CAPÍTULO 25

Dylan regresó a su habitación, consternado por todo lo que Salvatore le dijo. Se sentó en el mueble, observando a Macy dormir. La arropó con cuidado, antes de regresar a su lugar. La cabeza le dolía, y no sabía qué pensar. Jamás imaginó cuáles serían las verdaderas intenciones de su padre. 

—¡Dime la verdad! —Dylan exigió, plantándose frente a Salvatore—. ¿Por qué me obligaste a casar con Macy? ¿Por qué quisiste arruinarnos la vida a los dos?

El anciano tosió, sosteniéndose de la mesa. Esa no era la reacción que esperaba, pero no podía posponer más aquella conversación. Cada día se sentía más débil, y estaba seguro que su cuerpo comenzaría a fallar muy pronto. Sentía su fin cerca, y no tenía tiempo que perder. 

—Siéntate, por favor. —pidió, señalando una silla—. Hablemos tranquilos; no estoy de humor para discutir. 

Dylan obedeció de mala manera, cerrando la puerta antes de sentarse. Su padre no dejaba de toser, pero él estaba demasiado enojado como para preocuparse por él. La ira volvía a nublar su juicio. 

—Ya estoy calmado. —mintió, intentando suavizar la voz—. ¿Por qué me obligaste a morder a Macy de nuevo? ¿En qué pensabas?

Salvatore soltó un largo respiro, bebiendo un poco de sangre. Finalmente, era momento de confesar la verdad. 

—Lo hice por ti. —Salvatore lo vio a los ojos—. Sabía que Macy era la única que podría salvarte. 

—¿Qué? ¿A qué te refieres? —Dylan se extrañó, confundido—. Yo no necesito ser salvado. 

El anciano rio bajo, negando. Su hijo todavía no comprendía la realidad de las cosas. 

—Desde el momento en que acepté mi muerte, comencé a ordenar todos los pendientes que tenía. —Salvatore se aclaró la garganta—. Sin embargo, me di cuenta que solo me faltabas tú. Dylan, eres el único asunto pendiente que me queda. Yo no puedo morir hasta saber que tú estarás bien. 

—Yo no soy un niño, padre. —Dylan le recordó, todavía extrañado—. No tienes que preocuparte por mí. 

—Tal vez no seas un niño, pero todavía actúas como uno. —Salvatore carraspeó—. Aunque no lo creas, yo te he protegido todos estos años; y eso es lo que me aterra. Me aterra el hecho de pensar que tu vida volverá a correr peligro cuando yo no esté. 

Dylan negó, irritado. Salvatore lo subestimaba, tratándolo como a un bebé. Él era fuerte, valiente, y el líder de la guardia real. Había sobrevivido por su cuenta en el pasado, y esa vez no sería la excepción. 

—Yo puedo cuidarme solo. —Le recordó, incómodo—. Sabes que...

—El concejo vampiro planeaba destituirte una vez que yo muriera. Y mi familia quería desterrarte. —Salvatore lo interrumpió, elevando la voz—. Todo el mundo conspiraba en tu contra, y yo no quería que nada malo te sucediera. Te iban a echar del castillo, y tú volverías a estar en las calles. Es por eso que hice lo que hice. 

Dylan rodó los ojos, sin sorprenderse por lo que escuchó. El concejo vampiro lo odiaba por no haber logrado condenarlo por sus crímenes, y los Brancchiatto continuaba tratándolo como si fuera un bicho raro. A pesar que él jamás planeó quedarse a vivir de forma permanente en el castillo, le incomodó darse cuenta que tenía tantos enemigos. 

—Yo tenía previsto ir a Rayuka cuando todo hubiera terminado. —Dylan le explicó—. Sabes que yo solo me he quedado aquí por ti. Una vez que tú te hubieras ido, ya no habría nada más para mí en el castillo. Siempre lo supe, y lo acepté. 

Salvatore negó, aclarándose la garganta. Conocía los planes de su hijo, pero nunca le dijo algo sobre ellos. Él esperaba que Dylan cambiara de opinión con el pasar de los años, pero todo parecía complicarse. 

—Después de los crímenes que cometiste, ni siquiera Rayuka es un lugar seguro para ti. —Él carraspeó—. Tu cabeza tiene un precio muy alto en estos momentos. 

Dylan enmudeció unos minutos, consternado. Habían pasado cien años desde su captura, y creyó que todos olvidaron lo que hizo. Nunca pensó que seguirían buscándolo...

