Capítulo 2

El sol de la tarde bañaba la capital imperial con su cálida luz, pero para mí no había belleza en este lugar. La fachada de normalidad que proyectaba no era más que una máscara frágil. Caminé por las concurridas calles, observando el bullicio de comerciantes y ciudadanos. A primera vista, todo parecía tranquilo, pero sabía la verdad: esta ciudad estaba podrida hasta la médula.

(¿Así que esta es la capital imperial?) —Pensé mientras avanzaba lentamente entre la multitud.

El aire era denso, cargado de una mezcla de aromas que variaban desde especias exóticas hasta el hedor de la miseria humana. Al pasar junto a una pared, algo llamó mi atención: varios afiches de "se busca" estaban pegados en ella. Los reconocí de inmediato.

Arranqué uno, sosteniéndolo entre mis dedos. Era el retrato de Akame, su mirada firme y decidida inmortalizada en el papel. La recompensa por su captura, viva o muerta, era considerable.

(Estos tipos...) —Apreté el afiche, frunciendo el ceño. Las palabras que seguían en mi mente destilaban desprecio—. (Juegan a ser héroes, pero solo matan a los corruptos. Eso no basta para cambiar una sociedad. Solo cortan la superficie de la hierba mala, pero lo que realmente se necesita es arrancarla de raíz).

Sin darme cuenta, el papel se desintegró en mis manos, reducido a polvo por mi Quirk de deterioro. Solté un gruñido bajo, ignorando las miradas curiosas de los transeúntes.

Tch... —Resoplé, ajustando la capa roja que cubría mi torso desnudo. Mi atuendo, poco convencional, parecía llamar la atención, pero no me importaba. Sin embargo, algo en mí deseaba una vestimenta más acorde a mi propósito. El símbolo del miedo debía proyectar autoridad, incluso en su apariencia.

Mientras seguía caminando, un sonido ahogado captó mi atención.

¿Ah? —Murmuré, deteniéndome al escuchar los intentos de gritos que venían de un callejón cercano.

Sin dudarlo, giré hacia el oscuro pasillo. El hedor a basura era insoportable, pero no me detuvo. Caminé hasta el fondo del callejón sin salida y allí los vi. Dos hombres habían acorralado a una joven, probablemente de unos 17 años. Uno de ellos presionaba una navaja contra su cuello mientras le tapaba la boca con fuerza.

Escucha, preciosa. Será rápido. Además, prometo que lo disfrutarás... —dijo uno de ellos con una sonrisa repugnante, mientras sacaba la lengua y lamía la mejilla de la chica.

La joven temblaba de miedo, con lágrimas rodando por su rostro. El otro hombre comenzó a desgarrar su ropa, ignorando las débiles luchas de la chica. Sabía que, incluso si lograba gritar, nadie en esta ciudad corrupta acudiría en su ayuda.

Ella cerró los ojos, llorando en silencio, rezando por un milagro que sabía que no llegaría.

Pero entonces, sintió cómo la soltaron abruptamente. El ruido de un cráneo rompiéndose llenó el callejón, seguido de un pesado golpe contra el suelo y el sonido viscoso de la sangre derramándose.

¿Quién eres tú? —escuchó preguntar al otro hombre antes de que su voz se apagara para siempre.

La chica no se atrevía a abrir los ojos. Estaba demasiado aterrorizada, esperando lo peor.

Idiotas. Me quedaré con sus cosas. —Dije mientras me agachaba junto a los cadáveres. Comencé a despojarlos de todo lo que tenían de valor, registrando sus bolsillos sin el menor reparo—. (Ladrón que roba a ladrón tiene el perdón de Dios). —Pensé con una sonrisa mientras recogía las monedas.

Tras terminar, me levanté y me volví hacia la chica. Todavía estaba temblando, con los ojos cerrados, murmurando algo inaudible entre lágrimas.

Oye, tú. —Dije, mi voz cortante como un cuchillo.

La chica se estremeció al oírme, pero no se atrevió a abrir los ojos.

Vete de aquí. Estos tipos ya no podrán poner una mano encima de ti. —Agregué mientras me sacudía las manos y me daba la vuelta, listo para salir de ese callejón apestoso.

La chica finalmente abrió los ojos, solo para encontrarse con la imagen de los dos hombres muertos en el suelo, rodeados por un charco creciente de sangre. Su mirada se dirigió hacia mí, pero lo único que alcanzó a ver fue una cabellera blanca y una capa roja que se alejaban, desapareciendo entre las sombras de la capital imperial.

El atardecer teñía los cielos de la capital imperial con tonos naranjas y dorados mientras salía de una tienda de ropa, llevando un atuendo nuevo que adquirí con el dinero que había tomado de los hombres muertos en el callejón. Ahora lucía una camisa negra de manga larga que cubría mis brazos hasta las muñecas, un pantalón negro algo corto que dejaba mis tobillos expuestos, las clásicas zapatillas rojas, simples pero funcionales, y una capa nueva. Aunque hubiera preferido una roja, no había opciones disponibles, así que me conformé con una de color negro.

