CAPÍTULO 31
Koenraad Polyakov tomó su lugar en el centro de la sala, ordenando al resto del Concejo hacer lo mismo. Se colocó su túnica ceremonial, antes de tomar el libro de juicios. Tomó una pluma, y pidió que le alcanzaran el tintero. Estaba listo para comenzar con el primer juicio de la tarde.
Koenraad movió la tinta con el meñique, probándola. Él disfrutaba escribiendo las sentencias con sangre de los condenados, y el día anterior alcanzó a llenar dos tinteros. La sangre de los cíjeni siempre tuvo un sabor peculiar, y una coloración especial. Sin embargo, no se comparaba con utilizar la de un purasangre para escribir.
El anciano revisó el libro de juicios lentamente, releyendo las últimas sentencias que dictó. Él regresó varias páginas atrás, recordando el día que Salvatore arrancó la hoja que le correspondía a su hijo. Koenraad sonrió, feliz de saber que él no se encontraba en el castillo. Ya nadie podría impedir que enviase a Dylan a decapitar.
Las manecillas del reloj se detuvieron, marcando la hora pactada. Y, a pesar que nadie dijo nada, podía sentirse la tensión en el ambiente. Todos comprendían lo que ese juicio implicaba, pero todavía no sabían cómo lidiar con las consecuencias. Estaban a punto de condenar a muerte al hijo predilecto del Aka Zaba.
—Ya son las tres. —Koenraad anunció, poniéndose de pie—. Traigan al acusado.
Dos guardias abrieron las puertas de par en par, golpeando sus lanzas contra el suelo. Dylan ingresó a paso lento, escoltado. Las cadenas en sus pies y manos eran muy cortas, y le impedían moverse con rapidez. Además, el neutralizador en su cuello apenas si le permitía girar el rostro hacia los lados. Él mantuvo la frente en alto, haciendo contacto visual con cada uno de los ancianos del Concejo.
Una alarma sonó, indicando que el juicio estaba por iniciar. Dylan subió al podio del acusado, tranquilo. A pesar que todavía no sabía cómo librarse de los cargos que le imputaban, no permitiría que los demás descubrieran que tenía miedo. No les daría esa satisfacción.
Dylan dio una rápida mirada a la sala, y sonrió. Macy no se encontraba en la sala, y tampoco podía percibir su aroma cerca. Ella cumplió su promesa, y eso le quitaba un peso de encima. Lo último que quería, era verla durante el juicio. Estaba seguro de que Macy arruinaría todo.
Koenraad se aclaró la garganta, elevando ambos brazos. Chasqueó los dedos, ordenando a uno de sus empleados acercarse. Él le entregó el expediente que habían armado en el último par de días, con todas las confesiones de los guardias. Tenía pruebas más que suficientes para sentenciarlo.
—Dylan Anthony Walsh —Koenraad lo llamó, con voz potente—. Se encuentra aquí para ser juzgado por sus crímenes. ¿Cómo se declara?
Dylan soltó una risa socarrona, negando. Ese juicio sería más divertido de lo que imaginó.
—Hasta que no me digas de qué se me acusa, no puedo darte una declaración. —respondió con sorna—. Ni siquiera sé por qué estoy aquí.
—Tú sabes perfectamente por qué estás aquí. —Arath, otro de los ancianos mencionó; enojándose—. No te pases de listo con nosotros.
—Ustedes se han vuelto bastante ineficientes desde la última vez que me juzgaron. —Dylan continuó riendo, ladeando la cabeza—. Deberían liberarme si es que no tienen una acusación real en mi contra.
Koenraad pidió silencio, evitando que el resto de sus compañeros se alterase. Notaba la satisfacción en el rostro de Dylan, y quiso borrarle la sonrisa que tenía. Él no perdería de nuevo.
—Dylan Anthony Walsh, se le acusa de haber roto la ley de los vampiros, ordenando la conversión de ciento cincuenta humanos. —Koenraad habló ceremonioso, manteniendo el protocolo del juicio—. Además de ir en contra de la meritocracia, y contratar a cíjenis para la guardia real.
Dylan se encogió de hombros, divertido. La falsa tranquilidad de Koenraad le parecía graciosa.
