Capítulo 2: Como el viento
Su cabello rojizo artificial se traslucía con la luz de su bonita sonrisa. León hubiera podido reconocerla en cualquier parte del mundo; su colorete encendido, sus zapatos rojos y las marcas en sus ojos. Pocas cosas habían cambiado en ella.
-Sé que no debí haber venido -dijo la pelirroja, algo cohibida-. Pero necesitaba hacerlo, Niko.
Se sentía tan extraño. Frente a él estaba Lily, su Lily. La misma Lily por la que se había sentido angustiado hace unas horas.
Pero no podía decirle nada. Desde que ella se fue, León siempre se imaginó un momento como este y hasta entonces no había decidido cómo reaccionar.
-No me importa que no quieras verme, que no quieras oírme.
Él la miró dubitativo.
-No me iré hasta que me escuches, Niko -soltó un poco desencajada.
León parecía congelado por el tiempo, como un hombrecillo embalsamado, una estatuilla de cera, un sencillo tallado de madera.
El rostro de la pelirroja se entonaba del color de su falsa cabellera, a desesperación suya y sin poder contenerse, se abalanzó sobre su hermano menor con uno de los tantos abrazos que le negó al irse, cuando se prometió a si misma, no regresar más.
Y él solo la abrazó. No porque de verdad lo quisiera. Lo hacía porque debía, porque creía que cualquier otro haría lo mismo en su lugar.
-Necesitamos hablar, Nikolai -susurró en su oído-. He visto que hay un bonito café aquí cerca.
León respondió con un sonido nasal e inesperadamente agregó. -Bien, pero creo que León está bien aquí. Ya, nadie me llama Nikolai -dijo, como si hubiera interactuado con alguien más que no sea un profesor de la escuela.
Adela bajaba por las escaleras y sintió envidia del bonito color rojizo de una chica alta que abrazaba al sujeto que había ayudado hace un rato. Dirigió una de sus amplias manos hacia donde debería estar su cabello si no se lo hubiese cortado días antes.
Llevaba una pila de papeles en sus brazos y se las arreglaba para reclamarle a Noel de cuando en cuando. Si tan solo hubiera pedido la llave del cuarto de archivos, no se llevaría tremenda ruma de papeles a casa.
A casa. Era tan extraña esa palabra. A veces sin querer le decía así: Casa. Aunque no estaba segura de que lo fuera, al menos no ahora; pero todavía recordaba cuando los muros eran de intensos colores, de naranjas brillantes y manzanas del huerto. Cuando correr por el pasillo no asustaba. Cuando estaba segura que su piano solo emitía cancioncillas alegres con notas bailarinas y finos pentagramas que se deslizaban por el aire. Pero daba igual, no valía ni un penique ahora.
En tan solo una semana ya había formado parte de un pequeño grupo, le resultaba tan extraño. Era ella la que había decidido estar sola, pero increíblemente había logrado sintonizar tan bien con ellos que se había permitido andar de ratos con ese rebaño.
Noel se había despedido antes que Adela lo notara. Ni si quiera recordaba si se había despedido de él. Solo sentía que caminaba rápido al compás de las hojas caídas pero no era así. Iba recorriendo el edificio, curiosa.
-¿Te apuntas, Adela? -preguntó una chica con una sonrisa.
-No lo sé, Nadia -respondió con un tono neutral, al no saber qué era lo que exactamente estaban hablando.
-Será relajante después de esta semana -suspiró-, qué me dices de ti, Josie.
-Pues yo regreso a casa junto a Adela... -dijo haciendo una mueca extraña-, no quisiera dejarla sola.
-Oh Josephine, esa no es una buena excusa -dijo Nadia-. Anda Adela, celebremos nuestra primera semana de bachillerato.
Adela se encogió de hombros mientras Nadia trataba de convencerlas de ir a conversar por algún café cerca de la facultad pero las dos chicas seguían caminando, como si la estuvieran ignorando; aunque no lo hacían. Al menos Josephine la seguía escuchando atentamente sin decidirse si acompañar o no a la risueña Nadia.
-No seas aburrida Josie. Yo iría, créeme, lo haría. Es sábado por favor, pero mi madre me espera en casa y es algo importante.
-Claro -asintió rodando los ojos-. Bien iré, solo porque la semana de exámenes está aún muy lejos.
Era más que un hecho que la semana de exámenes estaba aún muy lejos. ¡Era su primera semana de clases! Adela iba soltar el comentario pero se detuvo, Nadia lo notó y soltó una risita sorprendiendo a una desconcertada Josephine.
No había nada importante esperándola cuando Adela regresara a casa. Aunque le gustaba estar con Nadia y el resto de la manada, aun no estaba cómoda el cien por ciento del tiempo y prefería ensimismarse.
