CAPÍTULO 16

—¡Te irás al Bosque de los Pirindoquios! —Ordenó Salvatore, elevando la voz—. Y no aceptaré un no por respuesta. Ya no toleraré más altanerías de parte tuya. 

Dylan tosió, retorciéndose en la cama. Le dolía cada músculo del cuerpo, y los doctores apenas terminaron de coserlo. Cuando fue a encarar a Quentin, jamás imaginó que las cosas se volverían en su contra. Él estaba dispuesto a matarlo, pero terminó siendo el perdedor. 

—No iré a ningún lado, Salvatore—. Protestó, luchando por levantarse—. Mi lugar es aquí, defendiéndote. Me necesitas. 

—Después del escándalo que armaste hoy, me queda claro que no puedes cuidar ni de ti mismo—. El anciano lo regañó, sentándose en el sillón de la habitación—. Agradece que Theo avisó a los doctores y te trajo hasta aquí. Sino, continuarías desangrándote en el patio. 

Dylan gruñó bajo, observando el vendaje de su abdomen mancharse de sangre. Maldijo con fuerza, sin creer lo débil que se encontraba. Los puntos acababan de abrirse, y pensó echarse un poco de alcohol por encima para cicatrizar más rápido. Era la primera vez que lo herían de esa manera.

—Lo de hoy fue un error—. Titubeó, estirándose para tomar la copa de sangre que le dejaron—. Acabaré con Quentin la próxima vez que lo vea. Esto no volverá a ocurrir. 

—No volverá a ocurrir, porque pasarás las siguientes cuatro semanas en los Pirindoquios—. Salvatore repitió—. Ya hablé con Floressta, y te están preparando un lugar. Las ninfas te esperan. 

—Pues que me esperen sentadas, porque paradas se van a cansar—. Refunfuñó, irritado—. No me iré de aquí. 

Salvatore se cruzó de brazos, comenzando a perder la paciencia. Su hijo se quejaba constantemente de lo terca que era Macy, pero no se daba cuenta que él era igual. Ambos eran muy similares y, quizás, por eso se llevaban tan mal.

—No te estoy preguntando, te estoy ordenando—. Salvatore engrosó la voz, molesto—. Irás con las hermanas Naturaliss, te recuperarás de la paliza que Quentin te dio, y volverás cuando estés más relajado. 

Dylan negó, haciendo una mueca de dolor. El cerebro le rebotaba cada vez que movía la cabeza, y creyó que volvería a desmayarse en cualquier momento. Despertó mientras lo zurcían, y luchó por no perder el conocimiento de nuevo. Los doctores no usaron anestesia. 

—No me puedo ir, padre. —Dylan tosió, ahogándose—. Hay un traidor en el castillo. No puedo dejarte desprotegido. No ahora. 

Salvatore soltó una risa amarga, iracundo. Le parecía increíble que Dylan se atreviera a mencionar al traidor después de la indiscreción que cometió. Las cosas ya estaban tensas en el castillo, y él solo lo empeoró. 

—Todavía no te das cuenta de lo que hiciste, ¿verdad? —Salvatore se inclinó hacia adelante, indignado—. Con el escándalo que armaste frente a toda la guardia real, acabas de poner en alerta al verdadero traidor. Quienquiera que esté del lado de Perso, va a tener más cuidado de ahora en adelante. 

—El traidor es Quentin —Dylan carraspeó, escupiendo sangre—. Déjame matarlo y solucionamos esto. 

Salvatore negó, sirviéndole una copa del sustituto a su hijo. Dylan era demasiado obstinado, y era muy difícil quitarle una idea cuando se le metía a la cabeza. 

—Quentin no es el traidor. Sus conflictos contigo son independientes a la lealtad que me tiene. Estoy más que seguro que él no es a quien estás buscando—. Aseveró el anciano—. Estás errático, hijo, y es por eso debes descansar. 

Dylan gruñó, sin la fuerza suficiente como para bajar los colmillos. Su padre ya no pensaba con la lucidez de antes, y él necesitaba hacerlo entrar en razón.

—Yo estoy seguro que él es el traidor —Dylan increpó, enardecido—.  ¿Por qué te encierras en creer que él es inocente, Salvatore?

—Porque no soy yo quien ha confiado en las personas equivocadas antes—. El hombre soltó de golpe, cansado—. Tu juicio ya no es de fiar. 

Dylan soltó una carcajada amarga, sin dar fe a lo que escuchó. En toda su vida, Salvatore jamás le recriminó los errores que cometió en el pasado. Su padre siempre le repetía que era mejor olvidar los problemas, y no permitir que los recuerdos nos afecten. Pero acababa de lastimarlo. Salvatore sabía lo mucho que sufrió, y ahora solo utilizaba esa información en su contra. 

Dylan estrelló la copa que tenía contra la pared del baño; destrozándola y tirando el sustituto al suelo. Se levantó como pudo de la cama, sin importarle que el vendaje continuara manchándose de sangre. Tomó una maleta grande, y empezó a guardar su ropa en el interior. Prefería desangrarse en el camino a la isla, a permanecer otro segundo en el castillo. 

—Me iré ahora mismo a los Pirindoquios —murmuró, molesto—. No quiero verte más. 

Salvatore agachó la mirada, dándose cuenta del grave error que cometió. Su intención no era herirlo, pero su boca lo traicionó. Prefirió no decir nada, y salió de la habitación en silencio. Disculparse con su hijo no serviría de nada en ese momento. Lo mejor sería hablar cuando se hubiera calmado.  

Dylan bufó por la actitud de su padre, todavía dolido con su reacción. Terminó de empacar con rapidez, acercándose al baño para cambiarse el vendaje. Caminó cuidadosamente para no cortarse los pies, maldiciendo el haber roto el espejo. Se ajustó los puntos como pudo, y colocó una venda nueva. Esperaba que la herida no se abriera hasta que hubiera llegado a la isla. 

El viaje hasta el Bosque de los Pirindoquios fue largo y tedioso; y demoró más de lo que imaginó. Floressta envió un barco a recogerlo, y él durmió gran parte del trayecto. Despertó cuando escuchó una voz dulce llamarlo; confundiéndola con la de su madre. La llamo por su nombre, antes que Annimalia se acercara para ayudarlo. A ella se le asignó la misión de protegerlo durante su estadía. 

