🔺 Interrogantes 🔺

Me dirigí con Benjamín a donde Mateo, quien es el guardia de seguridad, para saber más detalles al respecto. 

—¿Cuál era el nombre de ese repartidor? 

—Según el registro, firmó como Andrés Ramos. 

—¿Cómo que firmó? ¿No le solicitaste su identificación? Es que en serio ahora permiten trabajar a cualquiera como seguridad. 

—Escucha, Mateo— Benjamín intervino—. Leonor acaba de recibir una amenaza y tenemos que dar con el culpable. Busca en las cámaras de seguridad, ellas tienen reconocimiento facial, por lo que no será difícil dar con ese repartidor. 

—Enseguida— bajó la cabeza al ordenador. 

—Tienes que tener mucho cuidado, Leonor. 

—Tranquilo, Canito. Sabes bien que esto es parte de nuestro oficio. Lo que más me enfurece es que esa bola de plagas no tengan los cojones en su sitio para venir de frente e involucren a terceros para ocultar su trasero.

—¿Tienes alguna idea o sospecha de quién pudo haberlo hecho?

—Recientemente atrapamos un pez gordo, era de esperarse que actuaran así. 

—Barbosa… 

Como era de esperarse, a pesar de haber dado con el repartidor y la floristería a quien le encargaron la corona, fue bajo un nombre falso. La identidad actual del culpable no me consta. Aun así, no puedo quitarme de la cabeza que el hijo de Barbosa tenga quizás algo que ver. Así es como solucionan sus conflictos. Al no tener un punto débil al que atacar, vienen directamente por mi cabeza, pero no pienso ponérselo fácil. 

Durante la semana, luego de haber hecho ciertas investigaciones y no tener respuestas a mis interrogantes, decidí presentarme en la constructora con Benjamín por varios motivos. Escudarme de mi oficio para conseguir algo a cambio no es correcto, pero en esta ocasión es importante, pues no solo debo investigar más a fondo al hijo del Sr. Preston, sino más bien, porque necesito advertirle que se cuiden de esa mujer. Necesitaba que me dedicara, así fuera unos minutos de su apretada agenda. 

Benjamín se quedó en la sala de espera, no ha querido separarse de mí debido a la reciente amenaza. Siempre suele ser muy sobreprotector. Desde que crucé la entrada de la constructora, he sentido una especie de palpitaciones y sudoración. Hay un olor muy extraño en el ambiente, aunque no sabría descifrar qué es. 

Por fortuna, el Sr. Preston decidió atenderme, por esta razón acompañé a su asistente a la oficina. No sé por qué me sentía insegura, como si una parte de mí no quisiera estar aquí y estuviera advirtiéndome que esta decisión fue un error. Jamás me había sentido de esta manera cuando de enfrentar a alguien se trata. 

Pese a todo lo que estaba sintiendo, ignoré en gran medida esas inquietudes, con tal de enfrentar lo que hiciera falta. Él no me recibió solo, estaba con otro hombre que era idéntico a él; parecía su hermano gemelo, pero no recuerdo haber leído nada de que el Sr. Nicolás y la Sra. Preston hubiesen tenido gemelos. La apariencia de ambos era enigmática, fresca, de cierto modo, intimidante. No solo por su parecido, más bien por la forma en que ambos me miraban, como si fuera alguna especie de amenaza para ellos. Definitivamente algo ocultan. Podía sentirlo y percibirlo en el aire. Además de eso, lucen demasiado jóvenes, como si hubieran tenido la dicha de encontrar la fuente de la juventud. Si antes me parecía muy extraño todo esto, ahora lo es mucho más. 

—Buenos días— les mostré mi placa—. Mi nombre es Leonor Regil, soy agente de la DEA, a sus órdenes. 

—Es un gran honor para nosotros. Si nos disculpa, ¿a qué debemos su grata visita? 

—El propósito de esta visita es el Sr. Preston; su padre. No quiero ser portadora de algún disgusto, pues sé que es un tema bastante conflictivo y, en cierto modo, difícil y triste luego de lo que le pasó. 

En ambos noté cierto disgusto debido a mi respuesta. Ambos se miraron de reojo y, como si estuvieran comunicándose por telepatía, los dos actuaron de la misma manera, levantándose al mismo tiempo. 

—¿Quién eres en realidad y a qué has venido? Puedo oler tu repugnante olor, por más que trates de disfrazarlo con estúpidos y baratos perfumes. 

No entendía esa actitud tan errática y amenazante por parte de quien estaba al otro lado del escritorio al Sr. Preston, pero se veía muy explosivo. 

—Cálmate, Ian— el Sr. Preston intervino, y volvió a mirarme—. ¿Cómo te contagiaste? O la verdadera pregunta debe de ser, ¿quién te contagió?

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