—Fue por eso que decidí comprometerte con Macy. —Salvatore continuó hablando, sacándolo de sus pensamientos—. La única forma de asegurar tu permanencia en el castillo, era casándote con ella.

Dylan agachó la cabeza, sin saber qué pensar. Nada de eso tenía sentido.

—Tú actuaste a nuestras espaldas. —Él habló con asco—. Nunca te importó lo que sintiéramos Macy o yo. Tú te empeñaste en protegerme, cuando yo ni siquiera te lo había pedido.

—No seas tan ingrato, por favor. —Salvatore tosió—. Yo sé que estuvo mal, pero lo hice pensando en un bien mayor. No podía dejarte desprotegido.

—¿Por qué? —Dylan elevó la voz—. ¿Por qué quieres protegerme?

—¡Porque eres mi hijo! —Salvatore le recordó, golpeando la mesa—. Quizás no llevemos la misma sangre, pero yo te quiero más que a mis hijos biológicos. Desde el momento en que te adopté, te consideré uno más. Aunque te rehúses a aceptarlo, mereces llevar mi apellido.

Dylan rio con amargura, negando. Una vez más, su padre sacaba al flote el tema del apellido. Y lo detestaba por eso. Él era Walsh, no un Brancchiatto. 

—Pues parece que finalmente te saldrás con la tuya. —Dylan espetó—. Conoces la ley. Aunque no quiera, ahora estoy obligado a llevar el apellido de Macy. De un modo u otro, te las arreglaste para causarme más problemas. 

Salvatore sacudió la cabeza, agotado. La ley vampira indicaba que el apellido con mayor estatus o pureza sería el que se mantendría. Sin importar si pertenecía al hombre o a la mujer. El linaje más importante siempre prevalecía. 

—Tú mereces ese apellido mucho más que otras personas. —Le recordó—. Deja de despreciar todo lo que te he dado. 

—Tu esposa y tus hijos se han encargado de recordarme cada maldito día que yo no merezco ser un Brancchiatto. —Dylan masculló—. Para ellos, soy solo un arribista. 

—Quien te adoptó fui yo; no mis hijos. —Salvatore se puso de pie—. Ya no le des tanta importancia a lo que digan los demás. En estos momentos, la única opinión que debería importarte, es la tuya. 

Dylan calló unos minutos, meditando sus palabras. Él quería a Salvatore como a un padre, y comenzó a sentirse culpable. Cada vez que se enojaba, desfogaba su ira con quienes más quería. Y, lastimosamente, Salvatore se había convertido en la principal víctima de sus gritos. Tal vez, no era tan malo aceptar su apellido como pensó por todos esos años. 

Salvatore se acercó con lentitud a su hijo, y lo tomó de las manos. Se avergonzó al notar lo mucho que su pulso temblaba, y relamió sus labios. El veneno lo consumía más a cada instante. 

—Moriré muy pronto, hijo. —Él titubeó, nervioso—. Por favor, acepta mi apellido y mi legado. Ayúdame a cumplir mi última voluntad.

Dylan suspiró, sintiéndose en una encrucijada. Sabía que no podía decirle que no, pero tampoco estaba listo para decir que sí. Él asintió con pesar, acatando la petición de su padre. Después de todo, ya no deseaba discutir con él. 

—Está... está bien. —titubeó, elevando la mirada—. Tomaré tu apellido, y cambiaré mis documentos. A partir de este momento, me convertiré legalmente en tu hijo. 

Salvatore lo abrazó, con los ojos llorosos. Había esperado cien años para escuchar esas palabras. Su alma comenzaba a estar en paz. 

—Gracias —susurró—. No sabes lo feliz que me haces. Y ahora que Macy y tú están bien, creo que las cosas empiezan a calmarse. —Sonrió—. Espero que ambos se acuerden de este viejo cuando decidan tener hijos. 

—¿Hijos? —Dylan se extrañó—. ¿De qué estás hablando?

—Ustedes están casados, y pronto se convertirán en reyes. Todavía son jóvenes, y creo que este sería un buen momento para el primero. —Salvatore rio—. Finalmente tendrás la familia que siempre soñaste. 

Dylan rio, sorprendido por la utopía que describía su padre. Casi sonó una fantasía. 

—El mundo está jodido, Salvatore. —recalcó, acomodándose en su asiento—. La guerra se desatará en cualquier momento. Sería un error tener hijos en este momento. 

—No habrá ninguna guerra. Todo está controlado. —Él aseguró—. Los grifos dejarán de cazarnos después que yo me entregue a Perso. Mi plan no puede fallar. 

