Quince.

La libertad, el trazar caminos por el mundo. Hikari se sugestionó al comprender que se había enamorado; sentimiento que nunca antes había ocupado su corazón.  Había yacido con muchos hombres, pero nunca la chispa del amor le había atacado.

—Ikki está muy extraño —los pensamientos de Hikari se convirtieron en un comentario, que Chiasa, quien cocinaba en su compañía, asintió.

—Sí, tienes razón. Seguramente habrá recordado algo —dejó la patata pelada en el interior de la vasija de barro y prosiguió con la siguiente. 

—¿Recordado algo? —detonó absoluta confusión.  Aún desconocía el significado de dichas palabras, pero ya existía una espina clavada en su pecho.

—Ah, que no lo sabías.  Bueno —se pasó el dorso de la mano por la cara —Creo que mejor deberías preguntarle a Ikki.

—Entiendo.

Siguió con la labor, aunque distante de ella, con la cabeza ocupada apenas por la imagen de Ikki y esa aura de misterio que se había alzado a su alrededor de repente.

Se sentó junto a él en el suelo, alrededor de una pequeña mesa demacrada.  Sostuvo un pedazo de patata entre los palillos, perdida en la distante mirada azul del joven. Una sonrisa ocupaba su rostro, pero en ese rasgo casi lograba adivinar la tristeza que ocupaba su pecho.

—¿Te pasa algo, Hikari? —le preguntó Koji, tocándole el hombro.

—Ah, nada. No es nada —dibujó una sonrisa que ocultó el interrogante que ocupaba su mente y se dedicó a comer.

A lo contrario de lo que solía ser, Ikki se mostraba menos comediante, conservador del silencio. Su mirada no se centraba en nada ni en nadie en concreto. Era como si hubiera abandonado su cuerpo allí y su mente estuviera en otra parte, muy lejos de ellos.

Hikari se centró en aquel día, en la palabra que él dijera. Princesa. ¿Por qué había quedado confuso al mencionar dicha palabra por segunda vez? ¿Por qué como una navaja le había cortado los ánimos?

Recogió los platos de la mesa, atormentada por las cientos de dudas que embargaban su mente, siempre buscando la figura de Ikki. No podía esperar para hablar con él y cuestionarle sobre lo que Chiasa le había comentado vagamente.

En cuanto vio que el guerrero salía del hogar en soledad, se apresuró en secarse las manos y le siguió rápidamente. 

La noche ocupaba el panorama tranquilo, con breves vientos, armonizada con el canto de los grillos y la sequedad de las hojas de los árboles. 

Bajo el resplandor nocturno estaba Ikki sentado sobre la hierba, con la mirada gacha, de nuevo ocupado en sus pensares.

Hikari se acercó con sigilo y percibió el movimiento en sus labios, la mención de una sola palabra que le arrancaba del presente. Fue capaz de reconocer dicha palabra, pues había estado pensando en ella desde la tarde anterior con cierta obsesión.

—Ikki, ¿puedo sentarme a tu lado?

El guerrero alzó la mirada e hizo un breve asentimiento. Aunque Hikari tuvo en duda sí le había visto realmente. 

Con un sentimiento de incomodez se sentó a su lado. Apoyó los brazos sobre las rodillas.  Silencio. Ikki no hablaba, apenas seguía preso en sus pensamientos.

—Ikki, ¿en qué piensas? —acercó un poco la cabeza, en un intento por captar su entera atención. 

Una agradable calidez ocupaba su pecho cuando sus ojos celestes se posaban en ella, pese la distancia que existía en ellos.

—Realmente no sé en lo qué pienso —confesó con cierta pesadez, acomodando la rigidez que le pesaba en los hombros.

Entonces, Hikari escuchó con suma atención la historia de Ikki. Lo poco que él fue capaz de relatarle. Cierto escozor surgió en su corazón ante la mención de aquella persona de cabello rojo. Cuando la mencionó sus ojos se llenaron de un gran peso de añoranza.

—Princesa... —murmuró Hikari, sintiéndose de repente muy decaída —Así que esa palabra produjo algo en ti...

—Sí.

Aquel amor se había anticipado.  Hubiera deseado saber antes de aquella información.  De ese modo habría sabido protegerse. Evitar enamorarse.

