CAPÍTULO 29

Macy despertó sobresaltada en el piso de la habitación, ahogándose por la sangre. Ella se arrastró hasta la cama, sin saber cuánto tiempo estuvo inconsciente. Subió como pudo, tosiendo hasta recobrar el aliento. Sacó su celular, y vio la hora finalmente. Eran las tres de la mañana. 

Macy utilizó la linterna del móvil, iluminando la habitación. Divisó un charco de sangre seca junto a la puerta, y que su ropa se había manchado también. Se vio a sí misma con ayuda de la cámara, maldiciendo internamente. Estaba pálida. 

Ella bajó de la cama con lentitud, intentando que los recuerdos en su mente se ordenen. Necesitaba hablar con alguien, pero no sabía con quien. Si con Salvatore, o con Ethan. Tenía demasiadas preguntas, y no entendía quién podría responderlas. 

Macy salió sigilosamente de la recámara, deteniéndose unos segundos frente a la puerta de Dylan. No quería encontrarse con él todavía, pero tampoco planeaba ir de un lado a otro con la ropa llena de sangre. Ella acercó el oído, escuchando con atención. No distinguió ningún ruido, y tampoco percibió los latidos de su corazón. Dylan debía estar en cualquier otro lado. 

Macy se cambió con rapidez, decidida a buscar a Salvatore primero. Se escabulló entre los guardias, y caminó hasta su estudio. Notó que la puerta estaba entreabierta...

Sé que estás ahí, hija. —Salvatore habló con voz potente, sacándola de sus pensamientos—. Ven, puedes pasar. 

Macy empujó la puerta involuntariamente, ingresando a la habitación. Se mareó debido al cambio en la luz, y tuvo que sostenerse de una pared para no caer. Se sentía débil, y creyó que se debía a toda la sangre que perdió.

La joven notó que Salvatore se levantó para ayudarla, pero ella negó. Respiró profundo, tallando sus ojos antes de avanzar. Hizo una seña con la mano, pidiéndole que le sirviera una copa de sangre. Eso le ayudaría más que cualquier otra cosa. 

—¿Cómo supiste que era yo? —preguntó ella, sentándose finalmente. 

Salvatore sacudió la cabeza, y se levantó para buscar la botella del sustituto. Sabía que tendría que hablar con Macy después de la conversación que tuvo con Dylan. Su hijo lo había ido a buscar varias horas atrás, alterado. 

 —Ya comenzó. —Dylan habló raudo, viéndolo a los ojos—. Macy ha comenzado a demostrar los otros poderes que tenía. 

—¿Por qué te ves tan alterado? —Salvatore le restó importancia—. Sabías que eso sucedería en cualquier momento. 

—Macy me atacó en frente de Ethan. Estaba tan enojada por lo que le hice, que simplemente explotó. —Dylan pasó una mano por su cabello—. Ella no me importa; pero me preocupa Ethan. Lo tengo amenazado para que no hable, pero no sé por cuánto tiempo podré mantenerlo callado. 

Salvatore apretó los labios, acomodándose en su lugar. No era bueno que los demás supieran de los poderes de Macy. Todavía no descubrían quién era el traidor, y sabía que cualquier movimiento en falso podría ponerla en peligro. 

—Yo me encargaré de Ethan, descuida. ¿Sabes si alguien más la vio?

—Está encerrada en su cuarto; creo que se desmayó. —Dylan se encogió de hombros—. Dudo mucho que alguien la hubiera visto. 

—¿Ella se desmayó y a ti te parece bien? —Salvatore levantó la voz—. ¿Por qué no la estás cuidando?

Dylan soltó una carcajada amarga, negando. Él la amaba y se preocupaba por ella; pero no podía continuar con aquella relación. 

—Porque ya me cansé de esto, Salvatore. —resopló, cansado—. He hecho de todo para que este matrimonio funcione, pero Macy terminó conmigo después de descubrir lo que hice para protegerla. Y tal vez, lo mejor sea dejar las cosas así. Quizás sea bueno que volvamos a dormir en habitaciones separadas, y que pase un tiempo antes que le dirija la palabra de nuevo.

