener en frente algo que consideraba imposible, logró destruir todas sus barreras. La vida de un elfo entre los humanos no era algo fácil. Gaia se había encargado muy bien de que ambas razas no fueran compatibles, desde el olor desagradable que desprendían los humanos, hasta el poco interés que despertaban en un elfo, sin importar que agradables o simpáticos eran, no había manera de que un humano resultara atractivo para uno de los suyos.
Imaginarse a un bebé, solo entre humanos, incapaz de sentir el cariño de su gente era algo monstruoso, despiadado y bestial que alguien podía haber hecho. Su corazón se arrugó al ver al pobre joven temblar en el suelo, hecho un ovillo mientras se esforzaba por ocultar sus lágrimas.
A pesar de que Aghata era conocida por tener mano de hierro y carácter fuerte, ese chico abandonado consiguió sacar a flote todos los instintos maternales que no usaba desde que sus hijas se habían marchado a la capital.
Nate tomó su mano, todavía con los ojos humedecidos, pero con mucha seguridad en su agarre. Aghata agradeció no haber nacido con la habilidad de la empatía desarrollada, estaba segura qué de ser empática, las emociones del joven la abrumarían.
Por medio de su palma, viajó a sus recuerdos a la velocidad de un respiro. Observó a través de sus ojos, todo lo que el chico había visto en las últimas veinticuatro horas y sintió, un atisbo de las emociones que lo embargaron en ese tiempo. El odio que sintió al descubrir que no era humano, el dolor que Alina le hizo pasar, la valentía de enfrentarse a un mestizo, con tal de salvar a quien creía indefenso y, sobre todo, como los ojos de Camille lo habían hechizado.
—¿Hay algo gracioso? —Aghata abrió los ojos lentamente, su sonrisa no se perturbo.
—¿Acaso a ti no te pareció gracioso ver rodar al oficial? —Nate se encogió de hombros, aunque su rostro no mostró atisbo de gracia—. Cosa que, por cierto, fue un claro uso del Caos.
—Yo no hice eso, fue solo viento —replicó de nuevo escéptico—. No le dicen a Chicago la ciudad de los vientos por nada.
—Un viento huracanado que solo afectó al oficial y al encargado de la grúa, justo cuando alguien te hizo enojar..., ¿es mucha coincidencia no crees? —Byers lo observó con una ceja alzada—. El caos es..., es como el aire que respiramos, es la energía que mueve a todo elemento y ser viviente de la tierra. Está en todos lados..., nosotros somos capaces de manejarlo y tú lo usaste en esa ocasión, inconscientemente y sin que tus manos brillaran. Eso me dice que tienes un gran poder en ti.
—¿Cuál fue la segunda ocasión? —Aghata sonrió un poco más.
—Te mostraré —aprovechó la oportunidad para hacer uso de uno de sus poderes que tanto amaba, pero que casi nunca necesitaba. La proyección de pensamientos no era algo de mucha utilidad cuando tu trabajo era mantener a salvo tu comunidad, pero si era una habilidad muy buscada a la hora de enseñar.
—Pero que... —Nate se trasladó de nuevo al mismo autobús del accidente, solo que esta vez, observaba su entorno desde otra perspectiva y a diferente velocidad. Al momento del choque, se vio a si mismo ocultando el rostro tras sus manos, que de la nada comenzaron a brillar en un color borgoña incandescente.
Una especie de escudo apareció a su alrededor justo en el momento en que el accidente tuvo lugar, cubriendo a medias a la joven a su lado y a otros dos pasajeros cerca. Nate no podía creer lo que sus ojos veían, se sentía dentro de algún tipo de película fantasiosa con muchos efectos de acción.
—¿Necesitas más pruebas? —susurró Aghata, terminando con la proyección.
—Dijo que los usé en la oficina, no vi nada fantástico.
—Cuando gritaste, ¿no viste la ráfaga de viento? —señaló los papeles en el suelo y los libros abiertos—. No tengo ventanas abiertas que hagan este desastre.
Nate se incorporó y se abrazó a sí mismo, la realidad le estaba golpeando con fuerza, tanto que probablemente comenzaría a hiperventilar. Concentró su mirada en los tenis blancos, ahora encharcados que ensuciaban la elegante alfombra de la oficina.
—¿Hay forma de saber quiénes son mis padres? —inquirió, esforzándose por permanecer cuerdo un poco más.
