Letras en papel
El viento se deslizó en una danza delicada y perfecta entre los pocos arboles de aquella edificación limitada por una reja de metal oscura. El césped era deficiente, pequeños manchones por los alrededores del lugar, unos sitios donde podía verse la tierra. El ruido de los autos pasando a los alrededores pero ninguno deteniéndose ahí.
Los orbes índigo contemplaban fijamente el follaje del árbol donde descansaba, huyendo de los rayos del sol, refugiándose en ese sitio que cada tarde frecuentaba. Su mirada estaba ida en los contornos y formas que se formaban en el follaje cuando los rayos del sol atravesaban la vegetación. Visualizó las sombras en su piel, con aire ausente, sin percatarse del tiempo que había pasado.
―Hey, Tamaki ¿estas ahí?
El chico de cabellera Índigo reaccionó concentrando su atención en la figura masculina que tenía enfrente y se avergonzó de no darse cuenta antes. Se había perdido en sus ensoñaciones de las figuras del sol y deteniendo sus pensamientos.
―Te he llamado tres veces
―Lo siento, Togata-san, no te he escuchado. ―Tartamudeó ligeramente, avergonzado de su error.
―No es para tanto, solo he venido a buscarte. ―Mirio pudo ver los ojos de Tamaki que no se iluminaron como imaginaba que cualquier otro chico haría, por su falta de esperanza. ―Hay una recién llegada.
Tamaki se levantó de su sitio y siguió al hombre rubio que caminaba con grandes pasos enfrente suyo. Aunque solía referirse a él con gran respeto, la realidad es que se llevaban un par de años apenas. Solo que estaban en diferencias de condiciones en ese lugar. Mirio estaba ahí por decisión propia, para ayudar en el sitio todo lo que se pudiera, por simple voluntad de querer que ese sitio fuera mejor. Él en cambio, estaba ahí, encerrado y sin opciones.
A fin de cuentas había perdido a sus padres a tan temprana edad que no podía recordarlos y había sido recluido en ese orfanato con la cruel esperanza de que alguien fuera a adoptarlo. Integrarlo en una nueva familia, sentirse parte de el calor de hogar. O esas era lo que te vendían al llegar ahí, algo que Tamaki dejó de creer luego de un par de años, cuando pocas familias preguntaban por él y aún menos se veían interesados en adoptarlos antes de arrepentirse. Cada rechazo fue un golpe duro para el autoestima de Tamaki, reforzando su inseguridad y su personalidad cerrada. El tiempo había pasado y estaba a un año de cumplir 16, no tenía más esperanzas.
Sus esperanzas y los ojos brillosos que algunos otros niños del orfanato ponían cuando un auto llegaba enfrente, habían muerto hace tanto. Él se encargaba de existir, aunque no entendía porque lo hacía y bajo que propósito. Pero era algo que solía repetirse a petición de Mirio.
Estaba solo en esa vida, sin una familia, un lugar donde vivir una vez que su tiempo ahí terminara, sin metas o ideas de que hacer con su vida más allá de ese lugar. Estaba perdido, en ese limbo de existencia obligatoria, comida insípida, sombras hermosas de los arboles y el aire rozando su rostro y aquella sensación cálida que solo los rayos del sol podían ofrecerle. Oprimido por la soledad absoluta.
Sus pies hicieron contacto con el piso pavimentado que estaba cercano a la edificación. El patio que rodeaba al lugar era pequeño, nada demasiado formidable. Un poco de verde en aquel lugar deprimente de color gris. Un edificio de tres pisos de apariencia rudimentaria, con los ladrillos grises a la vista y grandes ventanas que gran parte del día estaban cerradas, perjudicando que la luz entrara correctamente. No es que el lugar estuviera mal, estaba bastante bien cuidado y limpio por los fondos que se recibían. Más que nada era por lo que representaba y que una vez dentro, viendo como las familias que querían un niño escaseaban, entendías que tal vez nunca saldrías de ahí, no de la forma en la cual quisiera.
