CAPÍTULO 42

—¿Qué ganaré si te ayudo? —preguntó el hombre, acomodándose en su asiento. 

—Primero, que mi hijo no te mate. —Perso ladeó una sonrisa, haciendo un gesto hacia Iskandar. —Él te arrancará el corazón en menos de un parpadeo. 

—Eso no es suficiente para mí. —El hombre se inclinó hacia adelante. —He vivido una vida tan larga y miserable, que la muerte no suena como una mala opción. 

—Te vengarás de todos los que trataron de destruirte, empezando por los Brancchiatto. —Perso lo vio a los ojos. —Tendrás el honor de cazar, uno por uno, a los miembros de esa asquerosa familia. 

El hombre sonrió, extendiendo una mano hacia Persenpholis. Él llevaba tanto tiempo escondido en los bosques del Triángulo, que la idea de vengarse de quienes lo enviaron ahí, le dio un nuevo motivo para continuar. Ambos hombres estrecharon sus manos, sellando su pacto frente a los ojos de Iskandar. 

James abrió los ojos lentamente, separándose de Macy. Se acomodó en la cama, respirando con dificultad. La cabeza le punzaba, pero cada vez tenía más fuerza para proyectar recuerdos más largos. Sin embargo, su salud todavía se deterioraba con rapidez. No conseguía quitarse el neutralizador. 

Macy le sirvió un vaso de agua, y lo ayudó a echarse. Hacía dos semanas que tuvo que mudarse  con Dylan a la habitación principal; y ella decidió darle su antigua habitación a James. Le compró ropa nueva, zapatos y un celular. A pesar que todos en el castillo se oponían a que él se quedara, Macy se mantuvo firme en su decisión. No arriesgaría la vida de James. 

—Por si no te has dado cuenta, el muchacho que tienes escondido en tu habitación es un grifo muy peligroso. —Koenraad intentó razonar con ella cuando James salió de la enfermería. —Deberías dejar de gastar el dinero y los recursos del castillo en mantener con vida al hijo del asesino de tu abuelo. 

—Por primera vez, él y yo estamos de acuerdo en algo. —Dylan secundó, cruzándose de brazos. —Si Perso no quería a Iskandar con vida, ¿qué te hace creer que nosotros sí? —inquirió—. Es una amenaza y una estupidez tenerlo dentro del castillo. 

—Nada de lo que ustedes digan me hará cambiar de opinión. No pondré a James en peligro echándolo del castillo. —Macy habló fuerte. —Él se quedará en mi antigua habitación, y no pienso discutir más. 

—¿No quieres ponerlo en peligro, pero a nosotros sí? —Dylan rio con ironía. —Es un grifo, Macy. 

—Mientras tenga el neutralizador, es un humano cualquiera. Y, como no logramos quitárselo, no tiene forma de atacarnos. —Ella le recordó, firme. —Además, yo soy la Aka Zaba, y ordeno que se quede. Ustedes no tienen autoridad sobre mí. 

Macy salió del salón del concejo sin esperar respuesta, fastidiada por la actitud de los demás. Ella fue la única que ayudó a James a mudarse, pero quedó satisfecha cuando terminó. Fue amoblando más la recámara con el pasar de los días, y pasaba la mayor parte del tiempo conversando con él. En dos semanas, Iskandar le agradó muchísimo más que James en dos años.

Macy se echó al lado del muchacho, y acomodó la almohada bajo su cabeza. Giró hacia él, peinando su cabello castaño para poder verlo a los ojos. 

—No entiendo. —Macy rompió el silencio, haciendo una mueca. 

—¿Qué es lo que no entiendes? —James rio bajo. —Es el recuerdo más largo que he logrado compartir contigo. Estuvimos conectados por casi cuarenta minutos.

—¿Quién era ese hombre y por qué quería vengarse de mi familia? —Ella cuestionó. —¿Qué fue lo que le hicimos?

—Ese hombre es el vampiro más poderoso de todos los tiempos. —James aseguró. —Me parece extraño que no imagines quién puede ser. 

—Salvatore era el vampiro más poderoso. —Macy le recordó. —Él era el Aka Zaba.

—Salvatore es un cero a la izquierda en comparación con la persona que viste. —James carraspeó. —El hombre de mi recuerdo es Diarmuid Mizrachi, el último de su estirpe. 

Macy se sentó de golpe, sorprendida por su confesión. James debía estar mintiendo. No había forma un Mizrachi siguiera vivo. Salvatore le aseguró que todos estaban muertos.

—El hombre de tu recuerdo parecía de la misma edad que mi padre. —Macy enarcó una ceja. —No es posible que alguien de más de mil años se vea así. 

—Diarmuid todavía tiene la copia del Camfin Haramta que se robó, y lo ha estado usando para mantener su juventud, y camuflarse cuando decide salir de la isla. —James se sentó también, suprimiendo un gesto de dolor. —¿Quién crees que preparó las pociones y hechizos que me permitían ir a la escuela contigo?

Macy frunció el ceño, asimilando todo. Ella ya tenía suficiente lidiando con los grifos y la muerte de Salvatore, como para preocuparse también por Diarmuid y el Camfin Haramta. 

—Creí que solo los Aka Zaba podían conjurar los hechizos de ese libro. 

—Algunos de los hechizos sí requerían del Aka Zaba; fue por eso que te regalé el anillo morado a inicio de año. Diarmuid necesitaba absorber tu energía, y esa fue la única forma de hacerlo sin que sospecharas. 

—¿Para qué clase de hechizos usaron mi energía?

—No lo sé; mi padre no me lo dijo. —James se encogió de hombros, sin dejar de mirarla a los ojos. —Ya te dije que él no confiaba por completo en mí. 

Macy no respondió más, y sacó una pequeña navaja de su bolsillo. Hizo un corte profundo en su muñeca, y tomó el vaso de la mesa de noche para recolectar su sangre. Aunque llevaba dos semanas dándole su sangre a James, no se acostumbraba al dolor. Ella lamió la herida cuando el vaso estuvo lleno, haciendo que su saliva la ayudara a cicatrizar. 

James bebió lentamente, disfrutando el sabor. La sangre de Macy lo fortalecía, y la mayoría de sus heridas internas habían cicatrizado ya. Sin embargo, sabía que recaería en cuestión de horas. El neutralizador le absorbía la energía. 

James se recostó cuando terminó de beber, y Macy hizo lo mismo. Se acurrucó en su pecho, y él la abrazó. Desde que James le permitió entrar en su mente, ella sentía paz cuando estaban juntos. Macy comenzó a verlo como a un hermano mayor. 

—¿Qué es lo peor que podrían hacer Perso y Diarmuid con el Camfin Haramta? —Ella preguntó con un hilo de voz.

—Lo que ellos siempre han querido; empezar una guerra. —James suspiró. —Mi padre ha estado armando un ejército, pero no cómo ni cuándo planea atacar. 

—¿No has tenido noticias de tu hermana? —Macy consultó, cambiando de tema. —¿No has logrado contactarte con ella?

—Encontrarla no es tan fácil como piensas. —Él relamió sus labios. —Ya no tengo aliados en el Triángulo, y tampoco estoy seguro de querer dejar en evidencia que sigo con vida. Mi padre sería capaz de regresar a matarme si se entera que no lo logró la primera vez. 

—¿No te queda ni un solo amigo por allá?

—Todos están al lado de Perso ahora. —James se lamentó. —Estoy solo en esto. Hasta que logre encontrar a mi hermana, solo te tengo a ti. 

Macy no dijo más, sintiendo lástima por el chico. Continuó abrazándolo, a pesar de saber que eso no lo haría sentir mejor. James estaba roto y herido por la traición de su padre; pero ella ya no sabía cómo ayudar. 

James permaneció en la misma posición varios minutos, perdido en el silencio de la habitación. Sus párpados se volvieron pesados, y creyó que sería buen momento para tomar una siesta. Él quiso despedirse; pero un último pensamiento llegó a su mente. 

—Macy... —la llamó, con suavidad. 

—Dime. 

—Lamento lo del bebé. —Él habló con pena, acariciando su cabello. —Apuesto a que fue muy duro para ti. Espero que puedas superarlo en algún momento. 

Los ojos de Macy se llenaron de lágrimas al escucharlo, y elevó el rostro hacia él. Las palabras se atascaron en su garganta, y un nudo se formó en su estómago. 

—¿Cómo lo sabes? —Ella musitó. —¿Quién te lo dijo?

—Hace dos días, durante la transfusión de sangre, escuché a Merrick pelear con el pelirrojo. —James carraspeó. —Tú eres una buena chica, Macy. No merecías nada de eso. 