Annimalia tenía el cabello marrón, y había nacido del cadáver de un venado que su madre sacrificó. La diadema que llevaba fue hecha con la cornamenta del animal; y su vestido, del pelaje. Ella era la más frágil de las hermanas, además de la más comprensiva. Debido a la manera en que nació, la maldad jamás lograría corromper su corazón. 

Nazarena creó a cada una de sus siete hijas a partir de un elemento de la naturaleza; con el único motivo de resguardar la magia del Bosque de los Pirindoquios. Cada una permanecía en una zona distinta, y conversaban ocasionalmente entre ellas. Aunque el ambiente de la isla era tranquilo, Dylan comenzó a echar de menos el ruido de la ciudad. 

Floressta le construyó una pequeña choza cerca de la orilla, antes de dejarlo al cuidado de su hermana menor. Annimalia se asustó al ver el estado en que llegó el muchacho, quedándose día y noche con él. Curó sus heridas con hierbas medicinales que solo existían en la isla, e hizo lo posible por aliviar su espíritu. Ella podía leer los pensamientos de todas las criaturas, además de percibir sus emociones. 

Dylan durmió gran parte de la primera semana, bebiendo enormes cantidades de sangre animal. Salvatore le envió cuatro botellas del sustituto, pero él se rehusó a tomarlas. Seguía molesto con su padre, y no quería nada de él. Prefería comer lo que Anna le daba. 

Dylan se sentó en el pasto fuera de la choza, pasadas las ocho de la noche. Respiró profundo, disfrutando la brisa y el aire fresco. Todavía era extraño que hubiera pasado tantos días sin hacer nada, ni gritar órdenes por los entrenamientos. Hacía más de setenta años que no tomaba vacaciones, y gran parte de su vida se redujo a permanecer encerrado en el castillo. 

Salvatore le repetía constantemente que debía descansar, y que él tenía libertad de salir por las tardes o noches cada vez que lo quisiera; pero nunca aceptó. Dylan no quería dejar su trabajo, ni perder el tiempo en cosas mundanas como ir a fiestas o a pasear. Él se obligó a sí mismo a encerrar su vida a las cuatro paredes del castillo, y ahora se le dificultaba alejarse de aquella burbuja. 

Annimalia caminó con sigilo hasta él, sentándose a su lado. Le dio uno de los brebajes  que Flor preparaba, mezclándolo con el sustituto sin que se diera cuenta. Dylan era demasiado orgulloso, y muy reservado también. 

—¿Cómo te sientes? —Le preguntó, rompiendo el silencio—. Aun puedo detectar un gran dolor proviniendo de ti. ¿Hay algo en lo que pueda ayudarte?

—Estoy bien —él bebió un sorbo del líquido—. El dolor desaparecerá en un par de días; ya se me están acomodando las costillas. No estoy tan débil como el día en que llegué. 

—No me refiero a un dolor físico, sino uno espiritual—. Ella comentó bajo, viéndolo a los ojos—. Tu alma está herida; puedo sentirlo. 

Dylan sacudió la cabeza, buscando la forma de evitar esa conversación. No se sentía listo para conversar sobre el ataque de Iskander, ni todas las memorias que revivió. Prefería sufrir en silencio, y reprimir lo que pensaba. Era mejor así. 

—Mejoraré —se limitó a decir, tranquilo—. Siempre lo hago; no es la primera vez que me sucede. 

—Lo sé—. Anna colocó una mano en su hombro—. Tu aura es muy fuerte; pero el dolor que cargas es indescriptible. ¿Estás seguro que no quieres hablar de eso?

—No sirve de nada hablar —Dylan se encogió de hombros—. Nada de lo que podamos decir va a cambiar lo que sucedió. Es inútil conversar de lo que siento. 

—El dolor y la rabia nublan tu juicio. No eres tú quien habla, sino la ira que reprimes—. Anna susurró, dejando una lágrima caer—. Cuando te toqué; pude ver tus recuerdos. Lamento mucho lo del cachorro, y lo de la chica también. 

Dylan agachó la mirada, confundido. No había pensado en Macy desde el día del ataque, y le extrañó que ella la mencionara. Él sabía que tenía que alejarse, y esperaba que Salvatore le hubiera encontrado un nuevo protector. De nada servirían esas vacaciones si las cosas continuaban igual cuando retornara al castillo. 

—Ella te importa—. Anna mencionó divertida, sacándolo de sus pensamientos—. Puedo notarlo. 

—No, eso no es cierto—. Dylan sacudió la cabeza, riendo—. Macy es insoportable y alocada. No sabe aceptar un no por respuesta, y sería capaz de sacar de quicio a cualquiera. Jamás podría preocuparme por alguien como ella. 

—Hay cosas en las que no tenemos elección—. Annimalia susurró, levantándose—. Negarlo solo hará que ese sentimiento se fortalezca. 

Dylan la observó marcharse, meditando sus palabras. Ella hablaba con tanta sabiduría y sosiego, que le era imposible no creerle. Muchos pensamientos colisionaban en su cabeza, y él ya no sabía en qué hacer. La razón peleaba contra sus sentimientos, y ya nada era claro. 

El joven permaneció el resto de la noche en el pasto, observando las estrellas. Se permitió soltar un largo suspiro, intentando despejar su mente. Dylan era consciente de todo el daño que le hizo a Macy, pero también sabía que las cosas continuarían siendo complicadas entre ellos. No podían estar juntos en la misma habitación sin terminar peleando. 

El resto de su estadía fue bastante tranquila, y se relajó más de lo que imaginó. Las preocupaciones desaparecieron por completo, e incluso descubrió cómo llevar la fiesta en paz con Macy. Conversar con Annimalia le ayudó más de lo que imaginó, y ya sabía cómo actuar.  

Dylan apenas estuvo un par de horas en el castillo antes de salir de nuevo. Dejó las maletas en su habitación, pero no le dio tiempo de desempacar. Observó diez libros nuevos sobre la cama, junto con una nota de Salvatore. Esa era su forma de pedirle disculpas por la pelea que tuvieron, y el asintió. Después de aquel viaje, ya no le guardaba rencor a nadie. 

—Hijo —lo llamó Salvatore, saliendo de su estudio—. Hijo, lamento mucho lo que pasó cuando te fuiste...

—Descuida—. Dylan rio, restándole importancia—. Estabas ofuscado, y yo también. Ya pasó; todo está olvidado. 

Salvatore sonrió con alivio, feliz de ver a su pequeño recuperado. Dylan se veía más tranquilo y fuerte que cuando se fue, y esperó que su mente se hubiese despejado también.