—Como protector y jefe de la guardia real, tengo la completa potestad de contratar a quien crea conveniente para el cargo. —Dylan recordó, firme—. No tengo por qué dar cuentas de las decisiones que tomo.
—Y como nuevo protector y nuevo jefe de la guardia real, yo tengo la autoridad de revocar y corregir cada uno de tus errores. —Una voz gruesa habló desde el fondo de la sala—. Tu reinado populista terminó, Merrick.
Dylan giró con lentitud, suprimiendo un gesto de dolor debido a las cadenas. Gruñó cuando vio a Quentin acercarse, y tuvo que contener las ganas de lanzarse contra él. No le convenía darle más motivos al concejo para querer sentenciarlo.
—Como se te informó el día de tu aprehensión, fuiste destituido de tu puesto como protector. —Koenraad habló victorioso—. Es por eso que el Concejo Vampiro resolvió nombrar a Quentin Lawrence McKay como el nuevo protector.
—Aunque finjas ser un juez, me queda claro que no sabes nada de leyes. —Dylan se burló, regresando la vista a los ancianos—. Te recuerdo que ese es un puesto de confianza. Solo el Aka Zaba puede decidir quién quiere que sea su protector.
—Yo soy el más capacitado para el cargo. —Quentin mencionó soberbio, avanzando—. Además, desde que te casaste con Macy, he trabajado más que tú. Porque mientras ustedes follaban en las distintas habitaciones del castillo, yo me preocupaba por...
—¡SUFICIENTE! —Koenraad gritó, callando a Quentin—. Tu presencia no es necesaria aquí, McKay. —espetó—. Regresa a tu puesto en el frente.
Quentin obedeció sin protestar, y golpeó su lanza contra el suelo antes de salir. Observó de soslayo a Dylan, ladeando una sonrisa. Esa sería la última vez que se cruzaría con él.
Koenraad se aclaró la garganta, captando la atención de los demás. Ordenó los papeles frente suyo, y respiró profundo. No iba a perder la calma.
—Tras los interrogatorios a los cíjenis que conformaban la guardia real, se descubrió que más de la mitad de ellos fueron convertidos por Theodore Epsen Diamantis, Anderson Reynolds, Lester Michael Flynn y John Márquez. —Koenraad leyó el expediente, elevando el rostro—. ¿Qué tiene que decir sobre eso?
Dylan negó, con una expresión despreocupada.
—Mi nombre no está en esa lista. —aseveró—. Sigues sin tener una acusación en mi contra.
—Los cuatro hombres que mencioné, estuvieron bajo tu mando en la guardia. —El hombre carraspeó—. Ellos mordieron a los humanos bajo tus órdenes.
—¿Has hablado ya con alguno de ellos? —Dylan mencionó desafiante—. ¿Tienes una confesión real que compruebe lo que dices?
Koenraad calló un par de segundos, pasando saliva con dificultad. Anderson, Lester y John murieron sin decir una sola palabra. Ellos se rehusaron a dar una declaración, y aceptaron su culpa. Por mucho que los torturó, ninguno se atrevió a confesar.
—Parece que tengo razón. —Dylan continuó hablando—. Ustedes han armado este circo guiándose únicamente por el odio que me tienen. No hay pruebas que me incriminen.
—Una fuente confiable te señala a ti como el autor intelectual de las conversiones. —Arath afirmó, levantándose de su asiento también—. Tal vez tú no mordiste a nadie, pero ordenaste que ciento cincuenta humanos fueran convertidos en vampiros.
—Si tu "fuente confiable" es Quentin, lamento decirte que estás equivocado. Él sería capaz de inventar cualquier mentira con tal de deshacerse de mí. —Dylan rio, encogiéndose de hombros—. Ustedes disfrutan jugando a ser Dios, pero esta vez se equivocaron. No soy culpable de nada.
Koenraad relamió sus labios, sintiendo que su frente comenzaba a sudar. Se limpió con disimulo, haciendo un gesto para que Arath volviera a su lugar. Si él continuaba hablando, traería el juicio abajo.
—¿Realmente continuarás con esa actitud? —Koenraad interrogó, serio—. ¿Seguirás fingiendo cinismo aun cuando eres consciente que sí eres culpable? ¿Dejarás que la historia se repita, Merrick?