Macy agachó el rostro, sin ánimos para responder. Se limitó a esconder el rostro en el pecho del muchacho y suspiró. James era el primero que se preocupaba por ella, y mencionaba el tema del aborto. Dylan había evitado hablar de eso desde que despertó. 

Macy cerró los ojos unos momentos, relajándose por el silencio a su alrededor. No quería decir más, y prefirió descansar. Ella todavía se sentía extraña por la noticia del embarazo, pero no era algo de lo que quisiera hablar con James. Prefería lidiar su luto sola. 

Pasaron casi cuarenta minutos antes que la puerta se abriera con fuerza, azotándose contra la pared. Dylan ingresó con furia, haciendo resonar cada paso que daba. 

—¿Por qué cada vez que te necesito, tengo que encontrarte aquí con él? —Dylan cuestionó, sin esconder su molestia. 

—Porque James me necesita más que cualquiera de ustedes. —Macy se levantó de la cama, rodando los ojos. —¿Qué es lo que quieres ahora?

—Quisiera que recuerdes que tu esposo soy yo, no Iskandar. —Dylan se cruzó de brazos, celoso. 

—Yo todavía sigo siendo gay, Merrick, no te preocupes. —James rio con sorna, sentándose. —No te la voy a quitar. 

Macy se apresuró a sostener a Dylan por los hombros, notando que él quería golpear a James. Lo empujó, haciéndolo retroceder un par de pasos. Ella suspiró, cansada de vivir la misma situación todos los días. 

—James, cállate ya. —Macy elevó la voz, y volvió hacia Dylan. —¿Para qué viniste?

—El concejo te está buscando. Están terminando de organizar la ceremonia de coronación. 

Macy soltó un largo respiro, e hizo una mueca. No había otro tema de conversación en el castillo, que la coronación. Incluso Dylan parecía haberse contagiado de la locura de los ancianos. Hacía días que él no mencionaba el nombre de Salvatore. 

—Les pedí que se encargaran de todo. —Ella bufó. —Yo estaré de acuerdo con lo que decidan. 

—Koenraad insiste en repasar el protocolo contigo. —Dylan carraspeó. —Ya decidieron que él oficiará la ceremonia. 

Macy frunció los labios, comprendiendo que no le quedaba más que obedecer. Ella se colocó los zapatos, y se despidió de James. Acomodó sus almohadas y sábanas por última vez, asegurándose que estuviera bien. 

—Vendré más tarde a traerte la cena. —prometió. 

—Descuida. 

Dylan fue el primero en salir de la habitación, y Macy lo siguió en silencio. Él ralentizó sus pasos, quedando a la altura de la chica. Intentó tomarla de la mano, pero ella negó con la cabeza. 

—Lamento si me porté como un idiota antes. —Dylan se detuvo frente a ella. —Es solo que todavía no tolero la idea de verte junto a Iskandar todo el tiempo. Tú sabes lo que pasó entre nosotros. Compréndeme, por favor. 

—Descuida, no estoy molesta por eso. —Macy siguió caminando, sin prestarle atención. —Mejor terminemos con el ensayo de la ceremonia, por favor. 

Dylan asintió, desviando la mirada. Resolvió no decir más, y llevó a Macy con el resto del concejo. Los dejó a solas, y regresó a la atalaya desde donde solía vigilar. Él continuó trabajando como protector, e intentó restaurar la seguridad en el castillo. Aunque ya no hubieron más ataques, él creía que los grifos regresarían en cualquier momento. 

Macy caminó de vuelta a su habitación pasadas las siete de la noche, aburrida. Koenraad le hizo repetir doce veces el juramento que haría, y la mantuvo de pie hasta que el ensayo terminó. Ella contuvo las ganas de pelear con los ancianos, y solo obedeció. Desde la muerte de Salvatore, ella se sentía más extraña que antes. No pertenecía a ese mundo. 

William se acercó a ella antes que saliera del salón, y le entregó una caja con el vestido que usaría para la coronación. Macy lo recibió sin mucha emoción, y lo dejó sobre la cama. Pensó en guardarlo en el armario, pero la curiosidad fue más fuerte. El vestido que Salvatore le regaló para la cacería era realmente hermoso, y quería saber cómo era el que concejo mandó a hacer. 

Macy abrió la caja despacio, y lo primero que vio, fue una carta. Ella rompió el sobre, intrigada. Una llave antigua cayó del interior, junto con un papel pequeño. 

Este es el último regalo que guardaba para ti. Espero te guste. Alguien me dijo que el azul era tu color favorito. —Macy leyó la carta, con la voz entrecortada. —Además, la llave que vino con el vestido te ayudará a abrir más puertas de las que imaginas. Guárdala hasta el momento indicado. Tú sabrás cuándo usarla. Te quiere, Salvatore Brancchiatto.

Macy guardó la carta y la llave en su mesa de noche, con una sonrisa en el rostro. Cada vez que leía las palabras de Salvatore, sentía que él seguía cerca suyo. Ella tomó el vestido con cuidado, suspirando al notar que era el más bonito que vio en su vida. El corsé tenía pequeñas mariposas bordadas con hilo de plata, y la falda era acampanada; como de las princesas que solía ver en las películas. 

La joven se probó el vestido, pero su emoción decayó cuando se vio en el espejo. Aunque le quedaba mejor de lo que imaginó, se sintió incómoda. No comprendía por qué, pero volvió a ponerse triste. Ella continuó observándose en el espejo por varios minutos, sin saber qué miraba realmente.

Dylan ingresó a la habitación, quitándose la chaqueta de su uniforme. Iba a cambiarse antes de bajar a cenar, pero quedó anonadado cuando vio a Macy. No tuvo palabras para describir lo hermosa que se veía, y se acercó con lentitud a ella. La abrazó por la espalda, rodeando su cintura con las manos. Él besó su mejilla con suavidad, y reposó el mentón sobre su hombro.

—Te ves hermosa. —Él susurró.

—Gracias. —Macy respondió tajante. —Pero no me siento así.

—Tal vez, podría ayudarte a sentirte mejor. —Dylan besó su hombro, acariciando su vientre con suavidad.

Macy se sacudió con rudeza, alejándose de él. El solo tacto de Dylan le causaba náuseas.

—Ahora no tengo ganas. —Macy se cruzó de brazos. —Tal vez otro día.

«O nunca. —Ella pensó. —No quiero volver a acostarme contigo.»

—Macy, sé que nuestra relación no ha estado bien por un tiempo, pero creo que es momento de comenzar a arreglarla. —Dylan habló suplicante, tomándola de la mano. —Nos mudamos juntos, a esta habitación, porque era lo que mi padre quería. Pero ahora estamos más alejados que antes. 

—Al fin algo en lo que estamos de acuerdo. Lo nuestro no está bien, y nunca lo estará. —Ella rodó los ojos. —Por más que lo intentamos, este matrimonio parece ya no tener arreglo. 

Dylan agachó el rostro, buscando las palabras exactas para poder conversar con ella. Ya ni siquiera sabía por qué estaba enojada. 

—Macy, yo necesito que me digas qué es lo que te molesta, y busquemos la forma de solucionarlo. —pidió, viéndola a los ojos. —Apenas si me diriges la palabra. 

—¿Es que no se te ocurre qué es lo que podría estar molestándome? —Ella rio con ironía. —Pasé dos días durmiendo en una silla de la enfermería, cuidándote y asegurándome que mi abuela no volviera a intentar asesinarte. ¿Y qué fue lo primero que hiciste cuando despertaste? —Enarcó una ceja. —Fuiste a buscar al concejo para pelear, y luego atacaste a James. ¿Quieres que continúe?

Dylan apretó los puños, y contuvo las ganas de maldecir. Estaba harto de escuchar ese nombre salir de la boca de Macy en cada oración que decía. Respiró profundo, decidido a no perder la paciencia. 

—Macy, yo sé que tú y yo tenemos puntos de vista muy diferentes sobre muchas cosas, y que para ti, yo soy el malo de esta relación, pero necesito que me entiendas. —Dylan habló en tono suplicante. —Ya no sé de qué otra hacerte comprender.

—¿Qué es lo que tengo que entender? —Se cruzó de brazos.

—Cómo me siento, y por lo que he pasado. —Él suspiró. —Después de todo lo que te conté, debes comprender que apenas estoy empezando a sanar.

