•Huellas•

«¿“Unos cuantos muertos más”?», pensé. 

—¿Qué estás insinuando con eso? —levanté la cabeza para mirarlo. 

—A buen entendedor, pocas palabras bastan—recitó.

Retomé mi lugar en el asiento, arreglándome el pantalón y enderezándome. Este hombre acaba de confirmar mis sospechas y no es para nada alentador el panorama. 

«¿Qué hago?».

No nos dirigimos palabra alguna por todo el camino. Nuestro destino era la casa, por consiguiente, tan pronto llegamos, fui de prisa a mi habitación y me encerré. No sé si mi sentido del olfato me estaba jugando una mala broma, pero es como si pudiera percibir todavía el olor a sangre en el aire. No sé por qué regresé a esta habitación. En mi cabeza, solo puedo revivir ese desafortunado suceso.

Me despojé de toda esa ropa maloliente y manchada para darme una ducha caliente con intenciones de quitarme esa sensación y olor desagradable que traía encima. 

Después de ducharme, me quedé sentada en el suelo de la bañera, dejando el agua caer sobre mi cabeza y espalda. Cerré los ojos, y lo único que podían captar mis oídos era el sonido de ese fulminante golpe en su cabeza. 

«Yo no la maté…», me repetía una y otra vez a mí misma, tratando de alivianar la culpa y el miedo que me carcomía por dentro. 

«¿Por qué me ayudó sin poner peros?». Otro en su lugar me habría entregado a la policía sin rechistar, jamás se hubiera prestado para algo que pueda perjudicarlo directa o indirectamente. No lo entiendo. 

Salí del baño al escuchar los insistentes toques de Fabián al otro lado. 

—¿Qué te ha tomado tanto tiempo en la ducha? 

—¿Acaso no puedo tomar mi tiempo para bañarme?

—¿Estabas llorando? 

—¿Qué te importa?

—Sería ridículo y bastante hipócrita de tu parte. 

—Quiero dormir. ¿Podrías darme mi espacio?

—¿Planeas dormir aquí? ¿No tienes miedo de que tu madre te agarre las patas mientras duermes?

—¡Eres un maldito insensible!

«No puedo creer que haya sido capaz de decir eso». Desconocía que fuera alguien así. 

—Me temo que eres la menos indicada para decir algo así. Veamos una película juntos. 

Después de lo que dijo, tuve miedo de quedarme sola en la habitación. Él sabía que iba a lograr ese efecto en mí, por eso lo dijo. 

Me trajo a su habitación, donde dormía con mi madre y donde ya no estaban los cuadros o los retratos de ella. Descartó todo demasiado rápido. Tuvo que ser mientras estaba en el baño, pues yo estuve aquí hace unas horas, cuando entré a buscar el peróxido. 

«¿Qué está planeando? ¿Qué pasa por su enferma cabeza?». 

Me senté en el borde de la cama, sin atreverme a tumbar en ella. No me sentía cómoda en lo absoluto, mucho menos después de lo ocurrido. 

Estaba vinculando su teléfono para transmitir la pantalla en el televisor. Mis ojos se fueron a las imágenes de la pantalla cuando lo conectó. Entré en un estado catatónico al verme reflejada en la pantalla. Todo el suceso con mi madre quedó grabado, desde la conversación que tuvimos, el forcejeo y el golpe que recibió en la cabeza, hasta el momento en que arrastré su cuerpo fuera de la habitación. Desconocía que ese enfermo y desgraciado tenía instalada una cámara en mi habitación. 

—¿Te gusta? ¿Qué opinas? ¿No son grandiosos esos efectos especiales y la actuación de esa bella actriz? — se sentó al lado mío, descansando su frente en mi mejilla y llevando su mano fría por detrás de mi nuca.

Mi cuerpo estaba paralizado. Mis ojos estaban puestos en la pantalla, reviviendo ese suceso como un disco rayado. 

—¿Qué tiene mi princesa? ¿No eres la misma que codiciaba el hombre de su madre y estaba dispuesta a jugar muy sucio para conseguirlo? Ya la sacaste del medio para tomar su lugar. 

Una lágrima traicionera se deslizó por mi mejilla. 

—Asume tu nuevo rol—plasmó un frío beso en mi hombro, creando un camino de suaves besos hacia mi oreja—. Solo te falta borrar las huellas de tu madre de este cuerpo, de esta cama, de estas paredes que fueron testigos de esas noches de pasión que tuvimos, para que ahora solo queden las tuyas. 

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