Ocho no, doce

No he logrado dormir, siempre que lo intentaba llegaba a mi cabeza la imagen de Lissa, su hijo y nueva pareja. Dolía que otro hombre tenía lo que yo quise hace mucho tiempo, pero me fue esquivo.

Ella me exigió llamarle, señora Cole, el apellido de su padre, pero tiene un hijo y el niño le dijo a ese hombre papá. Señaló en dirección al que llamaron Dan venía con Wells. Le dio un hijo y no se ha casado con ella ¿Por qué? Si Lissa me hubiera dado uno, yo la tendría en un palacio.

Ella lo vale.

Apoyo las manos en el lavado y veo la imagen del hombre frente al espejo. Un maldito pobre diablo, que no pudo manejar una situación amorosa. Ese soy ¿Por qué me enojo? Ella tiene todo el derecho de realizarse.

Eran las siete de la mañana hora perfecta para ir a la oficina, pero yo sigo a medio vestir y sin ganas de nada. Lissa me había mirado con desprecio, como lo merecía, lo sé. Eso no quitaba el rencor hacia el hombre que tenía lo que me pertenecía.

—¡Akim! —el grito de Nikolái se siente en la planta baja, nada extraño en él, que no sabe hablar sino a los gritos, no obstante, son los ladridos de Dante los que me alarman. —tenemos un problema en la cocina —continúa.

Salgo del cuarto de baño recogiendo, saco y corbata a mi paso por la cama rumbo a la planta baja, dispuesto a matar a otro mapache ladrón.

—¡Suélteme! —llora una voz infantil y Dante gruñe. —¡Vivo aquí!

—¡Maldición! Ava...

¡La olvidé!

Me pasé toda la noche pensando en Lissa e imaginando su cuerpo siendo tocado por ese imbécil. Desecho los pensamientos al llegar a las escaleras. Nikolái sostiene a la niña como lo haría con un bicho raro, a un costado de su cuerpo y la sostiene de su cintura, con su fiel compañero a sus pies viendo a Ava como si de un trozo de pollo tratara.

—La encontré robando en la cocina —la señala con una leve inclinación de cabeza.

—No estoy robando, le dije que vivo aquí —se defiende la niña.

—Ten cuidado con Dante —aconsejo y me mira interrogante.

—Dante no es el peligroso aquí.

El perro no ataca si el dueño no se lo ordena o si no lo ve peligro. No quiero confusiones o algo que lamentar, por lo que insisto en que la baje. No va a obedecer, sin que antes le explique la presencia de la niña.

Sonrió al verla mover sus brazos y piernas con violencia. Intenta asestar un par de golpes en el pecho e incluso lo hace, pero sin que resulte dañino. Nikolái le alza hasta que sus rostros quedan de frentes.

—Y yo te dije que era imposible. —la sacude molesto y su cuerpo vibra con ese gesto—en esta casa no hay insectos, ratas, tú aplicas para cualquiera de las dos.

Si la situación con la niña no fuera tan delicada, la imagen me resultaría divertida. Nikolái es alérgico a las niñas, son demasiado dependientes, vulnerables y le traen recuerdos espantosos. Jamás ha aclarado el tipo de recuerdos y he sido inteligente en no preguntar. Nada bueno debe existir en ello.

Bajo las escaleras en silencio y le indico dejarla en el suelo. Algo que hace con reservas y viéndola mal. Dante se aleja aburrido, al entender que no hay peligro o alguien a quien dañar.

La noche anterior la dejé en la habitación, le advertí no salir hasta tanto no hablará con Nikolái. Le compré ropa, útiles escolares, libros, con comida y todo cuanto pidió. Ella solo debía cumplir una orden, pero es mujer y Dios no las dotó de esa virtud.

La de obedecer.

—¡Vivo aquí! —vuelve la mirada a mí y me mira con horror —¿Verdad? —afirmo consciente que a Nikolái no le gustara saberlo.

—Te dije que no salieras. —le reprendo.

—Debo ir a la escuela, se lo dije, pero me ignoró. —golpea el suelo con sus zapatos —llegaré tarde y es su culpa —señala a Nikolái.