—Vi tu dolor y lo que te arrebataron, pero también vi tus crímenes y el monstruo en el que te convertiste. —Macy respondió entre dientes. —Destruiste la vida de miles de personas solo porque estabas enojado. Destrozaste a James, y me hiciste lo mismo a mí. Eso fue lo que comprendí.

—¡Basta ya, Macy! —Él exclamó, irritado. —Deja de defender a Iskandar, y de meterlo en todas las conversaciones que tenemos. Yo te mostré lo que pasó entre nosotros para que me comprendieras, no para que te aliaras con él. 

Macy soltó una carcajada amarga, sorprendida cada vez más por el cinismo de Dylan. 

—¿Acaso no te has dado cuenta que me das asco desde que me enseñaste tus recuerdos? —Macy lo empujó, mostrando sus colmillos. —Pensar en lo que le hiciste a James me da náuseas porque es lo mismo que me hiciste a mí. Nos sedujiste y manipulaste para obtener algo a cambio. Siempre supiste que tú nos gustabas, y lo usaste a tu favor. 

—¡Pero de ti sí me enamoré! —Dylan elevó la voz, tratando de sostenerla por las muñecas. —Yo caí en mi propio juego contigo porque me enamoré, y ahora soy yo quien no puede estar sin ti. 

Macy lo abofeteó con fuerza, cansada y asqueada una vez más de sus mentiras. Macy percibió su aroma, y escuchó los latidos de su corazón. Él estaba diciendo la verdad, pero sabía que ya no podía creerle. 

Dylan se tambaleó en el piso, y agachó el rostro, con la mejilla enrojecida. Él merecía más golpes que ese. 

—Macy, yo sé que me he equivocado, pero...

—Nada de peros, Dylan. Ya estoy cansada de ti y de ser siempre tu segunda opción. —Macy gritó, sin poder contenerse más. —Dices que te enamoraste de mí, pero ni siquiera fuiste capaz de preguntarme cómo me sentía por haber sido obligada a abortar. —Lo volvió a empujar. —Para ti, no soy más que un reemplazo de Alehna. Solo intentas arreglar las cosas conmigo porque ella ya no está.

—Macy, supéralo ya. Tú no eres mi segunda opción, y mucho menos, un reemplazo de Alehna. —Dylan bufó. —¿Hasta cuándo vas a seguir atormentándote con lo mismo?

—Tienes razón, porque tú me ves como un maldito premio de consuelo. —Macy espetó, cruzándose de brazos. —Además, ¿cómo me pides que yo supere a tu ex, cuando ni siquiera tú lo has hecho? Cada decisión que has tomado en tu vida, buena o mala, ha sido por ella. 

Dylan retrocedió un paso, sin tener argumentos para responderle. Macy tenía razón, pero él no quería admitirlo. Últimamente, sus sentimientos estaban más confundidos que antes. 

—Ya no tiene caso hablar de Alehna, o de Iskandar. Ellos son nuestro pasado. —Dylan trató de desviar la conversación tras varios minutos. —Mi padre nos pidió, a los dos, darnos otra oportunidad. Deberíamos intentarlo, por favor. 

—Yo he hecho de todo para que este matrimonio esté bien. He perdonado cada una de tus equivocaciones, siempre humillándome detrás de ti porque creí que solo así lo nuestro funcionaría. —Macy rio con amargura. —Incluso pasé semanas acostándome contigo, buscando embarazarme, porque pensé que eso lograría salvar nuestro matrimonio. —Ella sintió las lágrimas caer. —Pero no fue así, y yo ya no puedo más.

Dylan apretó los labios, sorprendido por la confesión. Ahora comprendía la actitud de Macy durante los primeros meses de convivencia, y por qué ella siempre se negó a usar protección. Macy solía ser tan insistente con el sexo, que él lo tomaba como algo gracioso. Jamás imaginó sus verdaderas intenciones.

—Un hijo no iba a arreglar nada. —Alcanzó a pronunciar.

—Y me di cuenta de eso cuando te dije yo no estaba embarazada. —Ella masculló, dolida. —Ver la tranquilidad y felicidad en tu rostro me hizo entender que lo nuestro nunca va a funcionar. Más ahora que me arrebataron al bebé que esperaba, y eso a ti ni siquiera te interesó.

Dylan sostuvo su mano, sintiéndose peor que antes. Él había evitado hablar del aborto con Macy porque creyó que era más fácil lidiar con eso. Ya no tenía cabeza para atravesar un luto más. 

—¿Cómo te sientes ahora que sabes la verdad? —Dylan preguntó, con temor. —¿Cómo estás después de... de lo que nos hicieron?

—La verdad, estoy tranquila y agradecida. —Macy respondió fría, viéndolo a los ojos. —Mi abuela y mi madre tuvieron razón al decir que ese bebé hubiera sido un error. Me alegro que ya no esté.

—¡Era nuestro hijo, Macy! —Dylan elevó la voz, soltándola. —Ninguna de ellas tenía derecho a decidir sobre él. Y tú tampoco deberías hablar así.

Macy negó, y peinó su cabello hacia atrás. Ella había esperado días para tener esa conversación, pero no era cómo se la imaginó. Dylan seguía tan encerrado en su egoísmo, que no veía la  verdadera realidad.

—Eres un maldito hipócrita. —Macy lo abofeteó. —Te ofende lo que dije, pero no te ofende pensar en todo lo que me hiciste. —Ella espetó, asqueada. —Me golpeabas e insultabas en cada oportunidad que tenías, y me humillabas cuando iba a rogarte que retomemos la relación. No sé qué clase de padre hubieras sido.

—Yo habría sido un buen padre. —Dylan elevó la voz. —Si tan solo nos hubiéramos dado cuenta antes, yo habría cambiado. Jamás te habría levantado la mano de saber que llevabas a mi hijo en tu vientre.

—Con tus palabras, solo me demuestras lo que yo pensaba. Ya eres un pésimo esposo, pero, sin duda, también habrías sido un terrible papá.

—Macy, tú sabes que...

—Dos semanas, Dylan. —Ella lo interrumpió, empujándolo. —Hace dos semanas que nos enteramos de la verdad, ¿y recién vienes a preguntarme cómo estoy? ¿Es que no te interesaba saber cómo me sentía por lo que me hicieron?

Dylan respiró profundo, y frotó sus sienes. Macy estaba más alterada de lo que pensó. 

—Escucha, tienes que entender que no fue fácil para mí tampoco. —Él relamió sus labios. —Enterarme de todo esto ha sido...

—Claro, porque tú siempre eres la víctima en este tipo de situaciones. —Macy se encogió de hombros, y sus ojos se tornaron vidriosos. —No creas que yo la pasé bien durante estas semanas. Yo me sentía sola, sin nadie a quién acudir; ni siquiera tú. Pasábamos las noches echados en la misma cama, pero no eras capaz ni de dirigirme la palabra.

—Macy, no sabía qué decir. —Dylan bajó la voz, sincerándose. —Todo esto me dolía más de lo que imaginas, pero no sabía cómo abordar la situación. No sabía cómo actuar después de enterarme que perdí otro hijo.

—Nosotros, pudimos superarlo juntos, Dylan. —Macy sollozó, sin esforzarse en detener las lágrimas. —Pudimos resolver nuestros conflictos, pero una vez más, tú te alejaste. Preferiste sentir compasión por ti mismo, en lugar de hablar conmigo.

Dylan la abrazó con fuerza, sintiéndola retorcerse entre sus brazos. Macy lo golpeó en las costillas con el codo, intentando liberarse, pero no pudo. Él la sostuvo con más fuerza y acarició su espalda, tratando de calmarla.

Macy dejó de moverse después de varios minutos, sin dejar de llorar. Se dejó abrazar por Dylan, comprendiendo que él no la iba a soltar. Sintió sus piernas flaquear, y se dejó caer. Dylan la sostuvo, acurrucándola en su regazo. Él besó su frente, siseando bajo. 

—¿Cómo te sentiste en ese momento? —Dylan volvió a preguntar. —Conversemos ahora, por favor.

—Primero estaba confundida y en negación. Pensé que eran invenciones de mi abuela, y que era imposible que estuviera embarazada; pero luego leí la mente de Matthew y supe que era verdad. —Macy sollozó. —En ese instante comprendí por qué me dolió tanto ver la prueba negativa. Si tan solo me hubiera dado cuenta antes, me habría quedado en la armería. 

Dylan la meció entre sus brazos, pero no pudo absorber su dolor. Macy tenía tantas emociones en ese instante, que le fue imposible detectar cuál era su verdadero estado de ánimo. 

