• Desprecio •
Los días que estuve en el hospital me sentaron bien. Recibí medicamentos para que el dolor fuera más llevadero. El yeso aún debo quedarme con el por unas semanas. Según el doctor, aunque no hubo fractura, me recomendó dejarlo mientras baja un poco la inflamación para así no lastimarlo.
Sebastián ha estado conmigo en todo momento, no ha habido un segundo que se despegue de mí. Aunque aún me siento incómoda estando con él. Después de todo, no recuerdo nada de lo que vivimos juntos. Ni siquiera he podido hacer recolección de qué provocó mi accidente. Cada vez que le pregunto evade el tema, no sé por qué razón. He querido creer que no quiere pensar en ello y por eso lo hace.
Cuando llegamos a nuestra supuesta casa, por alguna razón comencé a sentir taquicardia. En el hospital no me sentía así. Cada paso que daba, traía consigo un fuerte dolor de cabeza y debilidad en las piernas.
—¿Te sientes bien?
—Sí, yo… — alcancé a ver a la distancia unas escaleras, las cuales por alguna extraña razón, trajeron consigo unos vagos recuerdos.
No sé por qué en esos recuerdos que vagaban por mi mente aparecía su rostro.
—¿Necesitas que te lleve de nuevo al hospital?
—No, estoy bien.
—¿Estás segura?
—Sí. Solo quisiera recostarme y descansar.
No sé por qué en el fondo, estaba tratando de disfrazar mis emociones. Quizá porque no deseaba preocuparlo.
Él me ayudó a subir con calma las escaleras, hasta llegar a la habitación del fondo. Es una habitación muy femenina, no puedo recordar nada de este lugar, todo se siente tan distante, pero a la vez familiar.
—¿Te darás un baño antes de acostarte?
—Lo haré más tarde.
—Haré algo de comer y regreso. Descansa mientras tanto, princesa — depositó un beso en mi frente, antes de dejarme sola en la habitación.
Somos esposos, se supone que es normal que debamos compartirlo todo; la habitación, la cama, pero algo dentro de mí se sentía fuera de lugar, como si no pudiese encajar aquí. Mis pensamientos están tan desorganizados ahora.
Exploré cada rincón de la habitación y acaricié la computadora portátil que había sobre el escritorio, acompañada por varias retratos de lo que parecían ser mías cuando más pequeña, pero no había nadie más conmigo. La computadora tenía varios pergaminos en formas de media luna. Por mi mente se cruzó Sebastián de nuevo, cargando una bandeja de frutas cortadas con la misma forma. ¡Qué lindo detalle! Es un hombre muy detallista y atento, ahora entiendo el por qué me casé con él.
Conecté la computadora a la luz, pues aparentaba estar descargada. Tenía intenciones de buscar en ella fotos nuestras, que pudieran ayudarme a recordar, pero cuando tuve acceso a ella, había varias pestañas que no habían sido cerradas completamente. Había un mensaje escrito en letras mayúsculas, más no enviado, en el cual alguien desde este computador escribió:
«¡AYUDENME, ÉL QUIERE MATARME! SI ALGUIEN LEE ESTO, POR FAVOR, LLAMEN A LA POLICÍA Y ENVIÉNLA A MI UBICACIÓN».
Una lluvia de infinitos recuerdos invadieron mi mente de repente, recordando al instante lo que había ocurrido esa noche, la verdadera razón detrás de ese accidente que casi me cuesta la vida. Trayendo junto a todo ello, mi embarazo, el bebé que estaba cargando de ese monstruo, pero que ya no está en mis entrañas; era más que evidente, todavía recuerdo sus palabras en el hospital, ahora todo tenía sentido para mí.
Necesito salir de aquí ahora. Mi vida corre peligro. Ese tipo está loco. Si se entera que yo recordé lo que pasó, no sé de qué sea capaz.
Apagué la computadora más rápido que veloz, pues me di cuenta de que no había acceso a internet y tenía miedo de que pudiese descubrirme de nuevo. Mientras buscaba en la habitación un objeto que pudiese usar en mi defensa, lo vi entrar con la misma bandeja, pero esta vez en ella había unas tostadas para los dos. Traté de disimular, fingir que estaba conmovida y feliz de recibir este lindo detalle de su parte.
Cuando colocó la bandeja sobre la cama, noté que sus nudillos estaban ensangrentados y rojos, como si hubiera golpeado algo.
—¿Qué te sucedió en los nudillos? ¿Con qué te lastimaste? —le cuestioné, fingiendo preocupación.
—Me quemé mientras preparaba las tostadas, pero no es nada. Debes alimentarte. Estás tomando medicamentos muy fuertes.
No quería aceptar nada que viniera de él, pero si no comía iba a levantar sospechas y él no se veía con intenciones de abandonar la habitación. No tenía forma de esconderla en alguna parte y hacerle creer que me la comí, por lo que no me quedó de otra que comer solo la mitad. No tiene razón para lastimarme, ¿cierto? O ya lo hubiera hecho. De igual manera, él no sabe que he recordado lo que pasó. Debo calmarme o se dará cuenta, pero es difícil, tengo mucho miedo.
—Estaba muy rico, pero no puedo comer más, me siento llena. Almorcé bastante en el hospital.
«¡Vete, por favor!». Era lo único que repetía una y otra vez en mi cabeza. Necesito esperar un descuido suyo para escapar de aquí.
Dejó la bandeja sobre el escritorio y se acostó a mi lado. Pensaba que se iría a lavar los platos, como por lo regular lo hace, pero eso no parecía estar en sus planes.
¿En qué momento las cosas se convirtieron en esto? Antes daba lo que fuera por estar entre sus brazos, ahora les tengo mucho miedo a ellos; a él.
Mi mente me decía a gritos: «sal de ahí, huye», pero estaba consciente de que en mi condición actual, haciendo una imprudencia como esa, podría ocasionar que falle en la única oportunidad que tengo de huir.
Cada minuto, el silencio entre los dos duplicaba la tensión y me erizaba la piel. No me atrevía siquiera a hablar. Mis párpados se comenzaron a sentir pesados, una señal de alerta roja para mí, ya que no me había estado sintiendo así, y solo podía pensar en el error que cometí al haberme sentido en la obligación de comerme, así fuese, la mitad de esa tostada. Era como tener dos bloques de cemento colgando de los párpados. Mis movimientos se volvieron más lentos, de lo que en sí ya estaban. Aunque intenté levantarme de la cama, sus brazos me tumbaron de vuelta y recostó su cabeza en mi hombro, alargando un suspiro.
—¿Por qué me mientes, mi Luna?
—¿Qué me hiciste? — mi lengua se sentía pesada.
—Tranquila, jamás te haría daño. Solo son píldoras para dormir. De igual manera, eso ibas a hacer ahora, ¿no? No quería llegar a estos extremos, mi diosa, pero no estoy dispuesto a dejarte ir esta vez, aunque me cueste ganarme tu desprecio.
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