• Tú •

Analicé la reacción de ellos, pero no se mostraron preocupados o asustados, más bien lo tomaron de manera indiferente.

—Pasen a la casa. Marcos se encargará de la limpieza.

Estas personas no son normales. ¿Dónde demonios me he metido?

Estando en el interior de la casa, nos ofrecieron ciertos aperitivos, antes de tomar asiento en el sofá, pero no quería nada. No podía sacar los ojos de encima de ellos.

—Por lo visto, ese resbalón tiene nombre y apellido—el comentario de Darek me sacó de mis pensamientos—. ¿Primera vez? —su pregunta iba dirigida a mí, aunque no sé a qué se refiere con eso.

—¿Primera vez de qué, señor? — le cuestioné.

—¿Cuál fue el método que empleaste?

Me sentía diminuta y acorralada entre las miradas intuitivas de los tres. El único que sonrió entre ellos fue Fabián.

—Cuéntales. Estamos en confianza— alegó Fabián—. Diles lo que hiciste con Bianca. Nada mejor que una noche de excitantes confesiones para romper el hielo y entrar aún más en confianza.

«¡Maldito desgraciado!».

—¡Ya te dije que yo no la maté! ¡Fue un accidente! ¡Ella se cayó! —me defendí.

—Te creo, creo que todos los aquí presentes lo hacemos. Los accidentes ocurren—afirmó Darek—. Y son tan divertidos.

«Estas personas están locas. Quiero irme de aquí ya».

—¿Por qué no se quedan hasta mañana? Así se ahorran el viaje de vuelta a esta hora— dijo Marjorie.

—¡No! —respondí por Fabián—. Yo quiero regresar a mi casa.

—No te preocupes, mamá. Debo regresar a casa hoy mismo. No pienso desvelarlos con mis ajustes de cuentas.

«¿Ajustes de cuentas? ¿Eso qué quiere decir?».

Fabián se alejó con ellos para hablar quién sabe de qué. Solo sentía ganas de salir corriendo de aquí. Esas personas me ponen los vellos de punta.

Cuando el tal Marcos entró a la casa para notificar que había terminado su trabajo, Fabián me miró. Con la mirada que me dedicó no hizo falta que me dijera nada, pues comprendí automáticamente que quería que nos fuéramos. Sus padres se despidieron de nosotros, pero no quise dirigirles palabra alguna, pues les tenía miedo.

Estando a solas con Fabián en el auto, decidí romper el silencio y reclamarle por lo que había dicho frente a ellos.

—Tu actitud me está colmando la paciencia, Luna. Será mejor que hagas silencio mientras llegamos a la casa.

—Tú sabes más que nadie que fue un accidente.

—Yo no sé absolutamente nada, porque yo no estaba ahí, pero me da lo mismo si fue o no un accidente. Ya está muerta, ¿no?

—Has asumido todo esto como si fuera lo más normal para ti. ¿Acaso has hecho esto antes?

—No sé de qué demonios estás hablando.

—No me quieras ver la cara de estúpida, porque no lo soy.

Su mano se aferró a mi cabello y tiró de mi cabeza hacia sus piernas, dejando mi boca a la altura de su erección.

—Aquí es donde debería ir esa cara de estúpida—restregó mi mejilla con rudeza sobre su paquete y cerré los ojos para que su cierre no fuera a lastimarme—. ¿Qué esperas para hacer tu trabajo? Ocupa esa deliciosa boca en algo mejor que en hablar tantas pendejadas, ¿quieres?

Sentí que el auto se detuvo y supe que debíamos estar en un semáforo.

—¡Eres un cretino! ¡No pienso hacer nada contigo! —me solté de su agarre y retomé la postura, girando mi rostro hacia la ventana y negando con la cabeza.

—Hoy amaneciste bien desobediente, y si hay algo que no tolere, es la desobediencia— agarró mi cabello de nuevo, haciendo exactamente lo mismo, pero fue tan fuerte su tirón que terminé inclinada, de rodillas en el asiento.

—¿Piensas obligarme, infeliz? ¿No tienes miedo a que te lo muerda, maldito perro?

Oí su risa y, por alguna razón, la consideré algo tierna.

—Inténtalo, tal vez me guste.  

Mis ojos se engrandecieron al sentir que su otra mano bajó mi pantalón a mitad de nalgas y me nalgueó sin encomendarse a nadie. Me estremecí tras sentir el ardor y calor que provocó su mano. 

«¿Este tipo está loco?».

—Mira nada más, tenemos un espectador con nosotros— torció mi cuello para que mirara hacia mi ventana y había un sujeto que, un poco más y se sale por la ventana de su auto con tal de ver lo que hacíamos.

Mi rostro quería caerse de la vergüenza, por eso yo misma oculté mi cara en sus piernas, a pesar de sentir su inminente erección en mi barbilla. 

Puso el auto en marcha y tomó el volante, mientras que la otra mano dejó ir mi cabello por fin, aunque la ocupó apretando mi nalga.

—Entre tu madre y tú, tú estás mucho más rica. Lo suficiente como para enterrar unos cuantos muertos más.

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