Dieciséis.

—¡Momo! ¡¿Dónde estás, Momo?!

La voz de Chiasa se reproducía varias veces por el panorama montañoso, sobreponiéndose a nuevas insistencias por su parte. La ropa se le pegaba a su húmeda piel. Su respiración era semejante a la de un toro alterado. Era con frecuencia que alejaba las fatídicas gotas de sudor que recorrían sus mejillas sonrosadas.

Momo, su hija de cuatro años era hiperactiva y constantemente se perdía, razón por la que tanto sus padres como Ikki y Hikari estaban siempre pendientes de ella, aunque había veces, que como una culebra escurridiza hallaba modo de escaparse y de ese modo alterar a la que era su familia.

Hacía un mes y medio desde que se hubieran mudado a aquel panorama desértico, pelado de vegetación, con apenas tierra y piedras por donde quier.

-¡Momo! -gritó otra vez, sintiendo un peso en su garganta. Estaba cansada. Hacía unos quince minutos desde que hubieran iniciado la búsqueda y la ninguno de los partícipes surgía con la niña.

El conejo había elaborado su madriguera con minucia en esta ocasión.

-¡Mo-!

Retuvo su grito ante la aparición de Ikki con la niña colgándole de un brazo, balanceándose en él como si fuera un columpio. La niña reía, ignorante de la enorme preocupación que había germinado en todos. Sus ojos verdes resplandecían vivaces y sus mejillas rellenas como dos bolas de algodón gozaban de un cálido rosado.

-¡Momo!

La niña engullió en seco sus carcajadas cuando escuchó la rígida voz de su madre. La halló delante, con los brazos en jarra y las manos en la cintura. Tenía el ceño muy arrugado y dos venas se marcaban en su frente. Y con ese aspecto venía en su dirección.

-¡Ikki! -Momo no lo pensó dos veces. Se puso tras su hermano mayor, sirviéndose de su protección, conocedora de su grande destreza.

Ikki esbozó una pequeña sonrisa divertida, viendo por encima de su hombro el alboroto de cabellos que yacía en bola sobre la cabeza de la menor.

-¡Momo, te he dicho mil veces que no te vayas sola por ahí! -le riñó Chiasa, asechando a la menor por un lado del cuerpo del guerrero -¡Deja de esconderte! -la agarró del brazo, pero la niña se aferró a la pierna de Ikki -¡No pienses que Ikki te salvará de unas buenas nalgadas!

-¡Ikki, sálvame! -chilló Momo, aferrándose muy fuerte a él -¡No es divertido! -soltó con indignación ante el semblante divertido de su hermano mayor.

Entre tanto ajetreo, Ikki se hizo con el cuerpo de la niña, la puso sobre sus hombros y sin reparo se escabulló del lugar, corriendo como si estuviera brincando.

-¡Ikki! -Chiasa cerró las manos en puño e hinfló sus mejillas, viendo como el joven desaparecía ante sus ojos -Cielos...

Aquella era una de esas veces en las que Ikki accedía a hacer de guardaespaldas de la mocosa, arrancándole a ella el papel de progenitora.

-Chiasa -Hikari apareció agotada, sudando tanto o más que ella -¿Ya encontraste a Momo?

Le pareció haber escuchado la voz temperamental de Chiasa que apenas surgía cuando ésta pretendía reñir a su hija.

-Sí -suspiró, dejando que el peso de su cuerpo recayera en una sola pierna -Pero Ikki decidió ocuparse de ella. Cielos -bufó un mechón suelto de su cola de caballo -Soy un desastre como madre. No pensé que los niños fueran tan difíciles...

-Momo es una niña más energética que cualquiera que he conocido -Hikari suspiró. También se sentía cansada.

Aquella niña era una alborota hogares. La vida desde su nacimiento se había convertido en una especie de terremoto. Tenía más energía que cualquiera de ellos, excepto Ikki, el único capaz de seguirle el ritmo, quizás esa fuera la razón de que se llevaran tan bien.

-¡Wiii! -La niña aplaudió a su héroe, perdiéndose en una alegre carcajada.

Se acomodó junto a su héroe, sobre la roca donde ambos se hallaban sentados, contemplando el mar que se avistaba en la lejanía, tras tanto panorama seco.

-¡Hermano, de mayor seré tan fuerte como tú! -soltó la niña de repente, alzando su pequeño puño -¡¿Me entrenarás?!

Era genuina la emoción que detonaban sus grandes ojos verdes. Agitaba sus brazos, movía la cabeza, parpadeaba más de la cuenta. Cargaba consigo una emoción casi destructiva.

