Capítulo II
Siempre era lo mismo, el típico olor a sangre y humo, la cálida luz de unas cuantas velas, el frío que atravesaba cada una de sus terminaciones y por supuesto, no podía faltar el filo del cuchillo rasgando su cuello; era una daga delgada con mango de hierro negro e incrustaciones de rubíes, al igual que la armadura que vestía quien la portaba.
Apartar su mirada de los oscuros ojos del demonio que amenazaba su vida era imposible, por más que lo intentaba, Camille siempre se encontraba perdida en esos dos hoyos negros, portadores de pequeñas estrellas verdes tan chispeantes como fuegos artificiales, pequeños universos que daban la bienvenida a su oscura alma; aquellos ojos eran los más hermosos y al mismo tiempo los más terroríficos que ella había visto en su vida.
La ausencia de la sonrisa perturbadora que el demonio siempre lucía era algo que le brindaba un poco de esperanza, se notaba que tomar su vida no era algo que fuera a disfrutar. Sobre la ceja derecha del espeluznante hombre, reposaba una peculiar cicatriz que atravesaba casi la mitad de su rostro y que parecía palpitar con cada una de sus respiraciones.
—Por favor, no lo hagas..., sé que estás allí dentro, sé que puedes luchar contra esto —la voz de Camille era apenas un susurro, estar frente a su imponente presencia inmovilizaba todos sus sentidos, ni siquiera supo cómo tuvo el valor para suplicar.
Por su mejilla corrió una lágrima tibia que aquellos ojos negros observaron detenidamente; el asesino meneó la cabeza con fuerza como si intentara quitarse algún pensamiento de su mente.
—Pudiste tener el mundo conmigo —replicó con esa voz ronca, llena de odio y poder que despertaba escalofríos en cada una de sus terminaciones—, tu Nate no podrá salvarte, ya es muy tarde —deslizó el cuchillo por su cuello sin contemplación y sin ninguna pizca de arrepentimiento.
Camille despertó de un salto, bañada en su propio sudor y temblando como niña pequeña. No era la primera vez que tenía esa horrible pesadilla, sin embargo, si era una novedad que la experimentara tres días seguidos.
Se hundió entre las cobijas, abrazándose así misma con toda la fuerza que tenía. Había pocas cosas capaces de despertar miedo en su interior y una de ellas, era esa premonición que con el tiempo terminó convirtiéndose en una de las pesadillas que más la perseguían.
Desde los cinco años, cuando los ancianos evaluaron su poder y Gaia le mostró una pizca de lo que sería su futuro, supo que algún día moriría en manos de un demonio de ojos negros. Gaia y el caos, no habían sido lo suficiente benevolentes con ella como para decirle cuando ocurriría o al menos, quien era ese hombre lleno de odio. «Si tan solo supiera que le hice...» pensó, removiéndose entre las cobijas muy consciente de que ya no podría volver a dormir el resto de la noche.
Aunque la verdad era que no importaban ninguno de esos pensamientos, el futuro no estaba grabado en piedra y podía cambiar según las decisiones que tomara, no obstante, la ansiedad y el terror siempre permanecían allí, acechándola en cada momento.
—¡Maldición! —Un sonido chirriante y muy molesto, proveniente de su peculiar reloj de mano la hizo saltar otra vez en la cama. No era algo común que la alarma sonara en altas horas de la madrugada, sin embargo, allí estaba, despertando a todo el escuadrón que se encontraba de guardia esas horas.
—¡Hora de la acción muchachos! —la voz de Noah, su segundo al mando, mejor amigo y un adicto al trabajo por excelencia, se escuchaba por el pasillo de las habitaciones, seguida por el estruendo de los golpes que iba proporcionando en cada puerta. Camille resopló, sin poder entender como carajo los elfos de fuego podían tener tanta energía—. ¡Vamos Cam! ¡Sé que estás despierta! —rugió en su puerta, propinando más golpes en ella que en las demás.
Camille puso los ojos en blanco, si había algo que odiara era ir a una misión con pocas horas de sueño y encima, con los estragos de la pesadilla sobre sus hombros. Inhaló profundo antes de incorporarse, tenía que recordarse quien era y cuál era su trabajo.
Se puso de pie de un salto y corrió a ponerse el uniforme, su reloj aún no dejaba de sonar y en la pantalla táctil, podían verse mil y un mensajes de parte de su escuadrón. Resopló de nuevo, si Noah tenía energía, los demás eran muy alegres para su gusto por las mañanas.
Eso era otra cosa que no entendía, como sus amigos podían emocionarse tanto por asistir a una misión. No importaba que tan sencillo fuera el trabajo o que tan experimentados estuvieran ellos, cualquier misión podría significar la última si no tenías cuidado; y ese pequeño hecho, es algo que sus compañeros y subordinados pasaban siempre por alto.
