CAPÍTULO 02

Macy se detuvo a mitad del patio, con ganas de vomitar. Hacía menos de una hora que terminó de almorzar, y el señor Stevens ya los había puesto a hacer ejercicio de nuevo. Se agachó con lentitud, fingiendo amarrar sus zapatillas; esperando calmarse. No se sentía bien, y estaba demasiado cansada. Desde que llegó al campamento, apenas si había podido dormir. 

Era el tercer día que llevaba en ese lugar, pero no soportaba estar ahí ni un minuto más. Levantarse a las seis de la mañana era peor de lo que imaginó, y se sentía más estresada que cuando iba a clases. Jason Stevens gritaba todo el tiempo, y ella creía que sus tímpanos reventarían la próxima vez que escuchase su voz. Él los trataba como si estuvieran en el ejército. 

La joven oyó a sus compañeros llamarla con premura, pero no les hizo caso. Gia los organizó en grupos de cinco, preparando todo para una carrera de relevos. Macy era quien tenía la posta en ese momento, y debía alcanzar a Rhonda. Sin embargo, no tenía energía suficiente para continuar. Solo quería echarse en el pasto y tratar de dormir un poco. Ella realmente odiaba el campamento. 

Macy se levantó, tratando de recobrar el aliento. Le dolía el estómago, y escupió un poco de saliva sobre el pasto. La cabeza no dejaba de dolerle, y la fuerte luz del sol, solo lo empeoraba. Por suerte, la voz no le había hablado desde el desayuno del día anterior. Ella ya tenía que soportar muchas cosas, como para lidiar con él también. 

─¡Brancchiatto, siga corriendo! ─Ordenó el señor Stevens─. No puede quedarse ahí toda la tarde. 

Macy cerró los ojos al oír el silbato, y se obligó a continuar trotando. Avanzó con lentitud, apenas pudiendo respirar. Observó a Rhonda a lo lejos, estirando el brazo para entregarle la posta. Ella era la siguiente de su equipo, y Macy la vio avanzar dando largas zancadas. A pesar que Rhonda era de contextura robusta y estatura baja, tenía mucha más resistencia y agilidad que ella. Ni siquiera se notaba fatigada. 

Macy se sentó en el pasto, agradeciendo que su turno hubiera terminado. Limpió el sudor de su frente con la manga de su polo, maldiciendo el momento en que decidió empacar únicamente pantalones en su maleta. Ella pensaba que eso le evitaría quemarse las piernas con el sol; pero se daba cuenta que fue un error. No toleraba el calor, y era demasiado incómodo correr con jeans. Ella sabía poco sobre costura, pero haría lo posible por cortar un par de los pantalones que llevó. 

Macy recordó que vio una tijera de tela en la cabaña de Gia y Matthew, cuando fue a preguntar por pastillas para la migraña. La conversación que tuvo con los consejeros la noche anterior fue más larga de lo que creyó, y descubrió cosas interesantes. Ellos estaban juntos desde la secundaria, y el señor Steven accedió a que durmieran en el mismo lugar para reducir gastos de electricidad. Gia estudiaba enfermería, y ese fue el principal motivo por el que la contrataron. El campamento apenas si contaba con un botiquín, y ella debía encargarse de atender a los jóvenes cuando se sentían mal. 

Macy calculó que ambos tendrían veinticinco años, y salió de su cabaña después que le dieron un paracetamol. Ella sabía que eso no le haría mucho efecto, pero era mejor que no tomar nada. Por momentos, se sentía tentada a pedirle a Rhonda una de las pastillas que tenía, y poder volver a dormir como lo hacía antes. Sin embargo, ella jamás había tomado ansiolíticos, y tenía miedo de los efectos que pudieran tener en su cuerpo. Su salud no era la mejor de todas, y no quería empeorarla aún más. 

La joven siguió la carrera de postas con la vista, notando que su equipo estaba en penúltimo lugar. A ella no le importaba ganar, y ni siquiera se esforzaba en los juegos que realizaba. Contaba los días para que termine esa tortura, y poder regresar a casa. De todas las formas en que imaginó pasar sus vacaciones, nunca creyó que terminaría en un campamento militar para adictos al internet. 

Macy giró en dirección al bosque, pensando en el chico que vio cuando llegó. Lo buscó con la mirada, sin encontrar nada más que árboles. Todavía tenía curiosidad por él, y continuaba preguntándose quién podría ser. Muchas teorías se mezclaban en su mente, pero ninguna tenía sentido. Para ella, la identidad de aquel muchacho siempre sería un enigma. 

