Veinte y tres.

Yona se derrumbó sobre una montaña de cenizas, sosteniendo un pedazo de tela de la ropa del guerrero manchada con su sangre. Sus lágrimas se fundían con el terreno.

—¡Hak! —su garganta ardió por el grito, pero no sació el llamado.

Lo buscaba por aquel panorama horrible. Lo buscaba pero no surgía ninguna señal.

—Hak, no me dejes... No me dejes —murmuró afónica, con su garganta cansada —Hak...

Abrió los ojos abruptamente. Su pecho se hinchaba agresivo.  El sudor pesaba sobre su ser. Giró la cabeza de un lado para otro, buscando endereza para su visión, la que poco a poco fue logrando captar el ambiente. Halló la corteza de los árboles. Sus ramas delgadas se mecían suavemente movidas por el breve viento. Estaba acostada sobre una manta vieja y cubierta con otra.

—Princesa Yona, ¿se encuentra bien?

Observó a la joven presente, alumbrada por los rayos del sol, reconociendo que era incluso más hermosa de lo que le había parecido en la noche.

—Ah, sí, no se preocupe —asintió con cierta torpeza, aún un tanto resentida por lo que había acontecido, aún sabiendo que en realidad no existía nada entre ella y Hak.

—Princesa, puede tratarme con más confianza —se agachó junto a ella, sonriente —No sabe lo feliz que estoy por finalmente poder conocerla.

Estaba siendo sincera. Pese el dolor de su desamor, Hikari había deseado que Hak encontrara a Yona y de una vez pudiera llenar los espacios vacíos de su memoria.

—En ese caso, quisiera que me trataras por igual —Yona esbozó una sonrisa, alejando de una vez aquella espinita que tenía clavada en su corazón —¿Sabes dónde se encuentra Hak?

Por un instante aquella visión la asaltó, ocasionándole un dolor en el pecho. 

—Sí, ha ido a buscar algo para comer. No debe tardar en regresar. Mientras, ¿qué le parece si se toma un baño? Antes encontré un pequeño lago bastante agradable.

—Ah, sí...

De repente un rubor se presentó en su rostro al rememorar la escena de anoche. Tenía que reconocer que no estaba presentable ni su olor era agradable. Además, su cabello parecía una telaraña.  En ningún momento había pensado en ello, hasta aquel entonces. 

—Sí, iré. Gracias, Hikari.

—Le guiaré hasta allí.

Se apresuró en abandonar el lecho improvisado y siguió el caminar tranquilo de la joven. Desde atrás observó su hermoso cabello ondulado de un castaño chocolate, sin ningún nudo, brillante bajo los matices del sol.

Caminaron un rato, hasta que localizaron el mencionado lago entre los árboles. Era un osasis de paz construido por la ausencia de personas, hundida bajo el canto de las aves, el roce de las hojas de los árboles y el viento tranquilo.

—Princesa Yona, le dejo aquí la toalla, el peine y una muda de ropa. Siento que no sea la gran cosa —se refirió al vestido sencillo de algodón de un color neutro.

—No lo sientas. En serio te lo agradezco mucho. Estaba cansada de estos harapos.

—Oh, se me olvidaba —Hikari cayó en la cuenta de que la princesa andaba descalza —Ahora mismo le traeré unas sandalias de paja.

—¿Las hiciste tú?

Hikari se detuvo, algo sorprendida por el repentino interrogante que no creyó que inculcara algún interés en una princesa. 

—Ah, sí, aprendí a hacerlas cuando era niña —sonrió, recordando un instante vago de su infancia. 

—Ya veo. Muchas gracias.

Hikari no esperaba conocer a una mala persona, pero tampoco imaginó a una princesa que agradeciera tanto. Era distinta a los nobles que había conocido.

—No hay de qué. Estaré cerca por si necesitas mi ayuda.

Yona dejó caer el deteriorado vestuario al suelo y se sumergió en el agua tibia. Mientras deslizaba las manos por su cabello húmedo, volvió a pensar sobre lo ocurrido anoche. Acerca del olvido de Hak, pero no se dejó consternar por ese hecho.  Tenía la esperanza de ser capaz de ayudar a Hak a recuperar sus memorias.

—Princesa Yona, aquí le dejo las sandalias.

La voz de Hikari interfirió en sus pensares.

—Hikari, te dije que me trataras también con confianza. Muchas gracias por las sandalias, te salieron perfectas.

La observó con sus ojos esmeraldas. Yona no dejaba de sorprenderle. Era muy agradecida. 

