章 - 3.
—Déjame probar —Jae—ha tomó un poco de la sopa que Mei estaba preparando —Está delicioso. Sin duda vas a ser una excelente esposa.
No desaprovechaba ninguna oportunidad para coquetear y acercarse a ella. Hacía ya días que no iba al pueblo por su cuenta ni buscaba la compañía de otras mujeres. Mei estaba clavada en su corazón como una espina, pero no le ocasionaba ningún dolor el tenerla.
—Jae—ha, yo no pienso ser la típica ama de casa, qué horror —sacó la lengua en señal de asco —Y menos para unos ojos caídos como tú.
—Unos ojos caídos que te gusta —se inclinó sobre ella. Mei al retroceder se tropezó, pero antes de que ella misma regresara al equilibrio, Jae—ha la agarró por la espalda y la apretó contra él. Esa cercanía hizo que su corazón se perdiera en latidos desmesurados.
Jae—ha logró que Mei se mantuviera quieta, con los ojos pausados en los suyos. Creyó que aquella sería la oportunidad que había estado aguardando para besarla, pero ella volvió a esquivarle, y al contrario que las otras veces, esta vez le resultó doloroso su rechazo.
—Mejor atiende a tu sopa o se va a quemar —esa fue la excusa que uso para separarse e irse. No quería que ella llegara a ver su amargura.
Hasta aquel entonces, Mei le había estado evitando, porque no sentía nada por él y también porque le tenía cierto recelo a enamorarse, pero en aquella ocasión golpeó sus temores y se acercó a Jae—ha, le agarró del brazo y en cuanto él se volteó, ella le dio un beso fugaz en los labios, lo suficiente para que sus mejillas enrojecieran. Era su primer beso, así que era normal que se sintiera de ese modo.
—Mei...
Aquella acción fue el detonante para que él se permitiera besarla como tanto había estado anhelando. Presionó con fuerza sus labios contra los suyos, mientras a pasos torpes la hizo retroceder hasta que su espalda chocó contra la pared de madera del barco.
—Jae—ha...
Ella apenas pudo hablar ante la adhesión de sus labios. Los besos de Jae—ha eran poderosos y era notable la experiencia, cosa que a ella la hizo sentirse vulnerable; cuando hacía mucho que no se sentía de ese modo.
—Te amo —le dijo él con una confianza plena, con la boca llena de aquel sentimiento, besándola sin freno. No era capaz de detenerse ni de moderar la fuerza que ejercía sobre aquellos labios.
Mei lo sintió dentro de su boca, jugando con su lengua, y aunque eso la hizo sentirse incómoda, no le detuvo, y eso que podría hacerlo. Le dejó besarla y ella le correspondió tan bien como podía, hasta que él decidió alejarse, porque para él, Mei no era cualquier chica y en su empeño de respetarla le dejó espacio.
—Te pediría perdón por excederme, pero no lo haré —Jae—ha dejó que una sonrisa larga ocupara sus labios. Nunca su sonrisa había irradiado tanto ni su corazón había pesado tanto.
—Ah, sí... —Mei se sintió de lo más estúpida por estar tan avergonzada. La imagen bochornosa de ella ruborizada era insoportable. No le gustaba para nada verse como las chicas del pueblo que solo pensaban en su novio y demás cursiladas.
No supo qué decirle, así que solo apagó el fuego de la hoguera que cocinaba la sopa y se quedó quieta, hasta que tuvo el valor de volver a mirarle con seriedad, aunque aún con el rostro caliente.
—Escucha, Jae—ha, lo de ahora ha sido...
—No ha sido un error —pronto redujo la distancia y la tomó por la cintura, pegándole a él.
—Pero yo no voy a quedarme en este pueblo durante mucho tiempo —la idea de verse viviendo en un mismo lugar no la complacía en lo absoluto. No iba a hacerlo cuando había estado hasta sus trece años prisionera de uno.
—Bueno, a mí no me importaría seguirte después de que resolvamos esto de las mujeres desaparecidas —rozó la nariz en su mandíbula, haciéndola estremecer —me vas a tener pegado a ti.
La sola idea hizo que a Mei se le inflamara el corazón. Salir de viaje junto a él sería sin duda una experiencia grandiosa, mejor de lo que ya había vívido. Cuando era tan solo una niña, había llegado a pensar que lograría arrancar a Kija del pueblo y viajar con él, pero eso no había sido más que un sueño, porque sabía que él nunca lo habría aceptado, porque era un hecho que los dragones tenían como prioridad el seguir al dragón rojo, aunque con Jae—ha nunca había hablado acerca de ello.
