• Sed • (+18)

«No veo fallas en su lógica». 

«Espera, no, claro que hay muchas fallas». 

Su poder de convencimiento dio un saltó del cielo a la tierra. 

Mis manos inconscientemente se taparon la cara. 

—No seas traviesa. Tú no duermes así—retiró las manos de mi rostro y no tuve de otra que cerrar los ojos con fuerza. 

Sus manos acariciaron mis muslos, en dirección hacia mi cintura. Mi cuerpo y proporciones encajaban tan bien en sus grandes manos. 

Tal vez era parte de estar con los ojos cerrados, que el resto de mis sentidos se volvieron mucho más sensibles, sobre todo mi piel, quien ardía de solo sentir el calor de sus manos acariciándome. 

Se paseó con la yema de sus dedos sobre mi abdomen, desviando el camino hacia mis pechos. Deslizó ambos manguillos, destapando mis erectos y sensibles senos, los cuales encajó en sus dos manos y los amasó despacio, sin entrar en contacto aún con mis pezones.

Percibí la humedad que eso provocó en mi sexo y mis piernas simplemente dejaron de resistirse, algo que le aflojó una risita maliciosa. 

«Sí, había caído como una tonta de nuevo, pero a estas alturas, ni siquiera podía pensar en eso o arrepentirme». 

Mientras no abra los ojos, fingiré que es solo un sueño más de los tantos que he tenido con él. 

Me retorcí de excitación al sentir su lengua haciendo círculos alrededor de mi aréola, torturándome con ella, a sabiendas de que me encontraba en el punto más alto en estos momentos. 

De poco a poco fue escalando la intensidad. Cubría abiertamente mi pezón en su boca, sin dejar de usar su lengua para estimularlo. Se alternaba entre ambos, mientras su otra mano dibujaba círculos imaginarios más abajo de mi ombligo. Los malestares desaparecieron como por arte de magia. 

Lentamente fue descendiendo por mi abdomen, plasmando ligeros besos y caricias. Cada vez más cerca de mi zona. 

Esta vez no lo detuve cuando sentí sus manos deslizar mi ropa interior por mis piernas. Lo admito, me quedé a la expectativa de qué estaba dispuesto a hacer. 

Flexionó mis piernas, haciendo que estas quedaran sobre sus hombros y acomodándose mejor entre ellas. Su aliento chocó con mis labios y contuve un gemido. 

La tortura apenas comenzaba, no sé si su objetivo en esta ocasión era enloquecerme de placer y deseo, pero para mí era una tortura sentir sus besos y lengua en mi entrepierna y cerca de mis labios, más no sentirla directamente. 

«¿Por qué no siente asco de esto?». 

El gemido que previamente había podido contener, fue el mismo que se aflojó de mi garganta al sentir el calor y humedad de su lengua en esa zona tan sensible. Mis uñas se enterraron en la sábana, sin oportunidad de evitarlo. 

Era una experiencia totalmente fresca, nueva y distinta para mí, el sentir la lengua de un hombre en mi sexo estando en estas condiciones. 

El ritmo era justo el adecuado, sus técnicas orales se intensificaban a medida que acaparaba mis fluidos. Le causaba un placer sin igual, jamás le había oído gruñir así, tal y como lo hacía, mientras sus dedos se sumaban a la experiencia, volviendo insostenible mis espasmos y gemidos. 

Sentirlos agitándose tanto, jugando a esconderse en mi interior y salir, era una sensación que solo alteraba mis ansias. Las paredes de mi coño se contraían, anhelando con locura apresar sus dedos en mis adentros.  

Se detuvo unos instantes, no abrí los ojos, pues no hizo falta para saber qué estaba haciendo. Y es que estaba masturbándose sobre mi sexo. Podía sentir el roce de su cabeza en mis labios. La primera vez que hicimos esto, no se comportó así, como si fuese él quien estuviera como un animal en celo. 

Una parte de mí se sentía feliz y orgullosa, de saber que le excitaba tanto la situación, como para actuar así. 

La curiosidad y ganas de verlo, hicieron que dudara sobre mantener los ojos cerrados, pues sentía mucho interés de ver lo que hacía desde esta perspectiva y más ahora que había claridad en la habitación. 

Justo en el momento que planeaba echar un vistazo, mi intento se vio frustrado al sentir que se hundió de golpe dentro de mí. Un gemido de sorpresa se escapó de mi garganta y enterré mis uñas más en la cama. Debido al exceso de humedad y periodo, no fue difícil que llegara al fondo. Una sensación extraña y caliente se esparció en mi interior, algo que jamás había experimentado antes. 

Abrí los ojos, sin poder creer que se había atrevido a terminar dentro de mí y ni siquiera avisó. Estaba sorprendida, todavía me costaba reponerme de eso, cuando se movió unas cuantas veces y lo sacó, observando con cierto grado de fascinación su obra. 

—Sigue durmiendo. Todavía no termino contigo, corderito.     

Su perversa expresión jamás podré olvidarla. Mucho menos su aspecto, el hecho de haber encontrado sus labios y barbilla rojos un tanto peculiar, pero ciertamente atractivo. 

Retomó la postura, regresando a mi entrepierna, donde observó detenidamente cómo nuestros fluidos se habían mezclado. Debía cerrar los ojos, pero no podía quitar la mirada de su perturbadora sonrisa. 

Y así fue cómo se sumergió en mis mares; en esa corriente de fluidos que emergían de mi interior. No sentía pena alguna de comportarse como un animal sediento. Restregaba su rostro en mi intimidad, torturándome con esa lengua aniquiladora. La misma que me tenía a punto de estallar en su boca. 

No debía permitir esto, pero se sentía tan bien la energía y euforia que sucumbió a ese ser de repente. Tal vez estaba delirando, pero el placer corrompió mi mente y mi alma. 

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