Macy permaneció casi media hora en la misma posición, sin esforzarse por contener el llanto. Había esperado tanto por ese abrazo, que ya no tenía sentido alguno para ella. Ya no quedaba ni una sola pieza sobre la cual reconstruir su relación. 

Dylan la sostenía cada vez con más fuerza, y entrelazó sus dedos con los de ella. Besó su cabello una última vez, arrepentido por todo el daño que le hizo. 

—Macy, creo que es momento de dejar nuestros problemas atrás y empezar de nuevo. —Él habló en su oído, acariciándola. —Tengamos el hijo que ambos deseamos, y seamos una familia los tres. 

Macy se separó lentamente de él, y secó sus lágrimas. Se acomodó en el suelo, girando hacia Dylan para verlo a los ojos. Acarició el rostro del chico, y negó con la cabeza. 

—Yo habría sido la chica más feliz del mundo si tan solo me hubieras dicho esto hace un mes. Moría por darte un hijo porque creí que solo eso te devolvería la felicidad que perdiste. —Ella sorbió por la nariz, y relamió sus labios. —Pero ahora, la única forma en que tú y yo podríamos empezar de nuevo, sería separándonos. Lo mejor será que nos demos un tiempo. 

—Macy por favor no hagas esto. —Él bajó la voz. —Sabes que tú eres el único motivo por el cual sigo en el castillo. Tú eres la única familia que me queda.

Macy agachó el rostro, recordando todas las veces que él le dejó en claro que huiría a Rayuka cuando Salvatore falleciera. Limpió su rostro con las mangas del vestido, sin importarle si lo ensuciaba. 

—Yo no te estoy echando, ni del castillo ni de la habitación, y tampoco creo que debas huir de mí. Si tú quieres quedarte, puedes hacerlo. —Ella suavizó la voz, tomando su mano. —Es solo que yo ya no puedo fingir que soy tu esposa. Lo mejor será que volvamos a comportarnos como amigos.

—No estoy huyendo, pero es difícil para mí quedarme después de lo que ocurrió. —Dylan suspiró. —Tú eres el único motivo por el cual sigo en el castillo. 

—Tal vez, sea momento de que empieces a vivir por ti mismo, y dejes de depender de los demás. —Macy esbozó una sonrisa, intentando reconfortarlo. —Yo te perdono, de corazón, por todo el daño que me has hecho, pero esta relación no da para más. Ya estoy cansada de sufrir. 

Dylan se abalanzó sobre Macy, abrazándola con fuerza. La sostuvo como si fuera la primera vez que lo hacía, y aceptó sus palabras. Ella tenía razón, y él comprendió que lo mejor para los dos, era separarse. Besó su mejilla y cuello con suavidad, sin despegarse de su cuerpo. 

—Me quedaré hasta el día de tu coronación. —El prometió en su oído, entre susurros. —Después de eso, emprenderé el viaje que siempre quise hacer a Rayuka. Quizás las cosas entre nosotros sean diferentes cuando yo decida regresar. 

—Aquí te esperaré. —Macy respondió, acariciando su cabello. —Tal vez lo nuestro funcione la próxima vez que lo volvamos a intentar. 

Dylan se separó lentamente, y rozó su nariz con la de ella. Quiso darle un último beso en los labios, pero ella negó con suavidad. Él comprendió la indirecta, y la ayudó a ponerse de pie. 

—Tomaré una ducha, y luego bajaré a cenar. —avisó. 

—Yo me quitaré el vestido primero, y lo guardaré para que no se ensucie. —Macy desvió la mirada, retrocediendo. —Te veo abajo. 

El joven entró al baño de la habitación, y Macy se cambió lo más rápido que pudo. Salió de la habitación antes que Dylan hubiera terminado de ducharse, y caminó por los pasillos. Pensó en atravesar un atajo que descubrió hacía poco, pero un aroma extraño la distrajo. Ella se giró, viendo a Gia tras suyo. 

—Hola, Macy. —La saludó con alegría, sosteniendo con dificultad dos bandejas de comida. —Iba de regreso a la enfermería. Matt y yo cenaremos ahí. 

Macy se cruzó de brazos, sin contener su fastidio por encontrarla. Ella se aclaró la garganta, y enarcó una ceja. 

—Necesito hablar contigo. —avisó, seria. —Será mejor que dejes las bandejas en el suelo. 

Gia se asustó al escucharla, y obedeció, pasando salva con dificultad. 

—Soy toda oídos. —Ella avanzó un paso. 

—Ya estoy cansada de la hipocresía de este lugar, así que seré muy directa contigo. —Macy la señaló. —¿Con qué derecho Matthew y tú interrumpieron mi embarazo? 

—¿Ya lo sabes? —Gia susurró para si misma, nerviosa. 

—Sí, ya lo sé y estoy muy decepcionada de ti. —Ella elevó la voz. —Jamás te creí capaz de hacerme algo así. Pensé que éramos amigas. 

—Matthew me convenció de hacerlo. —Gia intentó explicar. —Tu abuela nos pagó muy bien por habernos deshecho del bebé. Ella dijo que ni tú, ni Dylan, querían al bebé. Pensamos que les hicimos un favor. 

Macy apretó los labios, sintiendo los ojos llenarse de lágrimas. Sin embargo, sacudió la cabeza, y contuvo el dolor. No se mostraría vulnerable frente a ella. 

—Yo había estado intentando quedar embarazada desde que me casé con Dylan. Pasé meses tratando y tratando, e incluso llegué a creer que era estéril porque no pasaba nada. —Macy confesó entre dientes. —Luego Dylan y yo nos peleamos y estuvimos separados un tiempo. Nunca me llegué a enterar que estaba embarazada, porque los análisis que me diste dijeron que la prueba salió negativa. Descubrí que estaba embarazada, y que ustedes mataron al feto, al mismo tiempo.

Gia se sintió culpable por lo que escuchó, y el estómago se le revolvió. Matthew la convenció de que hacían lo correcto, y ella nunca lo cuestionó. Zinnerva le contó que Macy pasó días llorando porque no quería tener hijos, y Gia evitó sacar el tema en la conversación para no alterarla. Jamás pensó que las cosas eran al revés. 

—Macy, no lo sabía. —Ella intentó disculparse. —Yo nunca quise hacerte daño. 

Macy asintió, sin querer responder más. No tenía ánimos para seguir hablando con Gia, y tampoco quería mirarla a la cara. No sabía de dónde sacaba tanta fuerza de voluntad para contenerse, y no golpearla en ese instante. La rabia que sentía, solo se podía comparar con el dolor que llevaba en el corazón.

—Gia, sé que hice un trato contigo y con Matthew a cambio de la vida de James, pero ya no tolero verlos a diario en el castillo. —Macy habló tras varios minutos. —Quiero que se vayan inmediatamente de aquí, y no regresen a menos que yo los llame.

Gia agachó el rostro, avergonzada. Comprendía el dolor de Macy, y no la juzgaba por su decisión.

—Hablaré con Matthew. Nos iremos esta misma noche, no te preocupes.

Macy no dijo más, y continuó su camino al comedor. Cenó en silencio, y tampoco cruzó palabra con Dylan cuando él se sentó a comer. Él terminó primero, y se arrodilló a su lado. 

—Regresaré a mi puesto en la atalaya. —Le comunicó. —Tal vez vaya a dormir al amanecer. 

Macy asintió, antes de dirigirse a la cocina. Le llevó la cena a James, pero no se quedó a conversar con él. Ella volvió a su habitación, y encendió el televisor para no estar en silencio. Lloró por más de una hora, hasta quedarse dormida. Ya no sabía por qué lo hacía; solo anhelaba olvidar todo el dolor en su interior. 

Los siguientes días pasaron sumamente lentos, y Macy se sentía peor que un fantasma rondando por el castillo. Solo conversaba con James, y apenas intercambiaba un par de frases con Dylan y el concejo. Cada vez se acercaba más el día de la coronación, y ella no sabía qué haría cuando fuera proclamada Aka Zaba. 

Macy releía a diario las cartas de Salvatore, intentando comprender los acertijos que le dejó. No obstante, por las noches, pesadillas horribles la atormentaban. En sus sueños, la llave de Salvatore abría un portal al infierno, y ella era la culpable de la caída del mundo mágico. 

Macy había escrito en un papel la profecía que el oráculo le dio, todavía temerosa de volver a que le dé la mitad faltante. Sin la sabiduría de Salvatore, le parecía imposible interpretar cuál sería su futuro. Ella se arrepentía de no haberle contado cuál fue su predicción cuando él todavía estaba con vida. 

