CAPÍTULO 15
—¡Eres un maldito traidor! —Gritó Dylan, golpeando a Quentin con la lanza—. ¿Cómo pudiste hacerle eso a Salvatore?
Quentin giró con rapidez, esquivando el golpe. Detuvo la lanza con la mano, suprimiendo un gesto de dolor. Dylan tenía demasiada fuerza, y sabía que no podría contenerlo mucho tiempo. Sin embargo, no comprendía nada de lo que decía.
—¿De qué estás hablando? —Espetó, empujándolo hacia atrás—. ¿Acaso enloqueciste?
Dylan rio con amargura, haciendo un corte rápido en uno de los brazos del muchacho. Estaba furioso, y solo pensaba en vengarse. Los recuerdos de la última pelea en el castillo nublaron su mente, impidiéndole pensar en algo que no fuera acabar con Quentin.
—Ya sé que eres el espía de los Kovacevic—. Habló fuerte, viéndolo con asco—. Has sido tú quien estuvo ayudándolos en los ataques.
—¡Yo jamás me pondría del lado de un grifo! ¡Jamás! —Quentin se defendió, agachándose para recoger su lanza—. Mi lealtad está con Salvatore y con el castillo. Nunca los traicionaría.
—Mientes —Dylan masculló, empujándolo hasta hacerlo caer—. Tú me odias, y a mi padre también. No me sorprendería que te hubieras aliado con Perso.
Quentin se levantó de un salto, sintiendo los colmillos bajar. Estaba cansado de la actitud de Dylan, y finalmente le daría una lección. Llevaba aguantando sus insultos por años, pero ya no más. Acababa de llegar a su límite.
—Te odio a ti, pero jamás iría en contra de Salvatore—. Afirmó, golpeándolo en el abdomen—. Llevo trescientos años sirviendo a este castillo. ¿Realmente piensas que los traicionaría cuando la guerra está tan cerca?
Dylan se apoyó sobre la lanza, tomando impulso para patearlo en el rostro. Estaba ofuscado, y ya no soportaba sus mentiras. La frustración volvía a embargarlo, y solo quería que él confesara sus crímenes.
—No te creo— gritó, pateándolo de nuevo—. Sé las cosas que decías de Salvatore a sus espaldas, y los años que pasaste enojado porque me dieron tu puesto. Eres un traidor.
Quentin colocó su lanza entre las piernas de Dylan, haciéndolo caer de espaldas. Escupió la sangre que se acumuló en su boca, notando que le rompió la nariz también. Él blandió el arma entre los dedos, listo para la estocada final.
—¡Tú me robaste el trabajo! —Quentin explotó, rompiéndole la lanza en la cabeza—. Casi muero defendiendo a Salvatore. Pasé dos semanas agonizando. —Le recordó, golpeándolo—. ¿Y sabes qué gané? Ver que te habían nombrado el nuevo protector mientras yo luchaba por mi vida.
Dylan llevó una mano a su frente, sintiendo que la vista se le nublaba. Las lanzas eran de roble, y pesaban poco más de tres kilos. Creyó que varias astillas se le incrustaron, pero no las encontraba para quitárselas. Era la primera vez que lo golpeaban así.
—La misión de un protector es morir por el Aka Zaba—. Dylan balbuceó, luchando por no perder el conocimiento—. Ambos lo sabemos, y lo aceptamos cuando nos dieron el cargo. No tienes nada que cuestionarle a Salvatore—. Tosió—. No puedo creer que lo traicionaste solo por eso.
Quentin rio, pateándolo con fuerza en las costillas. Continuó hasta que escuchó un par de huesos romperse, disfrutando cada golpe que le dio. Él toleraba muchas cosas, pero no que le dijeran traidor.
—Yo jamás le fallaría a Salvatore—. Escupió, recogiendo la lanza de Dylan del suelo—. Soy de los guardias más leales que tiene este castillo. Deberías buscar a tus sospechosos en otro lugar.
Dylan se apoyó en los antebrazos, intentando sentarse. Comenzó a ahogarse con su propia sangre, creyendo que se le perforó un pulmón. Tosió, y observó cómo su ropa se manchaba de la sangre que escupía.