El joven negó, consternado. Su padre sonaba confiado, pero él todavía tenía muchas dudas. Persenpholis y su hijo eran tan impredecibles, que era imposible antelar cualquiera de sus ataques. 

—¿Acaso estás escuchándote? —Dylan levantó una ceja—. Pareces emocionado con la idea de morir, pero eso no es garantía de nada. ¿Qué pasará si Perso aún decide iniciar la guerra?

—El problema de Perso es conmigo; es a mí a quien quiere ver muerto. La guerra es solo una excusa. —Salvatore suspiró—. Además, hace mucho que ansío irme de este mundo. Ya no hay nada para mí aquí. 

Dylan lo vio a los ojos, comprendiendo que se refería a Darice. La esposa de su padre había muerto hacía un año, víctima de Perso. Salvatore nunca se perdonó el no haberla protegido. Sabía que aquel ataque fue parte de una venganza. 

—Sabes, tú y yo no somos tan diferentes como pensaba. —Dylan mencionó—. Mataron a tu esposa por tu culpa, y a mi mujer por la mía. Y ninguno de los dos ha logrado superar la culpa de lo que ocurrió. 

—Pasé años juzgándote por no olvidar a Alehna, hasta que me tocó vivir lo mismo. Es difícil sobrellevar algo como eso. 

—¿Ahora comprendes por qué tenía tantas ganas de morir? —Dylan rio bajo—. Es imposible seguir viviendo cuando te arrebatan a tu otra mitad. 

Salvatore agachó el rostro, prefiriendo no continuar con aquella conversación. Era peligroso conversar con Dylan sobre Alehna. Apenas comenzaba a superarla, y no quería volver a confundirlo. Macy y él merecían darse una oportunidad. 

—A partir de hoy, todo mejorará. —Él aseguró, sirviéndose otra copa de sangre. —Macy se convertirá en Aka Zaba, y tú gobernarás a su lado. Las cosas son como siempre debieron ser. 

Dylan ladeó el rostro, volviendo a la realidad cuando escuchó el nombre de Macy. Recordó el motivo por el cual estaba conversando con su padre, y muchas preguntas aparecieron en su mente. Ambos fueron víctimas de los designios de Salvatore. 

—¿Qué hay sobre ella? —Dylan consultó tras varios segundos—. ¿No te importó lastimar a Macy por protegerme a mí?

—Yo ya había leído la mente de Macy cuando resolví su compromiso. —Él esbozó una sonrisa—. Ella irradia una luz especial, y cargas una fuerte oscuridad. Ambos se complementaban. 

Dylan frunció el ceño, creyendo que esa no era explicación suficiente para él. Por un instante, pensó que su padre cometió un error. 

—¿Acaso sabías que nosotros teníamos una conexión empática? —preguntó con verdadera curiosidad. 

—No supe lo de la conexión hasta el día que mataron a Orión. —Salvatore confesó, tomando otro sorbo de sangre—. Lo sospechaba, pero no tuve la certeza hasta ese momento. Por suerte, no me equivoqué. 

La rabia regresó a Dylan, y apretó los puños. Oír aquella frase solo lo encolerizó, e hizo que volviera a desconfiar de su padre. Lo que Salvatore dijo sonó como un capricho. 

—¿Suerte? —Dylan repitió con amargura—. ¿Es que nunca pensaste en qué pasaría si nuestra conexión no era real? ¿Jamás pensaste en que Macy podría enamorarse de alguien más?

El anciano negó, cansado. El pecho comenzaba a dolerle, y quería descansar. No estaba de humor para discutir. 

—Ustedes siempre estuvieron destinados a estar juntos. —Le recordó, sorbiendo por la nariz—. Fue por eso que te envié a hablar con el oráculo. Aunque tu profecía no era clara, no me equivoqué al momento de interpretarla. 

Dylan se levantó con fuerza de su asiento, consternado. Recordaba cada palabra que le dijo el oráculo, pero se negaba a creer que se refería a Macy. Él siempre creyó que la profecía trataba de Alehna.

«Su sangre es impura y mestiza, pero la maldad jamás podrá corromper su corazón. —La profecía resonó en su mente—. Si la eliges, el mundo colapsará; pero si la dejas ir, serás tú quien se destruya a sí mismo.»

Él negó, todavía confundido. Se rehusaba a aceptar las palabras de Salvatore. 

—La profecía era sobre Alehna. Ella era dividida; su madre murió durante el parto. —Dylan elevó la voz, interpretando su destino—. Yo la elegí, y nuestro mundo se destruyó...

