CAPÍTULO 30
Cuatro guardias avanzaron a paso firme, golpeando sus lanzas contra el suelo. Las antorchas de los pasadizos se iban encendiendo a su paso, mostrando el camino que debían seguir. Los ancianos del Concejo les ordenaron escoltar al protector a su celda.
Dylan avanzaba entre ellos, con el pecho inflado y la frente en alto. No se dejaría intimidar por los guardias, y ni siquiera intentó enfrentarse a ellos. Fingió estar tranquilo, permaneciendo en silencio todo el recorrido. No estaba de humor para pelear.
—Esta es tu celda. —El primer guardia habló con voz potente, señalándola—. Permanecerás aquí hasta la hora de tu juicio.
Dylan asintió, aburrido.
—¿Planeas abrirla? —preguntó fastidiado—. ¿O pretendes que me teletransporte al interior?
El guardia no respondió, y sacó un juego de llaves de su bolsillo. Dylan avanzó en silencio, haciendo brillar sus ojos para ver en la oscuridad. Parpadeó un par de veces, notando que no estaba solo. Theo también estaba ahí.
Dylan se acercó a él, confundido. Recordó que fue a Theo a quién le encomendó morder a los humanos, y supuso que él estaba ahí por el mismo motivo.
—¿Hace cuánto estás ahí? —le preguntó.
—Un par de días. —Theo se encogió de hombros—. Mi juicio será mañana a las cuatro.
—El mío a las tres.
Dylan bufó, recostándose sobre los barrotes. Él sabía que las celdas estaban hechizadas, y sería imposible romperlas. Notó que dos de los guardias seguían custodiándolo, y rodó los ojos. Al menos, no le habían puesto un neutralizador.
La celda que le habían designado se encontraba en el tercer sótano del castillo, y no tenía luz eléctrica. Una sola antorcha lo iluminaba, y escuchó el chillido de varios ratones. No alcanzó a distinguirlos, pero tampoco quería hacerlo. El olor a podredumbre y humedad empezaba a traerle recuerdos.
Dylan se sentó en una de las bancas, cansado. Pensó en la primera vez que estuvo en el calabozo, y cómo lo encadenaron de pies y manos por miedo que fuera a escapar. Siete guardias lo custodiaron en esa ocasión, y la alarma sonó en el castillo por más de tres horas. Un siglo atrás, él fue considerado el criminal más peligroso que pudo existir en el mundo mágico.
Antes de su captura, Dylan mató a diez guardias sin ayuda de nadie. Ellos intentaron someterlo para apresarlo, pero él logró liberarse. Los decapitó con sus propias manos, ganando tiempo para huir. La guardia real tardó casi un mes en capturarlo.
Dylan se recostó en la pared, bufando. Sentía que la historia se repetía, pero no terminaba de entender muchas cosas. Habían pasado meses desde que ordenó la conversión de los humanos; no tenía sentido que lo encarcelasen en ese momento.
—No comprendo por qué me apresaron afuera del colegio de Macy. —Dylan habló para sí mismo, rompiendo el silencio—. Me ven a diario en el castillo. No era necesario armar un escándalo.
—El Concejo está actuando a espaldas de Salvatore. —Theo se levantó de la banca—. No te podían apresar aquí porque él se opondría, así que esperaron a que tu padre se fuera para continuar con su plan.
Dylan se cruzó de brazos, levantándose también. Él solía confiar en Theo, y lo consideraba su amigo. Sin embargo, lo que dijo le pareció sospechoso.
—¿Cómo sabes tanto de mi aprehensión? —Dylan frunció el ceño—. ¿Acaso fuiste tú quien me denunció?
—De haber sido yo quien puso la denuncia, me habría asegurado de no ser detenido también. —Theo bufó—. Llevo cuatro días aquí, escuchando más conversaciones de las que debería. No sé quién nos denunció, pero estoy seguro que lo hizo hace mucho.
