Nueve.

—A la próxima hago yo de sobrino.

Ikki estaba muy atareado sacudiéndose la ropa. Una lluvia de granos de arroz surgía de sus ropajes.  Se había tenido que ocultar de ese modo para así poder colarse en la propiedad del noble al que robarían aquella noche. Los granos en su cabeza parecían una especie de insecto a simple vista.  Incluso creía que le habían entrado por la nariz y los oídos. 

Se hallaban en el interior de un almacén, supuestamente para descargar la mercancía. 

—Ikki, tu cara es demasiado aterradora. Ningún soldado se fiaría de ti —habló Koji, meciendo la cabeza. Había burla grabada en sus labios.

—¡Me ofendes! Yo podría pasar por el sobrino más inofensivo del mundo —dijo afinando tanto cuanto pudo la voz.

—Sí, claro, inofensivo —Koji alzó la camisa de algodón de su compañero. Los trazos de sus músculos eran un antónimo a inofensivo —No me restriegues tu porte de guerrero —se quejó, cruzándose de brazos.

La imagen de Chiasa asaltó su mente de repente, creando un nudo a la altura de su pecho.  No sentía confianza en sí mismo. Había visualizado muchas veces a Chiasa agarrándose al brazo del guerrero. 

Dicha visión explotó cuando una fuerza le impulsó para adelante. Avanzó a tropezones, hasta que pudo ubicarse y dirigir la mirada al joven de ojos azules, que le miraba con simpatía.  Era como si hubiera adivinado sus pensares.

Koji dio consigo mismo sonriendo. Debía de confiar más en sí mismo. Tampoco es que tuviera la intención de ser un debilucho para siempre.  Iba a esforzarse para poder proteger con su mano a aquella chica que desde hacía tiempo había robado su corazón.  Era sencillo enamorarse de tan bello corazón. 

—Apúrate en irte —le habló Cáliz a Ikki de mal humor, sacudiendo la mano como si espantara una mosca —Tú —señaló a Koji —Ayúdame a descargar la mercancía. 

—Cielos, ¿vas a hacer que tu frágil sobrino cargue con semejante arduo trabajo? —puso ojos de cachorro, mientras se dejaba caer en una dramática interpretación. 

—¡Mueve el culo!

El anciano alzó una larga vara de madera.  No se iba con bromas. 

—Cielos, hoy me perderé la mejor parte —masculló.

Le crujió la columna vertebral cuando cargó uno de los pesados sacos de manzanas. Sus piernas se doblegaron y al caminar parecía una embarazada a punto de dar a luz. El sudor brotó al instante en su cara.

Ikki se marchó tras dedicarle una mirada de burla a su amigo. Se asomó a la cocina a través de la puerta que daba al almacén.  No halló a nadie tras unos instantes, así que se aventuró a seguir adelante.

Iba a abandonar la cocina cuando se deparó con el vestuario de una sirvienta tirado sobre una silla manca. La idea de vestirse como una doncella se cruzó en su cabeza, formando una divertida expresión en su rostro. Tomó el tejido y comprobó de inmediato que no era de su talla, aunque sí era perfecta para su amigo.  Era una pena que éste estuviera ocupado cargando los alimentos.

Una punzada surgió de repente en su corazón.  Dobló la espalda, siendo visitado por una nueva imagen. Nuevamente era aquel cabello rojo, bailando al son del viento, mas en esta ocasión portaba adornos florales en su cabeza, lo que le hizo saber que era mujer.

Apretó los ojos, necesitado de hurgar con más profundidad en dicho pensar, mas tan pronto como lo intentó la imagen se disipó, dejando en su lugar un agudo dolor de cabeza.

—Despierta, Ikki —se dijo a sí mismo, sacudiendo la cabeza. Debía centrarse en su objetivo y olvidar por un momento aquel cabello rojo, su único recuerdo.

Retomó la situación actual y tras recomponerse, se pegó a la pared junto a la puerta que daba a un pasillo de la morada. Agudizó la audición, buscando hallar algunos pasos. Nada.

Abrió con cautela la puerta de madera y siguió el recorrido por el pasillo. No tuvo que caminar mucho hasta hallar la habitación que él buscaba.  Una especie de cuarto-almacen donde los guardias dejaban el equipamiento que no utilizaban.