—No confío en ti— murmuró, sorbiendo por la nariz—. Te despediré.
Quentin sonrió ampliamente, clavándole la lanza en el abdomen. La retorció en su interior varias veces, y se agachó hasta quedar a su altura.
—Ninguno de los guardias del castillo confía en ti tampoco. —confesó, bajando la voz—. Deberías irte antes que causes más daños.
Dylan lo vio marcharse, y al resto de guardias caminar por el patio; fingiendo que nada ocurrió. Hizo un último esfuerzo por sacar el arma de su cuerpo, pensando que la lanza era más pesada que antes. El suelo estaba manchado con su sangre, y él ya no pudo mantenerse despierto más tiempo. Tenía una hemorragia interna, y sus órganos comenzaban a colapsar.
Macy se despertó a mitad de la madrugada, entre gritos y llantos. Su rostro estaba empapado de sudor, al igual que su espalda. Encendió la luz como pudo, todavía asustada. Esa fue la peor pesadilla que tuvo en mucho tiempo, y le aterraba pensar que pudiera ser real. Nada bueno cuando tenía sueños vívidos.
La joven caminó hasta su baño, lavándose la cara con abundante agua. Le dolían las costillas, y se le dificultó respirar al inicio. Tosió con fuerza hasta recobrar el aliento, levantándose el polo para revisarse. Le ardía la piel, como si hubiera sido a ella a quien apuñalaban. Pasó un dedo por su costado, examinándose con lentitud. Sin embargo; estaba bien, nadie la había herido.
Macy regresó a su cama, notando que su pulso se regularizaba. Soltó un largo suspiro, pensando en lo que ocurrió en el castillo en la mañana. Ella pudo ver a través de los ojos de Dylan, y supo que estaba en peligro. Y ahora sucedía lo mismo. Soñó con él, pero no estaba segura si realmente ocurrió. Tal vez, solo era una mala pasada de su imaginación.
—Yo le deseé la muerte—, musitó, nerviosa—, y acabo de soñar que lo asesinaban.
Macy relamió sus labios, recostándose sobre el marco de la ventana. Observó las estrellas varios minutos, analizando lo que ocurría. Ella no sabía si era normal que los vampiros tuvieran esa clase de conexión, o si le pasaría también con el resto de personas que la rodeaban. Quizás, todos los Aka Zaba podían hacerlo, y eso solo era el inicio de lo que le esperaba cuando asumiera el trono.
Macy no pudo volver a conciliar el sueño, pero tampoco quiso seguir recordando la pesadilla. Aun se sentía extraña cuando pensaba en Dylan, y prefirió sacarlo de su mente. Él no la quería cerca, y ella no volvería a humillarse al preocuparse por lo que le sucedía. Después de mucho, comprendió que lo mejor era mantenerse alejados; tal y como planeó al inicio.
La joven gateó hasta su armario, sacando el bestiario que Salvatore le regaló. Faltaban cuatro horas para el amanecer, y resolvió matar el tiempo leyendo. No tenía ánimos de ver televisión, y creyó que podría encontrar respuestas ahí. Quizás, en alguna de las páginas explicarían cómo romper el vínculo que parecía tener con Dylan.
El libro continuaba marcado en el apartado de los grifos, justo donde Salvatore lo dejó. Ella examinó la información, asombrándose por lo que descubría.
—Los grifos son carroñeros, y toman del resto de criaturas mágicas lo que necesitan—. Leyó, recostándose en su alfombra—. La sangre de hombre lobo les permite tener un lado humano; y la de vampiro les da la habilidad de sanar. Además, la sangre de vampiro prolonga su envejecimiento, volviéndolos seres semi-inmortales si beben la cantidad adecuada cada cierto tiempo.
Macy se aclaró la garganta, intrigada. Los grifos eran seres más complejos de lo que creyó, y supuso que serían más difíciles de derrotar también. Si ellos los consideraban parte de su cadena alimenticia, nada impediría que se desate la guerra.
—No obstante, los grifos se encuentran en peligro de extinción—. Continuó, carraspeando—. Debido a que solo pueden reproducirse entre ellos, la población ha disminuido en los últimos doscientos años a causa de la falta de hembras. Aunque algunos estudios indican que pueden procrear con ayuda de las arpías, nada indica que estos híbridos sean fértiles cuando lleguen a la edad adulta.
