Veinte y seis.
—¡Hak!
Mundok se puso muy contento al ver a su hijo de regreso. Tan pronto como bajo del caballo, lo envolvió fuertemente con los brazos. Por un instante había tenido la sensación de que la anterior aparición de Hak había sido una mera ilusión, aunque la calidez que emanaba del cuerpo ajeno le dio la certeza de que no era así.
—Hak, ¿cómo está la princesa Yona? —le preguntó Tae Won exhibiendo una grande sonrisa. Él también se veía entusiasmado por su aparición.
—Se encuentra a salvo —respondió Hak sonriendo por primera vez en presencia de ellos.
Efecto que le había causado hablar de la princesa. Era tan solo mencionarla y su corazón se aceleraba.
—¡Bien hecho, hijo mío! —Mundok presionó suavemente los nudillos contra la coronilla de Hak.
Pese no recordarles, Hak no se sintió incómodo al recibir aquel gesto de cariño. Después de haber escuchado a Yona hablándole acerca de su pasado sentía cierta conexión hacia aquellas personas. Eran su familia, así le había confirmado ella.
—Hak, ¿qué te parece si entrenamos un rato? —Tae Woo alzó su lanza y apuntó su filo al rostro de Hak. Una grande sonrisa divertida afloró en su rostro —Quiero comprobar si en el transcurso de estos años no te has oxidado.
—¿Oxidado? —Hak blandió su arma sin ni siquiera pensarlo. Le emocionaba cuando alguien le retaba a un duelo —¿Puedo ir con todo o me contengo?
—Hak, ¡te voy a mostrar lo duro que he entrenado durante estos años!
Aún después de haber iniciado la batalla, las sonrisas permanecieron vivas en sus labios. Hak halló en aquel encuentro una especie de nostalgia. La emoción iba en creciente. Una calidez envolvió su pecho. No pudo evitar prestar atención a la sonrisa de Mundok, que de brazos cruzados observaba el espectáculo. Pronto fueron envueltos de más hombres y fue consciente de que varios mencionaban su nombre. Más personas que lo reconocían y que habían compartido con él la infancia, la adolescencia.
—¿Estás seguro de poder andar viendo el público?
—Ups, ups, ups.
El filo de sus armas chocaron. Hak fue dando traspiés para atrás, fingiendo que perdía el equilibrio. Su actuación causó una oleada de risas.
—¡Ahí está de vuelta nuestro Hak! —soltó un hombre entre la muchedumbre, alzando una segunda explosión de risas.
—¡Hak, te enseñaré que conmigo ya no puedes tomarte las cosas a la ligera! —exclamó Tae Won dispuesto a hacerle entender al guerrero.
Hak detuvo su nuevo ataque empleando su arma como un escudo. Al observarle a los ojos, Hak fue atacado por una visión del pasado. Vio a un Tae Won más joven dormido de pie, recargado en su lanza.
No pudo fijarse más en las personas que lo envolvían. Tae Won en verdad era fuerte y digno de ser el lider, y aunque era una lucha de entrenamiento, Hak no quería perder.
Pero aunque Tae Won había mejorado considerablemente, Hak tampoco había abandonado el camino de la lucha, por lo que terminó siendo el ganador.
Aquella noche, se celebró su regreso. Lo asaltaron a base de preguntas. Algún borracho que argumentó sobre alguna escena del pasado donde él había estado presente. No dejaron que su copa estuviera vacía y Hak no se privó de beber, hasta que todos cayeron dormidos como bebés, tirados sobre unos y otros.
—¡Qué poco aguante tienen estos jóvenes de hoy en día!
Mundok era el único todavía despierto además de Hak, y seguía tragando sin descanso.
Las llamas hacían notar el peso de los años, el cansancio de haber estado envuelto en las batallas toda una vida. Observaba absorto las avivadas llamas de la hoguera, mientras mecía ligeramente el contenido de su copa, hasta que decidió observar al guerrero de ojos azules que se mantenía preso del cielo estrellado.
—Hak no se te ocurra morir mañana —habló entre hipos, apuntándole con el dedo índice que sostenía la copa —No te atrevas a hacer sufrir más a tu padre.