Ikki se enfundó en una armadura que parecía haber sido fabricada expresamente para él y salió al pasillo una vez más. Por supuesto que él era consciente de que al no reconocerlo nadie de la guardia sería de inmediato señalado como sospechoso y con ello sería visto como un posible ladrón.  Aquella era una medida de preocupación.  Si alguno le veía en un descuido podría ingeniarse alguna treta, pero estaba claro que caminar por ahí vistiendo los arrapos que él traía consigo sería todavía mucho más peligroso.

Recordaba al detalle el mapa de la casa que el viejo les hubiera descrito. Se lo había repetido muchas veces hasta que se lo hubiera aprendido de memoria.

La casa poseía múltiples pasillos, muchas puertas, así que debía de avanzar con cautela.

Frenó en seco al escuchar voces. Al asomarse descubrió a un grupo de tres guardias conversando amenamente, mientras que un cuarto dormía apoyado de lado contra una pared.

—Ah...

Tuvo que contener un gemido de dolor que se incrustó en su cráneo al ser embestido por una extraña sensación de ausencia. Un soldado dormido de pie... Parecía que no era la primera vez que tenía ante él aquella imagen.

Se vio a él, girando sobre sus talones. Allí estaba de nuevo, aquel cabello rojo ondeando en el viento.

Negó. No debía dejarse llevar por las imágenes de su pasado, no en aquel momento tan crucial.

Se apoyó de espaldas en la pared, aguardando por la señal que debía de presentarse de un momento para otro.

Entonces una estela de imágenes protagonizada por aquel cabello rojo comenzó a aturdirlo. Sacudió la cabeza, pero resultó inútil, no desaparecían.  Aquel cabello rojo se sacudía con violencia en sus memorias, como un grito que le estuviera llamando por un nombre que desconocía.  Tenía consciencia de que no era Ikki. Ikki no era su verdadero nombre.

Comenzó a flaquear sobre sus piernas. La consciencia comenzó a fallarle. Estaba allí, la identidad de aquella persona de cabello rojo estaba a punto de aparecerse en su memoria. Podía sentirlo.  Su corazón estaba muy acelerado. Inspiró fuerte, pero ningún hilo de oxígeno entró en sus pulmones. 

—Mierda... —masculló, presionando fuerte su dura mano contra su pecho, como si quisiera desgarrarlo y atrapar aquel órgano que tanto le estaba desconcentrando.

De repente, ya no estaba allí en aquella mansión, siquiera tenía la certeza de haber sido un ladrón en su antigua vida. Apenas se vio a él, caminando por un bosque, acompañado por una figura que estaba a dos cabezas por debajo de él, sacudiendo su melena rojiza.

Lo único que pudo visualizar en su rostro fue una perfecta línea en sus labios, la cual cargaba mucha tristeza.  Un dolor agudo.

Llegó un determinado momento en que a Ikki no le importó ya su situación actual. Le era indiferente robar, como también ser descubierto. No quería abandonar el principio de aquel recuerdo, que poco a poco iba ganando pigmento. Ya no era solo el cabello rojizo de aquella muchacha.  El verde de los árboles, el castaño de sus troncos, el cielo azul. Todo iba retomando su color original. Incluso descubrió pigmento en los labios de aquella persona. Un suave rosado. Sin embargo su piel seguía luciendo un blanco que difería mucho de su color natural.

—Oye.

Dio por él llamándola en su recuerdo y estiró el brazo. Esperaba hallar ausencia al tocarla, y entonces su cuerpo vibró al comprender su calidez. Parecía haber un eje de sorpresa en los labios ajenos, a la par que preocupación. 

Entonces los labios de la pelirroja se movieron, trazando palabras que él no pudo alcanzar a escuchar. 

Apretó con más fuerza el hombro de aquella figura, temiendo que una vez más volviera a marcharse, que no le dejara saber de su identidad. 

De nuevo sus labios volvieron a moverse.

—No puedo escucharte —le dijo con suma frustración, apretando la mandíbula. 

Su ser temblaba en agonía.  Sus ojos picaban. Su corazón derramaba sangre.

El agarre de su mano se suavizó, dada la fragilidad de su ser.

—¡No te vayas!

La figura se aventuró al bosque en una correría, llevándose consigo el color, así como las formas del paisaje y todo lo que lo componía, dejándole a él en un espacio vacío, teñido de negro.

