章 - 25.
—¡Princesa!
Yona se hallaba sentada frente a un espejo, observando su reflejo tímidamente, mientras dos sirvientas se encargaban de arreglarla para el día más importante de toda su vida. El órgano que reinaba en su pecho estaba sumamente exaltado, y se hallaba un pelín irritada por lo tanto que le sudaban las manos. No solo padecía de felicidad, en ese instante, su ser era una telaraña de emociones.
—¿Qué sucede? —Yona se giró al escuchar a la sirvienta que recién entró en su recámara y notó en su expresión nerviosismo y fatiga. Parecía haber estado corriendo un largo rato.
—¿Ha visto a la señorita Mei? —cuestionó la mujer, manteniendo la compostura frente a la princesa y por ello no soltó el largo suspiro que quería escapar de su boca.
—No, no la he visto. ¿Ha sucedido algo? —Yona se preocupó. Era extraño que Mei se hallara ausente a aquellas horas, cuando ya debería de estar preparándose para el evento.
—Verá, yo y dos de mis compañeras fuimos hasta la recámara de la señorita Mei para comenzar a prepararla, pero no la encontramos allí, y entonces nos dispusimos a buscarla, pero hasta ahora no la hemos encontrado.
La tan buscada guerrera, se hallaba en los establos, junto a una yegua color negro, a la que acariciaba el hocico.
—Creo que se me va a salir el corazón —Mei se sentía desfallecer. Estaba segura de que si seguía tan nerviosa le iba a dar un ataque —Estoy hablando en serio. Nunca en toda mi vida me había sentido tan nerviosa.
La yegua relinchó, como si le estuviera respondiendo.
—Ya lo sé —afirmó, como si le hubiera entendido —Sé que tengo que irme, pero es que lo intento y no puedo caminar. Además, creo que en cuanto comience a caminar en dirección al altar, voy a vomitar, porque tengo el estómago todo revuelto.
El animal apenas soltó un largo suspiro, como si Mei le estuviera sacando de sus casillas con tanto drama.
—¿Mei? ¿Estás ahí? —el adorable rostro de Zeno surgió por encima de la puerta de madera del establo y en cuanto vio a Mei esbozó una amplia sonrisa —¡Todos te están buscando!
Mei se llevó la mano a la cabeza y se la frotó con ansiedad. Estaba visiblemente muy apenada y el temblor que la azotaba era atroz.
—¡Tranquila! —Zeno entró en el establo y tomó las manos de Mei, mirándole con ternura —Vamos, Mei, yo te acompañaré.
Aquella oferta significaba mucho para Mei en aquellos momentos. Sin duda Zeno valía oro.
Gracias a su compañía, Mei logró llegar a su habitación, y en cuanto las sirvientas la vieron, la agarraron, la sentaron frente al espejo y comenzaron a prepararla con cierta ansiedad.
—Lo siento, chicas —se disculpó Mei, cabizbaja. Estaba muy avergonzada por haber significado un grande problema.
—Tranquila —una de las sirvientas le habló con dulzura —Yo el día de mi boda, pensé en dejar a mi marido plantado en el altar, y eso que lo amo con locura.
Sus compañeras se rieron y Mei apenas trazó una sonrisa, agradecida por saber que no era la única que se sentía de semejante modo. Claro que, ella nunca pensó en dejar a Jae-ha plantado. Nunca sería capaz de hacerle semejante feo.
—¡Lista!
Cincuenta y tres minutos después, Mei ya estaba lista para ser desposada por Jae-ha, al menos en imagen, porque referente a su estado psicológico, no estaba preparada en lo absoluto.
—¡Estás hermosa, mi querida Mei! —exclamó Yang junto a ella, a la que no había visto llegar. La rubia también estaba muy bonita aquel día —Estoy segura que en cuanto te vea, Jae-ha va a sufrir un infarto.
—Me muero de ganas por ver a Yona. Seguro está muy hermosa —comentó Mei, al recordarla de repente. Pensaba y actuaba a cámara lenta.
—Yo tampoco la he visto todavía, así que no te puedo decir, pero seguro está tan hermosa como tú. Las dos seréis las novias más hermosas que se han visto en años.
Yang Yang estaba muy ilusionada y fantaseó con la idea de que ella también fuera una de las novias de aquel día, y aunque todavía le pesaba el rechazo de Shin-Ah, no dejó que eso influyera en ella aquel día.
Poco después, sujeta al brazo de Yang, Mei caminaba hacia su destino, escondida bajo un velo rojo, de bordes dorados, que cubrían su rostro. Su vestido era del mismo color y las decoraciones color oro.