Macy leyó un poco más sobre los grifos, antes de continuar con las arpías. El bestiario las describía como mujeres de gran belleza, capaces de dominar los vientos y succionar el alma de los humanos. Ellas también tenían grandes alas y garras afiladas; y comprendió por qué podían cruzarse con los grifos. Eran bastante similares.
Macy volvió a esconder el libro cuando escuchó a su madre llamarla a desayunar, y se colocó una de las camisas viejas que tenía. Necesitaría comprar una nueva, y esperaba poder hacerlo al salir de clases. Todavía no sabía si continuaría yendo al castillo a entrenar, y un escalofrío la recorrió cuando recordó a Dylan. Él era quien la llevaba, y la pesadilla que tuvo continuaba latente en su memoria.
La joven fue de las primeras en entrar al salón de clases, sentándose en la parte de atrás. Observaba discretamente a los lados, esperando que Dylan se apareciera en cualquier momento. Pero no lo hizo. Él no fue al colegio ese día, y los que continuaron, tampoco.
La pesadilla donde Dylan moría se repetía en su cabeza constantemente, apenas dejándola concentrarse en las clases. Por más que ella trataba de convencerse que nada malo sucedía, una punzada de culpa aparecía en su corazón. Tal vez, todo lo que vio sí fue real; pero nadie se atrevía a decírselo a la cara.
Ethan se convirtió en el encargado de recogerla a diario, y llevarla al castillo. Macy se sentía cómoda con su compañía y disfrutaba las pequeñas conversaciones que tenían en el auto. Él era bastante amable, y hacía bromas constantemente. Ethan le explicaba cómo eran las cosas entre los hechiceros, y las misiones que realizaba para Salvatore en los años que llevaba trabajando para él.
—¿Ustedes usan varitas mágicas como en las películas? —Consultó la segunda vez que viajaron juntos, quitándose el cinturón de seguridad.
Ethan soltó una carcajada, negando. Estaba acostumbrado a que los humanos le hicieran ese tipo de preguntas, pero no los vampiros. Macy todavía actuaba como una niña más.
—En primer lugar, las varitas son obsoletas y contraproducentes. Usarlas es una pérdida de tiempo. —Ethan bajó el volumen de la radio—. Y, en segundo lugar, hace más de quinientos años se prohibió el uso y creación de las varitas. Aunque quisiéramos, no podríamos conseguir una.
Macy rio con la respuesta, girando hacia él. Le parecía divertida la forma en que se expresaba, y varias interrogantes se formaron en su mente. El mundo de los hechiceros le parecía más interesante que el de los vampiros.
—¿Por qué dices que son obsoletas? —Inquirió—. ¿No se supone que es más fácil hacer magia con una varita?
Ethan sacudió la cabeza, peinando su cabello hacia atrás.
—Imagina que solo pudieras hacer magia cuando tienes una varita en la mano—. Planteó, viéndola de reojo—. De quién sería el poder, ¿tuyo, o de la varita?
—De la varita— ella contestó de inmediato—. En ese contexto, cualquiera con una varita podría hacer magia.
—Y eso es lo que los hechiceros queríamos evitar—. Ethan carraspeó—. La magia y el poder nace con nosotros; no necesitamos de ningún accesorio para practicar. Además, usar las manos es más divertido.
Macy lo escuchó atenta, intentando memorizar alguno de los hechizos. Aunque ella sabía que jamás lograría hacer magia, los conjuros le parecían fascinantes. La combinación de latín, palabras raras, y aquel idioma que todavía desconocía, la cautivaban más cada vez que las escuchaba.
Ethan seguía movilizándola en la camioneta de Dylan, y ese era el único recuerdo que quedaba del chico. Él no lo mencionaba, aunque el ambiente se tensaba cada vez que veían su identificación en la guantera. Sus documentos continuaban ahí, pero él ya no estaba.
—¿Sabes que sucedió con Dylan? —Macy se atrevió a preguntarle, fingiendo desinterés—. No lo he visto desde el ataque.