No paso mucho tiempo para que ella ya estuviera fuera de esas paredes que la resguardaban de ella misma. Se despidió del pequeño rebaño y cuando su bonito colgante se balanceaba sobre su pecho se dispuso a caminar hacia la parada de autobús no muy lejos de allí.
No tuvo que esperar mucho tiempo y junto a ella un pequeño grupo se subió al bus buscando presurosos una butaca vacía. El tiempo corrió con pasos ligeros como el río que hablaba debajo de ellos. Golpeando piedra con piedra, de formas redondas, de formas cuadradas y en punta.
A Adela le gustaban los ríos, le recordaban los días cuando creía que era feliz. Cuando creía que lo que decía tenía sentido, pero sus palabras eran como el viento.
Todos creían en ellas, las sentían y luego raudas se alejaban al norte olvidándolas, convertidas en bonitos, gélidos e interesantes recuerdos.
Habían cruzado el puente Bayley hace bastante ya. Veía un grupo de niños flacuchos en el suelo, jugando con docenas de tapitas que simulaban ser carritos compitiendo en tantas de esas carreras que veían por televisión. «Mientras sus padres son explotados en algún lugar cercano», pensaba. Y a pesar de todo, allí estaban sus casas imponentes de vivos tonos, ocultando sus miserias. Era tan irónico.
A veces le gustaba y otras veces no. Eso de perderse en sus pensamientos, aún le parecía un tanto confuso. Se preocupaba por gente que no conocía y se agobiaba por problemas que tal vez no tuvieran cuando trataba de olvidarse de los propios.
Le tomaba todo el camino de regreso, a veces se daba regañinas porque sabía que podría estar leyendo para los exámenes o pensando en la gente que vivía con ella, pero luego se alegraba de no estar dándole vueltas a eso; era mucho más agotador que estar pensando en las muchachas ligeras que veía en la calle, o en los ladrones que intentaban destrozar las ventanas de los autos mientras agobiaba el tráfico.
Siempre se decía lo mismo cuando caminaba de la parada de autobús a casa. Miraba a su alrededor y pensaba que era una chica con suerte. No vivía en el vecindario más adinerado (aunque eso tampoco lo hubiese soportado) pero tampoco en aquellos lugares que veía al pasar junto al puente Bayley, y se aliviaba por eso. No podía evitar crisparle los nervios cada vez que pasaba por allí.
Buscó sus llaves de su amplio bolso rayado, renegando por ser demasiado desordenada para encontrarlas. Después de lanzar maldiciones por lo bajo y de desbaratar el bolso, sacó un par de llaves con una sonrisa victoriosa en su rostro. Se acomodó su delgada bufanda de seda tras su hombro y lentamente, como si no quisiese despertar a nadie en medio de la noche, abrió la bonita puerta de metal para encontrar el lugar que la acobijaba, hecho todo un desastre.
No pudo evitar los ojos de par en par, y por un momento sintió un vacío arrastrando su cuerpo, su bolso rayados e deslizaba por sus brazos y las llaves se escaparon de sus dedos. Adela ya sabía lo que había pasado pero se negaba a aceptarlo, como otras tantas veces lo había hecho.
Recogió su bolso, sus llaves y cerró la puerta con el mismo sigilo que había usado al abrirlas. Dejó sus cosas en la mesa cerca a la puerta principal junto a su bufanda y su saco.
-Ya llegó señorita, buenas tardes -tartamudeó una mujer que lucía más joven que Adela aunque ella en realidad le llevara siete años encima.
-¿Qué ha pasado aquí? -preguntó, sacudiendo la cabeza.
La muchacha empezaba a abrir los labios para hablar pero la otra la interrumpió de forma brusca.
-Olvídalo Linda -suspiró-, lo siento, buenas tardes.
Sacudió la cabeza algo aturdida. Le habían enseñado no ser maleducada con la gente que le servía. Sus padres le pagaban claro estaba, pero no le daba derecho a ser grosera. Pero el hecho de encontrar su ''casa'' en ese estado cada vez que llegaba le ponía de ese humor, porque pensaba que si ella estuviera aquí, hubiera podido hacer alguna cosa para detenerlo; aunque Adela bien sabía que cuando el desastre ocurría, ella no podía hacer nada. Siempre era así, todo sucedía en sus narices y no podía hacer nada. Y siempre terminaba frustrada.
De repente, al ver la hora del reloj de la sala, su rostro palideció más de lo normal y sus ojos se dilataron como si hubiera consumido anfetaminas.
-Octavio, ¿dónde está Octavio, Linda? -balbuceó desesperada.
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Hola, les traigo este capítulo recién salidito del horno de Graine. Bueno, no he demorado bastante en escribirlo, esta vez (consideren mi definición de ''bastante''). Espero que lo disfruten :) Y... bueno ya saben que sería genial si se toman un tiempito para comentar, criticar, lo que les pase por la cabeza ahora. Gracias por leer :D
Graine Hesse.
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