Hikari no supo qué más decir, salvo animar de todo corazón al joven. Pese su amor deseaba realmente que él fuera capaz de recordar y a si mismo reunirse con esa persona que parecía ser muy importante para él.  Quizás la persona más importante del mundo.

—¿Hikari, qué haces?

Chiasa se detuvo junto al marco de la puerta, sosteniendo la cortina.

—Me voy. Desde el principio no estaba en mis planes el quedarme —apretó el nudo de la bolsa que ella había elaborado con un viejo arrapo, donde llevaba algo de comida y el dinero que había ahorrado desde hacía tiempo y que se había llevado de la mansión.

—¿Eh? ¿En serio?

Hikari miró a Chiasa, topándose con las lágrimas que con facilidad habían surgido ante el peso de la noticia.

—Sí. Es que quiero viajar —sonrió, remorando las tantas veces que en su cautiverio había soñado con ello.

Además, ahora no sólo estaba en cuestión sus sueños, también estaba lo de Ikki. Estando allí no lograría apagar aquellos sentimientos, que a traición iban en aumento conforme pasaba más tiempo con él.

—Ah, pero sí es por eso, ¡entonces no tienes que preocuparte!

Chiasa apareció de repente ante ella y le tomó con fuerza de las manos. Cargaba en su mirada un arcoíris de emociones, aún teniendo presentes las lágrimas que seguían descendiendo con lentitud. 

—Como bien sabes, yo soy una esposa traidora que abandonó a su marido y Koji es un supuesto secuestrador, y por esa razón no nos podemos quedar por mucho tiempo en la misma ubicación. Así que se podría decir que nos pasamos la vida viajando.

Chiasa le había informado con una grande sonrisa. Hikari la apreciaba, al igual que a los demás. ¿Huir para así apagar sus sentimientos? ¿Desde cuándo había sucumbido a la opción de huir? Ella nunca fue una mujer débil y por un momento se había dejado doblegar por el amor.

—¿Hikari?

Chiasa volvió a sucumbir a las lágrimas ante el silencio de su amiga, la que por un momento se había envuelto de pensares.

—Chiasa, no te preocupes —le dio un pequeño beso en la mejilla y la miró con ternura —No me iré. Estoy segura que pronto tendrás un bebé y alguien tiene que ayudarte a cuidarlo. Y a Koji... Le veo bastante verde para la labor. 

—¿Un bebé? —Chiasa se ruborizó ante semejante imagen —¡Yo también estoy muy verde en ese asunto! —encuadró el rostro con las manos, fingiendo un ataque de pánico. 

Y entonces, en comunión, se rieron. 

No huiría. Deseaba ayudar a aquel que la había ayudado a ella.

🌸🌸🌸

Una vez más, el grupo de los guerreros hambrientos emprendió un nuevo camino. Habían arribado a otro pueblo necesitado de su mano. Era de ese modo que Yona podía mantener la cabeza ocupada, centrándose únicamente en las personas que requerían de su asistencia. 

—Es usted muy amable, señorita —le agradeció un anciano, esbozando una pequeña sonrisa ante el gesto cálido de la joven al cubrirlo con una manta.

—No es nada.  Sólo preocúpese en descansar.

Poco a poco el reino estaba cambiando, y no era apenas por sus manos como ella bien sabía, sino por la importante participación de Soo Won. No quería admitirlo, pero era cierto, su padre no había hecho una buena gestión del reino y habían sido los ciudadanos los que habían padecido en la carne su mala gobernanza. 

—Yona.

Los ojos violetas se alzaron por encima de su hombro, cargando un eje de pena. Desde lo que había acontecido aquella noche, Yona se había sentido un poco inquieta ante la presencia del dragón verde, el que ahora la miraba de un modo distinto al que recordaba. 

—Tengo que ir a ayudar a Yoon —se excusó, y antes de poder darle la oportunidad de reclamarle un poco de su tiempo, huyó. 

Yona, te amo.

Aquellas habían sido las palabras que habían estado resonando en sus oídos en cada ocasión en que sus ojos se cruzaban con los de Jae Ha. Había sido por la tristeza que residía en los ojos de la chica que sus sentimientos se habían escapado en una especie de descuido. 

Al principio Yona pestañeó, creyendo que había sido víctima de la aparición del sueño, pero al toparse con el rostro de Jae Ha iluminado por las llamas de la hoguera, comprendió cuan ciertas eran dichas palabras.