Dylan carraspeó, desviando la mirada hacia la reja. Trató de pensar en quién pudo haberlo delatado, y en los humanos que convirtió. La mayoría habían muerto durante el último ataque de los grifos, y apenas si quedaban algunos en sus puestos. La mayoría de guardias, continuaban siendo purasangre.
—Yo no fui el único que estuvo aquí. —Theo se aclaró la garganta, y continuó hablando—. Cuando llegué, habían veinte o treinta personas más. Eran los vampiros que convertí. —carraspeó—. Y uno a uno, fueron muriendo. El Concejo los mandó a decapitar. Al final, solo quedé yo.
—Tú conoces cuál es la pena para los crímenes en contra de la pureza de sangre. —Dylan gruñó bajo—. Es la misma pena que nos espera a ti y a mí.
—La decapitación. —Theo concluyó, nervioso—. ¿Crees que los ancianos sean capaces de sentenciarnos a eso?
—El Concejo Vampiro ha tratado de deshacerse de mí desde que me conocieron. —Él rio con amargura—. No creo que tengan piedad conmigo. Pero tú, eres un caso diferente. Quizás sí tengan piedad.
Theo regresó a su banca, contrariado. Cuando Dylan lo envió a morder a los humanos, creyó que él se encargaría de dar parte a los demás. Jamás creyó que su vida colgaría de un hilo, y tuvo miedo. Él no quería morir.
Dylan soltó un largo respiro, recostándose sobre los barrotes una vez más. Pensó en cómo volvía a estar en las manos del Concejo Vampiro, y eso lo enfureció. Él sabía que era culpable, pero estaba dispuesto a luchar por su inocencia. No los dejaría ganar.
Dylan pasó saliva con dificultad, teniendo un ligero déjà vu. Un siglo atrás, él esperaba su juicio con ansias. Dylan quería que lo decapiten para finalmente morir. Sin Alehna, su vida ya no tuvo sentido, y creyó que la muerte era la única solución a sus problemas. Fue por eso que se negó a ser adoptado por Salvatore al inicio. Él no quería, ni merecía, una segunda oportunidad.
Sin embargo, ahora ya no se sentía tan seguro de querer morir. Dylan empezó a disfrutar la vida desde que conoció a Macy, y quería pasar más tiempo a su lado. Todavía no se sentía listo para dejarla.
El eco de unas fuertes pisadas resonó en el calabozo, captando su atención. Las antorchas se encendieron, revelando una figura masculina avanzar entre la oscuridad. Dylan enfocó la vista, mostrando los colmillos al identificar quién era. Quentin acababa de llegar.
—Vaya, vaya. —Quentin se burló—. Parece que las cosas finalmente comienzan a equilibrarse. El bastardo está en donde pertenece.
—Fuiste tú. —Dylan gruñó, viéndolo a los ojos—. Tú pusiste la denuncia con el Concejo.
—No, no fui yo. —Quentin se encogió de hombros—. Pero me hubiera gustado. Así, sería más divertido ver tu ejecución. Ojo por ojo, Merrick.
Dylan intentó golpearlo a través de los barrotes, pero uno de los guardias le cortó el dorso de la mano con la punta de su lanza. Él maldijo por lo bajo, sin retroceder ni agachar la cabeza. Dylan enfocó la vista, examinando la ropa de Quentin. Él llevaba un uniforme militar negro, con botones dorados y un par de insignias.
—¿Por qué tienes mi ropa puesta? —Preguntó furioso, llevando la vista a su mano—. ¿Y qué haces con mi lanza?
Quentin pasó una mano por su ropa, acomodándola. Limpió el polvo de las insignias, y blandió el arma entre sus dedos.
—Antes de ser tuyo, este uniforme fue mio. Tú jamás lo usaste. —Quentin rio, bajando sus mangas—. Y esta es la lanza que utiliza el protector. Ya ninguna de las dos es tuya, Merrick. Te acaban de relegar de puesto.