Su enorme belleza solo se compara con su infinita maldad. —Comenzó a recitar. —Parirá un bebé de ojos cambiantes que traerá caos y destrucción a este mundo. Un nacimiento que estuvo bañado de sangre de inocentes, y que terminará en una masacre total.

Macy hizo guiones bajo su escrito, buscando descifrar su significado. La primera oración hablaba sobre su madre, Lilith. Ella era tan hermosa como mala, y parió una hija cuyos ojos cambiaban de color. La segunda y tercera oración, eran sobre sí misma. Su nacimiento estuvo manchado con la sangre de todas las embarazadas que sus padres asesinaron para asegurarle el trono; y ella era la bebé de ojos cambiantes. Hasta el momento, la mitad de la profecía se había cumplido, y le aterraba pensar que en cualquier minuto, la parte de la destrucción se hiciera realidad también. 

Macy se apresuró a guardar la hoja en su mesa de noche cuando escuchó la puerta abrirse, sobresaltándose cuando Dylan ingresó. Él se sacó la chaqueta de su uniforme, y la colgó en su armario antes de ducharse. Ella volvió a tender la cama, y se echó a revisar su celular, fingiendo que nada sucedió.

Dylan salió envuelto en la toalla, y buscó un pijama limpio entre sus cosas. Volvió al baño para cambiarse, y Macy lo miró de reojo. Quería pedirle un favor, pero no se atrevía.

—He dejado al resto de la nueva guardia real encargada de la ronda nocturna. —Dylan avisó, sentándose en su lado de la cama. —Hoy dormiré aquí; espero que no te incomode. 

—No, este es tu cuarto también. —Le recordó. —No me debes pedir permiso. 

—Bien —él esbozó una sonrisa. —Leeré un poco; procura no subir mucho el volumen del televisor.

—Hoy no iba a ver televisión; no te preocupes. 

Dylan asintió, y sacó un libro de su mesa de noche. Avanzó hasta su sillón rojo, agradecido de haberlo llevado a su nueva habitación. Se sentó en silencio a leer, sintiendo una inesperada ráfaga de paz. 

Macy lo siguió con la mirada, sin comprender el título de la obra. No sabía si el nombre estaba escrito en otro idioma, pero alcanzó a ver que el autor era Lovecraft. Ella sacudió la cabeza, evitando distraerse. Sabía que no podría hablar con Dylan una ver que comenzara a leer. 

—Dylan, espera. —Lo llamó, sentándose a los pies de la cama. —Hay algo de lo que necesitamos conversar. 

—Dime, Macy. 

—Mañana será la coronación... —Ella titubeó, dejando la idea al aire. 

—Lo sé, y ya tengo mi traje listo. —Él la miró a los ojos. —Además, los ancianos se encargaron de repartir todas las invitaciones. No te preocupes, las cosas estarán bien... 

—¿Te irás mañana? —Lo interrumpió. —¿Dejarás el castillo cuando termine la ceremonia?

Dylan negó, y dejó el libro sobre su sillón. Él se acomodó al costado de Macy, notando el nerviosismo en sus ojos. 

—No; todavía tengo que encontrar un nuevo protector, y encargarme de algunos asuntos. Tal vez me quede un par de días más. —Él acarició el rostro de Macy. —A menos que hayas cambiado de opinión sobre lo nuestro, y quieras que volvamos a intentarlo. 

—Yo no voy a interferir en tu viaje, pero necesito pedirte un favor antes que te vayas. —Lo tomó con suavidad del brazo. —Tengo un presentimiento muy malo sobre mañana, y llevo días con pesadillas horribles. Sé que una desgracia se avecina. 

Dylan se acercó más a ella, intrigado. Cuando él llegaba a dormir en la madrugada, veía a Macy gruñir y retorcerse entre sueños. Él no intentó despertarla porque creyó que eso la molestaría, pero temía que fueran premoniciones. Salvatore le advirtió que ella empezaría a experimentarlas en cualquier momento. 

—Sabes que siempre contarás conmigo, Macy. Yo estoy dispuesto a hacer todo por ti. 

Ella sacó la carta de Salvatore de su mesa de noche, junto con la llave. La cabeza le dolía cada vez que la sostenía, y eso solo la asustaba más. 

—Necesito que me ayudes a descubrir qué abre esta llave, y por qué Salvatore me la dejó. —Se la dio. —En mis pesadillas, esa llave es la causante de la caída del mundo mágico. 

Dylan pasó saliva con dificultad, leyendo la nota con rapidez. Salvatore no le dejó ninguna pista de cómo encontrar la cerradura de esa llave. Él la examinó, sintiendo un déjà vu cuando la observó a contraluz. 

—Cuando Salvatore tomó el poder como Aka Zaba, reconstruyó gran parte del castillo. Puso conexiones de luz, agua, y cambió casi todas las puertas y ventanas. —Él explicó. —Durante mi primer encarcelamiento, la llave que abría mi celda, era muy similar a esa. Pero, ahora, ni siquiera los calabozos tienen cerraduras tan antiguas. 

—¿Por qué Salvatore me dejaría una llave que no lleva a ningún lado? —Macy frunció el ceño. —Debe haber algún lugar del castillo que no haya sido modificado. Tú conoces hasta el último rincón de aquí; algo debes recordar.

—Parece ser de una puerta, pero no se me ocurre de cuál. 

Macy tomó la carta que Salvatore le dejó como parte de su testamento, y buscó la parte que hablaba de la biblioteca. La marcó con un lapicero, entregándosela. 

—¿Qué sabes de los libros apócrifos? —Ella habló rápido. —¿Y si la llave está conectada con la biblioteca? 

—Macy, no existen libros apócrifos en la biblioteca. —Dylan elevó la mirada cuando terminó de leer el mensaje encriptado de Salvatore. —Yo he leído casi todos los libros que están ahí, y te puedo asegurar que nunca tuvimos una sección así. 

—¿Estás seguro de eso?

—Lo más antiguo que hay en la biblioteca, son unos pergaminos escritos por Orencio Mizrachi, y un libro de actas que solo puede leer el Aka Zaba. 

Los ojos de Macy se iluminaron cuando escuchó el nombre de Orencio y tomó a Dylan por la muñeca. Él fue quien escribió el Pacto de todas las Sangres, y debía ser en esa zona que Salvatore escondió la segunda carta. Ella confiaba en que ahí encontraría las indicaciones para descubrir qué abría la llave. 

—Iremos a buscar en la biblioteca, ahora. —ordenó, poniéndose de pie. —No hay tiempo que perder. 

Dylan opuso resistencia, y la sostuvo por los hombros. La obligó a mirarlo, serio. 

—Apenas van a ser las once de la noche, y el encargado se va a las doce. —Le recordó. —Además, el cambio de guardias será a la una de la mañana; lo que nos dará cinco minutos sin nadie que vigile la puerta, y nos vea ingresar. Salvatore te ha dejado en claro que ninguna persona puede enterarse de lo que estás haciendo. 

—¡No puedo esperar tres horas! 

—O esperamos, o te irás sola. —Dylan advirtió, levantándose. —Si quieres mi ayuda, tendrás que ceñirte a las reglas. 

—Bien. —Ella hizo puchero, soltándose. —Me cambiaré, y veré una película hasta que sea momento de partir. 

Dylan rio por su actitud, pensando en todas las veces que Macy se comportó como una niña pequeña.  Sin embargo, su expresión cambió cuando ella empezó a desvestirse frente suyo. Él se volteó, y regresó a su sillón. Llevó la mirada a su libro, y no la despegó en más de una hora. 

Macy ladeó una sonrisa al sentir el nerviosismo de Dylan, pensando que era suficiente castigo por hacerla esperar. Ella puso una película musical en la televisión, pero no tenía ánimos para cantar ninguna de las canciones. Revisaba el reloj cada cinco minutos, pensando que el tiempo no avanzaba. 

Dylan se puso un jean negro, y sacó la chaqueta negra de cuero que solía usar. Él empezó a usar el uniforme de protector, porque Salvatore siempre quiso que lo hiciera. Se arrepentía de haber desobedecido tanto tiempo a su padre. 

El joven jaló a Macy por los pies, riendo cuando ella se asustó. Le hizo una seña con los ojos, mostrándole el reloj. Ella se colocó los zapatos, y guardó la llave en su bolsillo. Su corazón se agitó, pero no le dio importancia. 

Dylan la tomó con fuerza de la muñeca, y la ayudó a escabullirse por los pasadizos del segundo piso. Avanzaron por las zonas sin guardias, sin hacer ruido. El ruido de las lanzas chocando contra el piso camuflaba sus pasos, y ellos se mezclaron con los vigilantes que se dirigían a sus puestos. 