-Tu madre estaba muy preocupada.

La sonrisa decayó de los labios de la niña al toparse con el semblante serio de Ikki. No era divertido cuando él ponía la misma expresión que sus padres.

-Lo sé -murmuró hinchando los cachetes. Apretó los brazos contra su pecho.

Su semblante se calmó al sentir los nudillos de una mano pegados a su frente. Ikki volvía a sonreír, con la misma ternura que siempre le dedicaba exclusivamente a ella.

-¿Tú también estabas preocupado, hermano? -se recargó en una pierna del adulto, clavando sus pupilas en las ajenas.

-Por supuesto -apretó suavemente el pulgar en la punta de su nariz. La niña soltó una pequeña risa.

-Supongo que tengo que disculparme con mamá y papá -comenzó a murmurar arrepentida.

-Y con Hikari también -presionó su nariz como si pulsara un botón.

Momo asintió y se colgó del cuello de su hermano.

Habían sido años agradables junto a personajes que con el tiempo se habían convertido en su familia. Disfrutaba de aquellas escenas sencillas, sufriendo a veces la aparición de aquel cabello rojo, todavía carente de rostro, de nombre. Para su desgracia no había logrado recordar nada más, salvo fragmentos, que no logró comprender.

Cargó a la niña sobre sus hombros y emprendió una pequeña correría hasta el que ahora era su hogar. Tanto Chiasa como Koji aguardaban por su aparición.

-¡Momo! -Koji tomó a la niña en brazos en cuanto ella bajó -¡No vuelvas a irte de esa manera! -le gritó, aunque pronto se derrumbó y envolvió a su pequeña entre sus brazos -¡Estaba muy preocupado!

-Lo siento, papá -Momo depositó su pequeña mano sobre la cabeza de su padre. En verdad estaba arrepentida. Ver a su padre llorando desconsoladamente en su pecho le entristeció.

Después alzó el rostro, descubriendo a su madre también llorando. Aunque le amenazara con darle unas nalgadas nunca lo hacía. Ninguno de sus padres le pegaban.

-Lo siento, mamá.

Pronto fueron tres llorones los que estuvieron abrazados, teniendo a dos espectadores que sonreían enternecidos por la escena.

-¡Soy un asco de padre! -Koji estiró el brazo en dirección al cielo bruscamente, provocando que un sorbo se escapara de su copa.

-¡Yo soy una madre peor! -Chiasa hipó casi encima de él, alzando una pierna de una forma ciertamente masculina.

Estaban los dos bebidos, bajo el resplandor de la luna, mientras que la pequeña dormía en brazos de Hikari, la que la acunaba viéndola con verdadero amor.

-¡Y yo soy el mejor hermano mayor! -soltó Ikki, sonriendo sobre el borde de su copa.

-¡Eres el peor hermano mayor de la historia! -le apuntó Chiasa con su índice tembloroso -¡No me dejas desempeñar mi papel como madre! Cielos... ¡tú tienes toda la culpa! -apuntó ahora a su esposo, el que formó un O con la boca ante semejante acusación -¡No, yo tengo la culpa! -terminó por señalarse a ella, lloriqueando.

-¡No, Chiasa! -Koji envolvió las manos de su mujer, complementándose en su desgracia -¡Tú eres una mujer increíble! ¡Yo soy el desastroso!

Fue una sesión de autoculparse a sí mismos hasta que cayeron redondos, con las bocas totalmente abiertas, mostrándose de lo más lamentables.

-Está bien, yo la llevaré a su cama -dijo Hikari bajito, procurando no despertar a la bella durmiente que descansaba entre sus brazos.

-No... Yo quiero que mi hermano me lleve -murmuró Momo somnolienta, agarrándose a una pierna de Ikki.

-Está bien, linda -Hikari depositó un beso sobre la mejilla sonrosada de la niña -Que tengas dulces sueños.

Ikki cargó con cuidado a la pequeña y frágil figura y entró en la pequeña vivienda que les servía de cobijo. Tendió a Momo sobre una cama formada a base de mantas y después la cubrió con otra.

Pretendía irse para cargar a los desastres de padres, cuando un frío recorrió su espina dorsal. Devolvió la mirada a la niña y un nuevo frío embargó su cuerpo ante la imagen de su meñique atrapado por la mano de la niña.

Préstame tu meñique.