Tal vez, es por ello por lo que Camille era la líder del escuadrón. Sin importar que fuera la más poderosa o mejor entrenada, era la que tenía más sabiduría. La única que se tomaba enserio el trabajo.
—¡Byers, mueve el trasero! —esta vez, no fue Noah quien tocó a su puerta—. ¡Todo tu equipo está esperándote!
—Buenos días para ti también, Ajax —replicó abriendo la puerta de su habitación de manera altanera al mismo tiempo que terminaba de acomodar el uniforme. Ajax la observó desde arriba con una ceja alzada y los brazos cruzados sobre el pecho.
Como de costumbre el aludido llevaba el típico uniforme de combate, pantalones negros camuflados, botas de punta metalizada que llegaban hasta casi su rodilla y una camisa negra tan ceñida, que parecía que en cualquier momento sus bíceps la romperían. Era muy difícil ver al líder de seguridad del Monasterio de Caledonia, con otra vestimenta que no fuera esa, de hecho, los rumores decían que hasta dormía con las botas puestas, en caso de alguna eventualidad.
—Eres la líder, tienes ser la primera en llegar al salón de juntas o al menos, no debería esperar que yo te venga a buscar —a pesar de que Ajax era un elfo de fuego, siempre se las arreglaba para que su voz fuera gélida y cortante.
—Sabes que no me gusta madrugar.
—También sé que, Noah estaría maravillado de ocupar tu puesto —gruñó, agudizando su mirada grisácea—. Las misiones...
—Si, lo sé, son prioridad, sea como sea, tenemos que ser puntuales, pueden ser de vida o muerte y bla, bla, bla... Ya me conozco el sermón, no tienes que repetírmelo —Ajax resopló y a pesar de que sus manos, no cambiaron de color, Camille pudo sentir un calor sofocante que solo un elfo de fuego podría emanar cuando estaba enojado—. ¿Vamos? Llegaremos tarde si seguimos perdiendo el tiempo.
No se atrevió a empujarlo, aunque ganas no le faltaban, solo le pasó por un lado y se encaminó al salón, escuchando los pesados pasos del soldado a sus espaldas. Ajax era uno de sus entrenadores de combate cuerpo a cuerpo, se podría decir, que ha sido como su maestro y guía en varios aspectos de su vida, además, era esposo de su tía, Aghata Byers, la encargada del Monasterio de Caledonia y su única figura materna desde que tenía ocho años.
—Solo intento ayudarte... —susurró, al igual que ella, Ajax no era muy bueno con sus sentimientos y en ocasiones, con sus palabras. La quería como una hija y ella lo sabía muy bien, sin embargo, no dejaba de ser una molestia en el culo cada vez que tomaba muy enserio su trabajo.
—Y tú sabes que odio madrugar —ambos guardaron silencio el resto del camino, para ellos, ese intercambio de palabras contaba como una disculpa discreta. Él no había querido insinuar que le quitaría el cargo y ella lamentaba comportarse como una perra; es por eso por lo que su relación funcionaba a las mil maravillas la mayoría del tiempo, hablaban un idioma que solo ellos entendían.
Cuando llegaron al salón, cinco jóvenes que parecían cortados por la misma tijera dirigieron sus miradas hacia ellos al mismo tiempo, casi como si lo hubieran coreografiado; todos vestían el mismo uniforme que Camille, pantalones negros y camisa ceñida del mismo color, a excepción de que cada uno tenía sobre su hombro una pequeña franja de color diferente que delataba cuál era su habilidad.
Camille tomó asiento sobre una mesa después de saludar a sus compañeros con un gesto de su cabeza. Su postura no era nada femenina —como toda su personalidad por supuesto—, con una pierna apoyada sobre la mesa y reposando su brazo y cabeza sobre su rodilla.
—De acuerdo muchachos, esto es lo que tenemos —anunció Ajax encendiendo un proyector. Imágenes de una ciudad al atardecer comenzaron a bailar frente a sus ojos—. Los ancianos sintieron dos picos de poder en Chicago, el primero fue algo inofensivo y no pensaron en reportarlo ya que pudo ser por accidente —en el video, se vio una ventolera capaz de derribar a dos hombres obesos; por supuesto, la risa de Gael y Alfie, los más jóvenes del grupo no se hizo esperar, sin embargo, con una mirada glacial de Ajax, el salón se sumió en un silencio sepulcral—. El segundo pico fue más fuerte... —mostró un autobús en llamas con cadáveres por doquier, paramédicos y bomberos desesperados. Lo que fuera que hubiera ocurrido allí, había sido algo devastador.