—He tenido suficiente —se queja retrocediendo —una niña en esta casa ¿Qué es mañana? ¿Casarme o colgarme de los testículos?

La pequeña abre los ojos, espantada, mi compañero le gruñe, lo que la hace dar un paso atrás. Miro la hora en mi reloj, luego a Nikolái que espera explicaciones. Tengo el tiempo justo para dejarla en la escuela e ir a controlar lo de la seguridad en la empresa. La reunión con Wells es en la tarde, así que no hay problema por ese lado.

—Es Ava Callaghan —la presento. —Ava, él es Nikolái Borch, mi hermano.

Nikolái la mira como si ella estuviera a punto de explotar, da media vuelta y sale de la casa sin decir nada o despedirse, seguido por Dante. Suspiro, no habrá una manera de decirle lo que sucedió y que me entienda. No espero que lo haga, ni yo mismo sé en qué momento sucedió todo esto.

—¡Andando! —ordeno empujando sus hombros hacia delante.

—No he desayunado. —se queja.

—No es mi problema —la observo un instante y tiene sus cejas juntas —ayer te di comida ¿Qué la hiciste?

—Ayer, no hoy. —señala con aires de superioridad —La despensa está vacía y el refri solo tiene cervezas o alcohol.

—Eso es porque comemos fuera y somos hombres. No preví compañía. —abro la puerta instándola a salir —llegamos en las noches y solo se nos apetece una cerveza o licor.

—Qué mal —se queja negando preocupada —muy mal. —recalca.

Ingresa al auto instalándose el cinturón de seguridad, vocifera diciendo que la casa es un asco, hay basura por todos lados, los baños huelen a orín, las cobijas no han sido cambiadas. Es necesario alguien que haga limpieza, ella lo intentó, pero es demasiado pequeña para alcanzar a algunos lugares.

—Guarda silencio. —aprieto mi sien —puedes hacerlo, labio inferior y superior apretados y sin soltar palabras —explico —el silencio es una virtud.

Un pedido que no será escuchado, ayer intenté hacerle callar. Fracasé, en todas y cada una, ella hablaba como si no lo hiciera en años, no guardaba silencio. Apenas empecé a comprarle cosas, su timidez se esfumó y mi martirio empezó.

—Recuerda que tu hogar es sustituto y tendrás visitas. Tu casa no pasará los controles y pueden enviarme a otro lado.

—Eso no es malo para mí.

Confieso ignorando la mirada lastimera que me envía. Enciendo el auto, ella ajusta su cinturón y sacar un papel de su viejo morral. Eso y los libros viejos, que quise reponerle por nuevos, fueron lo único que sé negó a desechar. Abre el papel en sus piernas, yo tengo interés en la vía, pero de igual manera en lo que sea tiene en su.

Ayer me dio una mala noticia con uno de esos papeles que sacó del morral.

—No estaba robando, solo hacía un inventario de lo que necesitamos en casa —explica y la veo un instante. —te lo dejaré en la guantera.

—No necesito nada y de ser así, a la última a quien recurría es a una sabandija como tú —exploto.

Se cruza de Brazos y mira por la ventana, en todo el camino supo callar. Me alegré. Había encontrado la manera de mantenerla en silencio y obediente. Aprovecho la dicha de tener paz para instalarme la corbata y el saco. A las catorce horas tendré una reunión con Wells en la oficina y no deseo ir vestido como ayer. Retiro dinero de la guantera y lo lanzo a sus piernas ajustando mi saco.

—Come algo en la escuela, doble y llevas para almorzar —sugiero.

—No hay nada sano en la escuela que pueda usarse para almuerzo...

—Con saciar el hambre es suficiente —le interrumpo —no soy tu mamá, es ella a quien le debes exigir y no a mí.

Al llegar a la escuela se baja sin decir nada o despedirse. No me importa y si ella encuentra otro lugar en que quedarse, sería un placer para mí. Si llego a perder esa tontería de hogar sustituto, sería un honor.