Aquella frase se reprodució en su cabeza, provocándole un dolor agudo en el pecho. De nuevo era aquella pelirroja. Estaba allí, acostada en el hecho, tomando su dedo, pidiéndole que se quedara a su lado.

No fue capaz de moverse, de abandonar aquella sencilla unión que le provocaba tanto. Su cuerpo estaba temblando, su corazón latía con desmesura. Momo había dejado de existir ante sus ojos. Ella estaba allí, aquella persona de cabellos rojizos.

-Princesa.

Aquella palabra salió por sí sola, sin que él se percatara de ello.

De repente se dio cuenta de que le costaba mucho respirar. Una fría gota resbaló por su mejilla derecha. Había comenzado a llorar. Aquella persona significaba mucho para él. ¿Por qué no podía recordarla? Habían pasado años, pero no había logrado nada. Aquella persona seguía esquiva. Su mente se negaba a cooperar. Se sentía al borde de la locura. Detestaba aquella incertidumbre. El dolor que se manifestaba en ocasiones como aquella.

-Princesa -pronunció con fuerza, apretando la tierna unión de sus índices.

Hak.

Hak.

Repitió un susurro.

Su pecho explotó. Se dejó caer sobre su mano libre. Varias gotas de sudor gotearon en el suelo.

-Hak -pronunció él, atrayendo aquel nombre del pasado, de aquella persona que un día fue.

No sabía la razón, pero tenía la certeza de que ese era su nombre.

-Hak -repitió, llenándose de entusiasmo -Hak.

Se sintió capaz de repetirlo insaciablemente.

Era su nombre. ¡Era su nombre! Su rostro plasmó su intensa alegría.

Después de muchos años, finalmente lograba reconocer su nombre. No era Ikki sino Hak.

-¿Ikki? ¿Está todo bien?

Hikari se presentó en el umbral de la puerta.

-Soy Hak.

-¿Dijiste algo?

No había logrado escucharle.

-Me llamo Hak -esclareció, mirándola.

-¿Recordaste tu nombre? -la felicidad no cupo en el rostro de la chica -Hak -mencionó sonriente.

Hak asintió. Por primera vez en mucho tiempo sentía que podría volver a ser el que un día fue. Recuperar sus recuerdos. Era posible que sucediera.

No quería soltar el pequeño meñique de Momo. Quería que los recuerdos siguieran manifestándose en su cabeza. Deseaba conocer el nombre de aquella persona que desde siempre había ocupado sus pensamientos.

Hikari permaneció en silencio, apenas como una testigo de su insistencia, deseando que los recuerdos regresaran a él y también que pudiera regresar junto a aquellas personas que le querían. Junto a aquella pelirroja...

Giró sobre sus talones y regresó a donde estaban aquellos dos. Tenía que admitirlo, seguía colgada de aquel sentimiento. Seguía amando profundamente a Ikki...

-Es Hak -citó, esbozando una pequeña sonrisa -Es Hak -toqueteó una mejilla de Chiasa, la que respondió con un quejido.

Suspiró. Al principio creyó que con el tiempo su corazón se iba a resignar. Tenía la certeza de que un nosotros nunca existiría entre ella y Hak, y sin embargo, a veces que su mente fantaseaba a traición, con un futuro donde ellos dos estaban juntos, enamorados.

-Quiero que Hak recuerde todo -se dijo en voz en alta, negando todo lo demás -Esa pelirroja... Sí -asintió con cierto pesar -Estoy segura que es la persona que ama -sacó el brazo de Koji que descansaba sobre el pecho de su mujer -Quién sabe. Quizás incluso es su mujer.

Dolía aquella sonrisa. Dolía el imaginar a Hak yéndose con esa mujer, pero tenía que soportarlo. No pretendía luchar. Siquiera le iba a hablar de sus sentimientos. Apenas deseaba ser un apoyo. Una grande amiga. No quería ocupar ningún otro lugar.

Se acurrucó junto a Chiasa. Tan sólo quería dormir. Esperar que el sueño le arrancara aquel sentimiento como no había hecho las anteriores noches.

Se presentó ante ella un hermoso cabello rojizo que se balanceaba en armonía con las olas de un océano tranquilo.

-¡Es ella! -exclamó feliz -Mira, Hak, es...

Antes de que se volteara, apareció Hak. Sintió el viento rozando uno de sus hombros. Hak obvió su presencia y abrazó a la pelirroja que aguardaba por él.

Se besaron. Hak y la pelirroja se besaron.

Era una imagen dolorosa, pero Hikari no lloró, apenas volteó y se encaminó en otra dirección.

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