Dylan entró primero a la biblioteca, y se aseguró que no hubiera nadie más antes de indicarle a Macy que podía pasar. Ella cerró la puerta con cuidado, usando la linterna de su celular para examinar la cerradura. Pero no coincidía con la llave. 

Dylan la guio por el interior de la biblioteca, haciendo brillar sus ojos. Le pidió a Macy hacer lo mismo, y apagar la linterna para no llamar la atención. Ambos avanzaron hasta llegar a una pared corrediza, y él la movió para avanzar hasta la siguiente sección. 

Macy frunció la nariz al cruzar el umbral, y sintió ganas de estornudar. Era la primera vez que estaba en esa zona de la biblioteca, y el olor le incomodó. 

—Apesta a viejo aquí. —Ella se quejó entre murmullos. —Y a humedad. 

—Las primeras ediciones no están disponibles para el público general. Solo un grupo selecto conoce esa entrada. —Él rio bajo. —El olor a viejo, es por los pergaminos y la naftalina que les pusieron para preservarlos. 

Macy resopló con su respuesta, notando que el techo en esa parte era más bajo que antes. Ella levantó la mano y se puso de puntillas, notando que lo podía tocar. Giró hacia Dylan, y vio que él estaba encorvado para no golpearse la cabeza. 

—¿Por qué el techo se está encogiendo?

—No se está encogiendo, pero esta es una de las pocas zonas que no fueron reconstruidas. Salvatore temía que los libros se estropearan si los sacaba de aquí, y colocó la pared falsa para armar la nueva biblioteca. 

Dylan calló cuando llegó al último anaquel, deteniéndose. Limpió con la mano el polvo que cubría unas placas metálicas, leyendo las inscripciones. Maldijo por lo bajo, sin comprender por qué no estaban en su lugar habitual.

—¡Aquí está! —Dylan exclamó luego de varios minutos. —Estos son los manuscritos de Orencio Mizrachi. 

Macy se agachó, observando unos pergaminos enormes. Tomó con cuidado la esquina de uno, y se desintegró entre sus dedos. No se arriesgaría a sacarlos de su lugar, y destruirlos por accidente. 

—Esos papeles se volverán polvo si les acerco la llave de metal. —Ella refunfuñó. —La entrada que buscamos debe estar en otro lado. 

—Salvatore dijo que encontraríamos una carta aquí, no un pasadizo secreto. —Le recordó. —Además, alguien los ha cambiado de lugar recientemente. Los pergaminos solían estar en la repisa más alta. 

Macy sacó su celular del bolsillo trasero, y volvió a encender la linterna. Iluminó entre los manuscritos, pero no se veía ningún papel. Revisó también el anaquel donde Dylan buscó al inicio, y tampoco encontró algo. La supuesta carta no estaba ahí. 

—Salvatore dijo que yo lo reconocería cuando lo viera; pero no sé a qué se refería. —Macy se frustró. —¿Por qué no pudo dejar las dos cartas juntas?

Dylan le quitó el celular, y empezó a alumbrar el resto de la habitación. Macy contuvo las ganas de maldecirlo, pero siguió la luz con los ojos, tratando de descubrir la respuesta. Todos los libros se veían igual de viejos y apolillados. Ninguno resaltaba del resto. 

—¡Dylan, espera ahí! —Ella exclamó de pronto, señalando una caja enorme de cristal. —¿Qué es eso?

Dylan apagó la linterna, y se acercó. Él tuvo la misma reacción cuando vio ese libro por primera vez. Era de cuero rojo brillante, y medía casi un metro. Estaba escrito en un idioma que él no conocía, y Salvatore tampoco se lo quiso prestar las veces que se lo pidió. 

—Es el libro de actas del Aka Zaba. —Dylan respondió bajo, pidiéndole que se coloque a su lado. —Los Mizrachi lo protegieron hechizando esa protección de vidrio indestructible, de modo que nadie que no fuera un Aka Zaba pudiera leerlo. 

Macy sopló el polvo del cristal, viendo una pequeña pieza de papel bajo el libro. Esa debía ser la carta que Salvatore le dejó. 

—Ayúdame a sacarlo de ahí. —pidió, emocionada. —Creo que la carta está debajo. 

Dylan sostuvo la mano de Macy con cuidado, y la puso sobre una inscripción que pusieron en la pared junto al libro. Ella sintió como miles de pequeñas navajas cortaban su piel, y su sangre se derramó sobre la pared. Sin embargo, esta se absorbió en segundos. 

—Solo tú puedes abrir el cristal. —Él explicó, soltándola. —Si yo hubiera puesto la mano, se habría activado la alarma. 

Macy lamió su palma, notando las heridas cicatrizar. El vidrio empezó a ocultarse en su base, y el libro quedó a su disposición. Dylan lo cerró, antes de ponerlo en el piso; y ella tomó la carta finalmente. 

Macy hizo un mohín, confundida. El papel que Salvatore le dejó, solo tenía dos palabras escritas. 

—Zaba haske —leyó, irritada. —¿Qué demonios significa zaba haske?

La pared con las inscripciones crujió con sus palabras, y una pequeña cerradura se formó. Ella dejó caer la llave de la impresión, pero la recogió cuando comprendió que debía ser algún tipo de conjuro. El pulso le temblaba, y Dylan le ayudó a calmarse. Él se dio cuenta que la llave encajaría a la perfección, pero no se atrevió a ensartarla. 

—Macy, ¿estás segura de que quieres abrir esa cerradura? —consultó, temeroso. —Si en tu sueño, eso desataba el caos, tal vez sea mejor dejarla cerrada. 

—Ya hemos llegado hasta aquí, y Salvatore me la dejó porque quería que yo encontrara lo que sea que hay del otro lado. —Ella relamió sus labios, viéndolo a los ojos. —Confía en mí. 

Dylan asintió, dando un paso hacia el costado. Macy hizo girar la llave, y la pared se movió, como si fuera una puerta. Ella la empujó, viendo unas gradas que la llevaban a una pequeña bodega. Bajó despacio, tosiendo por la gran cantidad de polvo acumulado. Parecía que nadie había puesto un pie ahí en años. 

Dylan la siguió de cerca, y una antorcha vieja se encendió cuando los dos estuvieron dentro. La pared se cerró, atrapándolos en el interior. 

Macy cubrió su nariz con su camiseta, notando que solo habían tres cosas además de la antorcha. Una mesa, una silla y otro libro. Ella avanzó hasta la mesa, y vio un segundo sobre. Lo tomó primero, y abrió con cuidado de no romper el papel en su interior. 

Descubrí esta sala y este libro poco antes de asumir como Aka Zaba, y le juré a mi antecesor que me llevaría el secreto a la tumba. —Macy leyó lento, todavía fastidiada por el polvo. —Ahora te lo dejo a ti, y debes jurar lo mismo. Ningún Brancchiatto ha podido leer su contenido, pero confío en que tú lo harás. Este es el mayor tesoro que podría dejarte como herencia. No permitas que caiga en malas manos. 

Macy limpió el libro con las mangas del polo, confundida por el misticismo de la carta. Dylan le ayudó, quitándose la chaqueta y usando el forro para terminar más rápido. Sin embargo, un escalofrío lo recorrió cuando vio una letra f dibujarse en el medio de la portada. 

Macy cargó el libro con dificultad, y caminó hacia la antorcha.  Sopló los restos de polvo, y contuvo el aliento cuando las letras se volvieron legibles. 

—Este es el Camfin Haramta... —ella suspiró, elevando la vista hacia Dylan. —Pero... ¿cómo?

—Supongo que mintieron todas las veces que dijeron que el primer Brancchiatto lo destruyó. —Él le quitó el libro, abriéndolo. —Lo mantuvieron oculto aquí, frente a nuestras narices. 

Macy se inclinó para ver el contenido, pero no comprendió nada. Las letras se combinaban con símbolos extraños, y parecía estar escrito en otro idioma. 

—¿Sabes qué dice?

—No —Dylan se encogió de hombro. —Supongo que los Mizrachi usaron algún tipo de clave para que nadie más pudiera leerlo. 

—¿Cómo se supone que yo seré capaz de descifrar los hechizos? —Macy se cruzó de brazos. —Ni siquiera sé qué lengua hablaban cuando escribieron el libro. 

—Si Salvatore te dejó el libro, fue porque confiaba en ti. —Dylan acarició su rostro. —Apuesto a que lograrás leer los garabatos que pusieron ahí. 

