• Incendio • (+18)

—Perdóname. No llores — se notaba realmente preocupado, al menos eso percibí en su tono, además de que no dejaba de acariciar mi mejilla y secar mis lágrimas—. Otra vez papá ha siendo duro contigo.

—Me duele mucho.

—Tranquila, papá calmará tu dolor — se puso de rodillas en la cama.

—¿A dónde vas?

—Haré que derrames más lágrimas, pero asegúrate de hacerlo en mi boca, ¿sí? — acomodó su rostro entre mis piernas y besó mis labios, la frialdad de ellos en esa zona me provocó escalofríos.

—¡Papá! — gemí.

Me ruboricé al escuchar esas palabras de su boca. El dolor se fue disipando, a medida que su lengua exploraba mis pliegues y lamía intermitentemente mi clítoris, como si se tratase de un helado a punto de derretirse en sus manos.

Nunca había sentido algo así, tan increíblemente potente, capaz de nublarme hasta la vista. Siempre me cuestioné sobre qué se sentía si un hombre hacía eso. Mi exnovio nunca pensó en darme este tipo de atención. Es una locura que esté recibiendo algo así de mi papá.

Sus dedos entraron al juego a la par de su lengua, esta vez no fue rudo, todo lo contrario, de solo agitarlos, tenía una sensación de querer ir al baño. Se oían sus chupones, la manera en que succionaba abierta y escandalosamente esa zona que tan sensible se encontraba.

Mis piernas querían cerrarse, pero él las mantenía abiertas presionando mis muslos contra la cama. Los temblores, escalofríos y el calor se agudizó, como también los espasmos internos. Mi cuerpo reaccionó más rápido a como lo hace habitualmente cuando soy yo quien me masturbo. Estaba en un momento donde me desconocía a mí misma. Agitaba las caderas por mi cuenta, escuchando sus lindos gemidos. No lo soportaba más. Simplemente ese orgasmo fluyó con naturalidad, drenando todas mis energías y haciéndome perder la razón y la noción del tiempo.

Estaba tan sensible, tendida ahí e indefensa, por alguna razón, mis oídos no captaban ningún sonido, ajeno a un extraño chillido. Pese a eso, mi cuerpo sí estaba sintiendo todavía. No estaba dormido como creí que lo estaba y, si lo hubiera estado, él lo despertó por su empujón y sacudida.

Se sentía distinto que al principio. Aunque no estaba siendo rudo y no dolía como antes, sus movimientos eran precisos y constantes. Podía ver su rostro transformado, como si corriera en cámara lenta; su notable fatiga, sus labios entreabiertos, sus ojos cafés viéndome de esa forma tan perversa, sus labios y barbilla húmedas debido a mis fluidos.

Él no era el papá que he conocido siempre; aun así, eso no le quitaba nada. Al contrario, dentro de mí, estaba feliz de conocer una nueva faceta suya y de saber que por unos momentos dejé de ser su hija, esa niña la cual ha visto siempre como la luz de sus ojos, para convertirme en la única mujer en su vida, en sus brazos y a quien le entrega todo.

Amanecí desnuda en mi cama y cubierta entre las sábanas. Mi cuerpo, el cuarto y las sábanas tienen su olor. Me sentía de buen humor, tan feliz que no podía parar de tararear. Es la primera vez en mucho tiempo que sentía tanta euforia que no podía controlarme.

Luego de asearme, bajé a la sala. Vi la televisión encendida en las noticias, pero el olor a café me llamó como un imán. Sabía que Sebastián debía estar preparando el desayuno. No sé si son antojos, pero desde ayer tengo ganas de tomar café.

Iba a cruzar a la cocina, cuando me detuve al escuchar el nombre de mi universidad. Miré hacia el televisor y vi el reportaje que estaban transmitiendo supuestamente en vivo. Un fuego infernal estaba consumiendo la estructura de lo que era hasta hace poco mi universidad.

El humo no permitía ver mucho, pero había personas corriendo de un lado a otro y según lo que decía la reportera, hasta ahora habían encontrado diez cuerpos calcinados, de los cuales tres de ellos fueron hallados bajo los escombros. Fue un incendio masivo, aunque hasta ahora desconocen la causa, los bomberos están haciendo su trabajo.

—¿Has escuchado eso, papá? — entré a la cocina, y él me miró de reojo —. ¡Dios mío! ¿Cómo es posible? — tapé mi boca—. Gracias a Dios dejé de ir y tú no fuiste hoy, o hubiéramos sido dos más.

Apagó el televisor desde la cocina, dejando el control sobre la encimera. No noté sorpresa en su rostro tras haber oído la noticia. ¿Acaso no le preocupa lo que pasó?

—Anoche fuimos cómplices en un incendio, mi Luna. ¿Qué crees de eso? — enarcó una ceja, y pasé saliva al ver la sonrisa que se dibujó en sus labios.

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