• Amar •

—¿Por qué? ¿Por qué te empeñas en destruirme la vida? ¿Yo qué te hice?

No pude escuchar su respuesta, pues el cansancio era más de lo que podía soportar.

Cuando volví a despertar, mis movimientos aún eran lentos. Me encontraba en mi habitación, en la misma cama y circunstancias. Sebastián estaba detrás de mí, abrazándome tan fuerte que no me atreví a mover un solo músculo por miedo a despertarlo.

No sabía cuál era su propósito al drogarme, hasta que descubrí la cadena que tenía en mi brazo derecho y alrededor de mi muñeca, conectada al respaldo de la cama. No podía creer que realmente hubiese tomado estas medidas. ¿Acaso planea mantenerme amarrada para siempre?

¿Cómo pude dejarme engañar? Todo este tiempo creí que era la única persona en el mundo que me quería, que me amaba sobre todas las cosas, quien únicamente se preocupaba por mí y me brindaba la atención, comprensión y apoyo que siempre había carecido por parte de mis padres. Llegué a amarlo, a confiar ciegamente en quien me hizo creer que era.

¿Por qué tuvo que pasar esto? ¿Por qué todo fue una vil mentira? ¿Por qué ese hecho hace doler y estremecer tanto mi alma y mi corazón?

Mis padres no me abandonaron como creí que había pasado, eso cambia por completo el panorama. Odié y les reproché tantas veces a mi familia por haberme dejado atrás como si fuese una bolsa de basura. Me cuestioné muchas veces sobre qué había allá fuera, que fuese más importante que yo.

Me enamoré del culpable de todas mis desgracias e infortunios; de ese hombre que no dudó en sacar del medio a quien fuera con tal de cumplir con sus planes de hacer mi vida un infierno. Lo peor es que justifica sus malas acciones.

Sebastián está mal de la cabeza, pero peor estoy yo, porque, a pesar de todo lo que hizo y conociendo el gran monstruo y lo impredecible que es, viéndolo de reojo ahora mismo, es como ver a un niño; pues luce tan sereno, durmiendo plácidamente, como si nada estuviese pasando, como si esto fuera de lo más normal para él.

¿Hasta dónde está dispuesto a llegar? ¿Qué es lo que quiere de mí? ¿Cuáles son sus planes ahora? Son preguntas que por más que desee una respuesta, sé que no podré obtenerlas de él.

Lágrimas estaban al borde de mis ojos. Más que el dolor de mi cuerpo, siento que el dolor de la decepción poco a poco corroe mi alma, haciéndome sentir más miserable y estúpida, porque estoy consciente de que eso he sido hasta ahora.

Sentí el calor de sus labios en mi hombro, por ese beso que dejó plasmado en el, más sus manos se ajustaron a mi cintura, acercando su cuerpo más al mío.

—Buenos días, mi diosa.

—¿Por qué? ¿Por qué me amarras? — cuestioné, luchando para no quebrarme en llanto.

—Durante el día te soltaré, pero en las noches debo tomar medidas. No creas que esto me hace feliz. Lo menos que quiero es mantenerte así, y menos ahora que todavía no estás recuperada del todo. Quedémonos así un ratito más — proporcionó una línea de besos en mi espalda alta, acariciando con su mano mi vientre—. Me fascina tu olor, tu piel, todo de ti.

—No me toques más, por favor.

Aflojó un suspiro, dejando ir mi cuerpo y levantándose de la cama.

—Iré a bañarme. Debo preparar el desayuno — se oía desanimado.

Salió de la habitación y miré alrededor, en espera de algo que pudiera ayudarme. El ordenador no está en el escritorio y esta cadena no podré romperla fácilmente. ¿Qué se supone que haga ahora?

Los vecinos, claro, ellos pueden ayudarme, pero si grito y no logran oírme, Sebastián puede tomar medidas más extremas. Necesito tener una oportunidad de comunicarme con los vecinos, ellos son mi única esperanza para salir de aquí.

Sebastián regresó rato después, me soltó la cadena y permitió que entrara al baño a asearme, aunque no me dejó sola ni un segundo. A pesar de que traté de visualizar alguna navaja, todo se veía limpio, como si él hubiera tomado precauciones. Eso no me ayuda en lo absoluto, pero debo mantener la calma y hacer todo lo que dice por el momento. Lo menos que me conviene es hacerlo enojar o ponerlo en mi contra.

Desde la barra lo observé mientras preparaba el desayuno, como mayormente lo hacía. Me encantaba hacerlo, contemplar lo concentrado que se veía cocinando, yendo de aquí para allá, pero las cosas cambiaron muy drásticamente.

Preparó la bandeja, con la misma decoración de siempre, aunque esta vez la peonía no era real, pensé que lo hacía para regresarme a la habitación, pero ese no fue el caso. El desayuno, como siempre, se veía exquisito. Hubiera podido disfrutar de este espléndido desayuno, si las cosas no hubieran cambiado así; si él no hubiera estado engañándome. Ese simple hecho, me hizo sentir un enorme hueco en el pecho.

—Lo siento. No tuve tiempo de ir por una fresca — se disculpó, como si pudiese leer mis pensamientos—, pero te prometo que llenare nuestra casa de ellas.

—Tanto tiempo creyendo que mis constantes desgracias eran culpa de mi mala suerte, de la vida, de una maldición, y resulta que tú eras esa maldición.

—¿Puedes llamar desgracia o maldición a todo lo que vivimos juntos? — se quedó mirando a la nada, y negó con la cabeza—. Tu peor error fue la curiosidad. Ahora mismo estaríamos desayunando tranquilamente y me estarías sonriendo como solías hacerlo. Las cosas serían tan distintas si no hubieses sido tan curiosa. Pero dejemos de pensar en algo que no será. Pensemos en lo que será nuestra vida de hoy en adelante.

—¿De hoy en adelante? Eres un cínico.

Creí que haberle dicho eso fue lo que ocasionó que él se acercara a mí, pero tomó mi mano; esas mismas manos que tantas veces me han tocado y acariciado, son las mismas que hicieron tanto mal.

Sacó del bolsillo de su pantalón una caja blanca, dejando expuesto un anillo de oro muy hermoso y resplandeciente, en el que aparecía una media luna y dos estrellas, las cuales una apertura las separaba, pero brillaban como dos luceros. Un anillo de ensueño para cualquier mujer, de eso no cabía duda, el que probablemente, si me hubiera entregado en otras circunstancias hubiese saltado de emoción y aceptado a la ligera.

—Planeaba entregarte este anillo aquella anoche, pero no me diste tiempo para preparar algo que mereciera la pena recordar. Cuando lo vi supe que debía ser tuyo. Tú y yo nos amamos, no es justo que las cosas se terminen así, cuando tengo tanto para darte. Cásate conmigo y mandemos todo a la mierda, ¿sí? 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top