Salvatore meditó un par de minutos, sin decir algo. Él sabía que Dylan le tenía miedo al abandono, y que por eso no se permitía a sí mismo querer a los demás. Su hijo se protegía para que no volvieran a lastimarlo; y él no quería que Macy fuera quien lo terminara de romper. 

Salvatore sintió el dolor camuflado en la voz de Dylan, y resolvió ya no presionarlo. Si su hijo pensaba que lo mejor era tomarse un tiempo, él respetaría su decisión. 

—Regresa a tu puesto en el frente. —Salvatore respondió tras varios segundos—. Yo me encargaré de Macy y de Ethan. Solo asegúrate que ella se encuentre bien, y luego podrás volver a tus funciones como protector. 

Dylan asintió con solemnidad, caminando hacia la puerta. A pesar que se moría por ir a cuidar a Macy, prefirió no demostrar sus verdaderos sentimientos frente a su padre. Él se detuvo antes de irse, recordando algo más. 

—Ethan dijo que había más de un hechizo en Macy. —Dylan giró hacia su padre, viéndolo a los ojos—. Él no sabe cómo, ni cuándo, ni quién; pero ya los rompió todos. Creo que por eso Macy fue capaz de atacarme. Alguno de esos hechizos debió bloquear sus poderes. 

Salvatore asintió, haciendo un gesto para que él se retirase. Se cruzó de brazos, decidido a hablar con Ethan lo más pronto posible. Él había estado al pendiente de Macy desde que ella nació, y no comprendía en qué momento pudieron hechizarla. Y, aunque Lilith y Alastair eran sus principales sospechosos, había una persona más de la cual empezó a desconfiar. 

Salvatore carraspeó, prefiriendo olvidar la charla con Dylan. No quería que Macy percibiera que algo malo ocurría, y fingió una sonrisa. Él terminó de servir la copa de sangre, llevando la vista a su bisnieta. Por un instante, se le olvidó qué fue lo que le preguntó.

—Dylan me contó lo que pasó. —Salvatore respondió finalmente—. Imaginé que vendrías. Necesitamos conversar. 

Macy rodó los ojos al escuchar su nombre, y bufó. 

—¿Qué fue lo que te dijo?

Salvatore se encogió de hombros, pensando una respuesta adecuada. Después que Dylan la revisó, y le aseguró que su desmayo no era grave; ambos resolvieron dejarla descansar. 

—Me contó lo que pasó en la oficina de Ethan. Solo eso. 

Macy asintió con lentitud, bebiendo la sangre de un solo trago. Relamió sus labios, pidiéndole a Salvatore que le sirviera más. Su pulso comenzaba a normalizarse, y continuó bebiendo. No quería volver a desmayarse. 

Macy observó su reflejo en la pantalla de su móvil, notando que se manchó con la sangre. Se limpió con el pulgar, y recordó todas las veces que Dylan hizo lo mismo. Esbozó una sonrisa, agachando la mirada. 

Ella sacudió la cabeza, pensando en cuál fue el motivo que la llevó a ver a Salvatore. No podía perder el tiempo.

—¿Por qué pude hacer eso? —preguntó de golpe— ¿Cómo fui capaz de golpear a Dylan sin siquiera tocarlo?

Salvatore soltó un largo respiro, pensando qué decirle. Confesarle la verdad sería condenarla, pero fingir que no ocurría nada sería peor. Necesitaba hallar alguna explicación que no la asustase. 

—Todo esto se debe al Camfin Haramta. —soltó finalmente, sabiendo que caminaba en una cuerda floja—. Es por eso que estás demostrando más poderes que antes. Solo era cuestión de tiempo para que esto iniciara. 

—¿El qué? —Macy frunció el ceño—. ¿Qué es eso de Hakuna Matata? ¿Acaso alguien me lanzó otra maldición?

El anciano rio bajo, sacudiendo la cabeza. 

—Camfin Haramta —repitió, vocalizando mejor las palabras—. Es un libro apócrifo de magia, escrito por Orencio Mizrachi poco después de crear el Pacto de Todas las Sangres. 

Macy entrecerró los ojos, más confundida que antes. Nada de lo que acababa de escuchar tenía sentido. 