—Tengo sueño —fue la escusa que dio en aquella ocasión. 

No se vio capaz de responder a tan repentina confesión.  Sabía que seguir huyendo era del todo incorrecto, aún teniendo en claro sus sentimientos, pero es que no tenía suficiente espirito para rechazarlo.

—No estás siendo justa, Yona —se riñó a sí misma deteniéndose sobre sus pasos.

No, no. Negó y se dio dos palmaditas en las mejillas. Tenía que concentrarse únicamente en atender a las personas que tanto lo necesitaban.  Más tarde podría pensar en aquella confesión y en la manera más apropiada para rechazarle.

Nunca podría pensar en una nueva relación cuando seguía teniendo a Hak tan presente en su corazón.  Cada latido tenía grabado su nombre.

—Yoon, aquí estoy —se anunció al entrar en una vivienda.

Yoon estaba muy ocupado atendiendo a un anciano en muy mal estado, por lo que apenas soltó indicaciones sin mirar a Yona.

Se agachó junto a una niña de unos diez años que padecía de una elevada fiebre y le dio a tomar la medicación según Yoon. Después le limpió el sudor que recorría su cuerpo con un paño que humedeció en una vasija de barro.

—Mi hermana estará bien, ¿verdad?

Yona observó al joven que le hablará. Se perdió en sus ojos, tan azules como los de Hak y en lo oscuro de su cabello. Tenía diecisiete años, pero la madurez en su rostro, pese la falta de carne en sus huesos, hacía que pareciera que tuviera más edad.

—Sí —Yona tardo en asentir. Por un momento se había perdido en su inagen, suplantada por el rostro del hombre que todavía seguía amando.

No es que se parecieran realmente, salvo aquellos rasgos, pero su corazón le guió a traición al recuerdo.

Durante todo el tiempo que permaneció allí, cuidando de la niña, procuró no alzar la mirada para que de ese modo la imagen de Hak no fuera invocada en el chico. Se había formado un nudo en su corazón. Ver a aquel chico hacía que una voz de su consciencia le susurrara que Hak estaba todavía vivo.  Estar en su presencia arruinaba el arduoso trabajo de hacerse a la idea de que nunca más volvería a verlo.

—Ya le está bajando la fiebre. 

Yona alzó confusa el rostro, topándose con Yoon, el que había soltado esa información.  Vio en el rostro de su hermano un gesto de alegría, pero en menos de nada surgió la sonrisa de Hak.

Se alzó de repente, atormentada por aquel recuerdo del pasado. Sus tobillos temblaban, pero fue algo que sus largas prendas ocultaron. 

—Iré a ver a las demás personas.

Salió de la vieja vivienda, bajo un grande sofoco que le cubría todo el rostro.  Presionaba su pecho en un intento por aliviar el dolor.

—No puedo... No puedo, Hak.

En verdad había intentado aceptarlo, pero no podía y por fin lo admitía.  Dejó que las lágrimas surgieran con total libertad. Aquel era un peso demasiado inmenso para su alma. Huyó de toda mirada, tras las paredes de una casa y se dejó arrastrar de espaldas por la pared, hasta que quedó hecha un ovillo en el suelo.

Entonces tuvo una nueva certeza, Hak ya no estaría allí para brindarle su abrigo cuando tuviera frío, ni le prestaría el meñique en las noches en las que una pesadilla surgiera para atormentarla. Entre ellos ya no existiría un más.  Todo había acabado.

Se sentía débil; incluso más que cuando abandonó el palacio a la fuerza.  En ese entonces tenía a Hak. Hak siempre fuera su grande apoyo, los brazos que la habían alzado innumerables veces y los pies que la habían encaminado bajo tantas adversidades. Su cuerpo había sufrido muchas cicatrices por su causa.  Y ahora, él ya no estaba allí, y aún sabiendo que estaba siendo muy egoísta para con sus amigos, no podía ignorar aquel grande hueco que existía en su pecho. 

La tierra resonó suavemente. Alzó el rostro entre una cortina de lágrimas. Logró divisar el turbio rostro del dragón verde.

—Supongo que él es el único que podía hacerte sonreír de aquel modo.

Tras esas palabras él se agachó ante ella, observándola con una pequeña sonrisa cargada de dolor.

Yona desvió la mirada, incapaz de decir algo, de seguir mirándole. 

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