Ramera Vs Dama
La pregunta fue sencilla "¿A cuántas Damas has besado?" la hizo Boris e iba dirigida a mí. Nikolái, Stan y Carlos estaban presentes. Stan no era participativo en temas privados, los demás no tenían el mismo problema.
—A ninguna —responde limpiando sus armas y todos los ven sorprendido, menos Stan yo —A una puta no se le besa, ni le das un orgasmo. —su cuerpo está de medio lado y se incorpora lento —le pago para que me los dé, de lo contrario sería ellas las que me paguen...
—¿Qué hay de nuestra reputación? —le reta Carlo —no olvides que ellas se rifan experiencias y las divulgan. —Sonríe —no me imagino mi nombre siendo usado como mal representante de Viena. Tengo una imagen que cuidar.
—¿Qué piensas tu Stan? —pregunta Boris —¿A cuántas damas has besado?
—Las mismas que Nikolái. —la risa pícara de todo le obliga a explicarse—Que sería ninguna, una puta no es ni será nunca una dama.
El rencor que trae aquellas palabras divierte a los presentes, pero Nikolái y yo nos vemos en silencio. La pregunta viaja a cada uno de los presentes, siendo yo el último en hablar.
—A las rameras no se les besa —habla Nikolái al notar mi incomodidad —ellas tienen prohibido tocar dos cosas, mi trasero junto con todo lo que representa —explica girando en todas las direcciones —y mi boca, todo lo demás pueden utilizarlo para darme placer—calla —darme placer.
Guardo silencio escuchando un repertorio que he tenido la oportunidad de presenciar en otras ocasiones. Han sido partes de los muchos consejos que me han dado los tres, porque Noah, Nikolái y Stan, tienen el mismo pensar.
No se besa ni se les da orgasmos a las rameras, eso se le hace a una dama y ellas no lo son. Les pagas por un servicio, si participas o no, es tu problema, pero no las besas en ningún lado.
—¿Tienes idea de cuantos hombres las tocan en una noche? —pregunta a Boris que se alza de hombros —los suficientes para que las palabras VIH, gonorrea o sífilis retumben en tu cabeza y te hagan salir huyendo de ellas.
Se contrata los servicios de una de lujo, aquellas que le pagas por noches y con eso te aseguras de que nadie la ha tocado ese día. Están allí para liberar tu estrés, vaciar tu pene y derrotar las ansias de meterlo en cualquier orificio (palabras de Nikolái, no mías).
Con todo lo anterior expuesto y la vergüenza de aceptar un acto así. No he besado a la primera mujer, tengo la teoría intacta y miles de descripciones un poco sórdidas de mis hermanos. Con todo, no he encontrado a una dama con la descripción que me han dado ambos y dudo que exista en mi entorno.
Salgo de la recepción al no tener mayor cosa que participar en el grupo, me encuentro a Vryzas al teléfono y me pide detenerme al notar que me dirijo a la calle. No dejo de pensar en ella y la muerte de sus padres, en que quizás yo contribuí a su destino.
Llevamos cinco días allí, el trabajo se extendió a otros estados, pero finalizó en New York. He preguntado en las posibilidades de volver, me han dicho que de veinte, una y siendo optimistas. Lo que tenía que hacerse en América, ya estaba listo y sería entregado a otro grupo, el que lo manejara.
—¿Vas a algún lugar? —me pregunta al colgar y avanzar en mi dirección.
—¿Hay algún problema?
—Si —responde cortante —lo hay. —suspira pasando una mano por su rostro —¿Tendré el mismo problema contigo cada que lleguemos América?
—No sé a qué te refieres...
—¿En serio? —enarca una ceja dando un paso hacia mi amenazante —una ramera te desvirga y tú le entregas una fortuna que ni cogiendo un año seguido la ganaría —empieza —además, la buscas cada que pisas este suelo.
—Estás en un error...
—¿No le diste dinero? —habla impidiendo mi explicación.
—Sí, pero...
—¿No la buscaste hace cinco días? —vuelve a arremeter con preguntas y suspiro
—Sí. —tenso mi mandíbula.
No se puede razonar con él cuando está enojado o considera tener la razón. Sí, la busqué, pero llevado por el morbo, era alguien conocido y debo admitir buena en lo que hace. ¿Qué puedo decir? Tres años me dieron cierta experiencia y hoy puedo saberlo
—Entonces, dime ¿Cuál es el error? —insiste —tiene dos tetas, un culo y un coño, buen cuerpo, lo mueve bien —empieza a contar —nada que no encuentres en una puta, ramera, golfa, meretriz o como... —mueve su puño derecho de manera amenazante en mi rostro antes de seguir —la desees llamar.
—Se llama Lissa, hace tres años tenía quince años y la rescaté de ser asaltada en un callejón por dos hombres —mi comentario lo hace retroceder y verme a la cara.
—¿Qué? —gira su cuerpo y al volver se lanza a mi cuello que aprieta con fuerza —¿Estuviste como menor de edad? ¿Qué mierdas tienes...?
—Fue después de salir de ese club —me sacudo de su agarre y aliso mi trae hastiado —La llevé al trabajo de sus padres, me aseguré de que estuviera bien, hace una semana volví y el sitio estaba quemado, sus padres murieron. —finalizo.