Piso el acelerador, pasando varias calles antes de darme cuenta de que no tomó el dinero. Orillo el auto a un costado de la vía y lo tomo del suelo, paso mis manos por el rostro y apoyo mi cabeza en el volante.

Mi situación no es fácil, me pidieron llevar un objetivo a ver a otro y devolver. En ningún momento me advirtieron que el objetivo se quedaría conmigo, que ambas fueran tan vulnerables o que Zafiro llevaba ese nombre por sus ojos.

¿Cómo alguien daña a una persona con ese rostro tan bello? No lo entiendo. Las mujeres fueron creadas para ser amadas y respetadas, no dañadas. Un hombre mayor con una mujer así...

—¡Qué imbécil!

Fui demasiado brusco con ella, ayer solo la usé por el odio que generó ver a Lissa con hijo y pareja. Mi enojo no era por tener a Ava en mi vida, fue por verla a ella realizada, feliz y sin mí.

Una llamada entrante me hace guardar el dinero y buscar el móvil dentro de mi saco. El número en la pantalla no se registra, son pocas las personas las que lo tienen. Convencido que es un conocido, levanto la llamada.

—¿Diga?

—¿El señor Akim Borch Romer? —pregunta una voz femenina con tono de operadora.

—Con él —respondo ajustando el manos libres y vuelvo a la vía.

—Soy Jennifer Dulfs, trabajadora social —sigue la voz del otro lado —Necesito hablar con usted sobre Ava Callaghan. Es necesario sepa lo delicado que es la situación que manejar.

Aquí vamos... 

—Usted dirá el día y hora —respondo demasiado tenso para que mi voz salga real.

En una hora, en su despacho, enviará la dirección a mi buzón. El día de ayer llené esa forma con los datos que solicitaban. Teléfono, correo, dirección, etc. Datos básicos que no generaban peligro. Lo hice, confiando en que diría más tarde era un error y regresaría a la niña.

Con el horario justo para llegar a esa cita voy directo allí al encontrar el mensaje con el GPS de la oficina de la mujer.

Minutos antes de cumplirse la hora estoy tocando la puerta de su oficina en un viejo edificio de diez pisos, con un ascensor averiado y pésima señalización.

Una mujer trigueña de cabello crespo, una bandana de colores que lo recoge en la parte trasera de su cabeza y le da un toque original, me recibe. Me muestra una sonrisa interrogante, observa mis manos y sonríe.

No es la primera que le disgustan mis tatuajes y dudo que sea la última.

—Soy Akim Borch, lamento la tardanza, tuve problemas con las señales y escaleras. —afirma haciéndose a un lado, sin perder de vista mis manos.

—El ascensor está en remodelación, lo de las señales no tengo excusas —sonríe.

Mostrando con ese acto su blanca dentadura que la cubre unos labios carnosos. Cejas pobladas, perfiladas y un maquillaje discreto. La vestimenta es tal cual me lo imaginé cuando quise hacerse pasar por uno. No es costoso, pero podría pasar como tal.

—Iré directo al punto, señor Borch —continúa —siéntese, por favor —señala la silla frente a su escritorio y sigue cuando ambos estamos cómodos, uno frente al otro—necesito darle información sobre Ava Callaghan.

—Ángelo y Anker Vryzas, son parte de mi familia. Si ha leído el informe, fueron los que alertaron lo que ocurría. A quienes Ava llamó al estar en peligro ella y su madre —Ella cruza las manos sobre el escritorio y asevera —conozco todos los detalles.

Ríe, pasando un dedo por su ceja y sacando varios folios que deja sobre el escritorio.

—Intentaré darle los nuevos detalles. —habla abriendo uno de ellos —Ava Callaghan Cohen, hija de Zafiro Cohen y Robert Callaghan. Él cincuenta y siete, ella veintiocho años. —lee —es el dato encontrado en su hogar.

—La madre está internada por un ataque de su pareja, ella la encontró y llamó al señor Vryzas. —sigo por ella —no creo que tenga algo nuevo que decirme —suspira cerrando el folio. —ya se lo dije, conozco los detalles.