Stevens sonó el silbato con fuerza, indicando que la competencia terminó. Hizo un ademán para que se acerquen a él, realizando un par de anotaciones en la hoja que tenía. El ejercicio demoró más de lo que planificó, y no le quedaría tiempo suficiente para las tres actividades más que tenía previstas. Por desgracia, ese verano le tocó trabajar con un grupo de holgazanes. 

─Estoy muy decepcionado del desempeño de algunos de ustedes─ comenzó reclamando─. Y del poco esfuerzo que le ponen a cada actividad. Es por eso que correrán alrededor del patio por cuarenta y cinco minutos seguidos; sin descanso alguno. Aprenderán a disciplinarse antes de regresar a la ciudad.  

Macy rodó los ojos con sus gritos, irritada. Sabía que lo decía por ella, pero no tenía ánimos para soportarlo. Sus compañeros soltaron leves quejidos, y mascullaron varios insultos hacia él. Sin embargo, no les puso atención. No valía la pena. 

«Ojalá le dé un infarto─. Pensó─. Quizás así deje de torturarnos.» 

«Cuidado con lo que deseas, Macy.»

La joven se sobresaltó, dando una vuelta en su lugar. No sabía quién le dijo eso, ni por qué sonó tan cerca. Examinó a sus compañeros con la vista, dándose cuenta que todos escuchaban las nuevas órdenes del instructor. No había nadie cerca, y ni siquiera la estaban mirando. No comprendía quien pudo hablarle.  

«¿Ya no reconoces mi voz? ─Él se burló─. Pasamos un día sin conversar, ¿y ya no te acuerdas de mí?»

Macy retrocedió un par de pasos, descubriendo quién fue. Le extrañó que hubiera aparecido sin necesidad del dolor de cabeza, pero no le dio importancia. Lo que realmente la asustó, fueron sus palabras. 

─¿Cómo supiste que tardé en identificar tu voz? ─Preguntó en voz alta─. ¿Qué quieres?

«Hiciste una mueca muy graciosa cuando te hablé─. Respondió divertido─. Todavía tienes una expresión confundida.»

─¿Cómo puedes saber eso? ─Inquirió. 

«Te estoy observando─. Mencionó serio─. Llevo vigilándote desde el día que te conocí.»

Macy negó con la cabeza, asustada. Sintió su corazón acelerarse, sin saber cómo reaccionar. No sabía si él mentía, o solo lo decía por molestarla. El miedo la embargaba cada vez más, y ya no pensaba con claridad. Aunque sabía que era imposible, se convencía más a cada instante de que esa voz tenía vida propia.

─¡Eso no es cierto! ─Exclamó, tratando de mantenerse firme─. Tú solo eres una voz en mi cabeza, no puedes observarme. Ni siquiera eres real. 

«Soy más real de lo que crees─. Él rio, carraspeando─. Pero tú eres demasiado obstinada como para creerlo.»

─¡Mientes! ─Gritó, desesperada─. ¡Yo no sé quién eres, ni qué quieres conmigo, pero aléjate de mí!

«Lo único que quiero, es que confíes en mí.»

Macy cerró los ojos, aturdida. Se sentía más confundida a cada minuto, y la cabeza empezó a dolerle con fuerza. Retrocedió un poco más, pasando una mano por su cabello. No soportaba seguir escuchando esa voz y el miedo crecía a cada instante. Ella enloquecería en cualquier momento. 

─¡Jamás podría confiar en ti! ─Sentenció molesta; más fuerte que antes─. Tú solo eres una maldita voz que vive en mi cabeza. ¡No eres real!

Señorita Brancchiatto─. Una voz masculina la llamo, tomándola por el hombro─. ¿Se encuentra bien?

Macy giró de un salto, notando que el señor Stevens la miraba con preocupación. Frotó sus ojos, dándose cuenta que el resto de sus compañeros también la observaban, con una expresión confundida. Ella se concentró tanto en pelear con la voz, que olvidó que se encontraba a mitad del patio. Todos deberían estar creyendo que sí estaba loca. 

«Puedo oír todos y cada uno de tus pensamientos ─Él masculló, tranquilo─. Deja de gritar, Macy. No es bueno que llames la atención. Nadie más puede saber de mi existencia.»

«Porque no existes─. Ella respondió en su mente─. Tú no eres real.»

─Señorita Brancchiatto─ Jason tronó los dedos, tratando de captar su atención─. ¿Se encuentra bien?