»Su trabajo es encontrar al elfo que ocasionó este desastre, neutralizarlo y traerlo ante la justicia. ¿Preguntas?
—¿Chicago no le corresponde al Monasterio de Norteamérica? —inquirió Camille.
—Así es, pero al parecer el primer pico de poder llamó la atención de un mestizo...
—¿Mestizos en Estados Unidos? —Noah interrumpió a Ajax—. Hace años que no se ven en América.
—No sabemos cómo llegó o apareció allí, además, no es nuestro problema por los momentos —replicó Ajax cruzándose de brazos—, ese es trabajo de Norteamérica, no de nosotros. Lo único que nos corresponde es encontrar al elfo descarriado.
—¿Tenemos alguna imagen?, o, ¿idea de quien puede ser? —preguntó Camille en vista de que el resto de su equipo guardaba silencio.
—No, los ancianos no fueron capaces de reconocer la marca de su caos, sin embargo, sé que eres mucho más que capaz de encontrarlo Camille.
La joven de cabello platinado se encogió de hombros. Si bien era cierto que su poder era casi ilimitado y que ella era uno de los cinco elfos más poderosos en el planeta, no dejaba de ser una pesada carga a sus veinticinco años. No se quejaba de su poder ni el alto estatus que le otorgaba, solo que a veces, quisiera ser una chica normal, sin las presiones del mundo sobre sus hombros.
—Muy bien, si nadie tiene más preguntas, ¡¿qué hacen perdiendo el tiempo?! —el gruñido de Ajax logró que todos se pararan de un salto y corrieran fuera del salón, todos, menos Camille, quién con la elegancia de un felino, se incorporó a su tiempo.
—¿Tenemos permiso para usar la fuerza? —preguntó, estirando sus extremidades.
—Solo si es necesario, no sabemos si el objetivo es peligroso —Cami asintió y se dirigió a la salida—. Byers, lleven armas.
Sin voltear atrás, hizo un gesto con su mano en afirmación, aunque no era necesario que Ajax le recordara que fueran armados. Verás, los elfos podrán manejar elementos, o en el caso de Camille, la mente y sus maravillas, pero eventualmente, su energía se agota y necesitan recargar su caos. Es allí donde entran en juego las armas, un elfo desarmado, era un elfo sin un plan B y un elfo sin un plan B, estaba muerto.
En la armería, se unió a su escuadrón quienes al igual que ella, sabían que jamás debían salir sin armas encima. Se equipó con dos dagas pequeñas, ocultas en sus tobillos y una daga larga que se parecía más a una pequeña espada, en la vaina de su cinturón. No le gustaban las armas de fuego, por más útiles que fueran la habían entrenado para sobrevivir con armas blancas y no depender de la cantidad de balas que llevara en el bolsillo.
Sus compañeros pensaban similar a ella, todos menos Gael, quien era un adicto a todo lo que tuviera un gatillo y terminó llenándose todos los compartimientos disponibles que tenía, con armas de fuego de cualquier tamaño y calibre.
—¿Por dónde empezamos, jefa? —preguntó Alina, una de las pocas elfas alquimistas con algunas habilidades psíquicas.
—Por el accidente, si tenemos suerte su marca de caos seguirá por allí. ¿Alfie? —Camille fue la primera que se colocó la capa negra que completaba el uniforme, llegaba hasta los tobillos y contaba con una capucha que ocultaba la mitad de su rostro, algo bastante útil a la hora de una misión como esa, donde probablemente habría testigos indeseados.
—Estoy en ello, Cam —dijo Alfie concentrado en la pantalla de una Tablet—. Tengo las coordenadas y se las compartí a los demás.
—Muy bien, así es como lo haremos —el escuadrón se reunió alrededor de Camille—. Identificar al objetivo, neutralizarlo y traerlo, simple. No ataquen si no hay necesidad, no bajen la guardia, sigan órdenes y recuerden, la discreción es la base de todo —una vez todos asintieron, Camille continuó—. Gael, Alina, el portal.
Los aludidos tomaron distancia del grupo e intercambiando miradas cómplices, colocándose uno frente al otro. Iniciaron una peculiar secuencia de movimientos con sus manos, las cuales comenzaron a brillar con un tono lila incandescente. Los demás esperaban en silencio, a medida que un aro bidimensional tomaba forma entre los cuerpos de Gael y Alina.
—Listo —dijo Alina cuando los movimientos de sus manos cesaron.
—Noah...
—Llevo el collar —Camille sonrió por primera vez en la noche al confirmar que siempre podía contar con él, ya fuera como amigo o como su segundo al mando.
—Deacuerdo equipo, saben que hacer —armándose de valor y olvidando todas lassombras de sus miedos, Camille fue la primera en atravesar el portal.
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