章 - 4.
Mei ya estaba bastante lejos del pueblo, pues sabiendo que él podría alcanzarla rápido si se lo propusiera, no había dejado de caminar en ningún momento. No estaba huyendo de él, solo no tenía caso hacerle saber la razón por la que se había ido, ya que él lo sabía muy bien.
Se detuvo a comer dos peces que había pescado y luego asado, y aprovechó para descansar. Su corazón estaba resentido, pero ella era fuerte. Podría superar aquel mal trago, total, aunque se había ilusionado con Jae—ha, no es como si estuviera precisamente enamorada de él, eso era lo que tenía a su favor y lo que agradecía con toda su alma. Su corazón había sido inteligente a la hora de no enamorarse de aquel impresentable.
En cambio, el dragón verde sí había caído ante el embrujo del amor y por ello su corazón estaba hecho pedazos. Quiso salir a buscarla, pero no lo hizo porque él quería ayudar a resolver el tema de las mujeres secuestradas. Además, para él fue fácil suponer la razón por la que se había ido sin siquiera decir adiós. Sus compañeros le habían dicho que la habían visto yéndose al pueblo luciendo más hermosa que nunca.
—Tcht —soltó un sonido de molestia, mientras veía el cielo nocturno. Ella se había esforzado en lucir todavía más hermosa y él no había tenido la oportunidad de verla, y todo porque había cometido la estupidez de pisar uno de aquellos antros con tal de convencer a aquel guerrero a unirse a los suyos.
Desde que tenía conciencia, Jae—ha se había planteado el nunca seguir al dragón rojo y le alegró que Yona, la heredera del dragón carmesí, comprendiera y respetara su decisión, sin embargo, después de varios días viviendo con ella y todo el maremoto de emociones que compartieron en el rescate de las jóvenes secuestradas, Jae—ha terminó por seguir al grupo, en el cual constaba: la princesa Yona; el increíble guerrero llamado Hak, el tipo que quiso que se uniera a su grupo; Kija, el dragón blanco; el joven Yoon, el que se ocupaba de la comida y la medicina; y Shin Ah, el dragón azul y el personaje más silencioso del grupo, quien tenía como mascota a una ardilla llamada Ao.
Pero, aunque había aceptado el acompañarlos, no había desistido de encontrar a Mei y hacerle conocer las razones del porqué entrara en aquel antro. Sabía que no le sería sencillo convencerla, pues se escuchaba como una excusa de lo más absurda, pero iba a ser terco en convencerla, porque la amaba demasiado. Nunca le había importado tanto una mujer, y mucho menos pensó en la posibilidad de unirse a una seriamente.
—Escuchen, chicos —Jae—ha alzó las manos, atrayendo la atención de todos los miembros del grupo, los que se hallaban sentados alrededor de una fogata, en donde Yoon estaba preparando la cena —Quisiera pedirles que me ayuden a buscar una joven.
— ¿Una joven? —Yona se mostró interesada de inmediato — ¿De quién se trata?
—De la mujer que planeo convertir en mi esposa —dijo sin tapujos, mostrando una sonrisa gallarda.
—Pobre mujer, siendo acosada por el ojos caídos —Hak no tardó nada en mofarse de aquello que a él le pareció un chiste.
Que le llamara de aquel modo causaba cierto pinchazo en el corazón de Jae—ha. Ella le había apodado así varias veces. Sus ojos habían resplandecido de alegría y burla, mientras le miraba. Extrañaba con creces sus orbes cerúleos, así como el sonido de su risa, su sonrisa, su larga cabellera, la que imaginó perdida entre sus dedos. Ya llevaba días sin probar de sus labios y sin sentir el calor de su piel. Pensarla con demasía dolía mucho. No podía creer que ella hubiera tenido el valor de abandonarle de aquel modo, sin antes gritarle y golpearle. Hubiera preferido sus golpes a que se fuera.
— ¡Hak! —Yona le dio un golpe en uno de los antebrazos, consciente de la tristeza que avistó en los ojos violetas de su amigo.
—No te preocupes, Yona —el dragón verde sonrió con su toque de picardía de costumbre.
— ¿Y cómo es ella? —preguntó Kija también sintiéndose curioso al respecto.
Esa cuestión avivó la expresión de Jae—ha. Se moría por hablarles de ella.
—Ella es la mujer más hermosa que he visto en toda mi vida, claro que tú, querida Yona, no te quedas atrás —Hak no pudo evitar mirarle mal a Jae—ha porque le había tomado por la barbilla —Sus ojos son tan azules como el cielo, su cabello es negro y muy largo, y acostumbra llevarlo sujeto en una trenza; y su cuerpo es —movió las manos en el aire, delineando su figura delgada —sin duda perfecto. No la he visto desnuda, pero sin duda tiene las medidas perfectas.