Dylan bufó, intentando atacarlo de nuevo. No le importó que los guardias lo atacaran con las lanzas, ni que Theo intentara detenerlo. Él quería matar a Quentin en ese instante.
—¡Eres un maldito traidor! —Le gritó, alcanzando a tomarlo del cuello—. Tú hiciste todo esto para quedarte con mi puesto.
Quentin se soltó con facilidad, sin dejar de reír.
—Ya te dije que yo no soy un traidor, y dudo mucho que te alcance la vida para descubrir quién sí lo es. —habló con sorna, caminando hasta la salida—. Tienes las horas contadas, Merrick. Para mañana a esta hora, tu cabeza estará puesta sobre una estaca.
Dylan gruñó, golpeando la pared de la celda. No podía creer que Quentin fue capaz de confabularse con el Concejo solo para matarlo. Dio varias vueltas por la habitación, ignorando todo lo que Theo le decía. Él no estaba de humor para escuchar a nadie más. Necesitaba inventar un plan para recuperar su lugar.
Dylan se sentó después de veinte minutos, furioso. No se le ocurría nada, e intentó relajarse. No ganaría nada si los guardias lo notaban nervioso, y agachó el rostro. Debía estar tranquilo hasta el momento del juicio.
Él escuchó pasos de nuevo, pero no quiso levantar la mirada. No estaba de ánimo para soportar las burlas del resto de la guardia real.
—Dylan. —Una voz suave lo llamó, sacándolo de sus pensamientos—. Dylan.
Él se levantó, caminando hacia los barrotes. No creyó que ella lo iría a visitar.
—Macy —susurró—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Vine tan rápido como pude. —Ella se aclaró la garganta—. No me dejaban bajar a verte. Los guardias de la entrada dijeron que tienes prohibidas las visitas.
—Entonces, ¿cómo lograste venir?
—Le rompí el brazo a uno de los centinelas y me escabullí. —Macy giró rápidamente hacia el pasillo—. No tengo mucho tiempo. Ellos vendrán a buscarme en cualquier momento.
Dylan rio con sus palabras, cruzándose de brazos. Ella no solía ser violenta, y supuso que estaba desesperada.
—¿Por qué no les dijiste que eres la bisnieta de Salvatore? —Él carraspeó—. Todos aquí saben quién eres.
—A nadie le importó mi nombre, y mucho menos mi apellido. —Macy negó—. Los guardias dijeron que solo responden ante el Concejo Vampiro. Cuando Salvatore se va, ellos toman el poder.
Dylan gruñó bajo, sacudiendo la cabeza. Él conocía las reglas, y sabía cómo eran las cosas en el castillo cada vez que su padre salía de viaje. Koenraad, el anciano que presidía el concejo, era un hombre déspota y ambicioso. Incluso cuando estaba Salvatore, él actuaba como si fuera el Aka Zaba.
—Dylan, ¿cómo estás? —Macy consultó, tomándolo de las manos—. ¿Estás bien?
—Estoy preso, Macy. —Le recordó con obviedad—. ¿Cómo crees que podría estar?
—No me refiero a eso. —Ella carraspeó, ignorando el sarcasmo en su voz—. ¿Alguno de los guardias te lastimó? ¿Te hicieron algo?
Dylan negó, enternecido con su actitud. Soltó un largo respiro, y acarició su rostro. Ya no desquitaría su furia con ella.
—Estoy bien, Macy. —habló tranquilo, viéndola a los ojos—. Mi juicio será mañana; debo permanecer aquí hasta que me lleven al tribunal. Descuida; nada malo me ocurrirá.
Macy negó, aguzando el oído. El corazón de Dylan comenzó a latir más rápido, y percibió su aroma. Aunque él se negaba a admitirlo, tenía miedo.
Macy se quitó con cuidado el collar que llevaba, entregándoselo. Antes de bajar, ella buscó entre sus cosas el collar de sangre que Dylan le regaló meses atrás, y lo rellenó. No era mucho, pero suponía que no le permitirían ingresar con una copa en las manos.