Dylan palideció al escuchar su nombre real, sin saber cómo reaccionar por varios segundos. No sabía por qué Koenraad lo llamaba de esa forma, ni qué pretendía lograr.
—Ninguna historia se está repitiendo.
Koenraad distinguió el miedo en los ojos de Dylan, y sonrió internamente. Ya lo tenía. Acababa de comprender que no lograría nada si se enfrentaba a él. Solo conseguiría que Dylan confesara sus crímenes si lo rompía desde el interior. Quebraría su espíritu.
—¿Ah no? —Él habló con sorna—. Gente inocente está muriendo, Merrick. Vampiros y humanos han sido condenados por tu culpa. Buenos guardias fueron decapitados por seguir tus órdenes. —Le recordó, viéndolo a los ojos—. Incluso los humanos sufrieron por ti. Si no los hubieran convertido, nosotros no habríamos tenido que mandarlos a matar.
Dylan mantuvo la frente en alto, pero sentía que el corazón se le saldría del pecho en cualquier momento. Comenzó a tener escalofríos, y los ojos se le pusieron vidriosos. Koenraad debía estar mintiendo para provocarlo. Él no tenía la culpa de nada.
—Fueron ustedes los que firmaron aquellas sentencias. —Dylan habló fuerte, evitando agachar la mirada—. Yo jamás ordené el asesinado de nadie.
—No lo hiciste directamente, pero todos ellos murieron por tu culpa—. Koenraad repitió—. Deberías hacer algo bueno por primera vez en tu triste existencia, y confesar tus crímenes. ¿O quieres que Theodore también sea decapitado por tus malas decisiones? ¿Cuántas muertes más cargarás en tu conciencia, Merrick?
Dylan carraspeó, sintiendo que le faltaba el aire. Negó con suavidad, agachando la mirada finalmente. Miles de recuerdos colisionaban en su cabeza, aturdiéndolo. No podía concentrarse en nada, y pensó en la primera vez que lo juzgaron. En verdad, la historia parecía repetirse.
Dylan soltó un largo respiro, notando que le temblaba el pulso. Aunque le dolía aceptarlo, Koenraad tenía razón. Él se aclaró la garganta, resolviendo no prolongarlo más. Ya no tenía fuerza para seguir mintiendo. Iba a declararse culpable.
El joven entreabrió los labios para hablar, pero un fuerte estruendo lo detuvo. La puerta se abrió con fuerza, chocando contra las paredes laterales. Dylan detectó un fuerte aroma a hierbas y almizcle, y prefirió permanecer inmóvil en su lugar. Ya sabía quién acababa de llegar.
Salvatore avanzó con paso firme, golpeando el suelo con el bastón que tenía. La furia emanaba de cada parte de su ser, y podía percibirse el odio en cada una de sus pisadas. Estaba a punto de explotar.
—¡¿QUÉ ESTÁ SUCEDIENDO AQUÍ?! —Salvatore inquirió a gritos—. ¿QUÉ SIGNIFICA ESTE JUICIO?
—Salvatore... —Koenraad murmuró, consternado—. ¿Qué haces aquí?
—He venido a detener este circo. —Salvatore habló fuerte—. ¿Por qué está mi hijo aquí? ¿Por qué están juzgando a Dylan?
Koenraad bajó de su posición, acercándose a él. Pasó salvia con dificultad, luchando por mantener la calma.
—Tu hijo ha atentado contra la primera y segunda ley de los vampiros. —expuso—. Dylan ordenó la conversión de ciento cincuenta humanos, y los contrató como miembros de la guardia real.
Salvatore sacudió la cabeza, soltando una risa amarga. Él sabía que, tarde o temprano, el concejo se enteraría de la verdad.
—Eso ya lo sabía. —Salvatore aseveró—. Pero fui yo quien ordenó las conversiones. Dylan no tuvo nada que ver con esto.
—¿Qué? —Koenraad se extrañó—. ¿De qué estás hablando?
—Los grifos se fortalecen cada día más, y nosotros somos menos. —Salvatore le recordó—. Dejar que solo los purasangre sean parte de la guardia real sería letal. Las estirpes más grandes podrían extinguirse por aquella maldita ley. —carraspeó—. Yo sé lo que hice, y no me arrepiento de nada. Estamos viviendo en tiempos desesperados.
