• Indiferencia •
Sonreí al tener la respuesta a mi propia pregunta. Olvidé que él me dejó las cosas claras. Lo único que buscaba en mí era saciar ese “capricho” de tener mi cuerpo. Con todo lo que ha sucedido, no es difícil intuir que, probablemente sí me volvió a aceptar en esta casa fue por mi mamá.
Ellos se veían felices juntos. Fui yo quien quise interponerme en esa felicidad a toda costa. Supongo que al final, esto es lo menos que merezco.
[...]
Renunciar es más difícil cuando debes toparte con esa persona a cada momento, por más que trates de evitarlo. Estamos en la misma casa, ¿cómo podría evitarlo para siempre?
Han pasado dos meses desde que regresé a esta casa. Encontré trabajo en una cafetería cercana a la misma universidad a la que asiste él, por lo que Fabián me deja en la mañana y luego sale de la universidad unos minutos para llevarme a la casa y regresar a su trabajo hasta las seis.
Estoy pensando seriamente en ahorrar lo suficiente para marcharme de aquí, rentar un apartamento y comprar un auto, aunque sea una carcacha. Por algo se empieza, supongo.
Con mi primer cheque me compré un celular, recuperando todos mis contactos. Odiaba reunirme con conocidos, pero me he sentido tan asfixiada últimamente, que necesitaba un respiro.
No he sabido nada de mi padre desde lo sucedido aquel día. Aunque no quiero verle la cara, es extraño que no haya regresado a preguntar por mamá. Nadie la ha extrañado, ni siquiera las compañeras o el que era su jefe en el trabajo. Es ahí dónde te das cuenta que no hay amigos, solo conocidos.
Miré el número de Ramiro y dudé mucho en marcarle.
Nunca he creído en ese dicho de que un clavo saca otro clavo. Tal vez porque lo he intentado muchas veces y he fracasado en el intento. Quizá se deba a que no he puesto de mi parte para que esto verdaderamente funcione.
Quiero sacarlo de mi cabeza, de mi alma y de mi ser. No hago otra cosa que añorar esos tiempos dónde lo deseaba en silencio y mi vida no era tan miserable como ahora, después de haber probado el fruto que por mucho tiempo consideré prohibido y que ahora he sido condenada a no tenerlo. Esos tiempos dónde me era suficiente con verlo diariamente y dónde fantaseaba ingenuamente con una vida a su lado. Odio verlo y tenerlo cerca, cuando en mis adentros, solo anhelo tenerlo para mí y sentirlo mío.
Le envié un mensaje de texto a Fabián para decirle que no tenía que buscarme en el trabajo, pues había encontrado a alguien que me llevaría a la casa. No recibí respuesta de su parte, asumí que debía estar ocupado dando clases. Ya sé que me dijo que no llevara a nadie a la casa y no planeo hacer que se baje, solo me dará un aventón y listo.
Antes de ir a la casa, Ramiro me trajo al parque, donde dimos un paseo a pie para ponernos al día sobre el tiempo que estuvimos sin comunicación.
—Has estado desaparecida. Pensé que te habías olvidado de los pobres.
—Han sido meses difíciles.
—No lo dudo. Te ves genial con el uniforme.
—Gracias.
—¿Cuánto tiempo llevas trabajando en la cafetería?
—En unos días cumplo los dos meses.
—¿Te va bien?
—Sí. Me gusta el ambiente, además, tengo suerte de que mis compañeras y jefa no son problemáticas.
—Pues aférrate bien a el, porque ese ambiente tan agradable en el trabajo no se encuentra en todas partes.
—Me consta. ¿Sigues trabajando en la misma factoría?
—Sí. Me tienen trabajando como burro, pero vale la pena por el sueldo. Ya salí de la casa de mis padres. La vida de adulto es un tanto monótona y aburrida. Del trabajo a la casa y de la casa al trabajo. Se vive para trabajar.
—¿Quiere decir que ya no te estás reuniendo con el grupo?
—No. Suspendí esas salidas desde que dejaste de asistir a ellas. No lo sé, siento que no encajo en ese ambiente de fiesta y vida loca.
Nos detuvimos en un kiosco de comida dónde encargamos unas patatas fritas en cono y nos sentamos en una mesa.
—Y en el amor, ¿qué tal te va? —cuestioné curiosa.
—Bueno—con la mano libre se rascó la nuca—, no estoy muy seguro.
—¿Y eso?
—He estado más enfocado en el trabajo.
—¿Eso significa que aún sigues soltero?
—Pues…
—No te sientas avergonzado por eso— le interrumpí—. Somos dos lobos solitarios.
—¿No tienes a nadie? Pensé que el motivo detrás de tu desaparición era ese hombre del que estabas enamorada. Creí que te le habías confesado.
Él sabía que estaba enamorada de alguien, pues jamás se lo oculté, aunque nunca le dije de quién.
—Han pasado muchas cosas desde la última vez que hablamos. La verdad es que decidí renunciar, después de todo, esa persona tiene a alguien más y es feliz con ella.
—Suenas decepcionada.
—No. Ya lo superé.
—Te entiendo más de lo que debería— bajó la cabeza.
—Ramiro, una vez me dijiste que nos diéramos una oportunidad, que estabas dispuesto a esperarme a cuando me sintiera preparada. ¿Aún está vigente esa propuesta?
—¿Estás hablando en serio, Luna? — sus ojos se agrandaron.
—Sí.
—¿Estás segura? Yo no quiero que tomes una decisión así por despecho.
Él me conoce, más de lo que debería hacerlo.
—¿Qué te hace pensar que es por despecho, tonto? Tú me gustas mucho y genuinamente me gustaría descubrir hasta dónde somos capaces de llegar juntos. No perdemos nada intentándolo, ¿no crees?
Se quedó pensándolo por unos instantes y luego asintió varias veces seguidas.
[...]
Pasamos gran parte de la tarde juntos, hablando y caminando por el parque. Luego, me trajo a la casa y me di cuenta de que el auto de Fabián estaba estacionado en el garaje. Lo despaché de inmediato, quedando con él en el fin de semana. Entré a la casa y vi a Fabián colocando los platos en la mesa.
—Lávate las manos y ven a cenar.
Si me quiere lastimar con su indiferencia, le enseñaré que yo puedo hacerlo mejor.
—No te preocupes, ya comí, pero gracias.
Subí a mi habitación sin intercambiar más ninguna otra palabra con él.
«Me esforzaré. Daré lo mejor de mí para que esto funcione».
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