Guarda silencio procesando lo que acabo de decir, sus cejas cobrizas se juntan y la mirada que me envía es de advertencia. Me toma por el cuello llevándome a la salida, en donde un auto lo espera y sin mediar palabra me lanza al interior de la parte trasera.
—¡Llévame! Y más te vale que no me mientas Akim o te juro, estás fuera.
Me divierte su comportamiento indignado, yo debería enfadarme por creerme capaz de un acto tan ruin. Pero, no es así, la realidad es que me siento afortunado de trabajar con un hombre que tiene límites y nos obliga a tenerlo. Por lo menos, mientras estamos en sus filas.
Le doy la dirección al chofer con él observándome de forma amenazante y le muestro mi mejor ángulo. Existe una pequeñísima posibilidad que él pueda ayudarme a encontrarla y verla, saber que está bien dentro de lo que se espera.
—Es aquí —le digo una hora después señalando el lugar.
—¿Estás seguro? —afirmo viendo su enorme rostro asomarse por la ventana —Lissandra y Cassandra Cole. Lissa y Cassy —habla y al volver la mirada hacia mí sonríe —yo sé el sitio en que puedes encontrarla.
****
Un segundo auto se detiene frente a un modesto edificio de casi veinte pisos. Le bastó una llamada para obtener lo que yo no pude lograr a través de sus excompañeros vecinos de trabajo. Salvo la anciana que narró lo que había sucedido en el local, nadie quiso darme información de ella.
—No es necesario que me dejes escolta —sugiero viendo el auto por el retrovisor y al conductor.
—Deseo asegurarme de que regreses al hotel y no desees irte a otro lado —me advierte —no agotes mi paciencia muchacho. Aprovecha estas dos horas y despídete.
—Ya te dije lo que pasó, no es necesario vetarme de este país...
—No es por eso —me interrumpe —estarás dentro de los veinte que custodien Persépolis.
—¿Qué se dice en situaciones así? —me animo a preguntar, quizás al peor de todos.
—Nada. Le bastará saber que estás allí y un abrazo. —señala el edificio y sonríe —pídele el número y la invitas a Grecia, le vendrá bien distraerse o un amigo. —sigo el camino de su mano escuchando lo que sigue —la pérdida de un padre no se recupera, ella necesita de apoyo.
Abre la puerta y me lanza a la calle de manera brusca, acto seguido su vehículo acelera, dejando un segundo a varios metros. Lo conduce Boris, de los pocos que conoce mi historia e imagino a quien utilizó para saber la verdad.
Ingreso mis manos en el bolsillo caminando por el largo camino que da al edificio. Una figura sentada en las sillas de recepción llama mi atención, se abraza así misma, tiene el cabello suelto cubriendo partes de su rostro y este viendo hacia abajo.
Camino cada vez más lento al notar que llora viendo algo en sus manos y paso saliva al notar lo que es. Alza el rostro viendo a todos lados y es palpable la desesperación en su mirada. Su cabeza da un giro de noventa grados bastante lento hasta que choca conmigo.
—Cuando Cassy me llamó, no lo creí —me dice de repente —pensé que era un truco para hacerme salir de casa.
—¿No sales? —niega.
—¿A qué? —su voz sale quebrada al decirlo y avanzo hacia ella —duele mucho ¿Sabes? De manera lenta, cruel.
Observo sus manos sostener la fotografía y veo la silla vacía a su lado. El consejo de Vryzas, el conflicto, estaba en que yo no podía consolar a alguien por su dolor y heridas, cuando las mías sangraban todavía sin consuelo.
Me armo de valor sentándome a su lado, distinguiendo el dolor en su cuerpo. Quizás porque tiembla, o que solloza, o porque me recuerda al mío propio. Inspiro y suelto el aire al alzar la mano para tomar la suya, sudorosa, temblorosa y frágil.
—Lo lamento.
Vryzas tiene razón y no hay palabras que mitiguen su dolor, paso mi brazo por su espalda y siento su cabeza apoyarse en mi pecho. No soy consciente de cuando ocurre, pero en algún momento la tengo abrazada. Tarda bastante en calmarse, pero no me siento incómodo en ningún momento por su contacto. En realidad, me trae cierta paz.
—Gracias por estar aquí —le escucho decir un poco más calmada.
—No podía irme sin verte —confieso y la observo alzar el rostro para verme.
Es la misma chica de aquel callejón, la que recuerdo, con rasgos menos infantiles y más femeninos.
—¿Es mi culpa lo de tus padres?
La pregunta ronda mi cabeza desde que la mujer la dio como posibles causa. Su negativa es rápida, con rastros de sorpresa al escucharla.
—Lo insinuaron cuando fui a verte en el local. —apoya la cabeza en mi pecho y suspira.
—Nadie tiene la culpa, solo esos salvajes. Mi padre se negó a pagar lo que pedían por cuidarnos, hizo junta con los otros locales y llamaron a la policía...
—Entiendo —interrumpo al ver que su voz se rompe otra vez.
Murieron como lo han hecho muchos en Moscú, cuando se atreven a alzar la voz en contra del mayor. Otro grupo, diferente país, pero misma miseria humana.
—Y lo lamento mucho...
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