—Guardamos registros de todos los bebés nacidos, pero dudo que alguien haya sabido de tu existencia hasta ahora..., tus padres se tomaron mucha molestia en ocultarte de nuestro mundo —Aghata se incorporó—. Hay otra manera de saber quiénes son tus padres..., pero necesito que estés en pleno control de tu cuerpo y mente.
—¿A qué se refiere? —Nate le prestó toda la atención posible.
—Imagina que tu mente o recuerdos, son como un laberinto con muchas habitaciones. Tus recuerdos más recientes se encuentran en la entrada o recibidor, la puerta es muy fácil de abrir si sabes hacerlo. Alina no domina todavía el arte, por eso sufriste cuando lo hizo, fue como si en vez de tocar la puerta, la hubiera destrozado con una aplanadora..., en fin, para llegar al momento en que conociste a tus padres, tengo que pasar por muchas puertas; algunas tienen barreras y hasta códigos de seguridad por así decirlo, si no me ayudas a entrar, podría dejarte en estado vegetal en el mejor de los casos.
—¿Cómo puedo ayudarle a entrar?
—Tomando el control de tus poderes, para hacerlo debes saber manejar también tu cuerpo.
—Todo esto es una locura —Nate cayó en un sillón, enterrando su cabeza entre sus manos.
—Sé que debes estar muy confundido, es comprensible. Quiero que sepas que ya no estás solo Nate, somos y seremos tu familia a partir de ahora. Aunque, también debes saber que no estás obligado a quedarte —Nate irguió la cabeza—. Si, cometiste un delito en nuestro mundo, pero no lo sabías. Puedes volver a tu vida normal si así lo deseas, con tal que no vuelvas a hacerlo de nuevo.
—Necesito..., necesito tiempo para pensar en todo esto.
—Por supuesto, de hecho, ya me tomé el atrevimiento de prepararte una habitación para que descanses y comas algo. Has pasado mucho por un día ¿Tienes alguna otra pregunta?
—La cosa..., la cosa que me atacó en el hospital, ¿qué era?
—Un mestizo. Es el producto de la unión de un humano y un elfo, son atrocidades del caos, no tienen pensamiento propio ni raciocinio solo siguen las órdenes de su creador.
—Y..., ¿me buscaba a mí?
—No lo sabemos con seguridad, lo más probable es que pudo haber sido atraído por el poder que emanaste. Estamos averiguándolo —Aghata le extendió la mano, invitándolo a incorporarse—. Sea lo que sea, aquí estas seguro, ¿vamos?
Nate la siguió en silencio fuera de la oficina, la recepcionista adolescente fingía no verlos tras el monitor, sin embargo, una vez que le dieron la espalda, pudo sentir su mirada penetrante sobre su hombro; no le molestaba mucho, tenía años de práctica siendo el bicho raro del lugar, así que la curiosidad de los demás era algo que le resbalaba.
La bajada por las escaleras de caracol fue mucho más agradable que la subida, e incluso más rápida. Después de haber hablado tanto, el silencio es lo único que quedaba entre ellos, silenció que Nate aprovechó para pensar en toda la nueva información que danzaba en su cabeza.
Al llegar al salón principal, el lugar estaba atestado de jóvenes; desde algunos niños hasta personas mayores, caminaban entre conversaciones y risas a sus destinos, sin ni siquiera percatarse del rostro nuevo que andaba junto a la directora. El ambiente era completamente distinto a lo que Nate había visto unas horas antes.
La vida y la alegría iluminaban las paredes, quizás ocurría porque el sol finalmente había salido o tal vez, era el aire universitario que se respiraba entre los transeúntes, fuera lo que fuera, la calma que el entorno le propiciaba despertaba un calorcito grato en su interior.
—Srta. Windly, ¿tiene la tarde libre? —la voz de Aghata lo trajo de nuevo a la tierra. Se dirigía a una chica que pasaba en ese momento frente a ellos, una pelirroja que Nate había visto hace unas horas, Fate.
—Si su señoría, ¿en qué puedo ayudarle? —la joven le regaló una dulce sonrisa, a medida que lo observaba con esos enormes y curiosos ojos.
—Necesito que le des un pequeño tour a Nate, además le asignamos la habitación trescientos uno en el ala del aire, ¿podrías llevarlo? —Fate hizo una reverencia y dando un saltito, lo tomó del brazo como si lo conociera de toda la vida—. Espero verte en la cena, Nate —dijo la directora antes de despedirse y dirigirse a la dirección opuesta a ellos.
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