Hak no pudo evitar mostrarse un tanto sorprendido por aquellas repentinas palabras. Un sentir de culpa minó su pecho. Mundok era probablemente una de las personas que más había sufrido su perdida, junto a Yona.
—No debería preocuparse por mí, anciano Mundok—sonrió, sintiendo una extraña sensación de tranquilidad.
—¿Anciano? —habló ofendido, arrugando el ceño —¿cómo te atreves a hablarme así, mocoso? Ahora ve...
Su voz fue perdiendo fuerza. Sus párpados fueron cayendo, hasta que el sueño finalmente lo venció. Sus dedos entumecidos soltaron la copa, vertiendo el líquido que contenía. Su cuerpo fue cayendo lentamente para la derecha, recostándose por fin en el regazo de otro soldado.
Hak no podía dormir pese los efectos del alcohol. En su mente seguía grabada la expresión preocupada de Yona y el último beso que ella le diera.
Te estaré esperando, Hak.
Sus palabras seguían produciendo un cosquilleo en su oído izquierdo.
Ya no veía la hora de terminar aquella batalla y regresar junto a ella. A la chica pelirroja que tantas sensaciones le otorgaba.
¡Hak!
Cuando quiso darse cuenta, estaba ante una Yona pequeña, que lloraba con verdadera desesperación y tan pronto como lo vio se lanzó a sus brazos.
Ella estaba en el interior de un carromato, a punto de ser llevada por alguien. Hak ya en aquel entonces sentía un picor en su pecho. Ya en aquel entonces amaba a Yona.
Creía haberla amado desde la primera vez que la conoció.
Bajo los rayos fugaces de un nuevo amanecer, Hak se encaminaba junto a los demás a otra guerra que esperaban que fuera la última que tuvieran que disputar en mucho tiempo.
El viento arrastraba virutas de tierra y gotas de sudor de los soldados novatos, que apenas respiraban bajo el grosor de sus armaduras.
Del otro lado del amplio terreno desnudo de vegetación, los enemigos alzaban sus cabezas y disponían de sua armas. Arqueros estaban en lo alto de las montañas, ocultos tras grandes rocas.
Pronto la orden de ataque hizo que los hombres se lanzaran al que podría ser su final.
Hak fue en primera fila sobre un caballo negro y saltó sobre unos cuantos hombres. Dio una violenta vuelta sobre sí mismo, lanzando soldados por todas partes.
Hak.
Escuchó la voz de la princesa en la lejanía. Al girarse se topó con su figura corriendo en su dirección. Su rostro estaba repleto de lágrimas.
—¡Yona!
Su corazón se hizo diminuto ante la horrible imagen de Yona cayendo en el suelo tras haber recibido varias flechas en su espalda. Su sangre regó el suelo.
Retrocedió, avistando a tiempo el filo de una arma, encontrándose con un duro obstáculo a su espalda.
Giró sobre uno de sus talones, rasgando el viento con su arma, hasta que un sonido metálico minó su audición.
—¡Buen intento, idi...!
Hak observó curioso el arma que se había cruzado en el camino de la suya. Una garra blanca que parecía ser la de un dragón, y tras ella estaba un rostro paralizado. En el interior de sus iris azules, dos finas pupilas permanecían inmóviles, clavadas en él.
—¿Hak? —escuchó del extraño ser.
No lo recordaba, pero sí sabía de su existencia. Yona se había encargado de hablarle de él. De las riñas constantes entre ellos.
Kija parpadeó ante la sorpresa de ver a Hak pasando como un rayo fugaz junto a él. Su cabeza se tambaleó a causa de un sonido metálico y el grito desgarrador de un hombre.
La bestia del trueno le había escudado. Era Hak. Una visión no habría podido protegerle. Era real, sin embargo...
—¿Qué sucede, Kija?
El dragón blanco retrocedió de la impresión.
—¡¿Quién eres tú, impostor?!
Kija alzó su peligrosa garra de dragón, viendo desconfiado a aquel hombre que tanto se parecía a su antiguo aliado, pero el que sabía que no era él, porque Hak nunca le habría tratado por su nombre.
—Ah, es cierto...
Rascándose la cabeza, Hak saltó para un lado, esquivando a un enemigo al que derrumbó de un puñetazo.
—Yo te llamaba Víbora Albina, ¿cierto?