—Sigo sin comprender. ¿Qué tiene que ver un libro de magia con nosotros?

—Antes de ser vampiros, los Mizrachi fueron hechiceros muy poderosos. Fue por eso que Samael, Orencio, y el resto de sus hijos, pasaron años experimentando con ellos mismos. Fue así como desarrollamos la súper fuerza  y velocidad. —Salvatore explicó, viéndola a los ojos—. Ellos nos dieron estos dones.

—Lo sé. —Macy se acomodó en su asiento—. Me lo dijiste cuando me contaste la historia de los Mizrachi.

Salvatore pasó saliva con dificultad, fingiendo que nada malo ocurría. No recordaba haberle contado esa historia a Macy, y creyó que simplemente lo soñó. Él sabía que su memoria no estaba tan lúcida, pero no quiso levantar sospechas. El Concejo lo obligaría a abdicar si descubrían que ya no podía reinar, y coronarían a Macy como nueva Aka Zaba. Pero ella todavía no estaba lista. 

Salvatore se sirvió una copa de sangre, viéndola a los ojos. A pesar que sabía que hablar del Camfin Haramta estaba prohibido, intuyó que esa era la única forma de responder las preguntas de Macy. 

—Después de muchos años, Orencio se dio cuenta que no era bueno que todos los vampiros tuvieran los mismos poderes. —Salvatore continuó—. Fue por eso que decidió escribir el Camfin Haramta, plasmando ahí los hechizos, conjuros y pociones más importantes de la historia. Él describió, paso a paso, cómo aumentar los poderes; o desarrollar más. Ese libro era un arma. 

—¿Eso quiere decir que cualquier vampiro que lea el libro podría convertirse en el más poderoso de todos?

—Sí y no. —Salvatore rio, enternecido por el entusiasmo de Macy—. Solo los Mizrachi eran capaces de eso porque eran hechiceros. El resto de vampiros podían recibir los poderes, pero nunca lograrían conjurarlos por su cuenta. Es por esto que Orencio mantuvo el libro oculto, decretando que solo el Aka Zaba podría leerlo. El Camfin Haramta pasó de generación en generación, y se volvió en la pertenencia más preciada de los Mizrachi. 

Macy se sorprendió con sus palabras, inclinándose hacia adelante. A ella no le gustaba leer, pero no le molestaría leer un grimorio. Aunque sabía que ella no podía hacer magia, se sintió tentada a descifrar los secretos del Camfin Haramta. 

—¿Dónde está ese libro ahora? —Macy preguntó, con una leve emoción—. ¿Me lo prestas?

—Orencio solo escribió dos copias del Camfin Haramta. Una que escondió en este castillo como una reliquia; y la otra era utilizada por el Aka Zaba. —suspiró, negando con la cabeza—. Pero ahora no tenemos ninguno. Ese libro ya no existe. 

—¿Qué? —Ella se sobresaltó—. ¿Cómo que ya no existe?

Salvatore asintió con pesar, creyendo que era tiempo de contarle la otra mitad de la historia de los Mizrachi. Si Macy ya sabían quién llevó a la cima a esa familia, también merecía conocer quién ocasionó que la estirpe desapareciera. 

—Hace poco más de mil años, nacieron unos gemelos; Domhnall y Diarmuid. Ellos fueron los últimos Mizrachi. —Salvatore comenzó a narrar—. Domhnall nació media hora antes que su hermano, así que él se convertiría en el próximo Aka Zaba. Pero Diarmuid era un hombre muy ambicioso, y muy envidioso también. Él quería el poder.

Macy ladeó la cabeza, intuyendo el rumbo que tomaría la historia. 

—Él traicionó a su propio hermano, ¿no es así?

—Diarmuid mató a Domhnall antes que asumiera el trono, pero las cosas no salieron como él planeó. Sus cómplices lo acusaron ante el Concejo Vampiro, y los ancianos decidieron desterrarlo. —Salvatore carraspeó, sorbiendo por la nariz—. Toda la familia Mizrachi quedó maldita gracias a eso, y fueron exiliados. Se prohibió tener cualquier contacto con ellos bajo pena de muerte, y poco a poco fueron desapareciendo. Es por eso que ahora, los Mizrachi son un clan extinto. 