— ¿Seguro que la amas? —Yoon miró con los ojos entrecerrados al dragón pervertido, porque se había desmedido mucho a la hora de hacerles saber el delineado de sus curvas; y no era el único, todos le miraban con ojos acusadores, excepto Shin Ah y Ao, los que dormían hechos ovillo junto a la fogata.
—Es la mujer más importante para mí y con la única que me plantearía casarme —aseguró con absoluta certeza, con la mirada posada en las intensas llamas, las que estaban lejos de equipararse a la calidez que solo Mei podía darle.
Yona no pudo evitar sonreír con ternura, evidenciando el amor en los ojos de su amigo. Ella sabía que estaba siendo sincero, que en verdad estaba enamorado, así que quiso que le contara con todo lujo de detalles acerca del aspecto de Mei, porque en verdad iba a ayudarle a encontrarla.
El tiempo transcurrió, y eso ayudó a que Mei se olvidara de aquel momento estúpido de su vida. Las vistas y las personas que conoció en los pueblos y por los caminos, le ayudaron a restarle importancia, hasta que no le importó en lo absoluto.
Después de un largo camino, Mei llegó al país de la tribu del agua y no se demoró nada en impresionarse. La ciudad era sin duda la más hermosa que había visto a lo largo de años de viaje, pero lo más grandioso de todo era el mar. Cada vez que lo veía, no podía evitar sacarse los zapatos y correr a la orilla a mojarse los pies. Le agradaba del tacto arenoso bajo la planta de sus pies, era sin duda único y especial. Era en momentos así, que disfrutaba de la naturaleza, que sentía lástima por Kija. Él se estaba perdiendo de las mejores cosas de la vida por tener que estar encerrado en aquel pueblo entre árboles que cubrían todo el campo de visión, como si fuera un agujero.
Mientras disfrutaba del sonido pacífico del mar, escuchó como se iniciaba un bullicio a sus espaldas y al girarse se deparó con dos hombres que se gritaban agresivamente. Esa discusión atrajo la atención de los pueblerinos y no se demoraron en rodearlos para presenciar el espectáculo. Después de un par de gritos que no llevaron a ninguna parte, comenzaron a golpearse. La gente soltaba sonidos de sorpresa y en vez de tratar de enfriar la cosa, los animaban.
—Cielos...
Mei se enderezó la espalda, crujió los nudillos de sus manos y se adentró entre el círculo de personas. Llegó al centro después de tropezar con el pie de un espectador, haciendo que casi se llevara un puñetazo en toda la cara, que evidentemente no iba dirigido a ella, pero como tenía bien entrenada su rápida reacción, agarró el brazo del agresor y lo derrumbó de espaldas contra el suelo, después de haberlo alzado por los aires como si no pesara nada.
— ¡Maldita!
Mei se sorprendió un poco cuando el otro tipo que hacía parte de aquella discusión, corrió en su dirección, blandiendo un cuchillo que pretendió clavarle en el vientre, pero Mei, más hábil, y sobre todo más cuerda, le dio un golpe en la mano, haciendo así que dejara caer el arma al suelo, y luego le metió un rodillazo en el estómago que le hizo doblarse y caer curvado en el suelo. Le gente no tardó nada en desplazarse, sin cualquier motivo de interés en aquel espectáculo finalizado y ninguno se acercó a ver cómo estaban los tipos a los que Mei había golpeado, por lo que ella tuvo que darse al trabajo de preguntar por sus moradas y los arrastró hasta ellas.
Al principio aquel lugar le había gustado mucho, pero por el camino hacia sus casas, Mei había podido ver a varias personas tiradas por las calles, a las que nadie les prestaba atención, cosa que era de lo más alarmante. Era evidente que algo estaba sucediendo en aquel lugar, aunque ella solo era una pasante y no tenía por qué inmiscuirse en aquel asunto que olía a turbio. No es que fuera una insensible, ni que no estuviera dispuesta a ayudar en caso de que viera o escuchara algo, solo que ahora tenía prioridad en encontrar trabajo, ya que tenía los bolsillos vacíos, y como no lograra ganar algo dinero, era evidente que aquella noche tendría que volver a acampar, lo que no le molestaba, pero a veces sentía la necesidad de acostarse en una cama de verdad.
Entró en varios locales en busca de trabajo, pero no tuvo suerte y el tiempo seguía pasando, por lo que tendría que ir a cazar algo en el bosque para llenar el vacío de su estómago y ya mañana regresaría a probar suerte otra vez.
—Oye, chica, ¿en verdad buscas trabajo?
Mei se detuvo al escuchar la voz de una joven que corría detrás de ella.