—¿Estás seguro de que quieres seguirme? —retrocedió, zafándose de sus brazos —Creí que los dragones tenían como misión el seguir al dragón rojo.
Jae—ha ni siquiera estudió esa posibilidad, solo sonrió divertido y tomó del mentón a la joven, haciendo que le mirara.
—Yo no me voy a doblegar ante mi sangre ni ante leyendas, no estoy dispuesto a seguir el camino que otros han escrito, yo haré lo que se me plazca.
Después de aquellas palabras, Jae—ha volvió a besarla y ella le correspondió. Con él estaba dispuesta a trazar su camino.
Al día siguiente, por la tarde, Jae—ha fue solo al pueblo después de un tiempo y cuando llegó vino a contarle a la capitana sobre un hombre que había conocido y que se veía de lo más prometedor en lo que respetaba a su fuerza, y aunque la capitana no pareció interesada, en cuanto Jae—ha le hizo saber que era justo su tipo, dijo que lo quería en su tripulación. Luego, más tarde, le habló de ello a Mei con todo lujo de detalles, la besó largo y tendido con deseos de más, le pidió que al día siguiente tuvieran una cita y después se fue hasta su habitación.
Mei y Jae—ha fueron juntos al pueblo en la mañana. Él la llevó en brazos en uno de sus increíbles saltos, solo con tal de hacerla sonreír. Luego visitaron algunos puestos de comida, porque ella estaba más interesada en eso que en accesorios y demás artículos que acaparan la atención de las otras chicas.
Mei estaba casi babeando encima de unos pastelillos de un puesto, cuando sintió que tiraban de su larga trenza. Estuvo a punto de darle un puñetazo en toda la cara a Jae—ha, pero él la esquivó justo a tiempo.
—¿Quieres morir? —se agarró la trenza mientras le veía con una mirada asesina, cuando de repente se percató de que tenía un lazo azul casi en la punta de su trenza, lo que hizo que frunciera el ceño —Ojos caídos, esto no va conmigo.
Le gustaba aquel accesorio, pero no en su cabello. Algo tan coqueto como aquello no se le veía para nada bien y mucho menos con el vestuario masculino que vestía porque eso le permitía viajar más a gusto y luchar sin restricciones en caso de que lo necesitara.
—Combina con tus hermosos ojos —se acercó a ella sin permiso y se apropió de sus labios, sin darle cualquier importancia al posible público.
—Lo que digas —refunfuñó entre dientes, sin creérselo, aunque tampoco se quitó el accesorio.
—Bueno, ahora, ven conmigo —la tomó de la muñeca y tiró suavemente de ella.
—¿A dónde? —quiso saber, pero Jae—ha solo le dijo que era una sorpresa.
Al lugar al cual la llevó era una tienda de hermosos vestidos, en donde fueron atendidos por un hombre de aspecto muy raro que les trató con lisonjería, siempre frotando las manos, demostrando su ansiedad en vender.
—Ni hablar, ponte tú estás ropas —Mei negó todo lo que ese hombre le mostró. Total, había tenido la intención de hacerlo nada más entraron.
—Sé que se me verían bien, pero a ti seguro se te ven mejor —le dijo el dragón verde con orgullo, haciendo que Mei se riera. El tipo tenía un ego inmenso.
—Señorita, no va a pretender casarse con esas fachas —dijo el dueño con su voz irritante.
—¿Quién le dijo que yo me voy a casar? —le cuestionó Mei viéndole con la ceja enarcada.
El hombre miró a Jae—ha con una cara confundida y Mei no pudo evitar ruborizarse. ¡Jae—ha estaba pensando demasiado en futuro para tratarse de un ligón!
Él no dijo nada, apenas encogió los hombros, como si el asunto no fuera con él, o quizás también estaba avergonzado por lo que había inventado.
Mei seguía estando en contra de vestirse algo como aquellos vestidos, pero de repente quiso verse más femenina, aunque fuera solo por un instante, por lo que solo agarró uno de los varios vestidos que el hombre tenía en brazos y fue a cambiarse. Pensó que cualquiera la convencería, pero terminó por probarse unos cuantos.
—Me complace que te lo pienses tanto por mí —canturreó Jae—ha desde de la entrada, haciéndola muda y roja. El desgraciado tenía razón. Se lo estaba pensando tanto por su culpa.