—¿No fue un poco exagerado desterrar a toda una estirpe solo por los crímenes que el hijo menor cometió? —Macy se cruzó de brazos—. ¿Es que el Concejo no pudo pensar en un castigo mejor que ese?

—Ya te dije que los ancianos piensan diferente a como lo hacemos tú y yo. Ellos solo quieren mantener el orden; sin importar el costo que eso tenga. 

Macy se sirvió otra copa de sangre, asimilando la historia de los Mizrachi. Aunque le pareció interesante lo que escuchó, solo sintió más preguntas formarse en su mente. Salvatore le había contado tres historias diferentes, y no comprendía cómo se relacionaban entre sí. 

—¿Y qué tenía que ver esta historia con el libro?

Salvatore rio, y retomó la idea. Se le dificultaba concentrarse. 

—El día que expulsaron a Diarmuid, se robó el Camfin Haramta. Y la segunda copia del libro fue destruida por el primer Brancchiatto que asumió el poder. 

Macy relamió sus labios, todavía confundida. Sentía que Salvatore se enredaba cada vez más en sus palabras, sin llegar a ningún lado. 

—Hay una cosa que todavía no entiendo. Si es que ese libro lleva cientos de años desaparecido,  y solo podía ser leído por los Mizrachi, ¿cómo fue que hice lo que hice? —Ella lo vio a los ojos—. ¿Cómo se relaciona la historia que me acabas de contar conmigo?

Salvatore recordó la pregunta inicial de Macy, cayendo en cuenta que aún no la respondió. Él pensó en una excusa rápida, sin mostrarse nervioso. Ya no sabía que inventar.

—Antes de su captura, Diarmuid conjuró varios de los hechizos. —Salvatore habló bajo tras una larga pausa—. Él logró darnos más dones a quienes seríamos Aka Zaba, y luego lo apresaron. 

—¿Eso quiere decir que tú también puedes hacer esto? —Macy consultó—. ¿Tú también puedes mover cosas sin tocarlas? 

—Sí, claro. —mintió, aclarándose la garganta—. Lo descubrí poco después de asumir el trono. 

Macy asintió, recostándose sobre el respaldar de la silla. A pesar que seguía confundida, prefirió no interrogarlo más. Creía que si hacía alguna otra pregunta, Salvatore volvería a contarle historias que solo la aturdirían más. 

Macy se cruzó de brazos, aguzando el oído. Percibió un ruido leve, pero peculiar. Le tomó un par de segundos descifrarlo, dándose cuenta que se trataba de un latido de corazón. Aunque fue casi imperceptible, el corazón de Salvatore se agitó un par de segundos. Como si estuviera nervioso. 

La joven carraspeó, intuyendo que se trataba por su misma enfermedad. Resolvió restarle importancia, y elevó el rostro.

—¿Me enseñarás a controlarlo? —pidió con suavidad. 

—Yo ya estoy muy viejo, Macy. No tengo la fuerza suficiente para hacerlo. —Él respondió rápido, buscando una excusa—. Pero, le diré a Ethan que te ayude. 

—¿Ethan? —Macy levantó una ceja—. Pero él no es un vampiro. 

—No, ya sé que no lo es. Pero creo que él será de más ayuda que Dylan. —Salvatore se encogió de hombros—. Algo se nos ocurrirá. 

Macy rio por la forma en que Salvatore habló, enternecida. Decidió quedarse el resto de la madrugada conversando con él, y prefirió olvidar el tema de la telequinesis por un par de horas. A pesar que ya se había acostumbrado a ser vampira, muchas partes de su nueva naturaleza todavía le daban miedo. 

Salvatore regresó a su habitación después de desayunar, feliz de haber tranquilizado a Macy. Él esperaba poder contarle la verdad pronto, y solo rogaba que le alcanzara el tiempo para hacerlo. Sus riñones ya habían empezado a fallar. 