—De seguro escapó—. Ethan se encogió de hombros, restándole importancia—. No sería la primera vez que lo hace.
—¿Escapar? —Ella se extrañó—. ¿A dónde iría?
—No lo sé. Dylan es como un animal callejero—. Mencionó con soltura—. Puedes retenerlo por un tiempo, pero tarde o temprano volverá a escapar.
Macy meditó sus palabras, más intrigada que antes. Aunque prefería pensar que escapó, a que lo hubieran matado; la respuesta de Ethan no la tranquilizó. Recordó todas las veces que Dylan habló de él como si fueran amigos; pero ya no estaba segura de eso.
—¿Ustedes son amigos? —Atinó a preguntar.
—Algo así —Ethan se detuvo en el semáforo—. Dylan tiene la facilidad de caerle mal a las personas, pero fue el único que no me juzgó cuando llegué al castillo—. Bromeó, riendo—. A él nunca le importaron todas las cosas que se decían de mí.
Macy frunció el ceño, confundida. Ethan parecía alguien tranquilo.
—¿Puedo saber qué cosas decían? —Curioseó bajo.
Ethan suspiró, asintiendo. Hacía mucho no pensaba en los problemas que causó de joven, y del horrible final que pudo tener.
—Sabes que hay una prisión mágica en el Triángulo, ¿verdad? —Macy asintió—. Pues, a los diecisiete años me condenaron a tres cadenas perpetuas ahí; justo después de expulsarme de la escuela.
—¡Qué! —Macy exclamó, levantando las cejas—. ¿Por qué?
Ethan se remangó la camiseta, mostrándole su antebrazo derecho. Un enorme tatuaje negro se extendía desde la muñeca hasta el codo, creando un patrón extraño. Parecía que un rayo lo golpeó, y un tatuador dibujó por encima de la cicatriz.
—Así como ustedes tienen reglas, nosotros tenemos algunas restricciones para hacer magia—Él respondió sombrío—. Tenemos prohibido practicar la nigromancia, además de interferir con la vida y la muerte.
—De acuerdo... —Macy fingió entender—. Pero, ¿eso qué tiene que ver?
Ethan soltó un largo respiro, recordando sus últimos días en Kessendrer. Él fue el mejor de su clase, en la escuela más prestigiosa de Fiamento. Pero ahora, hasta su propia familia lo desconocía.
—Mi madre era humana, y murió durante el parto. Yo nunca tuve oportunidad de conocerla—. Habló con pena en la voz—. Encontré en la biblioteca de la escuela un conjuro que podría ayudarme a contactarla, y no pensé mucho antes de intentarlo. Me encerré en uno de los salones; pero esa era magia muy poderosa, y yo no tenía el dominio suficiente para contenerla. Terminé haciendo explotar el edificio.
El corazón de Macy se estrujó en su pecho, deteniéndose un segundo. A pesar de las peleas que tenían, ella amaba a Lilith, y no podía imaginar que algo malo le sucediera. No quería ni pensar en lo horrible que debió ser crecer sin su madre al lado.
—Lo lamento— murmuró, sin saber qué más decir.
Ethan sacudió la cabeza, prefiriendo no entristecerse en ese momento. Quería terminar de contar su historia, y no volver a tocar el tema. Dylan solía decir que ella era bastante insistente.
—La directora de mi escuela me acusó ante las autoridades de Fiamento, y me juzgaron por brujería—. Continuó, endureciendo la voz—. Mi condena fue inmediata, y comenzaron a prepararme para mi traslado cuando Salvatore intervino. Abogó por mí, consiguiendo que me indultaran. Después de eso me trajo al castillo, y llevo sesenta y seis años trabajando para él.
—¿Qué diferencia hay entre un hechicero y un brujo? —Consultó casi de inmediato, confundida por el término—. ¿No es lo mismo?
Ethan soltó una risa inocente, girando hacia ella. Él comprendió la diferencia cuando la vivió en carne propia.
—Un brujo es un hechicero que ha corrompido sus poderes—. Explicó, levantando el brazo—. Mientras más conjuros prohibidos hagas, más se consume tu alma; y más de estas marcas aparecen en tu cuerpo.
