• Chiquita •
No quise preocuparlo, pues para ser honesta, sé que, probablemente se molestaría si se entera que acepté comida de un extraño. Obviamente pensé que se trataba de él, por eso la acepté y me la comí.
Al menos pude pasar el día sin ningún tipo de complicación. La comida no estaba envenenada, pero estuvo muy buena, por lo que dudo mucho que haya sido enviada con una mala intención. De igual manera, decidí estar al pendiente por si volvía a suceder, así evitaba aceptar comida que no fuera enviada por Fabián.
Los siguientes días volvió a ocurrir. Cada día me enviaban más y más envases de comida en el almuerzo. Comida que, obviamente no toqué, por más apetitosa que se viera.
Por más que intentaba estar al pendiente de quién la traía e incluso preguntaba a mis compañeras más detalles, siempre me daban la misma descripción del sujeto. Les dije que rechazaran cualquier cosa que enviara ese desconocido.
Ya me encontraba en un punto donde la preocupación, la inquietud y las dudas eran tantas, que planeaba contarle a Fabián. Tal vez fue lo que debí hacer desde el comienzo, pero es que no esperaba que volviera a ocurrir de nuevo y con tanta frecuencia.
Estábamos a punto de cerrar la cafetería, por lo que vine con dos de mis compañeras al contenedor de basura que hay justo al lado del establecimiento, en una especie de callejón con salida que daba al otro extremo de la calle. Cada una teníamos una bolsa y varias cajas de cartón aplastadas para desecharlas. Es lo que habitualmente hacemos cada viernes.
Lo que detuvo a mis compañeras de hacer la tarea, fue haber visto un hombre apoyado contra la pared, bastante cerca del contenedor de la basura. Su ropa y zapatos caros dejaban en evidencia que era todo, menos un vagabundo.
Su rostro fue lo que vi de último momento, pues en realidad, era la única que siguió en lo suyo, las demás se quedaron viéndolo fijamente. Mi cuerpo entero se congeló al reconocer de quién se trataba; era ese hombre, el padre de Fabián.
—Es él, es el hombre que ha estado trayéndote el almuerzo—me dijo Gina en voz baja.
«¡Joder, estaba claro!». Apuesto, alto y ojos verdes.
Todo cobró sentido en ese momento. Solo que jamás se me habría cruzado por la cabeza que sería este tipo quien hubiera estado trayéndome el almuerzo.
«¿Por qué razón lo haría?».
«En primer lugar, ¿qué hace él aquí? ¿Acaso ha venido a vengarse por lo que le hice?».
Todas las posibles razones invadieron mi cabeza, provocándome escalofríos y una profunda saturación mental.
—Cuánto tiempo sin vernos, querida nuera— recobró su postura, deteniéndose a solo pocos centímetros de mí.
«¿Querida nuera? ¡Maldito cínico!».
—No se vayan. No me dejen sola con este señor—les pedí a mis compañeras.
Se levantó despreocupadamente la camisa, enseñando, no solo su abdomen definido, sino la herida que le había hecho hace casi una semana atrás, la cual llevaba cubierta con una gasa aún. Los ojos de mis compañeras casi se salen de órbita y no era para menos.
—¿Por qué me ves así? Debo ser yo quien tenga miedo de estar a solas contigo. Eres peligrosa. ¿No traes nada oculto en la ropa que pueda significar un peligro para mí? No sé, un cuchillo, tal vez.
Ambas me miraron, sin saber qué decir, mientras yo lo observaba irritada.
—Eres una mala chica. Me lastimas y ni una llamada para saber cómo estoy— se hizo la víctima, adoptando una expresión bastante miserable delante de mis compañeras—. ¿Así quieres ser bien recibida en la familia? Así no se gana a un suegro.
Este señor me salió un tremendo actor. Si no conociera lo peligroso y desquiciado que es, hasta le creería lo que dice.
Ellas no dejaban de mirarme, en estos momentos debían estar creyendo en lo que ese tipo estaba diciendo, si es que hasta está intentando hundirme al mostrar la herida.
—No sé de qué está hablando. ¿Qué quiere? ¿Qué hace aquí?
—¿Estás segura que quieres que responda a esa pregunta en presencia de tus amigas? Me daría tanta pena que se enteren de quién eres en realidad.
«¡Maldito desgraciado!».
—¿Nos pueden dejar a solas? Pero no se vayan lejos, por favor— les pedí.
No podría explicar nada o defenderme ante ellas. «¿Qué podría decir en mi defensa?».
—¿Qué quiere? ¿Ya se divirtió lo suficiente al hacerse la víctima delante de ellas? Son las únicas que caerían en su engaño. Es una lástima que aún esté vivo y coleando.
—La mala hierba nunca muere; por eso tú y yo seremos eternos, chiquita.
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