Salvatore revisó el calendario que tenía en su mesa de noche, sonriendo al ver la fecha en que se encontraba. Era tiempo de su visita semestral al Bosque de los Pirindoquios para reunirse con las ninfas. Él tomó su teléfono, y llamó a Ethan. Tendría la oportunidad de resolver dos problemas de una sola vez.

Dylan ingresó a la habitación de su padre pasadas las tres de la tarde, preocupado por no haberlo visto para el almuerzo. Solo él y Macy estuvieron en el comedor, y ni siquiera cruzaron palabra. Aunque Dylan quería hablarle y disculparse por lo que pasó; prefirió no hacerlo. Se mantendría firme en su decisión de darle el tiempo que necesitaba. 

Dylan golpeó la puerta después de ingresar, intentando llamar su atención. Salvatore estaba empacando unas maletas, y él no se explicaba el por qué. 

—¿Vas a viajar? —consultó. 

—Saldré al amanecer con Ethan a los Pirindoquios. —Salvatore le avisó, girando en su dirección—. Él me acompañará a las reuniones que tendré con las ninfas. Además, buscaremos algún antídoto con ayuda de Floressta. Quizás ella pueda ayudarme. 

Dylan maldijo por lo bajo, dando una vuelta por la habitación. Se sintió como un idiota al haber olvidado la fecha, y negó.

—Pero soy yo quien siempre va a esas reuniones contigo. —Dylan protestó—. No puedes ir allá sin tu protector; mucho menos cuando los grifos siguen cada paso que damos. 

—Y es por eso mismo que no puedes venir. Necesito que te quedes con Macy, y la vigiles. No quiero que algo malo le vaya a pasar en mi ausencia. 

—Macy no quiere verme ni en pintura. —Dylan rio—. Dudo mucho de que me quiera cerca. Iré a empacar mis cosas... 

Salvatore lo jaló con fuerza del brazo, impidiendo que se fuera. No quería que su hijo armase un escándalo. 

—Tú no irás a ningún lado, Dylan. —Salvatore siseó—. Si quiero que Ethan vaya, es para contarle la verdad sobre Macy. En este punto, él es el único que nos puede ayudar. Y solo estando en los Pirindoquios me puedo asegurar que nadie más escuchará lo que le diré. 

—¿Realmente vas a confiarle a Ethan algo como eso? —Dylan se cruzó de brazos, alzando la voz—. ¿Es que se te olvida lo que pasó la última vez que le encargaste algo importante?

—No tengo otra opción. 

Dylan negó, saliendo de la habitación. No quería pelear con su padre, ni recordar los problemas que causó Ethan la última vez que se le encomendó una misión. Muchas personas murieron por su culpa. 

Dylan regresó a su puesto en el patio, y subió a una atalaya. Se encargó de monitorear los alrededores del castillo el resto de la tarde, y apenas si durmió cuando terminó su jornada. Él demoró en regresar a su habitación por miedo a encontrarse a Macy, pero ella no estaba ahí. Y sus cosas tampoco. Macy cumplió su promesa. 

Dylan bajó a desayunar, tratando de disimular su cansancio. Vio a Macy sentarse frente suyo, pero no la saludó. Podía sentir la tensión en el aire, y no estaba de humor para soportar una pelea. 

—¿Sabes si Salvatore está bien? —Macy rompió el silencio, dura—. Ayer tampoco bajó a comer, y no lo encontré cuando fui a buscarlo a su habitación. 

—Mi padre ha salido de viaje con Ethan. —Dylan respondió, viéndola a los ojos—. Regresarán la semana que viene. 

Macy asintió lentamente, terminando de comer. Ella llevaba días pensando en volver a la escuela, y supuso que esa era la oportunidad perfecta. Sin Salvatore en el castillo, nadie se daría cuenta que escapó. 

Macy se bañó con rapidez, colocándose el uniforme. Tomó su mochila, y se escabulló hasta la puerta principal. Salió en silencio, avanzando más de tres kilómetros antes de tomar un taxi. Ella no quería levantar sospechas sobre la ubicación del castillo. Para los humanos, aquel terreno seguía siendo una escuela abandonada. 

La joven se acomodó en la parte de atrás de la cabina, y sacó su celular. Observó con pena las últimas fotos que se tomó con sus amigos, suspirando. Los extrañaba; en especial a Jazmine. Ella había sido su confidente desde los cinco años.