—¿Qué sucederá cuando tu alma se consuma por completo? —Susurró, temerosa.
—Moriré— Ethan desvió la mirada, estacionándose frente al castillo—. Los brujos son más poderosos, pero viven mucho menos. Sin embargo, yo jamás elegí convertirme en esto. Solo cometí un error.
Macy carraspeó, asimilándolo todo. Comprendía cómo se sentía Ethan, y lo abrazó, buscando reconfortarlo. Ella pasó por lo mismo cuando asesinó a Rhonda, y sabía lo necesario que era tener el apoyo de alguien más. No era sencillo superar la culpa en soledad.
Macy avanzó por los pasillos después de despedirse, sin terminar de acostumbrarse al silencio. Ya no oía los ladridos de Orión, ni los gritos de Dylan. Él tampoco estaba ahí, y a nadie pareció importarle. Quentin se convirtió en el nuevo guardia de Salvatore, y él ni siquiera mencionaba a su hijo. Hacía más de un mes que Dylan simplemente desapareció.
Los almuerzos se volvieron aburridos; a pesar que Salvatore hacía lo posible por encontrar un tema de conversación. Nadie más los acompañaba en la mesa, y la única parte interesante de la tarde, era cuando el anciano le explicaba las funciones que tendría como Aka Zaba.
—Nuestra principal misión es custodiar el Pacto de Todas las Sangres— le repetía con frecuencia—. De nosotros depende mantener el orden entre las criaturas mágicas.
El Pacto fue escrito por el hijo de Samael Mizrachi, cien años después de la muerte de su padre. Ellos fueron los primeros vampiros que existieron, y los únicos con la capacidad de hacer magia. Nacieron como hechiceros, pero su padre los convirtió después de lograr dominar su nueva naturaleza.
Orencio Mizrachi fue el primero en expandir los territorios vampiros, buscando alianzas con los hechiceros. Pasó años creyendo que solo existían dos especies, cuando conoció un hombre lobo en un viaje por París. Aunque no pudo contarle mucho sobre su origen, le explicó la gran cantidad de licántropos que había en el mundo. Sus dominios se expandían casi tanto como los de los vampiros.
Orencio pasó años tratando de localizar al resto de clanes y criaturas, recorriendo diferentes territorios del mundo. Consiguió descubrir la ubicación del Bosque de los Pirindoquios, y logró conversar con las ninfas de la naturaleza. Ellas nunca habían visto un hombre, y escucharon atentamente lo que les propuso. Él tenía grandes planes para todos.
Le tomó más de cincuenta años reunirse con todos los líderes mágicos, y diez más terminar de redactar el Pacto. Después de la guerra en que estuvo involucrado su padre, lo único que le importaba era conseguir la paz en el mundo mágico. Samael se convirtió en vampiro por culpa de una maldición, y Orencio ansiaba evitar más situaciones así. Los conflictos debían terminar.
El Pacto de Todas las Sangres se dividía en tres partes, pero la última era la más importante. Las dos primeras hablaban de los territorios que le correspondían a cada criatura; y las alianzas internas que se formaron entre ellos. Sin embargo, la tercera explicaba detalladamente las leyes que todos debían cumplir para mantener el orden entre las criaturas.
—La primera vez que el pacto estuvo a punto de romperse, fue cuando los hechiceros atacaron el Bosque de los Pirindoquios—. Salvatore narró, señalando las islas en la mesa—. Floressta Naturaliss estuvo a punto de morir debido a la transgresión; y sus hermanas castigaron a los culpables.
—¿Floressta Naturaliss? —Macy preguntó, apenas comprendiendo la historia—. ¿Quién es ella?
—Es la mayor de las hermanas Naturaliss, y la líder de las ninfas de la naturaleza—. Salvatore sonrió, levantándose para buscar un libro en su repisa—. Tendrás oportunidad de conocerlas pronto; planeo invitar a las siete hermanas para tu coronación.
Macy se ahogó al escucharlo, tosiendo con fuerza. Sabía que asumiría el poder en cualquier momento, pero no creyó que fueran a hacer una ceremonia en su honor. Desconocía las costumbres vampiras, y apenas terminaba de acostumbrarse a su nuevo estilo de vida. Solo esperaba que no fuera algo muy grande, ni escandaloso tampoco.