—Me gustaría decirle que tiene usted razón señor Borch. —abre de nuevo el folio, retira varios documentos que me extiende hacia mí —el de su derecha es el registro correcto, el de la izquierda el falso. —Detalla —si resta la edad real de la niña con la de su madre sabrá por qué estoy preocupada.

Ocho meses atrás se me dijo que la edad de la niña era de siete. Y, de hecho, lo aparentaba. La realidad es que Ava iba a cumplir doce años y su madre 26. La edad de su padre es la correcta. Zafiro tuvo a la niña cuando ella tenía catorce y su padre.

—Le triplicaba la edad —me explica.

Dejo las hojas encima del escritorio y la dama me observa preocupada. Ava siempre ha dicho que tiene siete, cumplió ocho hace un par de meses e incluso Anker le llevó una tarta. Sus compañeros le hicieron un festejo de cumpleaños improvisados, lo normal.

—No entiendo por qué mentir —comento —¿Para ostentar que tiene una niña genio?

—De ser así, no era necesario. Ava tiene un IQ, por encima de lo normal. Madre e hija mintieron en sus edades, imagino obligadas. Es posible que por ocultar una violación—suspira de forma lenta antes de seguir —es improbable saber la verdad, dudo que la madre le diera a la niña los detalles.

—Pueden hablar con Zafiro...

—Perdimos esa posibilidad, señor Borch. Ese es uno de los motivos de que lo tenga en este lugar. —reclina su cuerpo en la silla y clava sus ojos oscuros en mí —Zafiro Cohen, tuvo una falla cardíaca esta madrugada. Su estado es delicado...

—¿Puede ser más clara? —pregunto removiéndome en la silla.

—Su trabajo consistía en cuidar de ella hasta que su madre saliera del hospital. —calla —Eso era tres o cuatro meses, un dato que el mismo hospital proporcionó. Todo cambió esta madrugada, señor Borch.

Entró en coma, sin muchas esperanzas en que se recupere. Necesita saber si estoy dispuesto a hacerme cargo consciente que la madre quizás no despierte. Mi casa será un hogar sustituto, mientras logre encontrarse algún familiar.

—¿Los tiene?

—Trabajo en ese señor Borch. —me explica —recurro a usted, porque tengo buenas referencias. Está aquí porque lo dejó el señor Jim Cohen dentro de las personas de confianza y de momento es usted o un hogar. —niega —mezclarla en ese entorno sería un error. No, sin antes conocer los detalles y para eso lo necesito a usted.

—¿Qué hay de su familia?

De momento, no ha sido posible, los dos abuelos de la pequeña murieron. El padre de Robert lo hizo hace tres años, cuenta con un tío que ha sido imposible contactar, al parecer, se radicó en otro país. Jim Cohen, el padre de Zafiro, falleció hace cinco meses y solo tenía una hija.

No conozco al tal Jim y no tengo idea el porque me dicen que me nombró como de confianza. El hogar en donde estaba su nieta había sufrido muchas quejas por maltrato y abuso.

—Robert Callaghan, su padre. —infla mejillas y retiene el aire —participó en una riña en prisión y murió antes que pudieran llevarlo al hospital. De estar vivo, tampoco sería una opción.

—No tiene a nadie —concluyo y la mujer niega.

—Si desecha la oferta, yo lo entiendo señor Borch. La adopción puede ser en meses, años o nunca —explica. —no deseo darle esperanza que su labor será por poco tiempo.

—¿Cuál es mi labor con exactitud? —pregunto —¿Qué es un hogar sustituto?

—Antes que nada, señor Borch, permítame darle un consejo —señala mis manos antes de seguir —ocúltelos siempre que tenga contacto con algún colega mío. Conmigo no los tendrá.

Sonríe mostrando su muñeca izquierda mostrando el suyo. Un mapa de África con un punto rojo en la parte Oeste. Vuelve a cubrirlo asegurando que es el que menos escándalo ha causado. No se puede pretender que un mundo de ciegos, sordos e imbéciles se fijen en la verdadera belleza. Hay rostros bellos con interior podrido y belleza que es mantenida oculta por protección.

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