—Me alegra que hayas regresado—. Salvatore le entregó una lanza, solemne—. Le diré a la guardia que se prepare...

—Todavía no—. Pidió, recargando el arma contra la pared—. Hay algo más que necesito hacer. Te explicaré todo en la noche.

Salvatore asintió, indicándole que podía retirarse. Dylan se puso el uniforme de colegio, agradeciendo que su padre le comprase una camisa nueva en su ausencia. Observó la vieja en uno de los colgadores, aún con rastros de sangre. Quiso quemarla, pero prefirió guardarla con el resto de cosas de Orión. Ya no actuaría por impulso.

Dylan esperó a Macy en la puerta principal del colegio, preocupándose al no verla salir. Aguardó por más de veinte minutos, antes de comenzar a creer que algo le sucedió. Resolvió ingresar a la escuela, recorriendo cada salón que vio. Ella no estaba por ningún lado, y la mayoría de estudiantes ya se habían ido. 

Dylan salió al patio trasero, entrecerrando los ojos debido a la fuerte luz de la tarde. Divisó a lo lejos varias chicas con unos uniformes extraños, y se acercó. Percibió el aroma de Macy a la distancia, descubriendo que también estaba ahí.  Ella era parte de las uniformadas. 

Se acercó a ella por la espalda, sosteniéndola con fuerza del brazo. Todavía no estaba seguro de lo que haría, pero sabía que era por voluntad propia. Aunque en el pasado se esforzó por lastimarla, ahora quería enmendar sus errores. Y no porque su padre o alguna otra persona se lo pedía; sino por sí mismo. Él se quería disculpar. 

—Hola, Macy—. La saludó, sonriendo—. Tenemos que hablar. 

Macy se heló al escuchar la voz de Dylan, soltándose con rapidez. Giró en su dirección, escaneándolo de pies a cabeza. Él se encontraba bien. 

—Dylan... —balbuceó—. Estás vivo. 

—¿Por qué no habría de estarlo? —Preguntó divertido, cruzándose de brazos. 

Macy enarcó una ceja, recordando que se juró a sí misma no volver a dejarse humillar por él. Dylan tenía la misma sonrisa arrogante en el rostro, y la chaqueta de cuero que nunca se quitaba. Toda su preocupación fue en vano; él jamás estuvo herido.  

—Por nada... —desvió la mirada—. ¿Qué estás haciendo aquí? —Engrosó la voz. 

—Te estaba esperando afuera, pero nunca saliste—. Se encogió de hombros, restándole importancia—. Necesitamos hablar. 

—Si es por lo del castillo, pierde cuidado. —Macy resopló, cruzándose de brazos—. Ethan me recogerá cuando termine la práctica de porristas. No te necesito, y tampoco te quiero ver. 

Dylan rio con su respuesta, tomándola de la muñeca con suavidad. Comprendía su reacción, pero necesitaban hablar. No dejaría pasar esa oportunidad. 

—¿Puedes dejar de ponerte a la defensiva por cinco minutos? —Inquirió, jalándola hacia él—. Solo quiero conversar. 

—¿Y sobre qué quieres conversar? —Macy preguntó molesta—. ¿Sobre lo mucho que me odias, o sobre lo poco que te preocupas por mí?

—¡Estoy tratando de disculparme contigo! —Dylan soltó de golpe, perdiendo la paciencia—. ¿Podrías dejar de hacerlo tan difícil?

Macy se heló con sus palabras, sorprendida. Él no parecía la clase de chicos que se disculpaba, ni admitía sus errores. Dylan era tan reservado, que se volvía un verdadero acertijo adivinar lo que pensaba. Le era imposible saber si mentía o decía la verdad en ese momento. 

—¿A qué te refieres? —alcanzó a preguntar, luchando por no mostrarse nerviosa. 

Dylan suspiró, viéndola a los ojos. Planear esa conversación en su cabeza fue más fácil que tenerla en la vida real. Sería la primera vez, en toda su vida, que se disculparía de corazón con alguien; pero Macy no cooperaba. 

—Vamos a un lugar más privado —pidió, inclinándose hacia adelante—. Regresemos al castillo. Te explicaré todo allá. 

Macy negó, retrocediendo. Se le dificultaba confiar en él. 
—Si quieres decirme algo, hazlo ahora— elevó la voz—. Me da miedo quedarme a solas contigo. 

Dylan asintió, rendido. Ordenó las palabras en su mente, decidido a expresar todo lo que pensaba. Los consejos de Annimalia seguían en su cabeza, y él quería hablar con la verdad. 

—Yo te he odiado desde el momento en que Salvatore me dio la misión de encontrarte—. Confesó, bajando la voz—. Pero te odié por un capricho mío; porque sabía lo que sucedería si tú y yo nos volvíamos amigos. Fue por eso que decidí meterme a tu mente, y tratar de enloquecerte. Solo quería hacerte sufrir, y saber que era yo quien causaba ese dolor. 

Macy sintió los ojos picarle, sin saber cómo tomar todo lo que le dijo. Esa era la disculpa más rara que escuchó, y terminó más asustada que antes. 

—Si eso es todo lo que tienes que decir, debo regresar a la práctica de porristas—. Respondió seria, retrocediendo más—. Dile a Ethan que demoraré un poco en salir. 

—Macy... —Dylan la tomó de la mano, cuidadoso—. Yo ya no quiero lastimarte, y lo digo en serio. Me arrepiento de todo lo que te hice sufrir, y las veces que te insulté estando en el castillo. Perdóname por cada lágrima que te hice derramar, por favor. —Suplicó, acercándose más a ella—. Permíteme empezar de nuevo y ser tu amigo. 

Macy sintió su corazón acelerarse, y pudo oler el nerviosismo de Dylan también. Él parecía sincero, pero una voz dentro suyo le repetía que no podía confiar en lo que decía. Dylan era un excelente mentiroso, y siempre tenía un plan oculto bajo la manga. Ya no creía en su sinceridad. 

—¿Por qué quieres volverte mi amigo de repente? —Atinó a susurrar, soltándose—. Hace un mes dijiste que me odiabas, y que aborrecías cada minuto que pasaste a mi lado. ¿Qué te hizo cambiar de opinión?

«Yo no te odio, Macy—. Él pensó, acariciando su rostro—. Pero no es bueno que sepas lo que realmente siento por ti.»

