Capítulo 3
Mientras la cena transcurría de forma tranquila y animada, con los demás conversando entre risas y comentarios ligeros, yo me limitaba a comer en silencio. Mis pensamientos iban en una dirección completamente distinta. Destruir y dominar la capital sería un juego de niños, algo tan sencillo que resultaba aburrido. Pero... ¿qué gracia habría en algo tan fácil? No, eso no me interesaba. Me tomaría mi tiempo, dejaría que todo fluyera de manera natural por ahora, aunque con una que otra intervención mía para condimentar las cosas.
De repente, el sonido seco de cuerpos cayendo al suelo interrumpió el ambiente. Ieyasu y Sayo estaban inconscientes. Mis ojos se entrecerraron en un gesto casi automático. Si la comida contenía algún tipo de somnífero, mi cuerpo simplemente lo rechazaría. Literalmente, claro. Era similar a cuando Tamaki me había inyectado veneno; el cuerpo de Shigaraki siempre encontraba la manera de adaptarse y expulsar cualquier amenaza con facilidad.
¡Oh, por Dios! —exclamó la madre de Aria, levantándose apresuradamente de su asiento para acercarse a los chicos. Después de revisar a ambos, dejó escapar un suspiro de alivio. —Solo están inconscientes. Deben estar agotados por el viaje. —Tras incorporarse, ordenó a dos guardias que los llevaran a una habitación para que pudieran descansar.
(¿Descansar?) —pensé con sarcasmo, sin mostrarlo en mi rostro. A esos dos les vendría bien un poco de dolor, algo que les enseñara que este lugar no era lo que aparentaba ser. —(Mañana iré a sacarlos de allí. Unas cuantas horas de tortura bastarán para abrirles los ojos).
En este mundo, solo había dos tipos de seres: la presa y el depredador. No existía un punto medio. Claro que, incluso el cazador podía volverse la presa en el momento menos esperado. Pero yo... yo era la excepción a esa regla. Yo era superior, completamente fuera de su alcance.
¿Está segura de que solo fue por cansancio? —pregunté, terminando la comida con calma, aunque mis ojos no se apartaban de los guardias llevándose a los chicos.
Eso creo. Vienen de muy lejos, ¿no? Debió de ser un viaje agotador desde su pueblo hasta aquí. Pero no te preocupes, llamaremos a uno de los mejores médicos para que los revise —respondió Aria, con una sonrisa amable que, francamente, me dio ganas de aplastar en ese mismo momento.
Está bien. Espero que mañana ya estén bien. Aunque apenas los conozco, parece que tienen buenas intenciones —dije con los brazos cruzados, disimulando mi desdén. Al final, los que tenían buenas intenciones siempre eran los que más sufrían.
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La mañana siguiente llegó con un sol que lentamente cubría la capital imperial, llenando el lugar con un cálido resplandor.
Nunca he entendido por qué las mujeres compran tantas cosas —murmuré mientras cargaba con una sola mano una pila de cajas que parecían regalos.
¡Vaya, Shigaraki! —exclamó Aria, sorprendida al ver la facilidad con la que cargaba todo. —Eres increíblemente fuerte. Estás llevando todas esas cajas con una sola mano y ni siquiera pareces esforzarte.
(Solo lo hago porque no tengo nada mejor que hacer) — pensé mientras seguía caminando detrás de ella, cargando todo lo que había comprado.
El aburrimiento era una motivación curiosa. Podía llevarte a perder el tiempo en actividades sin sentido o a encontrar algo con lo que entretenerte mientras pasaban las horas.
¿Por qué tantas cosas, por cierto? ¿Planeas comprarte toda la ropa de la zona o qué? —pregunté, arqueando una ceja al notar que parecía querer llevarse todo lo que veía.
No es una mala idea, ¿sabes? —respondió Aria con una pequeña sonrisa juguetona. —Por cierto, Shigaraki, ¿tienes familia, amigos o quizás una novia?
No, no y no. No tengo nada que me ate, y estoy perfectamente bien con eso —respondí con frialdad, manteniéndome directo.
Eso sonó muy... solitario —comentó Aria, mirándome con cierta curiosidad. Me limité a encogerme de hombros.
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Cuando cayó la noche, estaba sentado tranquilamente en la cama de la habitación que me habían asignado. Era lujosa, demasiado para mi gusto, pero no me importaba en absoluto. Me puse de pie, estirándome un poco, mientras mis ojos brillaban con un resplandor cambiante de tonos neón.