Un rato después, Mei salió por fin y Jae—ha se ilusionó antes de llegar a verla, pero cuando la vio con el mismo vestuario, se sintió muy decepcionado.
—Vámonos —soltó ella sin mirarle, solo para no volver a ruborizarse, aunque sobre todo para que no leyera sus intenciones.
Jae—ha después de eso actuó del mismo modo, y no insistió respecto a los vestidos, lo que agradeció, ya que, si hubiera insistido, no se habría esforzado tanto en maquillarse y en ponerse ese vestido a la tarde del día siguiente. El dragón verde había salido, al parecer a buscar a aquel hombre, por lo que Mei tenía la intención de encontrarle y sorprenderle con un look totalmente distinto. Nada más comenzó a caminar por el pueblo, varias miradas se posaron en ella. Si vistiendo ropa de hombre se veía hermosa, en aquel día no había palabra alguna que definiera su belleza. Se veía digna de una princesa y aunque las telas no eran tan bien trabajadas como las de ellas, vestidas en ella se veían como tal.
Caminó un tanto apenada, pero no se detuvo ni se dejó amedrentar por la situación en el pueblo, porque si algún sujeto sospechoso se acercaba a ella, tenía la intención de clavarle el cuchillo que llevaba pegado a su pecho.
Era una locura haber ido sin haberlo citado, pero es que quería que fuera una sorpresa en todo su esplendor. Quería verle con la boca abierta.
Caminó un largo rato, buscó por entre las personas, se asomó en los locales, hasta que se deparó con su cabello verde que sobresalía por su tono y altura. Comenzó a emprender una breve correría, sin querer llamar la atención, cuando se percató de que no estaba solo. Jae—ha tenía el brazo estirado por encima de los hombros de un sujeto, el que supuso que era aquel hombre fuerte que había mencionado. Lo de querer conocer a dicho hombre se apagó de su cerebro cuando vio en donde Jae—ha entró arrastrando con él a aquel sujeto.
Se detuvo frente a la puerta de aquel local y pronto sintió que su corazón se caía y se hacía pedazos. Reconocía esos sonidos de placer que provenían del interior de aquellas paredes y no tardó nada en escuchar la risa de Jae—ha saliendo a través de una ventana abierta. Las chicas se reían en su compañía. Se lo estaba pasando muy bien y ella estaba allí... haciendo el ridículo. Se sintió la persona más estúpida que pudiera existir. Se había arreglado con esmero, puesto aquel vestido y calzado aquellos zapatos que le estaban quemando la suela de los pies. También se había soltado el cabello, dejando una única trenza a un lado de su rostro, la cual se agitaba y le hacía ver el lazo que él le había obsequiado. Como una estúpida, ella...
De repente comenzó a correr, no sabía a dónde, pero quería escapar. Quería librarse de ese aspecto tan estúpido y olvidarse de todo lo que había vivido con aquel sujeto, pero sobre todo quería golpearse y más tarde lo haría. Se golpearía tanto hasta el punto de ser irreconocible. Solo así sentía que estaría satisfecha.
Nada más llegar al barco, se desprendió de las ropas, del lazo, y lo dejó tirado en el suelo de la habitación de la capitana, se puso su ropa de costumbre, se trenzo el cabello y se marchó, sin despedidas, nada. Más tarde se iba a arrepentir de haberse ido de esa manera, pero en ese momento huir le pareció la mayor prioridad.
Más tarde, Jae—ha regresó al barco después de haberse pasado parte del día huyendo de la presencia de los dragones, lo que resultó siendo en vano, ya que, por un accidente había terminado por conocerlos. Por fin había conocido al descendiente del dragón rojo, el que para su sorpresa era apenas una jovencita que no imponía temor alguno. En el momento que la vio la sangre de su pierna derecha hirvió como la mismísima lava al tiempo que una voz ancestral invadía su mente dictándole que protegiera al dragón rojo, cosa que no tenía la intención de hacer, pese a que la chica era sin duda una monada.
—Mei — ojos caídos buscó a su amante en la habitación de la capitana y cuando vio el vestido tirado en el suelo junto al lazo que le había regalado, una sensación amarga pinchó su pecho —¿Mei? —fue con la preocupación latente en su corazón que la buscó por el resto de la embarcación y al no hallarla fue hasta al pueblo, pero, aunque pasó horas de búsqueda, no halló rastro alguno de aquella trenza azabache vagando por alguna parte, era como si la tierra la hubiera consumido.
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