Mei se sentía muy incómoda llevando aquella ropa, y estaba agradecida de tener el velo cubriendo su rostro, porque de ese modo podía caminar menos abrumada por la pena.
A lo largo de su caminata, escuchaba las felicitaciones de todos los sirvientes, los sonidos de emoción de las jovencitas y a Yang, animándola a seguir adelante y también asegurándole que iba a ser muy feliz.
Mei confiaba en que sería así, que junto a Jae-ha, sería la mujer más feliz del mundo. Bueno, ella y Yona serían las mujeres más felices del mundo.
Al llegar frente a las puertas de la sala donde se celebraría la unión, Mei se detuvo al toparse con la otra novia. No pudo distinguirla muy bien por el velo, así que lo levantó de forma discreta, y en cuanto se topó con los ojos de Yona, la que alzaba también el velo, no pudo evitar reírse. Ambas compartieron una risa feliz y nerviosa.
—¡Mei, no debes ser tú la que levante el velo! —Yang le dio un pequeño golpe en la mano que sostenía el tejido y Mei obedeció.
Yona también recibió un regaño por parte de Lili, la que era su acompañante.
Asaltadas por un nivel superior de nervios, Yona y Mei entraron en el enorme salón, y siguieron el camino que trazaba una alfombra roja que no parecía tener final. Yang tenía que tirar un tanto de Mei para que esta avanzara, porque si no estaba segura de que no se movería.
Conforme llegaban al final de la alfombra, Mei sentía su estómago cada vez más revuelto, por lo que no pudo pensar en más nada que no fuera controlarse. Porque si vomitaba en medio de la ceremonia, iba a salir pitando y ahí sí que dejaba a Jae-ha plantado en el altar.
El sacerdote comenzó a dictar la típica charla de promesas y demás, pero Mei no escuchó en lo absoluto. El tiempo allí de pie se le hizo eterno. Era un sueño y también una pesadilla.
—¡Mei! —escuchó a Yang llamándola desde un lado del altar. Sonaba bastante nerviosa —¡Responde a la pregunta del sacerdote!
—¡Ah, sí! ¡Sí! —asintió con torpeza —¡Acepto!
–Y usted, Jae-ha, ¿está dispuesto a amar y respetar a Mei, en la salud y la enfermedad, hasta que la muerte os separe?
—Sí, por supuesto. No hay nada que desee más.
Mei sonrió por detrás del velo rojo, sintiendo de repente que la felicidad superaba su estado de nervios.
Después de que el sacerdote formulara las palabras que marcaban el principio de su vida siendo un matrimonio, Mei sintió que la oscuridad y privacidad que le otorgaban el velo se desvanecía, permitiéndole captar la hermosa imagen de su ya esposo, el que, sonriendo, acercó su rostro y la besó.
A continuación, un sinfín de aplausos inundó la sala, y en brazos de Jae-ha, Mei se quedó viendo a todos con un aire embobada, hasta que se topó con la hermosa imagen de Yona.
—¡Yona!
Mei quiso recortar la distancia y abrazarla, pero en ese instante, se vio atrapada en un mundo oscuro.
—¿Qué está pasando?
Se asustó mucho al verse allí sola, pero no tardó en tener compañía, solo que, aquel acompañante no era humano.
El dragón blanco, el ser legendario que había legado de sus poderes a los descendientes, la miró con intensidad y Mei se quedó perpleja ante su majestuosidad y la dimensión de sus dientes.
—Queridos descendientes, guerreros, habéis luchado tenazmente.
En el momento que sintió una mezcla de voces procedentes de otras direcciones, Mei se volteó y se topó con los otros dragones mirándola con seriedad, haciéndola sentirse pequeña.
Ella no era la única atrapada en aquel mundo. Cada uno de los descendientes, en aquel instante, estaban presos en aquel mundo, cada uno aparte. Incluso Hak era testigo de las imágenes y voces de los increíbles dragones.
—Habéis sabido conservar nuestro poder durante generaciones y habéis cumplido a la hora de proteger a la que heredó el poder del dragón rojo. A partir de ahora, ya no tendréis necesidad de nuestro poder, pues ahora son correctos los reyes que ahora ocuparan el trono. Bajo su reinado, os esperan muchos años de paz y prosperidad.
Los dragones hablaban al mismo tiempo, perfectamente sincronizados.
Todos los que los testificaban estaban impactados y no podían formular una sola palabra.
—¿Por qué?... —murmuró Mei, dirigiéndose directamente al dragón blanco, el que la miraba seriamente —¿Por qué estoy yo aquí? Yo... No soy ninguna descendiente.