—¿Seguirás creyendo eso después de lo que te confesé meses atrás? —Salvatore inquirió, enojándose. La paciencia se le acabó—. ¿Acaso eres tan estúpido que no puedes comprender la verdad frente tuyo?

Dylan pasó una mano por su cabello, retrocediendo hasta llegar a la puerta. La cabeza comenzó a dolerle, y prefirió irse de ahí. Dejó a su padre solo, regresando a su habitación. Ya no podía continuar con aquella conversación. 

Él ingresó al baño, lavándose el rostro. Miró su reflejo, sintiéndose tentado a romper el espejo de un golpe debido a la frustración que lo embargaba. Respiró profundo, resolviendo alejarse de ahí. Aunque era difícil, ya no quería lastimarse a sí mismo. Ya había dejado atrás esa fase.

Dylan respiró profundo, y dio varias vueltas por la habitación. Los pensamientos se mezclaban en su cabeza, pero se detuvo cuando escuchó a Macy balbucear entre sueños. Se acercó a ella, intentando descifrar lo que decía. Acercó el oído a sus labios, procurando no despertarla. 

—Dylan... —ella balbuceó, inconsciente—. Dylan. 

—Aquí estoy, Macy. 

—No me abandones. —Ella sollozó, sacudiéndose—. No, no, no...

Macy continuó moviéndose, como si tuviera una pesadilla. Dylan recordó que ella hablaba dormida, y acarició su rostro. Se acomodó a su lado en la cama, abrazándola. Acarició su cabello, arrullándola para que continúe durmiendo. Ella sonaba desesperada. 

Dylan odiaba demostrar sus sentimientos por Macy en público, pero no podía ocultar lo mucho que la amaba cuando solo estaban los dos. Le preocupó la forma en que ella se movía, y trató de absorber su dolor. Macy comenzó a llorar en sueños, y él no supo qué hacer. Le destrozaba verla sufrir; más aún por la culpa de Perso. No necesitaba leer su mente para darse cuenta que ella sollozaba por la muerte de sus amigos. 

Dylan se dio cuenta que el sedante no duraría tanto como esperó, y tarareó una canción de cuna. Macy continuaba alterada, y no era bueno que despertara pronto. Lo mejor sería dejarla descansar. 

Él se quedó dormido junto a ella, despertando un par de horas más tarde. Sonrió al notar que Macy seguía durmiendo, y se levantó sin hacer ruido. Besó su frente con suavidad, antes de salir de la habitación. Todavía tenía cosas que hacer. 

Dylan dio una vuelta por el patio principal, supervisando el entrenamiento de la guardia real. Quentin lo estaba reemplazando, pero prefirió ignorarlo. Ya tenía muchas cosas en mente como para lidiar con él también. De un modo u otro, Dylan conseguiría demostrar que él era el traidor. 

El joven subió a la terraza del castillo, sentándose en la cornisa. Respiró el frío aire de la noche, apreciando la quietud en que se encontraba. Meditó por más de tres horas la conversación que tuvo con Salvatore, asimilando los motivos de su padre. A pesar que estaba convencido que Salvatore actuó mal, decidió perdonarlo. De una forma retorcida, su padre solo buscó su bienestar. 

Dylan pensó en Macy, preocupado por el ataque que tuvo mientras dormía. Ella demoraba mucho en asimilar las cosas, y recordó el tiempo que le tomó superar la muerte de Rhonda. Él ya no quería verla sufrir, y sintió una idea llegar. Aunque sabía que lo que haría no estaba bien, era la única opción que le quedaba. 

Dylan recorrió el castillo, buscando a Ethan. Llegó a su oficina, entrando sin siquiera llamar a la puerta. Se detuvo frente a él, tronando los dedos para llamar su atención. 

—¿Qué sucede? —Ethan preguntó, confundido por la presencia del muchacho—. ¿Qué haces aquí?

—He venido a pedirte un favor. —Dylan anunció, agitado—. Necesito que le borres la memoria a Macy. 

—¿Qué? —Ethan exclamó, alterado—. ¿Sabes siquiera lo peligroso que es? ¿Tienes alguna idea de las consecuencias que eso podría traer a la mente de Macy?

—Solo necesito que borres sus recuerdos de las últimas setenta y dos horas. —Dylan explicó—. Lo único que quiero es bloquear su dolor. 


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¡Hola! ¿Cómo están?

Aquí está el capítulo 25
¿Qué les pareció? ¿Tienen alguna teoría?

La pregunta de este capítulo es: ¿Qué crees que signifique la profecía de Dylan?

Les mando un abrazote
Nos leemos pronto. 

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