Bien, así está mejor. —Dije mientras ajustaba la capa sobre mis hombros, satisfecho con mi apariencia. Al menos ahora tenía ropa decente, algo que el símbolo del miedo debía proyectar.

Solté un suspiro. A pesar de haber obtenido algo de dinero, no era una cantidad significativa. Apenas me alcanzaría para comer algo y tal vez pasar una o dos noches en una posada. Claro, la comida no era realmente necesaria. Mi cuerpo, en constante evolución gracias a mis Quirks, podía prescindir de algo tan trivial como el alimento.

Sin embargo, el deseo de comer no venía del hambre, sino de un capricho personal. Quería disfrutar de un buen plato, aunque fuera una vez en este extraño lugar. Entré a un pequeño restaurante local. Apenas crucé la puerta, el ambiente cambió drásticamente. Una fuerte aura emanó de mi cuerpo, creando una tensión palpable en el aire. Los murmullos cesaron, y todos los presentes me miraron con una mezcla de nerviosismo y miedo.

Ignoré sus reacciones y me dirigí a una mesa vacía. Me senté con calma, observando cómo una mesera, visiblemente nerviosa, se acercaba lentamente, con gotas de sudor resbalando por su frente.

¿Q-qué desea? —preguntó con una voz temblorosa, evitando mirarme directamente a los ojos.

Lo mejor que tengan. —Respondí con indiferencia, sin mirarla.

Ella asintió rápidamente y desapareció en la cocina. Poco después regresó con un plato que parecía ser el orgullo del local. Sin prestarle demasiada atención, comencé a comer en silencio. La comida, aunque sencilla, tenía un sabor reconfortante. Mientras comía, mi mente divagaba en posibles estrategias para cumplir mi objetivo en este mundo.

.

.

.

.

.

.

La noche había caído, envolviendo la capital en sombras que solo eran interrumpidas por las luces dispersas de faroles y antorchas. Me encontraba sentado en una banca, reflexionando en soledad. Con el poder de mi cuerpo y mis habilidades, conquistar esta ciudad, o incluso el mundo entero, sería una tarea sencilla. Sin embargo, el cómo y el porqué aún me atormentaban.

Mis pensamientos se vieron interrumpidos por el sonido de un carruaje que se detuvo frente a mí. Entrecerré los ojos, observando cómo una joven bajaba elegantemente. Su cabello rubio caía en suaves ondas hasta sus hombros, adornado con un accesorio azul que brillaba tenuemente bajo la luz de la luna. Sus ojos azules reflejaban una calma engañosa. Llevaba una camisa blanca de mangas largas con una cinta azul en el cuello, encima de la cual lucía un vestido azul con un corpiño negro y volantes blancos. Sus botas blancas completaban el conjunto que irradiaba nobleza.

(Esta enana...) —Pensé con leve irritación al reconocerla de inmediato. Era Aria. Sabía quién era y lo que representaba su familia. Esa falsa amabilidad que mostraba me repugnaba.

Hola. Pareces estar en apuros. —Dijo con suavidad y una leve sonrisa. Dos guardias se colocaron a su lado, como si fueran una extensión de su sombra.

¿Qué te hace pensar eso? —Pregunté, arqueando una ceja, fingiendo interés.

Bueno, ya es bastante tarde, y puede ser peligroso a estas horas. ¿No quieres pasar la noche en mi casa? —Ofreció amablemente, su voz impregnada de una dulzura fingida.

¿Por qué le ofrecerías a un extraño quedarse en tu casa? —Respondí con desdén, aunque sabía perfectamente su verdadera naturaleza. Esa sonrisa "caritativa" solo lograba irritarme más.

La señorita Aria no puede evitar ayudar a los necesitados. —Intervino uno de los guardias, con una voz orgullosa—. No es la primera vez que hace algo así.

Solté un largo suspiro. Había elegido venir a este mundo para cambiarlo, evitar tragedias innecesarias y redirigir la historia hacia algo mejor... aunque no me consideraba un héroe ni aspiraba a serlo. Pero si podía salvar a unos cuantos, lo haría.

Solo porque no quiero dormir en una banca, aceptaré. —Dije mientras me levantaba de la banca.

Perfecto, vamos entonces. Te prometo que estarás muy cómodo. —Respondió Aria con entusiasmo mientras daba media vuelta y comenzaba a caminar hacia el carruaje.

Mientras la seguía, mis pensamientos giraban en torno a las posibilidades. Si Aria seguía viva, había dos opciones: o esto era antes de que Tatsumi llegara a su casa, o él ya estaba allí, viviendo los días previos al descubrimiento de la verdad sobre esta "amable" familia y la tortura de sus amigos. Si era lo segundo, debía actuar pronto para intervenir y cambiar el curso de los acontecimientos

.