—Vamos a pasar los próximos cuatrocientos años juntos—. Dylan se encogió de hombros, divertido—. Tú como Aka Zaba, y yo como tu protector. No sirve de nada que continuemos peleando. Mi arrepentimiento es real. Seamos amigos, por favor. 

Macy relamió sus labios, analizando lo que escuchaba. Se le había olvidado el hecho que Dylan se convertiría en su protector, y carraspeó. Antes de perdonarlo, necesitaba estar segura que él no la volvería a lastimar. Ya no quería sufrir, ni recibir más humillaciones de parte suya. 

—¿Cómo sé que no estás mintiendo? —Susurró, viéndolo a los ojos—. ¿Cómo sé que este no es otro de tus trucos para seguir manipulándome?

Dylan rió con amargura, pensando que Macy siempre complicaba todo. Aceptar una disculpa no era tan difícil, pero resolvió no cuestionar las dudas que tenía. Agachó la cabeza, sin creer lo que estaba a punto de hacer. Se quitó los lentes de contacto celestes que llevaba puestos, dejándolos en la palma de la chica. Esa era la única forma en que ella confiaría de nuevo en él. 

—Quiero que me mires a los ojos; a mis verdaderos ojos—. Pidió, inclinándose hacia adelante—. ¿Acaso crees que miento?

Macy se aclaró la garganta, atónita. El verdadero color de ojos de Dylan era marrón claro, y comenzaban a tornarse verdes cuando el sol les daba directamente. Ella acarició su rostro, escaneándolo como si fuera la primera vez que lo veía. Él no solo le mintió con palabras, sino con su apariencia también. 

Macy observó los lentes en su palma, todavía confundida. Aunque el marrón le quedaba mejor que el azul, no comprendía por qué lo hizo. No encontraba una explicación lógica para que él hubiera querido ocultar su color real. 

—Tu nombre no es tu nombre, y tus ojos no son tus ojos—. Concluyó, recordando que él tampoco se llamaba Dylan—. ¿Acaso hay algo real en ti? 

—Esta disculpa lo es— ladeó una sonrisa, peinando su cabello hacia atrás—. ¿Aún piensas que estoy mintiendo?

Macy se acercó más a él, poniéndose en puntillas para alcanzarlo. Se perdió en sus ojos marrones un par de segundos, notando la bondad oculta en ellos. Finalmente, podía comenzar a ver su alma. 

—Estás diciendo la verdad— suspiró, a centímetros de su rostro—. Pero me has mentido tanto en el pasado, que no sé si te quiero como amigo. Acepto tus disculpas, pero creo que merezco algo mejor que esto. 

Dylan tomó un mechón del cabello de Macy, colocándolo tras su oreja. Él comprendía lo difícil que era volver a confiar en alguien de una decepción, y supo que no podía juzgarla por lo que decidió. La conversación no salió como esperaba, pero le alegraba ya no estar peleado con ella. Macy no tenía la culpa de nada. 

Él sacó un collar que guardaba en su bolsillo, dispuesto a devolvérselo antes de regresar al castillo. Acarició el cuello de Macy, y movió su cabello hacia adelante. Le colocó la cadena de mariposa con delicadeza, aspirando el aroma de la chica. Ella olía tan bien como siempre, y se sintió tentado a morderla de nuevo. Sin embargo, se contuvo. No cometería ese error otra vez.

—No volveré a lastimarte, y tampoco dejaré que alguien más lo haga. Ojalá podamos volvernos amigos en el futuro—. Prometió en su oído, susurrando—. Y, por favor, ya no me regreses el collar. Lo mandé a hacer para ti, y solo contigo funcionará. Quédatelo como una ofrenda de paz. 

Macy pasó saliva con dificultad, acariciando el dije. Estaba caliente, y sabía lo que significaba. Él la quería cerca. Ella notó que Dylan se llevó los lentes de contacto, y comenzaba a alejarse de ahí. Macy miró el collar una última vez, rogando no equivocarse con lo que estaba a punto de hacer. 

—¡Dylan, espera! —Gritó, corriendo hacia él— ¡Dylan!

Él se detuvo, girando. Ya se había puesto los lentes. 
—Dime.

—Si quieres que te dé otra oportunidad y que confíe en ti, debes jurarme que no volverás a mentirme—. Habló fuerte, tomándolo de la mano—. Necesito que dejes de ocultarme cosas, y me cuentes la verdad sobre ti. El por qué te cambiaste de nombre, y llevas lentes de color. No es justo que pretendas ser mi amigo cuando tú has vivido en mi cabeza por meses, y todo lo que yo conozco de ti ha sido un disfraz. 

—Yo confío en ti lo suficiente como para mostrarte mi verdadera apariencia. Eres la única a quien le he confesado que mis ojos no son azules—. Dylan sonrió, sosteniéndola por el cuello—. Acepto las condiciones que pongas; tendremos mucho tiempo para conocernos de nuevo. 

Macy asintió, dándose cuenta de lo cerca que se encontraba de sus labios. Ella sacudió la cabeza, recordando que continuaba saliendo con James, y que él tenía un voto de celibato. Retrocedió antes que las cosas se tornasen incómodas, y se acomodó el cabello en una coleta. 

—Debo regresar al entrenamiento— ella habló atropelladamente, señalando la cancha—. Te veo en el castillo. 

—No será necesario; te voy a esperar— Dylan sonrió—. Traeré unas cosas que dejé en el auto y nos iremos juntos cuando termines. 

Macy rio bajo, aceptando su propuesta. Corrió junto con sus compañeras, con una sensación extraña dentro suyo. Todavía no sabía si hacía bien o no al confiar en Dylan; pero estaba dispuesta a arriesgarse por descubrirlo. Giró hacia las gradas, viéndolo sentado en la parte superior; con lentes de sol y un libro entre las manos. Él era de los pocos chicos que conocía que amaban leer. 

Dylan apenas si levantó la mirada un par de veces durante las dos horas de entrenamiento, y prefirió concentrarse en la lectura. Sabía que Salvatore lo obligaría a regresar a la escuela, y su horario se saturaría por completo. Aunque él ansiaba retornar a sus labores como protector, no comprendía por qué su padre se esforzaba tanto en mantenerlo fuera del castillo. 

El viaje de regreso fue rápido, y menos incómodo que la última vez que estuvieron solos en el auto. Macy aceptó ir en el asiento de copiloto finalmente, y Dylan le permitió escoger la música. Ella conectó su celular, reproduciendo las canciones de pop más pegajosas que tenía solo para molestarlo; pero a él no pareció importarle. 