—Vaya, no pensé que fueras así, Yona —se agachó junto al lago, sacudiendo ligeramente las sandalias de paja —Quiero decir, no es común que un noble sea tan agradecido.

—Bueno —se ruborizó ligeramente.  Encogió de hombros —Ya he vivido bastante tiempo fuera de palacio. Antes solía ser algo distinta. Una niña que no hacía más que quejarse de su cabello rebelde —soltó una suave risa, algo incómoda. 

—Vaya...

Tenía curiosidad.  ¿Por qué razón viviría una princesa en comunión con el pueblo? ¿Qué le habría ocurrido? Aunque le cuestionara a Hak, él no sabía hablarle sobre el asunto.

—¿No sabes nada sobre mí? —preguntó Yona de repente, dirigiendo su mirada al agua cristalina.

—No —negó con la cabeza —Apenas sé lo poco que Hak recordó.

—Así que en verdad no recuerda nada... —deslizó la palma de su mano por encima del agua, formando pequeños trazos que se desvanecían al poco tiempo.

—No, y créeme que se ha sentido frustrado todo el tiempo por ello —Hikari se sentó en el suelo y abrazó sus piernas.  Ahondar en el tema le resultaba doloroso, porque aunque su deseo fuera apoyar a Hak, su corazón pensaba de un modo diferente —Pero creo que ahora te encontró podrá recordar todo... —apretó su muñeca en un intento por disipar el dolor.

—Sí —una sonrisa de esperanza afloró en sus labios —Yo también pienso de ese modo.

Hikari mecía las sandalias distraídamente, mientras la princesa hacía la labor de deshacerse de la mugre con un jabón que ella le había dado. Su hermoso cabello rojo resplandecía aún estando húmedo.

🌸🌸🌸

—Vaya, huele bien —comentó Hikari.

El olor de la carne asada les llegó en la lejanía.  Hak estaba sentado en el suelo, junto a la hoguera, cuidando de que la carne no se quemara.

Yona sufrió una embestida en su corazón al verle. Todavía no podía creer que en verdad estuviera allí.  Que no era el producto de un sueño. Hak estaba vivo.  Su apariencia era más madura, pero era él.  Era Hak.

Sus miradas estaban en sincronía, observándose en silencio, hasta que él decidió ver a Hikari. Sintió que huía de ella. Que se sentía un tanto incómodo por su presencia. Y aunque Yona conocía la razón de dicha acción, no pudo negar una punzada en su pecho.

—Yona, ¿no tienes hambre? —Hikari le tocó en el hombro en un intento por llamar su atención. 

—Ah, sí —asintió un tanto desconcertada, incómoda por el extraño ambiente que se había originado entre ella y Hak —En verdad tiene buena pinta. Antes eras un desastre en la cocina —una pequeña risa escapó de sus labios.

—¿En serio? —Hak mostró interés. Tendió un pincho de carne a la princesa.

—Muchas gracias —lo tomó, sintiendo que se perdía en los recuerdos —Sí, no tenías dotes para la cocina, pero siempre te esforzaste por mí. Me cuidaste sin pedirme nada a cambio...

Permaneció en pie, incapaz de saber si podía ocupar un lugar junto a Hak. Las cosas habían cambiado entre ellos. Aunque anoche se hubieran besado, las cosas habían cambiado. Existía la posibilidad de que Hak nunca recordara su pasado, que... no volviera a amarla.

—Siéntese, princesa Yona —le pidió Hak con voz profunda, logrando que colapsara su corazón.

—Ah, sí.

Sintió que las piernas se le derretían hasta que quedó sentada junto a él.  Acercó la carne a los labios y permaneció prendada del rostro masculino.  Él no se daba cuenta pues estaba ocupado vigilando la carne que todavía se cocinaba.

—Toma, Hikari —Hak le tendió otro pincho de carne a la joven que lo acompañaba. 

—Muchas gracias, Hak —Hikari forzó una sonrisa. 

Se sentía ajena a aquel ambiente. Ella no debería de estar allí.  Era imposible que pudiera digerir el alimento.

—¿No le gusta?

Yona respingó al sentirse el punto de mira de su mirada. La rojez ocupó su rostro en todo su esplendor. 

—¿Eh? Ah, sí —dio un grande mordisco a la carne y giró el rostro para otro lado, procurando que el guerrero no la viera masticar —Está delicioso, muchas gracias.

Mientras estaba pendiente de no ser observada, Yona pestañeó al ser consciente de un extraño color tras el grueso tronco de un árbol.  Al aclarar la visión, se percató de la existencia de una niña con unos grandes ojos azules y unos mechones rubios caídos a un lado, que la observaba oculta.