Trató de correr, de alcanzar aquella pequeña figura que se convirtia más minúscula conforme seguía avanzando.

—¿Por qué huyes de mí?

Daba tropezones sobre sus propios pasos. Avanzaba como un ser desfallecido, hasta que sus fuerzas terminaron y se dejó caer de rodillas. Estaba empapado de sudor, sus pulmones se hinchaban con violencia, y un frío infernal el que minaba su cuerpo.

Dejó de escuchar el eco de la correría de la pelirroja. Se suponía solo. Un vacío había suplantado su figura.

—¿Eh?

Eso supuso, hasta que alzó la mirada y la vio allí, inerte, con el rostro vacío, con apenas sus labios trazados en una perfecta línea recta, viendo en su dirección. Su cabello se balanceaba suavemente.

El corazón del guerrero estremeció al comprender que la pelirroja regresaba lentamente. Sus prendas, de las cuales no reconocía ni color ni calidad, se balanceaban conforme el movimiento de su cuerpo. No podía despegar la mirada de su largo cabello rojo.  Le hipnotizaba. Provocaba mucho en su ser.

Conforme la distancia se iba borrando entre ellos. Ikki fue capaz de alzarse tambaleante. Como si aquella persona fuera la fuente de su energía. Pero no se movió, temeroso de que avanzar significara que ella se alejara.

—Tranquilo, todo está bien.

Sintió el toque de algo húmedo acariciando la piel de su rostro y como si de un parpadeo se tratara, todo aquel mundo, además de la pelirroja, se desvanecieron. 

Abrió abruptamente los ojos. Todo estaba nublado a su alrededor. Su cuerpo sufrió un temblor formado por la incertidumbre.  Estaba asustado, hasta que las imágenes fueron regresando a su forma original. Se halló en una habitación sencilla pero que apenas gente de la nobleza podría poseer. Finos muebles de la mejor madera trazados por las más capaces manos, vasijas de gran valor. Se removió, reconociendo la suave tela sobre la que estaba tendido. 

—¿Te sientes mejor?

Tiró la cabeza para atrás y descubrió el rostro de una bella mujer, de labios rojizos y párpados pigmentados de un suave morado que le proporcionaba sensualidad. Sus orbes azul cielo destellaban con fuerza, iluminandos por la suavidad de las velas que habían por el pequeño espacio.

Ikki cerró los ojos con violencia al sentir un objeto extraño entrando repentinamente en su vista izquierda. 

—Oh, lo lamento —la muchacha retiró el mechón de su cabello negro que había resbalado de su hombro y había perturbado la visión del guerrero.

Su voz era extremedamente suave, tanto que parecía producto de una ilusión. 

Ikki volvió a abrir los ojos tras calmar el escozor y volvió a enfocarse en el delicado rostro femenino que se hallaba sobre el suyo.

—¿Quién eres? —preguntó ella, deslizando suavemente su índice por el rostro ajeno —No recuerdo haberte visto por aquí.  Aunque, bueno, tampoco es que me preocupe en recordar el rostro de todos los guardias. 

Una cálida sonrisa surgió en los labios femeninos, mientras su dedo índice seguía trazando formas sin sentido en el rostro del guerrero.

—¿Ya te sientes mejor? —preguntó ella, curiosa por el silencio del joven —Me preocupé mucho cuando te vi desfalleciendo.

Ikki se alzó en silencio, descubriendo entonces que el regazo de la chica le había servido de almohada.

—No eres de la guardia, ¿cierto? —cuestionó ella, deteniendo el sereno caminar de Ikki.

—Se equivoca. Estoy aquí desde hace un mes —volteó a verla, formando una serena sonrisa en sus labios.

—¿En serio? En ese caso —se llevó dos dedos a la barbilla, luciendo falsa ingenuidad —No le importará que llame a alguno de los guardias y comprobe su palabra.

》No se preocupe —siguió ella antes de que el joven pretendiera seguir con sus intentos de engaño o prosiguiera a amenazarla —No pretendo delatarle. Apenas quisiera que me hiciera un favor.

Ikki la observó con una seriedad que le pareció sumamente frívola. 

—Quiero que me ayude a salir de aquí —ante semejante pedido, la sonrisa se había ausentado de su rostro, suplantada por una grande determinación.

//Dos capítulos en un solo día  ^.^ que los disfruten.

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