—¿No te incomoda la música? —Le preguntó, riendo. 

—¿Por qué habría de incomodarme? —Él se encogió de hombros, sin quitar la vista del parabrisas—. Puedes escuchar lo que quieras. 

—Es que, una vez puse esta playlist con James, y él dijo que odiaba las canciones de chicas.—ella agachó el rostro—. Creí que tú pensabas igual. 

—En primer lugar, no se te ocurra volver a compararme con ese imbécil—. Dylan bufó, acelerando—. Y, en segundo lugar, James no me gusta. Deberías terminar con él. 

Macy rio, levantando una ceja. Era consciente que James no era perfecto, pero nadie tenía derecho a opinar sobre su relación. 

—Es mi novio, no tuyo. Se supone que debe de gustarme a mí, no a ti. —le recordó, irónica—. Además, no es mi culpa que te pongas celoso de mi noviazgo con él—. Rio, provocándolo. 

Dylan soltó una carcajada, negando. 
—Yo tengo un voto de celibato; jamás me pondría celoso de alguien como James. 

Macy se cruzó de brazos, confundida. Dylan usaba ese voto como un escudo, pero lo que dijo no tenía sentido. 

—Se supone que el voto de celibato te impide tener sexo, pero eso no implica que se destruyan tus emociones—. Ella razonó—. ¿Acaso nunca te has interesado por alguien después de tomarlo?

—No realmente— respondió monótono—. Me he enfocado tanto en mi trabajo, que todo lo demás quedó en segundo plano. 

—¿Es fácil tener un voto de celibato? —Macy consultó con verdadera curiosidad, bajando el volumen de la música. 

—Es fácil cuando no hay nadie que te interese— Dylan rio, viéndola a los ojos—. El problema comienza cuando alguien te gusta, y debes luchar a diario por no caer en tentación. 

—¿A ti te gusta alguien? —Ella se inclinó hacia adelante, nerviosa. 

—Todavía no —Dylan rozó su nariz con la de ella, acercándose—, pero serás la primera en saberlo cuando eso suceda. Por algo somos amigos; a ti te confiaré ese secreto. 

Dylan estacionó el auto, riendo. Le parecía divertido fastidiarla, y se apresuró en bajar su mochila. Ella continuaba sonrojada, y se tropezó cuando abrió la puerta de la camioneta. Él la ayudó, pidiéndole que saque el libro que dejó en la guantera. Ya le faltaba poco para terminarlo. 

La Guerra y La Paz— Macy leyó el título, buscando cambiar de tema—. Veo que te gustan los libros ligeros. 

—La leí en ruso hace unos años— Dylan rio, llevándola a su cuarto—. Tenía curiosidad sobre cómo era la traducción al español. 

Dylan abrió la puerta de su habitación, dejando la mochila de Macy en el suelo. Quería cambiarse antes de ir a almorzar, y apenas si conocía la nueva dinámica de entrenamiento de la chica. Conversó tan poco con Salvatore antes de irse, que no estaba seguro de qué rutina seguían. 

—Siéntate donde quieras— comentó, sacando una camiseta negra de su armario—. Bajaremos al comedor en cinco minutos. 

Macy rio, asintiendo. Observó varios libros regados sobre la cama, todavía con envoltura, y quiso abrirlos. Ella detestaba leer, pero siempre disfrutó rompiendo el delgado plástico que recubría los objetos nuevos. Aprovechó que Dylan se encerró en el baño, y los abrió todos, riendo. Eran originales, y parecían costosos. Tres de ellos ni siquiera estaban en español. 

Macy botó todos los envoltorios en el papelero, divisando la esquina donde solía estar la cama de Orión. Ella durmió tantas veces abrazada del cachorro, que aún le dolía su partida. Siempre tendría bonitos recuerdos con él. 

La joven comenzó a ordenar los libros en la repisa, ubicándolos donde creyó que encajarían mejor. No sabía si Dylan los acomodaba en un orden en particular, e hizo lo mejor que pudo. Algunos de los libros estaban cubiertos de polvo, y ella intentó limpiarlos con el dorso de la mano. 

—Date prisa, Cenicienta— Dylan se burló, desconcentrándola—. Nos están esperando para almorzar. 

Macy soltó el libro que tenía en la mano, girando hacia él. Dylan estaba recostado en el marco de la puerta del baño, sonriéndole. Ella rio con fuerza, recordando lo mucho que él disfrutaba llamándola con los nombres de las princesas. La última vez, la comparó con Blancanieves. 

—Para ser alguien que no ve televisión, conoces muy bien a las princesas —Macy habló con superioridad, golpeándolo con el hombro—. ¿Acaso hubo una época oscura en la que te gustaba ver las películas de Disney?

Dylan sacudió la cabeza, caminando hacia su estantería.
—Si conozco a todas las princesas, es porque leí los cuentos clásicos— respondió irónico, colocando un pequeño libro entre sus manos—. Perrault y Andersen son mis favoritos, aunque los hermanos Grimm tienen varios relatos buenos también.

Macy examinó el libro, viendo lo deteriorado que estaba. Debió comprarlo hace mucho. 

—¿Cuál es la diferencia de esos cuentos con las películas? —Ella elevó el rostro, devolviéndoselo—. No se supone que es lo mismo, solo que más corto y sin las canciones.

—La diferencia, es que los cuentos originales son crudos y sangrientos—. Dylan sonrió, caminando hacia ella—. Las princesas no tienen un final feliz, y muchas de ellas mueren en circunstancias horribles—. Habló emocionado—. Estos libros nos demuestran cual es la cruda verdad a la que nos enfrentamos día a día. El felices para siempre no existe en la vida real.

Macy levantó una ceja, confundida.
—Qué extraño eres— murmuró—. Se supone que la gente lee para escapar de la realidad, no para deprimirse pensando en el trágico final que algún día tendrá. 

Dylan rio, regresando el libro al estante. Él había vivido tanto, que se le dificultaba creer que todavía había algo de bondad en la vida. 

—Los finales felices son un maldito cliché— él masculló—, nada garantiza que las cosas siempre terminen bien para todos. 

—Deberías leer libros más felices— Macy sentenció, caminando hacia la puerta—. O ver películas musicales. Nadie se deprime viendo un musical. 

Dylan la siguió entre risas, creyendo que la había asustado. La siguió de cerca, recordando las veces que ella hizo referencias a películas que él ni siquiera sabía que existía. Era consciente que Macy no leía mucho, y se le ocurrió una idea. 