La guerrera se ilusionó por un momento, hasta que se topó con el aspecto de aquella chica. Su vestido demasiado escotado no era buena señal.
—Ah, sí... —afirmó dubitativa.
— ¡Entonces eres perfecta para lo que estamos buscando! —la chica arrugó la nariz al alegrarse y juntó las palmas de sus manos.
—No creo... —Mei sacudió la cabeza, mostrándose totalmente en desacuerdo.
—Claro que sí. ¡Eres la mujer más hermosa que he visto por aquí! —la tomó de las manos presa de un grande entusiasmo — ¡Así que eso hace de ti la mujer perfecta para este trabajo!
Mei no ofreció cualquier resistencia cuando aquella agradable muchacha la arrastró, porque esperaba equivocarse, pero en cuanto la pusieron detrás de un biombo de madera y comenzaron a sacarle la ropa, supo que, en efecto, había pensado bien a la primera.
— ¡Espera! —se agarró de la parte superior de la ropa, frenando la acción de la muchacha — ¡No pienso hacer nada indecente!
— ¿Qué tiene de indecente bailar? —cuestionó la muchacha con inocencia, agitando sus largas pestañas.
— ¿Bailar? —Mei no esperaba que aquello se tratara de un simple baile. No tenía nada que ver con lo que había supuesto, pero de todos modos seguía sin ser de su agrado, pero cuando la chica le dijo la cifra que le pagarían, fue la misma Mei que se sacó la ropa y se puso el vestido que la chica le entregó. Era demasiado escotado para su gusto, pero el precio lo valía. Era una suerte que la abuela le hubiera obligado a participar en las prácticas de baile que enseñaba una señora de la aldea, porque si no se habría perdido aquella oportunidad única.
Frente a varios hombres de aspectos unos más indeseables que otros, Mei se presentó maquillada y con el vestido, y nada más inició el toque del shamisen, la joven comenzó a moverse en la danza, lo que se daba mejor después del arte de la lucha y manejo de armas. Evitó mirarle a los ojos de cualquier ser presente allí y se mostró más sensual y femenina que nunca. Se entregó por completo a la danza hasta el final.
— ¡Fue increíble! —exclamó la chica muy emocionada en cuanto Mei entró al mismo cuarto en donde había estado vistiéndose y maquillándose — ¡Sin duda serías famosa como bailarina!
—Gracias, pero no estoy interesada en ello —desprenderse del maquillaje que le pesaba en el rostro y de aquella ropa significaba para ella un grande alivio —Yo prefiero ser un alma libre y vagar por dónde quiera y cuando me plazca. Esto solo lo hice porque necesito el dinero.
—Vaya —la chica no pudo evitar ilusionarse al escucharla —Es increíble y muy valiente por tu parte que viajes sola. Yo nunca sería capaz.
—Bueno, como desde niña me he interesado por la lucha y el manejo de las armas, pues puedo defenderme sin problemas —sonrió orgullosa, terminando de ponerse su ropa —Y sin duda es genial el poder valerse de una misma y no tener que depender de la protección de nadie.
—Ojalá yo hubiera sentido ese interés por la lucha, pero no importa —encogió los hombros, hablando sinceramente —Con lo que gano aquí vivo muy bien y además de que estoy casada con el hombre más amoroso del mundo.
Mei no pudo evitar pensar en el estúpido ojos caídos y sopló, borrándolo de su mente. Aunque su recuerdo no presentó cualquier incómodo para su corazón, porque ya lo había superado.
Satisfecha con el pago en su mano, Mei se hospedó en un buen hostal, en donde descansó como una reina hasta ya pasadas las doce de la tarde. No había pensado en quedarse mucho en aquel lugar teniendo en cuenta la mala vibra que se inspiraba, pero quería descansar por un día entero y no dar un único paso, por lo que se quedó todo el tiempo en la habitación. Ya después, al día siguiente, salió del hostal con la intención de marcharse, pero, lo que ella creyó que era una visión, la hizo esconderse por inercia en un callejón, y desde detrás de una pared y con el corazón descontrolado, buscó cerciorarse de que estaba equivocada, pero, aquella visión se presentó demasiado real. Era Jae—ha. Él estaba allí y caminaba en su dirección, por lo que volvió a ocultarse, pero no tardó nada en sentirse patética por haberse escondido. No tenía razón alguna para ocultarse ni le preocupaba que él la cuestionara, así que, con una expresión seria, salió y lo enfrentó sin temor. Esperaba que la abordara con preguntas y volviera a tratar de engatusarla, pero no ocurrió.
Jae—ha, el que hacía nada estaba caminando, ahora se encontraba tirado en el suelo en mitad de la calle, y Mei, pese a cómo terminó lo que había entre ellos, no pudo evitar sentirse presa de una enorme preocupación.
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