—Te criaste en mi pueblo, y por ello eres una descendiente —Pese a que el dragón le habló con aquella voz temible, Mei no pudo evitar que sus ojos se cristalizaran —Y además, tanto tú, como tu hermano, protegieron a la princesa.
—Mi...
Mei se quedó muda al depararse con Hak frente a ella, y al creer que era apenas una imagen, estiró el brazo. Él imitó su acción y se tomaron de la mano.
En ese instante, la imagen de una bebé en brazos de un niño pequeño, surgió ante ellos. Fue fácil reconocer a Hak en el rostro de aquel infante y en la bebé se vio a ella misma.
Cuando en aquella mismo escenario surgió el rostro de un hombre y una mujer, tanto Hak como Mei no pudieron evitar sentirse emocionados. Desde el primer instante, supieron que aquellos eran sus progenitores.
En aquella imagen se veían felices, pero de pronto, otro imagen se sobrepuso. En esta, los cuerpos de sus progenitores estaban tirados sin vida en el suelo.
La secuencia de imágenes prosiguió, mostrando a los dos hermanos, tomando caminos separados. Hak fue llevado por personas de la tribu del viento, mientras que Mei fue llevada por personas con malas intenciones, pero más tarde los del pueblo de Kija la salvaron.
Ambos hermanos, pensaron que no podrían ver más acerca de su pasado, pero varias imágenes de su crecimiento surgió ante ellos. Pudieron testificar escenas graciosas del uno y del otro, las que señalaron y rieron. Hak era mejor a la hora de burlarse, por lo que Mei le dio más de un golpe en el hombro, pero igual se reía.
Poco después, la secuencia de escenas llegó a su final.
—Queridos descendientes, ya no nacerá ningún niño con el poder de ninguno de los dragones. Nuestros poderes serán apenas una leyenda cuando los actuales poseedores mueran.
—¡Esperen!
Una voz sonó desesperada en aquel espacio en negro, y todos los dragones voltearon en dirección a aquel joven rubio que tenía los ojos abnegados de lágrimas.
—¡¿Y qué pasará conmigo?! —reclamó Zeno, sufriendo ante el pensamiento de verse más solo que nunca.
Hasta aquel entonces, se había sentido un poco consolado de saber que nacían otros que heredaban el poder de los dragones, pero sin ellos, se vería absolutamente solo una vez sus amigos murieran.
—Zeno—el dragón amarillo se dirigió a él —al igual que tus compañeros, conservarás tus poderes, pero solo hasta el momento en que suspires por última vez. Ni una lanza ni enfermedad lograran quitarte la vida, pero sí la vejez que con el tiempo te alcance.
—¿En serio?
El rostro de Zeno se descompuso al escuchar aquellas palabras. Había caminado durante una eternidad en la absoluta soledad. Había sufrido la muerte de muchos a los que quiso, padecido mucho dolor en sus carnes, y al fin, después de tanto sufrimiento, que le anunciaran que moriría, le arrancó un fuerte llanto.
Por fin, el brillo de los dragones se desvaneció y Mei y los demás regresaron justo al momento antes de lo que había parecido un sueño.
De inmediato, tanto la guerrera como el nuevo rey, cortaron la distancia que los dividía y se fundieron en un poderoso abrazo.
—¡Hermano! —soltó Mei sintiendo que se le desgarraba la garganta al pronunciar aquella palabra —¡Lo sabía! ¡Eres mi hermano!
—Hermana —Hak también pronunció aquella palabra con mucho cariño y no pudo evitar sonreír.
Ambos se separaron y se miraron sonrientes, y no tardaron en reír.
Ellos habían sido los únicos que habían visto aquellas imágenes, por lo que todos los presentes les miraron confundidos.
—¿Qué sucedió? —Yona se paró junto a ellos y les miró, esperando que alguno les respondiera.
—Que ahora por fin estamos cien por cien seguros de que somos hermanos —confesó Mei sin poder parar de reír y llorar. Era demasiada felicidad para tan solo un día.
Hak atrapó a Yona e hizo que se uniera al abrazo. Los tres compartieron la misma dicha.
—Falto yo —Jae-ha alzó la mano, haciéndose notar.
—Me niego a abrazar al ojos caídos —Hak sacudió la mano como si espantara una mosca —¡Shu, shu!
El amplio público se unió en un júbilo de carcajadas. La cara de Jae-ha no tuvo precio cuando Hak salió del salón, llevándose a su esposa y a su hermana del brazo.
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