—Te propongo algo— él alzó la voz, avanzando hasta quedar frente a Macy—. Yo no veo televisión, y tú apenas lees; así que podríamos hacer un trato para fortalecer esta amistad. —Sonrió, tomando aire—. Tú leerás un libro que a mí me guste, y yo veré una película que a ti te guste. Tal vez no sea mucho, pero nos ayudará a conocernos mejor. ¿Qué dices?

Macy rio con su propuesta, sin saber de dónde salió. Estrechó su mano, aceptando el trato. Le pareció divertido, y Dylan le dio uno de sus libros cuando la llevó de vuelta a su casa. Comenzaría con "Cien años de soledad", y él le repitió que debía cuidar mucho el ejemplar que le entregó. Era una primera edición, autografiada por el mismo García Márquez. 

Dylan comenzó a sentarse a su lado en la escuela, y pedía que los agruparan para los trabajos en pareja. Aunque él no presentaba ninguna tarea, disfrutaba su compañía. La escuela no era tan mala como la recordaba, pero hubiera preferido terminar sus estudios en Rayuka. Le daba tirria pasar tantas horas rodeado de humanos. 

Macy todavía no tenía la confianza suficiente como para preguntarle a Dylan por qué se cambió de nombre, pero le pidió dejar de usar los lentes de contacto. A ella le gustaban sus ojos marrones, y él accedió a dejar de llevarlos a la escuela. Sin embargo, los traía puestos siempre en el castillo. Ni siquiera estaba segura de si se los quitaba para dormir.

La joven terminó el libro en una semana y media; y tuvo que releer algunas partes porque se confundía con los nombres. Sabía de qué trataba porque lo conversaron el año anterior en la escuela, pero el libro era más interesante de lo que imaginó. Aunque le hubiera fascinado leerlo con un árbol genealógico al lado, quedó satisfecha con la primera recomendación que Dylan le hizo. El acuerdo no era tan malo. 

Ella aprovechó que su padre estaba de viaje, para invitarlo a ver la primera película en su casa. Él no tenía televisor, y Macy creyó que sería más divertido verlo en la pantalla plana de su sala. Por suerte, Salvatore estaba de buen humor, y accedió a darles el día libre. Las cosas estaban más relajadas desde que Dylan volvió. 

Macy vivía con el miedo constante de que Salvatore volviera a insistirle mudarse al castillo, pero él ya no tocó el tema. A pesar que Dylan estaba con ellos como antes, el anciano dejó de presionarla con eso. Casi pareció que se olvidó de la promesa que le obligó a hacer. 

Dylan ingresó a la casa de Macy, sorprendiéndose del silencio que había. Era extraño estar de pie en ese lugar, después de todas las veces que lo observó a través de los ojos de la chica. Todo era diferente. 

—¿Acaso no vive nadie más aquí? —Preguntó, caminando a su lado—. Lo recordaba más ruidoso. 

—Papá está de viaje, y mis hermanos estudian hasta las seis de la tarde. Mamá los inscribió a clases de inglés, ballet y karate para mantenerlos activos todo el tiempo—. Ella rodó los ojos—. Una nana los cuida. 

—¿Y tú mamá? 

—Mamá se dedica a gastar lo que papá gana—. Macy se burló, agradeciendo estar sola—. Mi padre pone todo su esfuerzo en sacar adelante la aseguradora que creó, pero ella solo despilfarra el dinero con sus amigas. 

Dylan prefirió no hacer más preguntas, y la ayudó a servir el almuerzo. Él no tenía interés alguno de inmiscuirse en los problemas familiares de Macy, y cambió de tema de conversación. Él ya le había prestado el siguiente libro que leería, esperando que le guste tanto como el anterior. 

Macy eligió una película musical, y pasó las dos horas cantando las canciones. Dylan no conocía ninguna, pero intentó seguirle el juego cuando ella lo sacó a bailar. Macy saltaba por toda la sala, imaginando que daba un concierto para una audiencia invisible. 

—Yo no sé bailar— Dylan rio, sentándose de nuevo—. Y tampoco canto. Prefiero verte a ti hacerlo. 

Macy soltó una carcajada, tomándolo de las manos. Lo obligó a levantarse, despeinándolo. 

—Solo debes hacerme girar— ordenó mientras seguía cantando—. No es tan difícil; no te estoy pidiendo armar una coreografía. 

Dylan vio a Macy cantar y caminar por la casa, y sonrió al notar lo feliz que estaba. Era una felicidad verdadera. Él solía observarla constantemente cuando estaba con James en la escuela, y ella nunca se mostró tan alegre en compañía de su novio. Dylan no comprendía por qué seguían juntos; en especial, cuando Macy merecía un chico mucho mejor. 

Dylan la hizo girar un par de veces, atrayéndola a su lado al final. Ella ya no cantaba ni bailaba; solo se divertía. Y él también. Hacía mucho que no se sentía como un chico normal; sin la presión de ser un soldado y tener que dirigir un ejército. 

—¿En qué piensas? —Macy preguntó, colocando las manos en sus hombros—. Estás muy callado. 

—En que obligarme a cantar y recrear las escenas de las películas te costará, al menos, dos libros—. Dylan rio, peinando el cabello de la chica hacia atrás—. Te daré el segundo mañana. 

—¡Eso no es justo! —Ella exclamó con falsa indignación—. Las películas solo duran dos horas, y a mí me toma más de una semana terminar de leer una obra. Tú vas a ganar más que yo. 

Dylan disfrutó verla hacer puchero, y acarició su rostro. Ella era buena, y no el monstruo que pensó en un inicio. 

—Entonces, ¿qué propones? —Curioseó. 

—Podríamos recrear algunas escenas de los libros también—. Macy propuso, acercándose más a él—. Alguna romántica, tal vez. 

Dylan sonrió, tomándola por el cuello. Elevó su mentón, quedando a escasos centímetros de sus labios. 

—Esa idea me gusta; podríamos comenzar con la escena de Jack y Wendy en "El Resplandor". —Susurró, ajustando su agarre—. Tú corres por la casa, y yo te persigo con un mazo de roque intentando matarte. ¿Qué dices?

Macy palideció al escucharlo, soltándose. Ella lo dijo de broma; sin imaginar aquella respuesta. Dylan era extraño, y bastante sádico al parecer. 