—Las leyes de las que reniegas, son las que han mantenido el orden por años. —Koenraad habló molesto, engrosando la voz—. Estás atentando contra tu propia especie.
Salvatore negó, cada vez más decepcionado del concejo. Los ancianos tenían la mente muy cerrada, y no podían ver más allá de sus prejuicios. Ninguno comprendía que lo que se hizo, fue por un bien mayor.
—Estamos en guerra, Koenraad. —Salvatore sentenció—. Ya no existen las reglas. Ahora es matar o morir.
Salvatore tomó a Dylan por los hombros, bajándolo del podio en que lo subieron. Ordenó que le quitasen las cadenas y el neutralizador, y lo sostuvo del brazo. A pesar que él ya estaba enterado de todo, necesitaba conversar con su hijo.
—Libera al resto de presos. —Salvatore aseveró, apuntando a Koenraad con el bastón—. No quiero a nadie en los calabozos.
—El Concejo Vampiro es autónomo, y...
—¡No me interesa! —exclamó, furioso—. Limítense a obedecer, y dejen de causar problemas.
Salvatore salió de la sala, ignorando las palabras del resto de ancianos. Llevó a Dylan consigo, esforzándose por caminar rápido. Él acababa de regresar de su viaje, y la herida le punzaba. Sentía que los puntos se le volvieron a abrir.
Dylan intentó mantener el ritmo de Salvatore, todavía confundido por lo que ocurrió. No comprendía de qué forma él se enteró de su captura.
—Padre, ¿qué es esto? —Dylan susurró, inclinándose hacia Salvatore—. ¿Cómo fue que regresaste? ¿Por qué te echaste la culpa de lo que hice?
«No digas nada hasta que lleguemos a mi oficina. —Salvatore respondió en su mente—. No es seguro hablar aquí. Cualquiera podría escucharnos.»
Dylan asintió, ayudando a Salvatore a subir las escaleras. Abrió la puerta del estudio, viendo a Macy en el interior. Ella corrió a abrazarlo, besándolo. Macy sonrió, acariciando su rostro. Su plan había funcionado.
Dylan se soltó de su agarre, retrocediendo. Tuvo un mal presentimiento, y giró hacia Salvatore.
—¿Qué está haciendo Macy aquí? —inquirió—. ¿Qué es lo que sucede?
Salvatore cerró la puerta, acercándose a él. Debía explicarle la verdad antes que se molestara.
—Es a Macy a quien debes agradecerle. —El hombre esbozó una sonrisa, jalando a la chica—. Si no fuera porque ella encontró una forma de contactarme, yo no habría logrado regresar a tiempo. Macy me ayudó a salvar tu vida.
—¡Me prometiste que no ibas a interferir en el juicio! —Dylan gruñó, tomando a Macy del brazo—. Me juraste que te mantendrías al margen de todo esto.
—Yo dije que no interferiría directamente. —Macy se defendió, soltándose—. Esto lo hice por tu bien. No pensé que te molestaría que trajera a Salvatore.
Dylan negó, dando una vuelta por la habitación. Golpeó una de las armaduras que su padre guardaba ahí, tirándola al suelo. Estaba furioso.
Macy se encogió en su lugar, viendo a Dylan tirar dos armaduras más. Era la primera vez que lo veía tan enojado, y no supo qué decirle. Por un instante, él le dio miedo.
—¡Yo tenía todo bajo control! —Él gritó, regresando con Macy—. ¡Tú no tenías ningún derecho a intervenir!
—El concejo te habría condenado. —Salvatore intentó suavizar las cosas—. Macy hizo lo que creyó que era correcto.
—Lo correcto era mantenerse al margen. —Dylan bufó, señalándola—. Yo sé lo que hago. Tú no tienes ningún derecho a decidir sobre mí.
Macy pasó saliva con dificultad, nerviosa. Quiso tomarlo de la mano, pero su cuerpo no reaccionó. Ella se quedó inmóvil.
—Dylan, yo...
—¡Cállate ya! —Él sentenció, dirigiéndose a la puerta—. Yo también estoy harto de ti, y de que creas que puedes protegerme. —habló sombrío, viéndola por última vez—. Esta relación siempre fue un error, pero ya no más. A partir de hoy, estás muerta para mí.
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