El sentimiento de culpa regresó a ella, y la cabeza comenzó a dolerle. Durante las últimas semanas, Dylan la convenció de no hablar con sus amigos para no ponerlos en peligro, e incluso eliminó las conversaciones que tuvo con ellos. Macy siempre creyó que él exageraba, pero terminó obedeciéndole. Solo quería protegerlos. 

Macy sacudió la cabeza, comprendiendo por qué Dylan estuvo tan paranoico los últimos días. Y, aunque empezaba a entender por qué él hizo lo que hizo, ella no se sentía lista para perdonarlo. Sus amigos merecían vivir en su memoria; y ella encontraría la forma de honrarlos. 

Macy ingresó a la escuela a paso lento, y su pulso se agitó. La mayoría de estudiantes la miraban como si fuera un bicho raro, y ella solo trató de ignorarlos. No quería ni imaginar lo que podrían estar pensando de ella, y continuó caminando hasta su casillero. En ese instante lo mejor era ignorar a los demás. 

La joven se detuvo frente a un pequeño altar que hicieron para sus amigos, admirándolo. Las fotos de sus cinco amigos habían sido enmarcadas, y habían encendido varias velas en su honor. Ella soltó un largo suspiro, apreciando la imagen de Jazmine. Le llevaría flores al día siguiente. 

Macy fue la última en entrar al salón, pidiendo permiso para pasar. Notó que la profesora también la miraba de forma diferente, pero no le dijo nada. Le permitió el ingreso, y Macy se sentó al fondo del salón, en silencio. Se sentía tan extraña, que comenzó a creer que regresar a la escuela fue una mala idea. 

Las tres primeras clases de la mañana transcurrieron con normalidad, e incluso, la profesora de Historia le entregó el material de los días que faltó. Ella le agradeció, resolviendo pasar el recreo en la biblioteca. Ni siquiera sus amigas del equipo de porristas se acercaron a darle la bienvenida. 

Macy se dirigió a su salón, lista para escuchar la última clase del día. Volvió a sentarse sola, al final. El aula se notaba vacía desde que sus amigos fallecieron. 

El profesor de Literatura les ordenó guardar todas sus cosas, y les entregó un examen de siete hojas. Él les dijo que valía más de la mitad de su calificación final, y que los resolvieran en silencio. A él ni siquiera le importó que Macy hubiera regresado a la escuela. 

Macy maldijo por lo bajo, sin sorprenderse por su actitud. Él siempre actuaba de la misma manera. Ella agachó el rostro, intentando concentrarse. Sin embargo, sentir un aroma peculiar en el aula la hizo temblar. 

Dylan se detuvo en la puerta, cruzándose de brazos.  Él traía el cabello mojado, y el uniforme mal puesto. Su corbata estaba desanudada, y la chaqueta de cuero camuflaba su camisa sin planchar. Él tenía una expresión molesta, y no dejaba de mirar a Macy a los ojos. 

—Joven Walsh. —mencionó el profesor cuando lo vio, sorprendido—. ¿Qué hace aquí? Pensé que lo habían expulsado. 

—Pues pensó mal. —Dylan bufó—. Para su mala suerte, sigo inscrito en esta maldita escuela. 

—Tome un examen y siéntese en silencio. —ordenó, molesto—. Y controle su vocabulario si no quiere que lo envíe de nuevo a dirección. 

Dylan rodó los ojos, obedeciendo de mala gana. Quiso sentarse al lado de Macy, pero el profesor lo detuvo de un grito. 

—Usted dará su examen aquí, en la primera fila. —habló firme, señalando un asiento vacío—. Deje a la señorita Brancchiatto en paz. 

Dylan se sentó en donde le indicaron, riendo al leer las preguntas del examen. Le pidió prestado un lapicero a la chica que estaba a su lado, e hizo varias anotaciones. Esa era la prueba más fácil que vio en años. 

Dylan entregó el examen cinco minutos después, regresando a su lugar. Se cruzó de brazos, y revisó su reloj. Aún faltaban setenta minutos para que termine la clase, pero no se iría de ahí sin Macy. 