.

.

.

.

.

(Así que siguen vivos, ¿eh?) —pensé mientras una leve sonrisa se dibujaba en mi rostro. Miré de reojo a los dos jóvenes que se encontraban frente a mí: Ieyasu y Sayo, los mismos que, según la historia original, acompañaban a Tatsumi en su viaje.

Esto solo podía significar una cosa: la trama estaba a punto de comenzar. Si estos dos ya estaban aquí, Tatsumi no debía estar lejos de llegar a la capital imperial.

Oigan, ¿cómo se llaman? —pregunté, volviendo mi atención hacia ellos, rompiendo el silencio que reinaba entre nosotros.

¡Yo me llamo Ieyasu! —respondió de inmediato con entusiasmo, su energía juvenil era casi contagiosa—. Y esta de aquí es Sayo. —Señaló con una amplia sonrisa a la chica de cabello negro que lo acompañaba.

La joven, que llevaba una flor en la parte derecha de su cabeza, le dio un par de golpes suaves a Ieyasu, intentando que bajara el volumen.

Un gusto. ¿Tú cómo te llamas? —preguntó Sayo, con un tono más calmado y cordial que el de su amigo.

Pueden llamarme Tomura Shigaraki. —Respondí, mostrando una pequeña sonrisa mientras daba el nombre que correspondía a este cuerpo.

¡Wow, es un nombre genial! —exclamó Ieyasu, con su característica ingenuidad y entusiasmo que lo hacían tan predecible.

.

.

.

.

.

.

.

.

El trayecto hacia la casa de Aria fue breve, pero cada paso me recordaba lo que estaba por venir. Cuando llegamos frente a su residencia, no pude evitar levantar una ceja. Su casa no era una simple vivienda: era una jodida mansión. La opulencia del lugar resaltaba aún más el abismo entre las clases sociales de la capital imperial.

Nos condujeron al interior, donde nos encontramos frente a los padres de Aria. Ella, mientras tanto, se sentó tranquilamente en un sofá cercano, tomando té con una expresión que pretendía ser casual, aunque para mí no era más que una fachada.

Vaya, así que Aria trajo a tres más. —Comentó su padre con voz calmada, como si las acciones de su hija fueran algo cotidiano y no le sorprendieran en lo más mínimo.

¿Cuántos van esta semana? —preguntó su madre, esbozando una sonrisa divertida mientras miraba a su hija con una mezcla de aprobación y burla.

Me mantuve en silencio mientras Ieyasu y Sayo explicaban su razón para estar en la capital. Contaron con entusiasmo cómo buscaban unirse al ejército para salvar a su pueblo, que sufría debido a la pobreza y las injusticias del sistema.

Simplemente sonreí para mis adentros. La ironía de la situación casi me arrancaba una carcajada. Ellos querían unirse al mismo sistema que era responsable del estado deplorable de su pueblo y de tantos otros. Claro, ellos no lo sabían, pero la ignorancia era un lujo peligroso en este mundo.

¿Y tú, joven? —La voz del padre de Aria me sacó de mis pensamientos. Me miraba con curiosidad, esperando una respuesta.

(¿Joven? Según recuerdo, este cuerpo tiene la apariencia de Shigaraki, lo que significa que físicamente aparento unos 21 años) —pensé mientras alzaba una ceja con cierta incredulidad. Sin embargo, decidí jugar con su comentario.

La verdad, aún no decido qué hacer, pero tarde o temprano lo sabré. —Respondí con indiferencia, aunque ya tenía claro cuál sería mi camino.

Ya veo, así que aún buscas qué camino tomar. Aún eres joven, tienes tiempo para pensar en eso. —Dijo la madre de Aria con una suave sonrisa que, aunque parecía sincera, me resultaba falsa e insípida.

Sí... claro. —Respondí con un tono que contenía una ligera burla, disimulada detrás de una máscara de calma.

Claro que sabía lo que iba a hacer. Mi objetivo estaba claro, aunque mi estrategia a largo plazo todavía necesitaba pulirse.

Bueno, deben tener hambre, ¿no? —Interrumpió Aria, poniéndose de pie con una sonrisa amable—. Aún podemos cenar, ¿qué les parece?

Ieyasu y Sayo agradecieron con entusiasmo la invitación de Aria, aceptando de inmediato. Yo, por otro lado, simplemente asentí. Ya sabía lo que estaba por venir y también sabía exactamente lo que debía hacer.

Mientras los seguía hacia el comedor, mis pensamientos se volvieron fríos y calculadores. La cena sería solo un preludio; el verdadero juego estaba a punto de comenzar, y esta vez, no pensaba seguir las reglas de nadie más.


Fin del capítulo

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top