Nuestro enemigo a vencer

Su padre no pudo disimular su alegría y orgullo al verle arrastrar el morral con la tienda de acampar. Un obsequio de Sergio en la pasada navidad, que llegó con la promesa de irse de campamento, por desgracia la falta de tiempo le ha impedido cumplir.

Dejó el morral a los pies de su padre y empezó a sacar todo lo de su interior. Fueron muchas las noches en que insistió en armarla, pero por más que leí instrucciones no pude. El tamaño de la tienda era considerable y el único lugar en que sería posible es en el jardín.

—Es fácil —le dice su padre desechando las instrucciones que su hijo le entrega —no las vamos a necesitar.

—¿Seguro? —les digo desde el porche y me ve con fingida molestia —Solo decía.

—Le vamos a demostrar que no la necesitamos —Mika afirma no muy convencido viendo el papel con añoranza —¿No confiar en mí?

—Sí.

Ese sí es casi un no, que su padre entiende y empieza a reír. Ver a mi bebé tan feliz disfrutar de la compañía de su padre me llena de emoción. Sobre todo, cuando se ven tan bien juntos y en total armonía. De vez en cuando se le escapa a uno y a otro gesto parecidos que me sacan una sonrisa.

—Eres diestro, debo admitirlo —le digo al verle con parte de la tienda en pie y alza el rostro hacia mí.

Está de rodillas con varias barras metálicas en sus manos y Mika sostiene una cuerda. Ambos me ven sonrientes, Akim se ha retirado su americana negra, guantes y partes de los botones.

—Perdí la cuenta de cuantas de estas armé —dice viendo a su hijo que le observa en silencio, pero atento —tantas que puedo hacerlo con los ojos cerrados.

—¿Presumido? ¿Dónde? —mi comentario le hace reír y sus facciones se relajan.

—Tu mamá no me cree —le dice a nuestro hijo —¿Qué debo hacer para solucionarlo?

Mika juega con la cuerda entres sus dedos de forma distraída mientras me mira. Por largos minutos no dice nada y se limita a mirar hacia mí en silencio.

No logro escuchar lo que le dice a su padre, lo único que se es que es delicado. El rostro de Akim se contrae y susurra algo en respuesta. Saca el móvil de su pantalón, lee algo en la pantalla, testea la respuesta y segundos después lo apaga.

—¿Sabes cocinar? —mi hijo niega sonriente —pues alguien debe hacer algo, sufro de una condición que me impide dejar de comer. —señala —apetito voraz, le dicen.

La voz fuerte regresa y me veo añorando saber lo que le dijo. Fue tan rápida que creo haberla imaginado Cuando dan los últimos detalles a la carpa, Akim saca varias cosas de su interior y le va dando un nombre, junto con su uso, mi pequeño solo asiente entre confundido y deslumbrado por la sabiduría de su padre.

—No es necesario aprenderlas todas hoy —le calma acariciando su rostro, gesto que le permite por primera vez.

Debí decirle a Akim que no era nada personal, Sergio le instruyó en cuanto a mantenerse al margen o impedir ser ha tocado por sus escoltas. Hombres que al igual que su padre estaban tatuados en casi todos lados.

—Les haré la cena —le digo levantándome.

Un fuerte mareo me hace, buscan un punto de apoyo y en segundos tengo a cada uno sosteniéndome. Mi hijo se pega de mis manos que aprieta con fuerza y su padre por la cintura atrayéndome contra él.

—Es suficiente Lissa.

Miro a nuestro hijo que permanece en silencio sosteniendo mi mano con fuerza. Me inclino hacia él y lo tomo en brazos, su respuesta es pegarse a mi cuello y temblar.

—Pediré algo de comer —nos dice —¿Algo en especial? —nos pregunta.

—Pizza…

—No —le advierto a un Mika que exige apoyo en su padre—eso no es comida.

—Es perfecta para acampar —le hace un guiño que intenta imitar, pero acaba cerrando ambos ojos y sacándonos una sonrisa —a ti te pediré algo sano, pero no te queremos metiendo las narices en nuestra pizza.

—Yo te doy de la mia mami —me susurra en mi oído, pero su padre alcanza a escucharla.

—Ni judas fue tan traidor.

Se queja y la reacción de Mika es de espanto. No tiene idea de lo que significa la frase completa, pero imagina, es malo y parte de la base de “Traidor”. Su tío Sergio le ha enseñado el significado de algunas palabras, aquellas que han llamado la atención.

Son tantos los datos que ignora y debo decirle, pero  el tiempo que se comparte es demasiado corto. Ingresa a la casa con el móvil en manos, dejándonos confundidos. No ha preguntado nuestro pedido y ni siguiera sabe el gusto de Mika ¿Qué carajos traerá?

—¿Estás bien? —afirma viéndome a los ojos —¿Te gusta estar con tu padre?

—Se irá —comenta de forma distraída —pero tú no.

—¿Desearías que no se fuera?

Él piensa la pregunta, viendo mis manos y juega con ellas. Sé la respuesta, el conflicto es que sigue pareciéndome delicada la presencia de la niña. Nikolái me ha contado los detalles de su infancia, trágica y dolorosa, pero no ha recibido la ayuda necesaria.

—¿Ella estará? —su pregunta es llena de terror.

Se entiende como un “si ella está, nosotros no”. Con Mika he aprendido a leer entre líneas, a adivinar sus pensamientos. Su rostro es un libro abierto, que no puede por más que lo intente disimular. No a mí.