Miré hacia la ventana y distinguí dos pequeñas esferas de color verde a la distancia. Aunque para otros podrían parecer iguales, yo podía identificar a quién pertenecían. Sayo era la esfera de un verde más claro, mientras que Ieyasu tenía un tono más oscuro.
Sin nada mejor que hacer, extendí la mano hacia la ventana. El vidrio se desintegró en polvo al instante. Podría sacar a Sayo e Ieyasu de allí en completo silencio utilizando el Quirk de portales fangosos. Pero no. Quería hacerlo personalmente.
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Al llegar al lugar donde torturaban a los pobres viajeros, observé a los guardias vigilando la entrada. Una sonrisa torcida se formó en mi rostro mientras extendía la mano hacia ellos. De mis dedos surgieron látigos negros que se enrollaron en sus brazos, piernas y bocas, silenciándolos por completo.
Antes de que pudieran reaccionar, los látigos los arrastraron hacia mí. En el momento en que mis manos tocaron sus rostros, se desintegraron en polvo, víctimas del poder absoluto de mi deterioro.
El trabajo apenas comenzaba.
Bien, veamos qué hay aquí —murmuré, mientras intentaba abrir la puerta de madera frente a mí. Era sólida, reforzada, y al girar el picaporte me di cuenta de que estaba cerrada con llave. Solté un leve suspiro, pero una sonrisa ladina apareció en mi rostro—. Bueno, lo bueno es que tengo mi llave personal.
Sin dudarlo, levanté una pierna y la estrellé contra la puerta con fuerza suficiente para hacerla pedazos. El sonido de la madera astillándose resonó en el lúgubre lugar mientras el hedor a sangre y podredumbre inundaba mis sentidos. Me tapé la nariz instintivamente, frunciendo el ceño.
Vaya, aquí huele peor que un baño público… —comenté, mientras mi mirada recorría el interior. Los cadáveres de varias personas estaban esparcidos por la habitación, algunos aún colgados, otros mutilados de formas grotescas.
¿Shigaraki? ¿Eres tú? —La voz débil y temblorosa me hizo girar la cabeza hacia el rincón derecho. Allí, dentro de una celda, estaba Ieyasu, su cuerpo cubierto de heridas y moretones.
Sí, soy yo —respondí con simplicidad, acercándome al lugar mientras lo observaba. Sus ojos estaban hundidos, y su respiración era irregular. Antes de que pudiera continuar hablando, lo interrumpí con un gesto de la mano—. No digas nada, solo cállate y déjame sacarlos de aquí.
Mis ojos vagaron por la habitación hasta que la encontré. Sayo estaba al fondo, esposada con las manos por encima de su cabeza. Su estado era deplorable: estaba completamente desnuda, con marcas de abuso físico por todo el cuerpo. Su cabello estaba enredado, y su mirada, aunque apagada, reflejaba un tenue rastro de esperanza al verme.
Me acerqué a ella con pasos firmes, mis manos relajadas pero listas para actuar. Mientras lo hacía, le hablé a Ieyasu sin mirarlo.
Se me hacía raro no verlos durante todo el día, así que empecé a buscar. —Extendí una mano hacia las esposas que la sujetaban—. Y encontré este lugar. Sabía que algo no andaba bien con esta familia.
Con un simple apretón, las esposas metálicas se partieron como si fueran de papel. Sayo cayó hacia adelante, pero ya estaba preparado para atraparla. Mis movimientos fueron precisos, asegurándome de no tocar ningún lugar indebido mientras la sostenía con cuidado.
Tú… ¿tú sabías de esto? —preguntó Ieyasu, su voz rota y temblorosa. Estaba claro que el dolor de sus heridas y el trauma reciente lo tenían al borde del colapso.
No exactamente, pero sospechaba que había algo turbio en esta familia. Vamos, Ieyasu, piensa un poco. Una familia rica aceptando desconocidos en su casa de la nada… algo no cuadraba. —Hablé con desdén, como si fuera obvio.
Saqué mi capa y cubrí el cuerpo desnudo de Sayo, asegurándome de envolverla bien. Solté un suspiro al recordar que era mi segunda capa. Por suerte, mis encuentros recientes con Aria me habían permitido conseguir más ropa de repuesto. Al menos no todo había sido una pérdida de tiempo.