—Te traje un poco del sustituto. —explicó, relamiendo sus labios—. Bébelo todo, por favor. Te ayudará a estar fuerte para el juicio. Dudo mucho que te vayan a dar de comer.
Dylan asintió, obedeciéndola. A pesar que él prefería la sangre fresca, sintió que el sustituto sabía mejor que de costumbre. Él le agradeció, tapando el frasco y devolviéndoselo.
Macy se colocó el collar, escuchando pasos a lo lejos. No le quedaba mucho tiempo.
—¿Por qué te encarcelaron? —preguntó, acercándose más a las rejas—. Escuché lo que dijeron en la escuela, pero no lo entendí. ¿De qué te acusan?
Dylan carraspeó, desviando la mirada. Ya no quería seguir hablando de lo mismo.
—Te explicaré todo cuando el juicio haya terminado. —prometió—. No te preocupes por mí; yo estaré bien.
—Tú eres inocente, ¿verdad? —consultó, susurrando—. Dime, por favor, que tú no has cometido ningún crimen.
—Yo me considero a mí mismo inocente. —Dylan afirmó, tomándola por el mentón—. Pero no sé qué pensará el Concejo Vampiro. Ellos tienen la última palabra en esto.
Macy se inclinó hacia adelante, dándole un suave beso en los labios. Juntó su frente con la de él, creyendo que eso era todo lo que necesitaba escuchar. Ella confiaba en la inocencia de Dylan.
—No te preocupes por nada; yo me encargaré. —Macy pidió, esbozando una sonrisa—. Encontraré la forma de sacarte de aquí.
Dylan pensó rápidamente en su propuesta, poniéndose nervioso. Macy no siempre tenía buenas ideas, y tampoco era la mejor para elaborar planes. Él carraspeó, temiendo que ella fuera a empeorar la situación. Sabía que Macy tenía buenas intenciones, pero no estaba en posición de arriesgarse más.
—Macy, no hagas nada, por favor. —masculló, serio—. Yo tengo todo bajo control. Si realmente me quieres ayudar, no intervengas.
—Dylan, acepta mi ayuda, por favor. —suplicó—. Déjame hacer algo por ti. No quiero que los ancianos te manden a decapitar.
—Yo estaré bien; sé lo que hago. Además, este no es mi primer juicio. —Le recordó, viéndola a los ojos—. Prométeme que no interferirás en esto, Macy. Déjame lidiar con mis problemas.
—Bien —ella farfulló, haciendo un mohín—. No haré nada para liberarte. Me mantendré al margen hasta que tu juicio termine.
Dylan suspiró aliviado, asintiendo. Estaba seguro que Macy solo complicaría las cosas.
—Gracias. —la besó—. Te veo mañana.
—Todo estará bien. Lo juro.
Macy caminó hacia el pasillo, viendo a dos de los guardias que intentaron detenerla. Ella salió del calabozo escoltada, cruzándose a Quentin en la entrada. Macy no le dijo nada, pero sintió que él tenía algo que ver con la captura de Dylan. Intuía que él tramaba algo.
Dylan regresó a su asiento, peinando su cabello hacia atrás. Algo en la última frase que Macy le dijo lo hizo dudar, y tuvo un mal presentimiento. Él cerró los ojos, prefiriendo no pensar más. Lo único que esperaba, era que Macy cumpliera su palabra.
****************************
¡Hola!
Aquí está el capítulo 30
¿Qué les pareció?
¿Tienen alguna teoría?
Déjenla aquí 👇👇
La pregunta del capítulo es: ¿Quién creen que puso la denuncia con el Concejo Vampiro?
No se olviden de votar, comentar y compartir para llegar con más personas. Eso me ayudaría muchísimo a seguir creciendo y que lleguen más lectores a la historia.
Les mando un abrazote
Nos leemos pronto
Pd: Les dejo una imagen del capítulo
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top