—Ah, Hak, Hikari, allí hay una niña que...

Antes de que pudiera señalarla, la niña salió de su escondite y comenzó a correr en su dirección.

—¡Hermano! —abrazó a Hak con fuerza por la espalda —¡Hermano! —gritó de la emoción, dejando caer cientos de lágrimas.

—Momo —Hak tomó a la criatura y la apegó a su pecho, viéndola con profundo cariño.

—Veo que estás bien.

Una mujer con un grande parecido a la niña surgió en la escena, con la respiración alterada y visibles gotas de sudor en su rostro. 

—Hey —Koji apareció junto a su esposa y alzó los dedos en V, exhibiendo una grande sonrisa —Todo ha ido de perlas.

Pronto los recién llegados se fijaron en la pelirroja y la observaron con curiosidad. Aquella era la misteriosa chica que había estado rondando la mente de su amigo desde que lo habían conocido.

—Princesa Yona, quisiera presentarle a unos amigos míos, él es Koji —él hizo una torpe reverencia, razón por la que la niña se rio —Y ella es Chiasa.

—Es un placer conocerla, princesa Yona —alzó ligeramente su vestido viejo.

—Y yo soy Momo, la hermanita de Hak —se presentó, tirando suavemente de la manga del vestido de Yona.

Yona vio con cariño a la adorable criatura. 

—Es un placer conocerles a todos. Muchas gracias por haber cuidado de Hak —se alzó e inclinó la cabeza.

—¡Oh, no, princesa Yona, no debe agradecernos en lo absoluto! —Koji se vio bastante apurado por la actitud de la princesa —De hecho, ha sido Hak el que ha cuidado siempre de nosotros. Sin él no estaríamos aquí el día de hoy. 

—Es cierto —apoyó Chiasa —Le debemos muchísimo a Hak.

Era evidente la estima que aquellas personas sentían por Hak. Se sintió aliviada de saber que Hak no había estado solo en su desasosiego.  La vida le había presentado a aquellas buenas personas.

—¿Es usted una princesa? —Momo volvió a tirar de la manga de Yona, haciéndose notar su curiosidad —Pero, ¿las princesas no llevan siempre lindos vestidos y adornos en el cabello?

—Oye, Momo —le riñó su madre —No seas maleducada.

—No importa —negó Yona. Nada le afligían las palabras de la niña. Hacía tiempo que se había acostumbrado a aquellas prendas —Momo, es cierto que fui una princesa, pero eso fue hace tiempo. Ahora soy apenas una pueblerina que busca a ayudar a quiénes lo necesitan.

—Oh, ¿y por qué no eres ya una princesa?

Yona alzó la mirada.  Hak observaba el fuego con atención. Probablemente perdido en el vacío que existía en su cabeza.

—Porque hace tiempo hubo alguien que me obligó a huir del castillo, pero no fui sola, Hak estuvo siempre a mi lado —las palabras salieron de su boca en compañía de las imágenes de aquel entonces. 

—¿Mi hermano Hak te protegió? —Momo se recargó con las manos en el regazo de la princesa. Ésta le sonrió con ternura y acarició una de sus sonrosadas mejillas.

—Sí, él siempre me protegió. Realmente es muy fuerte y valiente.

—¡Lo sé! ¡Es por eso que él es mi entrenador! —exclamó la niña súbitamente emocionada, esbozando una grande sonrisa de dientes incompletos. 

—¿En serio? —observó una vez más al guerrero, el que ahora miraba a Momo con ternura, revolviendo su melena rubia —Vaya, yo también fui su alumna, y es por él que me convertí en una excelente arquera.

—¡¿En serio?! —la niña casi se cae al suelo al abalanzarse para adelante. Sus ojos brillaban como dos gotas de agua sobre una hoja —¡Quisiera ver! ¡Quiero ver!

Chiasa tenía los brazos en jarra. No le parecía correcta la curiosidad de su niña, pero visto que la princesa no parecía mínimamente incómoda por ello, apenas les dejó estar.

Se sentó junto a su marido, el que ya había devorado dos pinchos de carne y disgustaba el tercero, mientras prestaba atención a la conversación entre su niña y la pelirroja.

—Claro, cuando disponga de un arco te haré una demostración —afirmó Yona, dejándose contagiar por su entusiamo.

Yona había comenzado a fingir que sostenía un arco mientras le relataba a la niña sus experiencias.  Ella resplandecía, prendía su corazón.  Hak estaba prendado de su sonrisa.  De aquel cabello rojo que estaba ahora más que nunca grabado en su cabeza.


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