—Tranquila —Salvatore rio, bebiendo un poco de sangre—. Aun faltan varios meses para eso. Todavía tenemos mucho por practicar.
Macy fingió una sonrisa, bebiendo también. Se sintió tentada a preguntar por Dylan, pero se contuvo. Estaba más tranquila desde que ya no lo veía, y prefirió no volver a lastimar su orgullo. Resolvió continuar con la lección, recordando una de las últimas frases que Salvatore mencionó.
—Dijiste que los hechiceros casi rompieron el Pacto la primera vez— carraspeó, viéndolo a los ojos—. ¿Acaso ha estado en peligro de romperse en otras ocasiones?
Salvatore suspiró con pena, asintiendo. Macy había nacido en la época equivocada, y le tocaba lidiar con todas las malas decisiones que se tomaron en los últimos trescientos años. Ella era una niña obligada a liderar una guerra.
—Los grifos están tratando de romper el sello más importante del Pacto—. Confesó, pasando una mano por su cabello—. Y cuando eso suceda, se desatará el caos. El mundo mágico colisionará; y ni siquiera los humanos podrán salvarse.
Macy pasó saliva con dificultad, teniendo miedo de sus palabras. Ella no quería terminar en medio de una guerra, ni soportar la responsabilidad de velar por la paz. Ella ni siquiera pidió ser la siguiente Aka Zaba.
—¿Cuál es ese sello? —Consultó, aterrada—. ¿Qué es lo que nos separa de una guerra?
—Nosotros— Salvatore tosió—. Si matan al líder actual, o a su heredero; se desata la guerra. El primero en matar al rey oponente, rompe el Pacto de Todas las Sangres.
Macy comenzó a hiperventilarse, nerviosa. No solo ganó una corona que nunca pidió; sino, una sentencia de muerte también.
—Es por eso que yo me voy a sacrificar—. Salvatore continuó, tomándola de las manos—. Después de tu coronación, yo me entregaré a Persenpholis Kovacevic, y les haré creer que ganaron—. Carraspeó—. Tú debes continuar como Aka Zaba, y proteger el Pacto...
Macy comenzó a sollozar, apenas escuchándolo. Tenía miedo, y muchas ideas se mezclaron en su mente. No quería que Salvatore muriera, ni que los grifos lo tomaran como rehén. Él era un hombre bueno; no merecía nada de lo que estaba planeando.
—Tú no puedes entregarte— musitó, apretando su agarre—. No los dejes ganar.
—Yo ya estoy condenado a muerte, Macy— Salvatore intentó calmarla—. Y, a estas alturas de mi vida, no me importa ser sacrificado en el Triángulo. Yo ya he decidido mi destino, y tú debes aceptar el tuyo.
Macy lloró con más fuerza, agachando el rostro. Recordó todo lo que leyó, sintiendo una pequeña esperanza crecer en su interior. Los grifos eran más grandes, pero más débiles. No podían sanar, ni regenerarse como ellos. Todavía existía una oportunidad de vencer.
—¿Y si somos nosotros quienes acabamos con los grifos? —Propuso, temerosa—. Los superamos en número, y en fuerza también. Con Persenpholis muerto...
Salvatore hizo un ademán, callándola. Él conocía muy bien a Perso, y sabía de lo que era capaz. Los últimos ataques fueron hechos por su hijo, e intuía que planeaba usarlo como chivo expiatorio. Sin embargo, él no iba a caer en provocaciones. Era más inteligente que sus enemigos.
—No permitiré que se ensucie el nombre de nuestra especie—. Sentenció, firme—. No seremos nosotros quienes desaten esta guerra. Tal vez los grifos hayan iniciado esto, pero yo lo terminaré...
Quentin entró intempestivamente al estudio, golpeando su lanza contra el suelo. Se acercó a Salvatore, susurrando algo en su oído. Macy no alcanzó a oír lo que decían, y se cruzó de brazos. Después de la pesadilla que tuvo, no podía confiar en él.