Macy pasó saliva con dificultad, asintiendo. Recobró la compostura, frotando sus ojos una vez más. Su rostro se enrojeció de la vergüenza, y sorbió por la nariz. Ella trató de pensar en una excusa creíble; pero un horrible chillido retumbó en sus oídos, aturdiéndola. Macy gritó desesperada, cubriendo sus orejas con las manos. No toleraba el sonido. 

La joven dio varias vueltas en su lugar, tratando de descubrir de dónde venía el ruido. Se arrodilló de forma instintiva, notando que solo se hacía más fuerte. La vista se le nubló levemente, y se obligó a elevar la cabeza. Ninguno de sus compañeros parecía inmutarse por el chillido. 

─¿Acaso no lo escuchan? ─Inquirió a gritos. 

─Macy... ─musitó Gia, acercándose a ella para levantarla. 

Macy sacudió la cabeza, irritada. Pensó que sus oídos comenzarían a sangrar en cualquier momento, y no sabía qué hacer. La voz del muchacho regresó a su mente, susurrando cosas indescifrables. Ella no sabía si le estaba hablando en otro idioma, o solo le decía palabras sin sentido para confundirla más. En ese instante, ella quería desaparecer. 

«Corre.» 

La joven carraspeó, sin saber de dónde vino la instrucción. Se levantó de un salto, notando que sus compañeros continuaban viéndola como si hubiera perdido el juicio. Ella sorbió por la nariz, dándose cuenta que era la única alternativa que le quedaba. El ruido no cesaba. 

Macy corrió en dirección al bosque, sintiendo que solo ahí podría calmarse. Los árboles le daban un aura de tranquilidad, y esperaba olvidarse de todo cuando estuviese dentro. El chillido empezó a menguar, y la cabeza ya no le dolía tanto como antes. Finalmente, comenzaba a sentir un poco de paz. 

La joven perdió la noción de cuánto tiempo llevaba corriendo, y disminuyó la velocidad cuando ya no supo a dónde ir. Todos los árboles se veían iguales, y no conseguía recordar en qué dirección iba. Ella pasó una mano por su rostro, secando el sudor de su frente. Talló sus ojos una vez más, divisando un pequeño claro a lo lejos. Avanzó con cautela, teniendo cuidado con las ramas. El follaje se volvía más espeso a cada instante. 

Macy ingresó al claro lentamente, protegiendo su rostro con el brazo para que ninguna enredadera pudiera lastimarla. Dio un pequeño traspié al inicio, y se sostuvo de un tronco para no caer. Maldijo por lo bajo al sentir una astilla clavarse en su pulgar, y lo chupó mientras escaneaba el lugar con la mirada. Ahogó un grito, retrocediendo un paso. Había alguien más ahí. No estaba sola. 

Macy se mantuvo estática en su posición, observando al chico de pies a cabeza. Era más alto que ella, y su cabello, tan negro como el suyo. Sus ojos celestes parecían brillar con el sol de la tarde, y estaba vestido de negro. A pesar del calor que se sentía, él traía puesta una chaqueta de cuero. Después de una breve pausa, Macy se dio cuenta que era él. Frente a ella estaba el chico que vio el primer día del campamento. 

─¿Quién eres? ─Preguntó asustada, sin quitar la vista del muchacho─. ¿Por qué estás aquí?

Él se cruzó de brazos, dando un paso hacia adelante.
─Tú ya sabes quién soy─. Respondió serio─. He venido por ti. 

Macy sintió un escalofrío recorrerla, sin poder respirar. Esa era su voz. Aquel muchacho, a un par de metros suyo, era quien estuvo metiéndose en su cabeza todos esos meses. Finalmente lo conocía, y sintió su sangre hervir de la furia. No sabía cómo logró hacerlo, y solo se desconcertaba más a cada instante. Por algún motivo, se sintió tentada a golpearlo. 

─Eres tú─. Susurró, todavía asimilándolo─. Eres la voz que vive en mi cabeza. 

El chico soltó una leve risa, haciendo tronar su cuello. 
─Te dije en más de una ocasión que yo no vivía en tu cabeza─. Respondió seco─. Pero sí, soy yo. Necesitamos hablar. 

Ella negó, retrocediendo un paso más. 
─¿Cómo lo hiciste? ─Preguntó molesta─. ¿Cómo lograste meterte en mi mente?

─Eso no es importante ahora─. Él hizo un gesto despreocupado─. Estoy aquí para hablar de la misión. 