Mirio se detuvo en el vestíbulo y el chico lo imitó, observando una cabellera azul salir de la oficina general, con un vestido blanco sencillo y una mochila en su espalda. La chica se detuvo antes de subir por la escalera, hacía su habitación asignada y giró el rostro hasta ver al rubio y al chico de cabellera índigo. Sus miradas se encontraron un momento, y finalmente la chica subió por las escaleras con lentitud, sin mirar nada más que sus pies subiendo por las escaleras de madera que crujían en cada paso.
Para Tamaki no había pasado desapercibido aquella mirada fría y sin vida que ella portaba.
―Siempre el ser recién llegado es difícil―Mirio se dirigió hacia la oficina para conocer los detalles del nuevo ingreso, a fin de cuentas su trabajo de interacción de los niños, limpieza y ayuda en el comedor le era más fácil si conocía a todos ahí. ―Tal vez podrías hablar con ella, animarla.
El rubio se perdió en la oficina y Tamaki simplemente observó la escalera de madera, animándose a subir sin pensar demasiado. Se detuvo en la entrada de la puerta del cuarto de las mujeres, observando la espalda de la niña encima de una cama en el fondo y como desempacaba sus pocas cosas de forma mecánica. Él simplemente sujetó con los dedos el marco de la puerta, debatiéndose si entrar o no.
Esta situación siempre se repetía cuando Mirio estaba en un nuevo acceso, animándolo a interactuar pese a su escaso sentido de relacionarse con los chicos. Él siempre estaba solo en el orfanato, sin amigos. Su personalidad blanda e insegura había fomentado que cada interacción se resumiera a los otros chicos burlándose de él o molestándolo. Y más cuando su nerviosismo le ganaba al no saber como responder y terminaba diciendo algo equivocado, ganándose un golpe de la parte contraría. Debido a aquellas experiencias se había encerrado en aquella burbuja de soledad, lo cual prefería. Y aún así Mirio seguía insistiendo en animarlo a hacer sentir a los nuevos niños cómodos.
Siempre terminaba huyendo, pero en esa ocasión de alguna manera era...diferente.
Todos los demás niños que habían llegado después de él, estaban asustados, enojados y contrariados de porque estaban ahí. Pero aquella niña de cabellera azul...su mirada le recordaba tanto a la suya. A la resignación total.
Eso fue lo que lo impulsó a subir por las escaleras y justo cuando estaba por dar un paso dentro de la habitación, lo escuchó. Un sollozo silencioso y los hombros de la chica moviéndose a la par. Sin pensarlo Tamaki dio media vuelta y salió de ahí, dejándola sola con su dolor.
Balanceó sus pies hacia delante y hacia atrás cada uno mientras sonreía al ver el suelo lejano a su posición, tocando las hojas del árbol y levantando sus dedos en el aire, con el fin de alcanzar esos pequeños rayos de sol. No estaba suficientemente lejos, por lo que se levantó con el fin de alcanzarlo.
―Tamaki.
La voz a su espalda lo hizo trastabillar en la rama del árbol y caer hacía atrás, sintiendo el suelo golpear su espalda y perder el aire un momento. Tosió con el intento de recuperar el aliento. No tenía un cuerpo voluminoso, más que nada era delgado y escuálido, como alguno de los niños solían decirle. Lo único que había salvado su caída de una inminente fractura fue que no estaba tan lejos del suelo.
―Lo siento, no te había visto ahí arriba. ―Mirio habló con culpa en su voz mientras rascaba detrás de su cabeza.
Lo ayudó a incorporarse y se aseguró de que no tuviera nada más allá que un rasguño en el codo. Una vez que vio al chico enfrente suyo con pantalón oscuro y una camiseta gris estuvo reincorporado en totalidad, pasó un brazo por sus hombros, dando un par de pasos y con una sonrisa ligera.
―Tengo una misión para ti.