El anciano asintió con las palabras del guardia, indicándole que saliera. Cerró el libro que estuvieron leyendo, y esbozó una sonrisa. Todavía tenía mucho trabajo por hacer.
—Él no me agrada— Macy masculló, haciendo un mohín—. Deberías despedirlo.
—Quentin es de los guardias más leales que he tenido. —contestó ligero—. No tienes de qué preocuparte.
Macy se confundió con su respuesta, y aún más con su actitud. Su falsa tranquilidad la alteró, y no pudo contenerse más. De un modo u otro, hallaría las respuestas que necesitaba.
—Si es tan confiable, ¿por qué decidiste cambiarlo por Dylan? —Cuestionó de golpe, alterada—. ¿Por qué nombraste a tu hijo protector, si eso implicaba que él podría morir defendiéndote?
Salvatore se heló con su pregunta, sin saber de dónde la sacó. Supuso que la amistad de Macy y Dylan era más fuerte de lo que creyó al inicio, y que él le habría contado parte de su pasado. Salvatore carraspeó, buscando las palabras exactas para responderle. No sabía qué tanto conocía Macy, y tampoco podía traicionar la confianza y privacidad de su hijo.
—Dylan necesitaba el trabajo— se limitó a decir—. Quentin enfermó, y él estaba disponible. No es la gran cosa.
Macy levantó una ceja, incrédula. Él mentía, pero no quiso hacer más preguntas. Estaba cansada, y ya no tenía ánimos para pelear. Se despidió del anciano, yendo hacia la oficina de Ethan. Él manejó de vuelta a su casa, dejándola una cuadra atrás. Ella no quería levantar sospechas.
La joven se dio un largo baño, y trató de hacer las tareas que le dejaron en la escuela. Se le dificultaba concentrarse, y sus notas decayeron desde que iniciaron las clases. Toda su atención estaba en el castillo, y en terminar de comprender el Pacto de Todas las Sangres. Después de pasar años leyendo sobre guerras, jamás imaginó terminar en medio de una.
Macy se sentó junto a James en clase, alegrándose que su tobillo estuviera mejor. Él cojeó los dos primeros días, y ella temió haberlo lastimado de gravedad. Todavía estaba aprendiendo a dominar su fuerza.
Macy se durmió durante las dos primeras clases; apenas escuchando el timbre de cambio de hora. Se lavó el rostro en el baño, antes de regresar a su asiento. Faltaban tres horas para que termine la escuela, y luego entrenaría con las porristas. Por suerte, Salvatore era flexible con sus horarios, y le permitía hacer todas las cosas que necesitaba.
Ella se recostó sobre la mesa, jugando con su celular. Observó la fecha, dejando escapar un leve suspiro. Hacía una semana que se cumplió el plazo de un mes que Salvatore le dio para irse a vivir al castillo, y ella ni siquiera consiguió hablar con sus padres. Aunque él no volvió a insistir con el tema desde que Dylan desapareció, suponía que le exigiría mudarse tarde o temprano. Además, ella comenzaba a convencerse que irse al castillo sería lo mejor para todos. No quería exponer a su familia a un ataque por parte de los grifos.
Macy se colocó el uniforme de porrista, avanzando hasta el patio trasero de la escuela. Vio a sus compañeras a lo lejos, y bebió un poco de sangre del collar que Dylan le regaló. Ya se le estaba acabando, y necesitaría conseguir más. El sustituto no sabía tan bien como la sangre fresca, pero la mantenía llena por más tiempo.
Macy se volvió a ajustar la cadena, lista para comenzar. Sin embargo, una mano la sostuvo con fuerza del brazo, inmovilizándola.
—Hola, Macy—. Una voz gruesa susurró en su oído, estremeciéndola—. Tenemos que hablar.
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¡Holaaaaa!
Aquí tenemos el capítulo 14
¿Qué les pareció? ¿Alguna teoría?
¿Qué opinan de Ethan?
Por cierto, quería comentarles que ya me estoy ordenando con los horarios, y los días de actualización de Aka Zaba serán los jueves. Espero no fallar y que mi carga laboral sea menor en los próximos días.
Siempre hago dinámicas en IG después de cada capítulo. ¡Nos vemos por allá!
Les mando un abrazote
Nos leemos pronto
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