─No hablaré contigo hasta que me digas la verdad─. Sentenció, mirándolo a los ojos─. ¿Por qué has estado jugando jugando con mi mente? ¿Por qué tratabas de enloquecerme?

El chico rio, pensando que ella bromeaba. 
─¿De verdad pensaste que se trataba de un juego? ─Cuestionó, señalándola─. ¿Realmente creíste que perdería tanto tiempo contigo si esto fuera una simple broma?

Macy sostuvo su mirada, indignada. 
─Entonces, ¿quién eres? ─Increpó─. ¡¿Qué es lo que quieres de mí?!

─Mi nombre es Dylan Walsh─. Afirmó con orgullo─. Y te quiero a ti. Eres alguien muy especial, Macy Jennifer Brancchiatto. 

Macy soltó una leve risa, creyendo que mentía. Ese no podía ser su nombre. El chico se mostraba imponente, profundo. Posaba como si también fuera un soldado, y mantenía la cabeza en alto. Orgulloso y soberbio. Daba la impresión de ser alguien complejo, con una mirada cautivante. Dylan le parecía un nombre demasiado simple para alguien como él.

Ella continuó meditando sus palabras, sin saber qué más decir. Por un instante, temió estar alucinando de nuevo, y que todo fuera producto de su imaginación. Estiró su brazo con lentitud, tratando de tocar al chico. Le aterraba pensar que él podría desaparecer entre sus dedos.

Dylan se movió antes que ella pudiera alcanzarlo, y acarició su rostro con una sonrisa ladina. La sostuvo del mentón, elevándolo. 

─No soy una alucinación, Macy. Y tampoco desapareceré porque cierres los ojos, y pienses que eso es lo que quieres─. Afirmó divertido; después de haber leído su mente─. Ambos somos reales. 

─Si no eres una alucinación, ¿cómo puedes saber lo que pienso? ─Insistió, viéndolo a los ojos─. ¿Cómo conseguiste meterte en mi cabeza por tanto tiempo?

─Eso lo sabrás la próxima vez que nos veamos─. Dylan la soltó, retrocediendo un paso─. Espero que, ahora que me conoces, ya confíes en mí. 

─Apenas si sé tu nombre─. Ella masculló─. Jamás podría confiar en ti. 

─Muy pronto lo harás─. Dylan ladeó una sonrisa─. Te darás cuenta que soy el único en quien puedes confiar. 

Macy negó, aturdida. 
─Mientes─. Susurró.

─Yo no miento─. Habló serio─. Poco a poco, te darás cuenta de la verdad. Hay muchos peligros asechándote, Macy. 

─No te creo─. Tú eres el único que me ha acosándome en los últimos meses─. Recriminó─. Nadie más ha tratado de lastimarme. 

Dylan soltó una risa socarrona, y ladeó la cabeza. 
─Si tú continúas con vida, es porque yo te he estado protegiendo─. Carraspeó─. Tu cabeza tiene un precio muy alto en estos momentos, Macy. Muchos quieren cazarte. 

─No entiendo─. Ella musitó, sintiendo su corazón acelerarse─. ¿Quién me quiere matar?

─Comprenderás todo muy pronto─. Dylan metió la mano en su chaqueta─. Nos vemos, Macy Brancchiatto. 

Ella pasó saliva con dificultad, todavía consternada. Se sentía más confundida a cada instante, y muchas preguntas se formaban en su cabeza. Dylan consiguió cautivarla y asustarla a la vez, y ya no sabía qué responderle. Todo seguía pareciendo tan irreal, que se sentía en una encrucijada. 

─¿Y si yo no quiero volverte a ver? ─Cuestionó finalmente─. ¿Qué te hace creer que regresaré aquí? ─Habló con falsa seguridad. 

Dylan sacó un pequeño collar de su bolsillo, con el dije de una mariposa azul. Tomó una de las manos de Macy, extendiéndola. Dejó la joya con cuidado sobre su palma, cerrándola un par de segundos después. Él no tenía previsto darle ese regalo tan pronto, pero creyó que sería la única forma de ganar su confianza. Acercarse a ella era la misión más importante que le habían encomendado, y debía hacerla bien. No podía fallarle a Salvatore. 

─Regresarás─. Aseguró, viéndola a los ojos─. De un modo u otro, tú y yo nos volveremos a ver. 


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¡Hola!

Lamento la demora, pero aquí está el capítulo 2 

¿Qué les pareció? ¿Alguna teoría?

Espero sigan disfrutando la historia. Les mando un abrazote. 
Nos leemos pronto

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