Tamaki levantó una ceja ante esas palabras, recordando como un par de años cuando era más pequeño Mirio solía utilizar la palabra misión para sus juegos de acción sobre ser soldados, detectives o cualquier cosa absurda que se le ocurriera. Siempre había sido gracioso pero no entendía el punto de mencionarlo en ese momento.
―¿Misión?
―¡Si! Una que solo tú puedes realizar. ―Habló de forma conspirativa. ―Y que la involucra.
Tamaki siguió la mirada de Mirio que estaba perdida en el horizonte y reconoció a quien se refería. La chica de cabello azul que había llegado un mes atrás, que un par de días después descubrió que se llamaba Nejire por boca del rubio.
La chica estaba sentada en una banca junto al orfanato con una libreta en manos mientras parecía escribir, detenerse y mirar al frente con aire ausente.
―No se de que estas hablando.
―Hace un mes ha perdido a su abuela, el único familiar que le quedaba y con las deudas que quedaron atrás, perdió todo lo que su familia tenía. Por eso llegó aquí, sin nada más que lo que tenía en su mochila. Sabes bien que cuando llegas estas tan ausente y perdido....a pesar de ese tiempo, apenas ha comido y no se relaciona con nadie y cuando he intentado hablarle me contesta con monosílabos...es demasiado difícil.
―¿Y como tengo que ver con eso?
Entendía el proceso, era algo que todos pasaban pero al final te terminabas adaptando. Algo que parecía que estaba demorando en la chica. Claro que la había visto en alguna esquina, apartada de todos los demás, sin hablar ni mirar a nadie. Él no había intentando hablarle después de aquel primer día.
―Ella necesita un amigo, Tamaki, alguien con el quien hablar.
El mencionado lo miró con extrañeza ¿un amigo? ¿quién? ¿él? Debía estar bromeando, él era el menos indicado para esa tarea considerando que no había podido socializar con ninguno de los otros chicos, mucho menos con ella que necesitaba un poco de luz en su vida. La salvación que Tamaki había encontrado en esa vida oscura fue Mirio, a pesar de ser mayor un par de años, le había extendido la mano como un amigo, haciéndolo reír, animándolo con sus ocurrencias y con esa personalidad abrasadora.
Si Nejire necesitaba un poco de luz, necesitaba a Mirio en su vida.
―Creo que estas mal, tú puedes hablar con ella, tú eres más amable y animado. ―Intentó irse por las ramas.
―¿Crees que no lo he intentado? ¡Es inaccesible!
Tamaki se deshizo del agarre del chico y se alejó un par de pasos, para asimilar lo que le estaban diciendo. Si él, que tenía una personalidad extremadamente luminosa no había logrado nada ¿por qué creía que él podía lograrlo?
―¿Por que estas pidiéndome esto? ―Tamaki desvió la mirada al suelo.
―Por que solo tú puedes hacerlo. ―Mirio aseguró con énfasis.
Esas palabras lo hicieron levantar la mirada y contemplar al voluntario del orfanato con una mirada seria y decidida en su rostro, como si estuviera viendo a su única alternativa a un problema monumental.
―¿Solo yo? ―Levantó su mirada curioso de tal aseveración de parte del rubio.―¿Por qué?
―Por que...ella es igual a ti, solo tú puedes entenderla mejor que nadie.
Un nudo se formó en su garganta cuando intentó tragar saliva, aquellas palabras lo habían golpeado fuertemente. Recordando la única vez que habían interactuado o al menos sus miradas y como encontró aquel sentimiento reflejado en la chica. La culpa lo había golpeado cuando bajó las escaleras al dejarla sola aquel día, aunque no hizo nada para enmendarlo.
―Sa-sabes, que no puedo...
El estar en ese sitio, perder a su familia, el rechazo por los demás niños y por los mismos adoptantes habían desencadenado un pánico social que evitaba que se relacionara con nadie más que con Mirio. Esa era una de las razones por las que nunca fue adoptado, el no poder hablar con los adultos.