Macy esbozó una sonrisa con sus palabras, y lo golpeó suavemente con el hombro. Ella sacudió la suciedad de su ropa, e hizo un gesto con la cabeza. 

—Será mejor irnos. —Macy musitó. —Envuelve el libro con tu chaqueta, lo llevaremos a la habitación. 

—¿Lo vas a sacar? —Él se preocupó. —Lo mejor sería dejarlo aquí, y no levantar sospechas. El concejo sería capaz de desterrarte si descubren que lo tienes. Ese libro, más que un grimorio, es un arma. 

Macy pensó en sus palabras, y devolvió el libro al escritorio. Ya tendría tiempo de regresar a leerlo; pero no sabría cómo hacerlo sin Dylan. Lo iba a necesitar más de lo que creyó; sin embargo, no se lo diría. 

Macy se acercó a la antorcha una vez más, y la jaló con fuerza. Esta se apagó, y la puerta volvió a abrirse. Ella la sostuvo para que no se cerrase, feliz de salir de esa sala. 

—¿Cómo supiste que así se abría la puerta?

—No lo sabía; pero lo vi en una película. —Ella rio. 

Dylan volvió a dejar el libro de actas en su lugar, y se aseguró de sellar la entrada secreta. Macy guardó la llave en su bolsillo, y regresaron a la zona principal de la biblioteca. Dylan salió primero, y envió a los dos guardias que cuidaban la entrada al patio principal. Macy agradeció que nadie la vio, y continuó a paso lento hasta su habitación. Ella se dio un baño rápido para quitarse el polvo de encima, y notó que Dylan retomó su lectura, sentado en el sillón. 

Macy permaneció despierta el resto de la madrugada, sin ser capaz de conciliar el sueño. Su mente divagaba en más de mil ideas por minuto, y ella solo podía pensar en el Camfin Haramta. Ansiaba descubrir qué era lo que decía, y por qué Salvatore estaba tan convencido que podría leerlo.

«Los Mizrachi eran hechiceros. —Ella pensó. —Quizás un hechicero sea capaz de decirme qué fue lo que escribieron ahí.»

Macy giró en la cama, recordando a Ethan. Él era el único hechicero que conocía, y Salvatore siempre le repitió que era de confianza. Sin embargo, también era consciente que no era un buen hechicero, y de los errores que cometió en el pasado. 

El rostro de James también llegó a su mente, creyendo que él podría ser de más ayuda al haber visto el Camfin Haramta con anterioridad. Pero, su bisabuelo le advirtió que no permitiera que el libro cayera en malas manos, y James seguía siendo un grifo después de todo. Aunque le había jurado lealtad, sabía que no podía fiarse por completo de él. 

Las empleadas del castillo tocaron su puerta a las ocho de la mañana, avisándole que el desayuno estaba servido. Macy iba a pedirles que subieran la comida, cuando escuchó unos pasos corriendo en dirección a la habitación. Ella salió, gritando de la emoción. Alyssa estaba frente a su puerta. 

—Alyssa, ¿qué haces aquí? —musitó, abrazándola. —¿Cómo llegaste?

—Papá nos trajo, dijo que hoy era tu coronación. —Ella abrazó a su hermana con más fuerza. —Te estamos esperando en el comedor. 

Macy sonrió, y se cambió el pijama para bajar. Tomó la mano de la pequeña, y le enseñó cada rincón del castillo durante su recorrido. Alyssa hacía preguntas divertidas, y ella olvidó por un momento todas sus preocupaciones. 

La mesa del comedor principal estaba llena, apenas dejando tres sitios libres; para Alyssa, Dylan y ella. Macy tomó su posición, y disfrutó la compañía de los demás. Era la primera vez, en semanas, que todas las sillas estaban ocupadas. Macy conversó la mayor parte del tiempo con sus hermanos, evitando las incómodas preguntas y cuestionamientos de sus padres. No toleraba la presencia de Lilith y Alastair. 

Macy pasó el resto de la mañana en el patio principal, observando a Dylan tratar de enseñarle a pelear a sus hermanos con espadas de madera. Alyssa era mucho más agresiva que Gadreel; pero él la superaba en velocidad y agilidad. A pesar que Macy no era partidaria de la violencia, sabía que el peligro todavía no desaparecía. 

Todo el mundo regresó a sus habitaciones después del almuerzo, empezando a prepararse para la ceremonia. Macy se dio una larga ducha, y lloró mientras el agua caía. No entendía por qué lo hacía, pero una extraña sensación de desasosiego se apoderó de ella. Los presentimientos no se iban, y el miedo crecía en su interior. 

Macy se cambió con un buzo deportivo, sin querer ponerse el vestido todavía. Ella aprovechó que Dylan se estaba bañando para buscar entre su ropa limpia, y encontró un terno viejo, y polo negro con cuello de tortuga. Revisó en la maleta con las pertenencias que fueron de Salvatore, hasta que halló una bufanda de lana que todavía tenía el aroma de su bisabuelo. Ella salió, corriendo  hasta el cuarto de James, y cerró la puerta con llave después de entrar. 

—¿Qué pasó? —Él rio al verla agitada. —No deberías verte así el día de tu coronación. 

—He venido a traerte ropa, y algo que cubra el neutralizador que traes en el cuello. —Ella explicó, recobrando el aliento. —Báñate y cámbiate, quiero que estés en la ceremonia. 

—¿En serio quieres exponerme a estar en un salón lleno de vampiros? —James respondió burlón. —Además de tu familia, habrán lobos, hechiceros, hadas, y cientos de criaturas mágicas más. No me parece una buena idea. 

—Con el neutralizador puesto, hueles a humano. Nadie sabrá que eres un grifo. —Macy intentó convencerlo. —Además, esta ropa es de Dylan y de Salvatore. Su aroma te camuflará. 

James rodó los ojos, intentando oler la ropa. Su olfato no era que el mismo de antes, y ya no podía identificar quién la usó antes. Solo detectaba un aroma a limpio, y a detergente. 

—La mayoría de ellos me conoce. —Le recordó. —Saben quién es Iskandar Kovacevic. Rompí el hechizo que usaba para camuflarme durante la pelea con Merrick. 

—Iskandar tenía el cabello castaño, y a ti el tinte rubio no se te ha terminado de caer. —Macy musitó. —Al menos intenta estar ahí; por mí. 

James soltó un largo suspiro, y se levantó de la cama. Ir a la coronación era ponerse a sí mismo en peligro, pero no iba a defraudar a Macy. 

—No te preocupes; yo iré aunque sea unos minutos. 

Macy lo abrazó  a modo de despedida, y regresó a su habitación. Encontró a Dylan a medio vestir, sentado una vez más en su sillón. Él continuaba leyendo, como si fuera un día como cualquiera. Ella se puso el vestido con delicadeza, sintiendo el estómago dolerle con más fuerza cada segundo que pasaba. Creyó que los nervios la comerían viva en cualquier momento. 

Dos estilistas llamaron a su puerta a las cinco de la tarde, listas para ayudarle con el peinado y maquillaje. Macy cerró los ojos, y permaneció quieta mientras ellas hacían su trabajo. No tenía ganas de opinar, y prefirió que se encargaran de todo. 

Dylan terminó de vestirse cuando las señoritas se fueron, y utilizó una de las corbatas favoritas de Salvatore. Se acercó a Macy, todavía asombrado por lo hermosa que se veía. 

—Yo ya debo bajar, pero tú debes esperar a que la guardia real te escolte. —Él susurró, acariciando su rostro. —Todo estará bien; te lo prometo. 

Dylan la besó antes que pudiera responderle, y juntó su frente con la de ella. Sabía que sería el último beso que le daría en mucho tiempo, y su corazón se agitó. Él ya no se quería ir, pero prefería darle el espacio que Macy tanto necesitaba. Quizás, esa era la única forma en que su matrimonio lograría arreglarse. 

Macy lo vio salir, sin ser capaz de reaccionar por el beso. Tocó sus labios, deseando que Dylan la hubiese besado un poco más. Sin embargo, sus pensamientos fueron interrumpidos cuando tocaron la puerta. 

Macy caminó a paso firme, acompañada por la guardia real. Bombos y trompetas sonaron cuando llegó al salón principal, y ella sonrió, esperando camuflar la mirada temerosa en su rostro. Avanzó hasta el trono, y se sentó; tal y como ensayó. 

Koenraad inició la ceremonia a las siete en punto, dando la bienvenida a los líderes de las diferentes especies del mundo mágico. Macy escuchaba atenta cada palabra, siguiendo en su mente cada uno de los protocolos para no arruinar nada. A pesar de haber ensayado por días, temía olvidar algo.

