• Merecido •

—¿Hemos quedado claro hasta ahí? 

—Sí. 

—Me alegro.

Era evidente que no iba, o más bien, no quería dar detalles sobre eso, tampoco iba a obligarlo. En estas circunstancias, no tengo ningún derecho a cuestionar nada. 

La puerta de la casa estaba tal y como la dejó antes de irse esta mañana. Significa que no regresó. 

—¿No te presentaste a trabajar? 

—Claro que sí. No puedo seguir faltando. 

«Entonces, si estuvo en la universidad, ¿cómo supo dónde encontrarme?». Han debido pasar unas cuantas horas, pero no las suficientes para que me haya encontrado tan rápido. «¿Acaso me estuvo siguiendo?». Bueno, no lo creo, o no habría preguntado quién me golpeó, ¿no? 

—Ve a bañarte para que te apliques algo. 

—No tengo ropa qué ponerme. 

—Eso se resuelve fácilmente— subió las escaleras y simplemente me limité a esperarlo. 

Trajo consigo una camisa azul marino con mangas largas, una de las que suele usar para trabajar. 

—Debo recuperar mis maletas. No puedo esperar a que me des todo en las manos. 

Aunque no quiero volver a verle la cara a ese infeliz. 

—Olvídate de tus maletas. Usa esta camisa por hoy. 

«¿Por qué está actuando tan diferente a esta mañana? ¿Es acaso bipolar?». 

—Gracias.

«Tanto nadar para morir en la orilla…». 

Debía tomarle la palabra con lo de bañarme, pues el olor a sangre era desagradable. Me observé frente al espejo y lucía horrorosa. Mi labio y nariz están hinchados. Solo de mirarme revive lo sucedido en mi mente, trae consigo el inmenso e indescriptible dolor en el rostro y la rabia y decepción que me produjeron sus palabras y acciones. 

Mi mamá tuvo que enfrentarse a esto hace muchos años y jamás le di la debida importancia. Incluso intenté hacer que regresara con ese monstruo. 

«¿En qué estaba pensando?». 

Dejé el agua recorrer mi cuerpo, viendo que la corriente iba alejando los rastros de la sangre. Pareciera que estamos destinados. En estos días he estado en contacto contigo más de lo que debería. 

Sobre la mesa de la habitación encontré una nota de Fabián, donde decía que iría a la farmacia y regresaría pronto. Incluso dejó su móvil para que encargara comida. 

«¿Por qué está siendo tan amable a su forma tan de repente?». 


Fabián

Creé una línea horizontal con el filo del cuchillo en la pared. Esta asquerosa casa no ha tenido limpieza en años. Por fortuna, vine preparado con mis guantes negros. No quiero entrar en contacto directo con nada de lo que hay en este nauseabundo y hediondo lugar. El olor a alcohol en el aire es intoxicante. Me cuesta trabajo entender cómo ellas pudieron vivir por tanto tiempo en estas condiciones. 

—¿Qué haces en mi casa? ¿Cómo entraste? 

—He venido por las maletas de Luna. Tal parece que una rata hurgó en sus cosas. ¿Qué buscabas? 

Su ropa y artículos personales estaban esparcidos por el suelo. 

—Fuera de mi casa. No te he dado permiso para entrar. Estás invadiendo mi propiedad con un arma blanca en las manos y eso es un delito. 

—No es un delito más grave que el que has cometido tú con tu propia hija. 

—El hecho de que estés saliendo con Bianca, no te da ningún derecho de intervenir en los asuntos que tengo con mi hija. 

—Se ha convertido en mi asunto en el preciso instante que te atreviste a golpearla. 

—Ella se lo buscó al faltarme el respeto. 

—¿Respeto? —reí—. Es un buen chiste. ¿Qué respeto mereces tú, viejo decrépito? — negué con la cabeza—. Dicen que hablando se entiende la gente, pero no tengo el más mínimo interés de entenderte ni tampoco de que me entiendas. Tu hija no quería que te tocara, pero ella no está aquí, ¿cierto? Y en lo que a mí respecta, incluso si estuviera, dudo mucho que interceda por ti. Entonces, no hay nada que me detenga de darle su merecido castigo a esas despreciables y cobardes manos que se atrevieron a lastimar a mi mujer. 

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