—Deberías leer libros más felices— le repitió, sentándose en el sofá—. Terminemos de ver la película de una vez. 

Dylan asintió, oliendo el leve temor que emanaba de la chica. La abrazó, creyendo que se excedió con la broma que le hizo. 

—Solo estaba jugando —habló en su oído, sin soltarla—. No te asustes, por favor. 

—Descuida, ya me había dado cuenta que estabas loco—. Macy lo golpeó en el brazo, sacudiendo la cabeza. 

Macy reanudó la película, cantando con fuerza las dos últimas canciones. Pensó en preparar más palomitas de maíz y buscar otro programa en la televisión antes que Dylan se fuera; pero un ruido en la entrada los asustó. Lilith ingresó con paso firme, azotando la puerta a su paso. 

—¿Qué sucede aquí? —Inquirió de golpe, dejando su bolso de diseñador sobre la mesa de centro—. ¿Quién es él? 

Dylan se levantó, frunciendo el ceño. Aunque la mujer se veía mayor que Macy, era mucho más bonita que ella. Sin embargo, no le gustó la forma en que habló. 

—Él es Dylan, un compañero de escuela—. Macy se apresuró a responder, escudando al muchacho con su cuerpo—. Teníamos que hacer una tarea juntos, pero ya se va. 

—Sabes que tienes prohibido traer chicos aquí cuando la casa está sola—. Lilith le recordó, sin quitar la vista del muchacho—. Limpien este desorden antes de irse, que yo no soy sirvienta de nadie. 

Macy asintió, avergonzada. Su madre nunca regresaba tan temprano de tomar el té con sus amigas, y solo le quedó obedecer. Lilith era buena, pero se desconocía cuando la veía cerca de un chico. No era la primera vez que pasaba por una situación así, y suspiró. 

Dylan recogió lo que ensuciaron, despidiéndose de Macy. Su madre le desagradó, pero prefirió no hacer comentarios al respecto. Regresó al castillo antes de lo planeado, continuando con las labores que dejó incompletas. Él vio su calendario mientras se quitaba el uniforme, dándose cuenta que se acercaba una fecha especial. 

Macy se encerró en su habitación, evitando a su madre el resto de la tarde. No estaba de ánimos para soportar un sermón sobre chicos, y resolvió hacer las tareas de la escuela. Ninguno de los problemas de matemática le salía, pero ya no le importó. Sus calificaciones estaban tan bajas, que un cero más no haría la diferencia. 

Su teléfono sonó pasadas las once de la noche, y ella apagó su televisor. Contestó rápido para no alertar a su familia, leyendo el nombre de Dylan en la pantalla. 

—Lamento lo que pasó hoy— se disculpó bajo, apenas dejándolo hablar—. No sabía que mi madre volvería, y no quise hacerte sentir incómodo. 

Se nota que ella es una mujer muy comprensiva y amorosa; ahora entiendo por qué le tienes miedo—. Dylan rio, irónico—. No fue tu culpa. Descuida. 

—Creo que será mejor que no regreses aquí en un tiempo—. Macy carraspeó, acercándose a la ventana—. Prefiero evitar problemas con ella y con papá. 

¿Acaso vienes de una larga estirpe de cazadores? —Él bromeó—. ¿Es por eso que me vieron como un bicho raro?

—No... no— ella titubeó, sin siquiera haber pensado esa posibilidad en el pasado—. Es que no les gusta verme cerca de ningún chico, y tú estás muy lejos de cumplir con el estereotipo de hombre perfecto que ellos tienen. 

Macy escuchó a Dylan reír, aliviada. Él no lo tomó mal, ni se enojó por lo que le dijo. Un par de semanas atrás, James se mostró muy insistente con el tema de querer conocer a sus padres, y ella se negó. Aunque le explicó cómo era la situación en su casa, él no la comprendía y solo se enojaba. James quería que su relación avance rápido, pero Macy dudaba mucho que lo suyo llegase a ser algo más que un romance de instituto. 

Escucha, tengo un par de cosas que hacer y mañana no iré a la escuela—. Dylan continuó, sacándola de sus pensamientos—. Así que Ethan te recogerá, pero no puedes quedarte al entrenamiento de porristas. Necesito que vengas lo más rápido posible. Hay algo muy importante de lo que debemos conversar. 

—De acuerdo pero, ¿qué es? —Macy preguntó, intrigada—. ¿Sobre qué necesitamos hablar?

Esta es una charla que no podemos tener por teléfono—. Dylan sentenció—. Te explicaré todo cuando nos veamos. 

Dylan colgó antes que ella pudiera hacer otra pregunta, dejándola confundida. Él sonaba serio, y esperaba que no fuera una mala noticia. Macy apenas si pudo conciliar el sueño, y tampoco se concentró en las clases. Su mente estaba con Dylan, y eso la atormentaba. La angustia y la incertidumbre la persiguieron toda la mañana. 

Macy tomó su mochila, saliendo del salón cuando sonó el timbre. Ethan ya se encontraba afuera, y ella solo necesitaba ir a su casillero por la ropa extra que llevó. Detestaba quedarse toda la tarde con el uniforme. 

 Una mano fuerte la tomó por la muñeca, acorralándola junto a su casillero. Ella quiso golpearlo, antes de darse cuenta que era James quien la sostenía. 

—¿Qué te pasa? —Le gritó, soltándose—. ¿Por qué me jalas así?

—Hay un juego de hockey sobre hielo en la noche, y venía a invitarte—. Él le sonrió—. Un amigo jugará, y me consiguió entradas para la primera fila. 

Macy contuvo las ganas de hacer una mueca, y relamió sus labios. Ella detestaba el deporte, y ni siquiera le gustaba verlo. El único motivo por el que se convirtió en animadora, fue para estar más tiempo fuera de casa. 

—Lo lamento, pero ya tenía planes— se disculpó, educada—. No podré ir. 

—Cancela lo que tengas, no creo que sea tan importante—. James se cruzó de brazos, decepcionado—. Hace mucho no hacemos nada juntos. Además, desde que el imbécil de Dylan regresó a la escuela, ni siquiera me prestas atención. 

Macy rodó los ojos, sonrojándose. 
—Eso no es cierto. 

—¿Ah, no? —James rio con amargura—. Le permites sentarse a tu lado a diario, y ya me enteré que se queda esperándote en las prácticas de porristas. Pasas más tiempo con él que conmigo. 