Mientras colocaba a Sayo en el suelo con cuidado, giré mi cabeza hacia Ieyasu.
—Ahora, quédate quieto. Voy a sacarlos de aquí y luego me encargaré de este basurero.
Ieyasu asintió débilmente, sin cuestionar mis órdenes. Mi mente, mientras tanto, ya empezaba a calcular mis próximos movimientos. No permitiría que algo como esto volviera a ocurrir.
(Verga, tengo Quirks para muchas cosas, pero no de curación) —pensé mientras pasaba casualmente mi mano por los barrotes de la celda de Ieyasu.
Cada barrote que tocaba se volvía gris, las grietas aparecían en su superficie y, como si fuera polvo viejo, se desintegraba rápidamente. Cuando terminé de destruirlos, la celda quedó abierta, y Ieyasu salió con rapidez. Su mirada se dirigió directamente a Sayo, que seguía inconsciente. Por lo que pude ver, ella había sufrido mucho más que él. Su cuerpo estaba lleno de marcas, pero lo curioso era que su cabello seguía perfectamente intacto, tan liso y brillante como siempre.
(Pensar que todo esto es solo porque ella tiene ese cabello tan bien cuidado...) —pensé, recordando la razón por la que Aria había sido más dura con ella. —(Supongo que es cosa de mujeres tener envidia de que otra chica se vea mejor que ella.) —completé, observando la situación con indiferencia.
Me tomé un momento para repasar mis Quirks, buscando algo que pudiera usar para aliviar el estado de Sayo. No tenía un Quirk de curación tan potente como el de 'Recieve Girl' o el de 'Eri', pero afortunadamente tenía algo que podría ayudar. Me acerqué a ellos sin decir palabra alguna y, con un gesto casi automático, extendí mi mano hacia el cuerpo de Sayo. Un tenue resplandor verde comenzó a brillar desde mi palma, y poco a poco las heridas en su cuerpo empezaron a sanar.
Pasé mi mano sobre su piel, enfocándome en curar las heridas que más lo necesitaban. Aunque no era un Quirk de curación avanzado, sí lograba aliviar el dolor y acelerar el proceso de sanación de una forma básica. Después de unos minutos, me sentí satisfecho con el trabajo hecho, aunque sabía que no podía hacer más.
Cuando terminé con Sayo, repetí el proceso con Ieyasu. Su estado era menos grave, pero sus heridas también requerían atención. No perdí mucho tiempo en eso y, al final, los tres salimos de allí. Yo cargando a Sayo con cuidado, pero de una forma que mostraba lo poco que me importaba lo que sucediera a su alrededor.
Toma. —Dije mientras entregaba a Sayo a Ieyasu, quien parecía confundido pero aún lo suficientemente coherente como para no cuestionar lo que estaba sucediendo—. Tengo algo que hacer.
Con eso dicho, me di la vuelta sin prestar atención a sus preguntas, caminando de vuelta hacia la mansión. Mientras me acercaba, mi expresión se tornó algo más sombría, y una sonrisa maliciosa apareció en mi rostro. Me agaché y coloqué mi mano sobre el suelo, observando cómo la desintegración comenzaba a expandirse por debajo de mi palma.
El deterioro se extendió rápidamente, corriendo como una plaga. En cuestión de segundos, la mansión entera se derrumbó, reduciéndose a escombros y polvo. No dejé ni rastro de lo que una vez fue un hogar, y sonreí al ver la destrucción, satisfecho con el resultado.
Me levanté y me alejé, ignorando cualquier sentimiento de remordimiento. No me importaba lo que quedaba de la mansión ni lo que sucediera a partir de ahora. Ya había hecho lo que debía hacer.
Al regresar al lugar donde había dejado a Ieyasu, vi que él, sin hacer preguntas, se encontraba con Sayo aún en brazos, caminando en mi dirección. No parecía tener claro qué hacer, pero el hecho de que me siguiera era suficiente para saber que, al menos por ahora, él también había decidido confiar en mí.
Hagan lo que quieran, yo seguiré con lo mío. —Dije sin mirarlo, dejándolos a su suerte. Ya los había salvado; ahora podrían hacer lo que desearan.
Ieyasu, al ver mi indiferencia, suspiró profundamente y, con un ligero movimiento, comenzó a caminar detrás de mí, con Sayo aún en sus brazos, completamente a merced de las circunstancias que había desatado.
Fin del capítulo
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