—Joven Walsh, se le ha dicho en más de una ocasión que no puede entregar los exámenes en blanco. —El profesor lo regañó al ver que terminó tan rápido, aburrido—. Escriba algo más que su nombre si quiere que se lo revise. 

—Debería ver mi examen antes de intentar reclamarme algo. —Dylan se burló, viéndolo a los ojos—. No dejé ni una sola pregunta sin contestar. 

El profesor frunció el ceño, tomando la evaluación del muchacho. La ojeó brevemente, sorprendido. Todas las respuestas del chico eran correctas. No falló en ninguna. 

Dylan no dejaba de reír con las muecas de fascinación del profesor, y se recostó en la silla. Lo único que extrañaba de la escuela, era molestar a los profesores. 

—¿Y bien? —Dylan carraspeó—. ¿Cuánto saqué?

El profesor se molestó con la pregunta, acercándose para revisar su lugar. Sin embargo, su cajón estaba vacío, y sus bolsillos también. 

—Lamento decepcionarlo, pero no me copié de nadie. —Él continuó burlándose—. Ni siquiera traje mochila. 

El profesor sintió su rostro tornarse rojo de la cólera, y respiró profundo. Prefirió no caer en las provocaciones del estudiante, y regresó a su escritorio. Su vida laboral se volvió un infierno desde que Dylan ingresó a esa escuela. 

Macy entregó su examen cuando sonó el timbre de salida, sabiendo que no había respondido ni una pregunta bien. Tomó su mochila del suelo, y salió corriendo de la escuela. No quería hablar con Dylan. 

Una mano la sostuvo con fuerza, deteniéndola. Macy intentó soltarse, pero no pudo. 

—¿En qué estabas pensando? —Dylan le reclamó, soltándola—. ¿Por qué te escapaste del castillo?

—Tú no tienes nada que reclamarme. —Macy se defendió, retrocediendo—. Además, ¿qué haces aquí?

—¿Qué crees que hago? —Él se inclinó hacia adelante—. He venido a cuidarte. 

Macy negó, cansada de su actitud. Aunque se arrepintió de haber regresado a la escuela, no quería hacérselo saber. Estaba harta que él la siguiera a todos lados. 

—Yo no necesito que me cuides. —espetó, apuntándolo con el dedo—. Ya tengo suficiente con verte todo el día en casa, como para soportarte en la escuela también. Deja de querer controlar mi vida. 

—¿Puedes dejar de actuar como una niña quejumbrosa? —preguntó, volviendo a jalarla por el brazo—. Nos vamos. 

Macy forcejeó con él, sin lograr liberarse. Pensó en gritar por ayuda, pero volvió a sentir un aroma diferente. Tardó en descubrir el origen, pero se dio cuenta que provenía de una patrulla de policía que acababa de estacionarse frente a la escuela. 

Uno de los policías se acercó a ellos, cortándoles el paso. 

—¿Dylan Anthony Walsh? —preguntó él, con voz gruesa. 

—Sí. —respondió, sin soltar a Macy—. ¿Qué quiere?

El policía ladeó una sonrisa, haciéndole una seña a su compañero. Jaló a Dylan con fuerza, separándola de Macy finalmente. Lo redujo contra el capó de la patrulla, esposando sus manos en su espalda. 

—Dylan Anthony Walsh, queda bajo arresto por la conversión de ciento cincuenta humanos en vampiros. —El policía se quitó los lentes de sol, enseñando sus ojos brillar—. Debido a la gravedad de sus crímenes, queda destituido de su puesto como protector, y se le condena a un encarcelamiento inmediato.

Dylan trató de liberarse, luchando contra los policías. Era la primera vez que veía a esos vampiros, y pensó que alguien le estaba jugando una broma. No podían meterlo preso. 

—¿Quién los envió? —cuestionó a gritos—. ¿De qué está hablando?

—Se le juzgará mañana a las tres de la tarde. —El policía lo guio al interior de la patrulla—. Hasta eso, permanecerá en el calabozo del castillo. 


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¡Hola! Aquí está el capítulo 29

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Nos leemos pronto. 

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