—¿Y acaso alguna vez tú has querido quedarte a verme en los entrenamientos? —Macy le recriminó, cansada de sus quejas—. El año pasado te insistí por meses para que te unieras al equipo de fútbol americano y poder estar juntos en los entrenamientos, pero no quisiste. Así que ahora no te molestes porque alguien más decidió hacer algo lindo por mí.  

—Yo no tengo tiempo para perderlo en tonterías como esa—. James espetó, irritado—. Cuando comencé a salir contigo creí que eras diferente, pero eres igual que el resto de zorras que estudian en esta escuela. No vales nada. 

Macy lo abofeteó con fuerza, dejándolo tirado en uno de los pasillos de la escuela. Ella salió corriendo, apenas saludando a Ethan cuando subió al auto. No quiso conversar con él, y lloró parte del trayecto. Sus palabras la hicieron sentir sucia. El tener amigos no la volvía una zorra. 

Dylan la recibió en la puerta del castillo, y le permitió cambiarse de ropa. Macy dejó sus cosas en la recámara del chico, alegrándose que sus ojos se hubieran deshinchado. No quería que él se diera cuenta que estuvo llorando, ni tener que dar explicaciones a nadie. 

Dylan caminó hacia el patio trasero, guiándola hasta la armería. Le pidió a los guardias retirarse, y quitó los candados que resguardaban la puerta. Ella avanzó con cautela, nerviosa. Ese lugar le traía malos recuerdos. 

—¿Por qué estamos aquí? —Preguntó, aclarándose la garganta—. ¿Por qué me trajiste a la armería?

—Porque hay algo que necesito confesarte, y creo que este es el lugar indicado para hacerlo—. Dylan respondió nervioso, evitando el contacto visual—. Quiero que me escuches con atención, por favor. 

Macy sintió sus manos tornarse heladas, y su corazón se detuvo un instante. Él iba a hacerle una confesión, y ella no sabía qué pensar. Era la primera vez que Dylan se mostraba nervioso, y el estómago empezó a dolerle.   

Dylan pasó ambas manos por su cabello, quitándose la chaqueta de cuero. Nada de lo que diría sería fácil, y no sabía por dónde empezar. 

—¿Recuerdas lo que sucedió la última vez que estuvimos aquí? —Él comenzó, caminando en círculos—. El último día de tu entrenamiento. 

—Sí, sí lo recuerdo— Macy respondió bajo, avergonzada de pensar en esa escena—. ¿Por qué?

Dylan carraspeó, deteniéndose frente a ella. Tenía miedo de cómo reaccionaría ella, pero no podría ocultar la verdad por más tiempo. 

—Todas las especies tienen formas diferentes de profesar el amor que una pareja se tiene... —mencionó, aclarándose la garganta—. Los humanos se casan, y los pingüinos macho le obsequian a la hembra la piedra más bonita que encuentran. Pero, en los vampiros es diferente. Los vampiros expresamos nuestro compromiso mordiéndonos. 

Macy retrocedió un paso, confundida. Comprendía el rumbo que tomaría la conversación, y no le gustaba para nada. 

—¿De qué estás hablando? —Titubeó, con el corazón acelerado—. Estás bromeando, ¿verdad?

—Yo también quisiera que esto fuera una broma; pero ambos nos mordimos meses atrás—. Dylan carraspeó, acercándose a ella—. Bajo la ley de los vampiros, tú y yo somos marido y mujer. 

Macy negó, nerviosa. No le permitió acercarse, y muchas ideas comenzaron a llegar a su mente. Recordó todas las veces que Salvatore le repitió que los apellidos no importaban, y ya comprendía por qué. Si estaban casados, la obligarían a tomar el apellido de Dylan. Gracias a ella, los Walsh continuarían en el poder. 

—Tú lo planeaste, ¿no es así? —Inquirió a gritos, señalándolo—. Te escondías tras tu maldito voto de celibato, pero siempre supiste que las cosas terminarían así. Ahora entiendo por qué tenías tantas ganas de disculparte. Eres un maldito farsante. 

—¡Yo no planeé nada, fue un accidente! —Dylan exclamó, defendiéndose—. Esta situación tampoco es placentera para mí. 

—¿Accidente? —Macy frunció el ceño—. Uno se cae por accidente, o toma el bus incorrecto por accidente. ¡No termina casado por accidente!

—¡Joder, cálmate ya! —Él gritó, sosteniéndola por la muñeca—. Deja de actuar como si fuera el fin del mundo, porque no lo es. Este matrimonio jamás se volverá real. Yo no te voy a obligar a vivir conmigo, ni te voy a tomar como mi mujer. Tú puedes hacer de tu vida lo que quieras, porque lo único que yo te puedo ofrecer es una simple amistad. 

Macy intentó golpearlo, pero Dylan la inmovilizó. La acorraló contra la pared, buscando tranquilizarla. Él jamás imaginó que ella se molestaría tanto. 

—En ese caso, quiero el divorcio— Macy gruñó, mostrándole los colmillos—. Divorciémonos y terminemos con esta farsa. 

—Los vampiros somos monógamos—. Dylan elevó la voz, haciendo sus ojos brillar—. El único modo de disolver este matrimonio es que uno de los dos muera. No tenemos salida. 

Macy se soltó, más nerviosa que antes. No sabía cómo darle esa noticia a sus padres, ni cómo continuaría con su vida después de eso. Ella tenía diecisiete; no estaba en edad de casarse con nadie. Comenzó a hiperventilarse, sintiendo que había algo más detrás de aquella confesión. Dylan continuaba ocultándole cosas, y seguía manipulándola a su antojo. 

—¿Por qué me dices esto ahora? —Cuestionó dolida, empujándolo—. Si se supone que llevamos meses casados, ¿por qué recién me confiesas la verdad?

—Porque el viernes habrá una cacería, y será tu presentación oficial ante la sociedad vampira—. Dylan carraspeó, cruzándose de brazos—. Los líderes ya lo saben todo, y han preparado una ceremonia para nosotros. Nos darán la bienvenida como marido y mujer. 


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¡Hola! ¿Cómo están?

Lamento la demora, pero aquí está el capítulo 16

¿Qué les pareció? ¿Alguna teoría?

Las cosas se ponen tensas entre Dylan y Macy. ¿Qué creen que sucederá en los próximos capítulos? 

Les dejo una imagen de Dylan

No se olviden de votar, comentar y recomendar la historia con sus amigos para llegar a más personas. 

Les mando un abrazote. Nos leemos pronto 

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