Macy se puso de pie cuando fue momento de decir sus votos, y subió al podio que prepararon. Ella se aclaró la garganta, y vio a cada uno de los presentes.

—Yo, Macy Jennifer Brancchiatto, bisnieta de Salvatore Brancchiatto y heredera de sangre, juramento ante ustedes, mi pueblo y mis aliados, como la nueva Aka Zaba. —Habló fuerte y con firmeza, levantando la mano derecha. —Con mi sangre juro defender a cada uno de los miembros de mi pueblo, y mandar bajo las leyes que nos han mantenido vivos por miles de años. Con mi sangre aseguro respetar y hacer cumplir el pacto entre seres mágicos, y mantener el equilibrio con el mundo de los humanos. Con mi sangre protegeré a mi pueblo, y castigaré a quien trate de destruirlo; porque el imperio vampiro nació de la sangre; y solo la sangre logrará mantenerlo vivo. Y si llegara a fallar, que mi sangre sea derramada para limpiar mis errores. 

Koenraad le alcanzó un puñal de oro, con runas grabadas en la empuñadura. Macy lo tomó, sin titubear, y cortó la palma de su mano. Dejó que su sangre cayera sobre el pergamino que estuvo leyendo, y todos aplaudieron cuando su juramento quedó firmado. Ya no había vuelta atrás. Ya era, oficialmente, la Aka Zaba. 

William avanzó despacio entre la fila del concejo, llevando la corona que solía ser de Salvatore. Se la entregó a Koenraad, e hizo una reverencia ante su nueva reina. Koenraad elevó la corona, y murmuró varias palabras en un idioma que Macy no entendió. 

Un fuerte estruendo interrumpió la ceremonia, y la corona cayó pesadamente sobre la cabeza de Macy. Ella se levantó, aturdida por el ruido y sin preocuparse por el dolor que el metal le causó. Todos empezaron a correr de un lado a otro, asustados. Dylan avanzó hacia ella, dándole la mano. 

—¿Qué es eso? —preguntó a gritos, cubriendo uno de sus oídos. 

—Es la alarma. —Dylan elevó la voz. —Deben estar atacando el castillo. 

—¡Ayúdame a llevar a mis hermanos a la armería! —Macy pidió con los ojos llorosos. —No puedo permitir que nada malo les pase. 

Dylan asintió, abriéndose paso entre la multitud para salir. Macy cargó a Gadreel, y Dylan llevó a Alyssa entre sus brazos. Macy veía el caos alrededor suyo como si estuviera en cámara lenta, y notó que la mayoría de los invitados trataba de salir por las ventanas. El representante de los hechiceros abrió un portal de regreso a su isla, y varios de los hombres lobo se habían transformado ya. 

Dos guardias se colocaron en la puerta, y golpearon sus lanzas contra el suelo para tratar de controlar la situación. Dylan intentó bajar a la niña para poder conversar con ellos, pero Alyssa se aferró a su cuello y no dejaba de llorar. 

—¿Qué es lo que sucede? ¿Quién activó las alarmas? —Él cuestionó a gritos. —¿Quién nos está atacando?

—Ninguno de nosotros la activó, y tampoco hay un ataque. —Uno de ellos gritó, logrando que su voz resuene en las paredes. —Esa alarma ha venido desde el mundo mágico. Algo muy malo ha ocurrido. 

El segundo guardia señaló un televisor que había en la habitación del costado, y Koenraad envió a las criadas a encenderlo. Él no comprendía nada; en especial, porque hacía un par de horas todo estaba bien. 

La mujer que tenía el control tardó en encenderlo por el temblor en sus manos, y se dio cuenta que todos los noticieros del mundo mágico estaban mostrando el mismo reportaje. Ella subió el volumen al máximo, identificando que el hombre en la pantalla, era Persenpholis Kovacevic. 

—Hace casi un mes falleció Salvatore Brancchiatto, y yo decidí ir con mi hijo a presentar nuestros respetos a la familia. —Perso hablaba bajo, con la voz temblorosa. —Sin embargo, lo que fue para nosotros una simple visita, se convirtió en la peor de nuestras pesadillas. Macy Brancchiatto, la bisnieta de Salvatore nos intentó capturar como rehenes, y nos atacó con ayuda de su esposo y tío, Dylan Brancchiatto.

Macy observaba la pantalla con los ojos llorosos, confundida por lo que veía. En el reportaje mostraban la pelea que Dylan y James tuvieron, como si alguien hubiera filmado el momento. Sin embargo, solo pusieron los fragmentos donde Dylan atacaba, y no cuando James lo apuñaló con la lanza. 

—Mi hijo solo intentaba defenderse, pero esos monstruos no le dieron oportunidad. —La imagen de Perso volvió, hablándole a la cámara mientras lloraba. —Macy le colocó un neutralizador, y luego lo asesinó clavándole una lanza. Yo apenas pude escapar, y llevarme el cuerpo de mi único heredero. 

Lágrimas comenzaron a caer de los ojos de Macy cuando un nuevo vídeo apareció en el televisor, más retorcido que el anterior. Se vio a sí misma con una lanza en las manos, atravesando a James en el suelo. Pero Theo no estaba por ningún lado. Ella sí lo había atacado, pero porque Theo la obligó a hacerlo. Nunca atacó a James por voluntad propia. 

—Cuando pude quitarle el neutralizador, mi pequeño volvió a su forma natural. —La voz lastimera de Perso siguió sonando de fondo, mientras proyectaban el velorio de un grifo con la cola roja. —Estuve todos estos días junto a mi hijo, con la esperanza que él abriera los ojos, pero no fue así. Mi hijo murió en ese castillo, traicionado por quienes fueron sus amigos. Los vampiros no solo apuñalaron a mi único heredero, sino, también el pacto que ellos juran defender. 

Macy limpió sus lágrimas, y giró el rostro, buscando a James entre la multitud. Él se puso lentes de sol para no llamar la atención, y se colocó detrás de la chica. Quiso tomarla por la cintura, pero ella no se lo permitió. 

—¿Qué significa esto, James? —Ella inquirió entre dientes. —¿Por qué tu padre está diciendo todas esas mentiras en televisión? 

—No tengo idea. —Él carraspeó, sin comprender tampoco lo que ocurría. —Creo que Perso ni siquiera sabe que estoy vivo. 

—¡Dame tu celular! —ordenó, extendiendo una mano con cuidado. —No quiero que te comuniques con nadie del Triángulo a menos que yo esté presente. 

James obedeció, entregándole el móvil sin oponer resistencia. Ella lo revisó como pudo, notando que él no tenía ningún mensaje o llamada reciente. Solo había escrito al Facebook de su hermana, pero ella ni siquiera lo leyó.

Macy quiso seguir interrogándolo, pero el ruido del televisor captó su atención de nuevo. Cientos de criaturas extrañas del Triángulo levantaban carteles, exigiendo justicia por la muerte de su príncipe. Persenpholis, se aclaró la garganta, e hizo un ademán para que los demás guardaran silencio. 

—Mientras el Triángulo está de luto, los vampiros celebran la coronación de los asesinos de mi hijo; como si matarlo hubiera sido una hazaña. —Perso elevó la voz, imponiéndose. —Es por eso que hoy he decidido alzar la voz en contra de las injusticias, y no permitir que nuestros derechos sigan siendo pisoteados. El príncipe del Triángulo ha muerto, pero su memoria no. El Pacto de todas las Sangres se ha roto, y el pueblo finalmente obtendrá la justicia que merece. Es tiempo de venganza. 

Los gritos y clamores de las criaturas mágicas hicieron que Macy volviera a la realidad, y finalmente comprendió cuál fue el verdadero plan de Perso desde un inicio. Él la inculpó del asesinato de James porque sabía que esa era la única forma de romper el Pacto. Ella fue tan estúpida como para caer en su trampa, y ahora era vista como una asesina. Sin embargo, eso no era lo peor; sino, que Perso cumplió su objetivo. La guerra había empezado. 


***************************

¡Hola! 

Finalmente aquí está el final de Aka Zaba

¿Qué les pareció?

Dejen sus teorías aquí 👇👇👇

Debo decir que esta ha sido de mis historias favoritas de escribir, y les agradezco todo el apoyo recibido. Saben que llevo en mi corazón cada comentario que ustedes dejan. 

Estaré publicando el epílogo de la historia la próxima semana. 

Les mando un abrazote.

Nos leemos pronto.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top