—Listo —habla su padre regresando a nosotros impidiendo que le responda —¿Te enseño a hacer fuego sin encendedor?

—Yo quiero ver eso —comento un tanto incrédula. —sin sol y mucho viento…

—Vamos entonces, señora de poca fe.

Me atrae hacia él y abrazados los tres bajamos al jardín. Ver el rostro de mi hijo feliz me hace pensar en la posibilidad de aceptar a Akim a mi vida. En caso de fallar mi tratamiento, tendrá un hermoso recuerdo de su padre.

*****

Salgo de la tienda dejando atrás a un Mika cansado, sudoroso, con una mezcla de olores de un día de campo. Su padre se negó a que lo bañara dentro de la casa, buscó una cubeta con agua, se sentó frente a la fogata y le pidió imitarle. Perpetué la imagen de los dos verse e imitarse entre sí en mi móvil y acabó como fondo de mi pantalla el rostro de ellos felices iluminados con la luz de la fogata.

Pese al improvisado baño, Mika despedía una mezcla de humo, pepperoni y napolitana por todo su cuerpo, pero estaba feliz.

Y era suficiente.

Encuentro a Akim sentando en una tumbona frente al fuego y con un álbum de fotografías antiguas. Hay retratos desde la época de papá y mamá, hasta nuestros días, sonríe a alguna de ellas y acaricia otras.

—¿Se durmió?

Me pregunta sin despegar la mirada de las instantáneas y atrayendo una tumbona a su lado.

—Las únicas veces que lo he visto tan feliz, es en navidades —confieso y afirma serio.

—Me encargaré que sean así al volver —alza el rostro hacia mí al notar que no avanzo y cierra el álbum —¿Tan mal concepto tengo en tu vida?

—No dudo que seas capaz de cumplirlo…

—No me refiero a eso Lissa. —suspira estirando una mano en mi dirección, pero sigo guardando mis reservas —esperaba que confiaras en mí y lo dijeras.

Un cáncer de mama en etapa media, los especialistas han sido honesto conmigo. El tratamiento es agresivo, el éxito dependerá de la constancia y el empeño que le ponga. Me abrazo a mí misma mientras le narro los detalles de una enfermedad que él parece conocer.

—Vi los exámenes hace unas horas —confiesa—no pensé que era tan delicado. No quise verte con algo tan perverso, personas como yo lo merecen, no tú.

—Nadie lo sabe…

—Yo no soy nadie —me interrumpe levantándose y avanzando hacia mí —sé que puedes con esto sola, no dudo de tu fortaleza. Pero el éxito algunas veces depende de quien busques como acompañante.

—No puedo decirles —comento tomando sus manos —tengo miedo…

— Mika está asustado, yo también, todo el que te ame lo estará. No es malo sentir miedo Lissa, pero si alejarse y no aceptar ayuda —su voz es una caricia en mi cuello que me saca un sollozo —No tienes nada que temer. Mika y todos estaremos para apoyarte.

—Por favor, no lo mezcles —le ruego —él no tiene por qué…

—Es nuestro hijo, él debe saber lo que tienes y como ayudarte —me interrumpe.

—Es muy pequeño, Akim —le reclamo.

—Podemos resolverlo los tres. —insiste —Los cinco, si contamos a tu hermana y esposo, ocho, si cuento a sus hijos, diez, doce o catorce, si fusiono en el paquete a los míos —apoyo mi cabeza en su pecho y su corazón tan calmado me trasmite paz. —tú no puedes estar sola cuando hay tantas personas que te estiman.

—Siguen teniendo esa magia tus abrazos —recuerdo abrazada a él.

—Si vuelves a probar mis labios, sabrás que hay más magia, si no me crees solo mira el interior de esa tienda. Te aseguro que no hay mejor perfección que lo que allí duerme. —sonríe ante mi tensión y deja uno en mi frente —no te preocupes, mis labios han esperado tanto por ti que bien puede esperan un poco más.

—No me presiones Akim —le pido.

—No lo haré —promete dirigiéndose a la tienda —prometo ser tan paciente que no sabrás el momento, volverás a amarme. Por el momento el único rival a vencer es ese cáncer —se queda en la entrada de la tienda y mira al interior —¿Hay espacio para mí? —la pregunta es traviesa y le veo con sospecha.

—Con Mika en el medio.

—En el corazón —toma mi mano y la lleva al suyo antes de seguir —allí los llevaré, hasta mi regreso y para siempre estarán allí.

Ingresamos a la tienda despacio, la posición de Mika logra que cada uno busque un punto perfecto. Pierdo espacio, cuando al notar mi cercanía se pega a mi cuello y me abraza fuerte.

—No te sientas desplazado —susurro al ver que se ha quedado viendo ese gesto.

—Lo que siento es envidia por él —responde en un susurro —Tiene todo lo que siempre he soñado.

—Pero no a su padre…

—Aquí estoy Lissa y planeo quedarme.

No respondo y apoyo las manos en la espalda de mi bebé. Lo uso como escudo, no es la primera vez que hace promesas que acaba por olvidar.

—Esta vez es diferente —apoya la mano sobre la que sostiene la espalda de mí nuestro hijo y las entrelaza—todo ha cambiado.

Me ayuda a ubicarme en un mejor lugar, alzándonos a los dos sin problemas. Una lámpara recargable ilumina la tienda y su vista de perfil, me quedo contemplando su rostro hasta que mis ojos empiezan a pesar.

—Buenas noches, Akim —susurro y cerrando los ojos, siento la tibieza de sus labios en mi mejilla, sus brazos rodearnos.

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