Kija volvió a paralizarse ante la expresión burlona que se presentó en el rostro de aquel hombre, al que reconoció como Hak.
—¡¿Hak?! —gritó del espanto, pestañeando constantemente.
—Será mejor que dejes la sorpresa para más tarde.
El guerrero se pegó a la espalda del aturdido dragón. Sintió de su parte un estremecimiento.
—Estamos en medio de la batalla. ¡Espabila, Víbora Albina!
—¡No me llames Víbora Albina!
—¡Ten cuidado con tu puntería, compañero!
Hak toqueteó suavemente con su arma la garra blanca que había venido con un aire amenazador en su dirección.
—Sólo creía haber visto a un enemigo en tu dirección —murmuró Kija con una sonrisa fingida, que estaba lejos de verse inocente.
—Pues ten cuidado, que todavía quiero conservar la cabeza en su sitio.
El ser del dragón blanco sufría estremecimientos continuos. No podía evitar girar en su dirección de vez en cuando. Reconoció la destreza y habilidad de Hak. La bestia del trueno se movía mejor que en el pasado.
—¡Maldita sea! —empujó una lágrima que se escapó a traición e hinchó un poco las mejillas —Ese idiota...
Hasta que Hak volvió a llamarle por aquel apodo molesto, no supo cuánto había extrañado el molestarse por eso.
Era difícil concentrarse con tantas preguntas vagando en su cabeza. Con la incerteza de si la princesa Yona sabría de su regreso. Habían sabido por los murmullos de los soldados que la princesa había desaparecido, y al ver allí a Hak, batallando como antaño, estaba seguro de que había sido él quien la había salvado.
—¡Oye, Hak!
Kija se mordió la lengua tarde. Por inercia, cuando vio que Hak se alejaba, ante el temor de que pudiera sufrir una herida fatal, lo llamó, haciéndole saber que estaba preocupado por él, y no quería que lo supiera, pues era evidente que se iba a burlar de él.
—Tranquilo —Hak le miró con una sonrisa tranquila, con la lanza recargada sobre sus hombros —Regresaré.
A Kija se le cristalizaron los ojos a traición. Estuvo a punto de explotar en un acto de sinceridad, pero...
—Así que no me extrañes demasiado —se burló y se fue brincando, derribando a los soldados como al papel.
—¡Quién lloraría por un insoportable como tú!
Clavó su garra en un enemigo que tuvo la mala fortuna de cruzarse en su campo de visión en el momento menos adecuado.
Hak ardía en deseos de sentarse en compañía de sus antiguos compañeros, hacerles saber que seguía con vida. Que había regresado para quedarse para siempre, pero antes de cualquier celebración, deseaba toparse con aquella mirada una vez más, y preguntarle la razón del por qué le había dejado vivir.
—Oh, Ikki.
Tras un manto de soldados, allí estaba él, sobre un corcel blanco, sonriéndole con un aire de diversión, como si pudiera adivinar el por qué Hak se había presentado ante él, como el enemigo que desde un principio siempre fue.
—No. Ikki no es tu verdadero nombre —negó con cierta melancolía, encogiendo de hombros —¿Podrías decirme cuál es?
—Hak.
—Hak —pronunció, como si lo disgustara —Sí, la verdad es que suena bastante bien. Aunque es una pena que no siguieras conmigo hasta el final. Eras el amigo perfecto.
Ya no había espacio para las palabras.
Cans blandió su espada y descendió del animal.
Permanecieron un instante observándose, dándose un rodeo, hasta que ambos se abalanzaron sobre el otro casi al mismo tiempo.
La violencia seguía creciendo a su alrededor, pero ninguno de los dos distinguió a los demás. Apenas eran conscientes del toque de sus armas, de la presencia del uno y del otro.
—La verdad es que te dejé vivir porque te vi luchando y me pareció increíble —comenzó a hablar Cans —mi intención al principio era hacerte luchar con mis mejores hombres y después torturarte hasta la muerte, pero en cuanto supe que habías perdido la memoria, pensé que sería divertido tenerte a mí lado y hacer que asesinaras a tus antiguos compañeros.
El rostro de Hak se ensombreció.
Cans ya no tuvo ningún cuidado en ocultar aquella parte sanguinaria de él.
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