―Pero....
―¿C-como pretendes que sea eso posible cuando no puedo ni decir una sola palabra?
El rubio abrió los labios pero volvió a cerrarlos, no había pensado en ese aspecto tan relevante. Pareció pensárselo unos segundos hasta que finalmente sonrió.
―Tengo una idea.
Las letras se deslizaban por la hoja en blanco que tenía enfrente, hundida en sus ideas y como las palabras eran dictadas por su cabeza sin problema. Ese era su escape de su realidad, un poco de paz en toda esa tormenta.
―Nejire
El lápiz se detuvo en sus dedos y levantó los ojos, impaciente al hecho de ser interrumpida y deteniendo el rio de su mente. Levantó el rostro encontrando a aquel rubio que solía hacer su voluntariado ahí o eso era lo que le había dicho, con una gran sonrisa en el rostro. Se quedó callada, sin hablar ni corresponder aquel gesto amable, esperando a que dijera lo que fue a decir y se fuera.
―Siento molestar, solo es algo rápido. ―Mirio la vio observarlo con fijación, tan silenciosa, realmente era difícil. ―De camino aquí...alguien me ha preguntado por ti.
Nejire levantó una ceja al escuchar esas palabras. Intuía que se refería a alguien del orfanato pero si eso era así ¿no hubiera venido la persona en cuestión para hablarle? Ella no buscaba relacionarse y había mantenido sus muros fijamente levantados para evitar cualquier contacto. Pero el hecho de decir que de camino ahí alguien había preguntado por ella...¿se refería a alguien externo al orfanato? Por lo que esa confesión la sacaba de total balance.
―¿Por mi?
―Si, un chico, solo me ha dicho que te ha dejado algo en el tercer árbol a la derecha y dos atrás del parque.
Sin decir más el rubio dio media vuelta y se alejó. Nejire no podía estar más confundida ¿En..el árbol? ¿que árbol? Un par de veces a la semana, específicamente tres veces, Mirio solía llevarse a los chicos del orfanato a un parque que estaba a un par de metros de distancia. Un poco de aire fresco y donde había varios juegos y una cancha para poder jugar. El día que sabía que varios de ahí esperaban pero para ella había sido irrelevante. Solía quedarse en el orfanato o cuando había sido obligada terminaba en una esquina, lejos de todos con sus cosas.
Pero con esta nueva noticia ¿qué debería esperar? No había hablado con nadie por lo que tenía que ser algún tipo de juego. Desechó la idea y siguió con lo suyo, olvidándose del tema.
O eso es lo que pensó, hasta que el viernes, en el parque su mente observó los arboles en búsqueda de aquel que le habían indicado. Movida por una reprimida curiosidad y pensando que el hacerlo la haría minimizar el asunto, siguió las indicaciones, hasta encontrar un árbol frondoso con un agujero alto en su tronco. Lo observó desde abajo unos segundos hasta que finalmente se puso de puntas e introdujo la mano. Fue hasta que metió la mano que consideró que algo podría picarle o que podría ser una especie de broma. Aunque quería creer que Mirio no se prestaría a eso.
Su mano chocó con algo suave y sus dedos lo enlazaron, tirando de ella, hasta que entre sus manos encontró un sobre en blanco.
Lo abrió para ver que había dentro, encontrando una hoja que desdobló, era una carta, con una letra pulcra y hermosa, la más perfecta que hubiera visto. En la parte más alta pudo leer su nombre.
Hola, Nejire
Tal vez te sorprenda recibir esta carta y el que sea demasiado directo pero quiero que seamos amigos. Hace unos días, despedí a alguien importante para mi, era de mi familia y lo extraño mucho. Lloré al ver cada cosa que me recordaba a él, porque siempre pensé que estaríamos juntos y debido a esto no valore el tiempo que estuvimos juntos. Ahora me doy cuenta que cada momento fue un tesoro, debí pasar más tiempo con él para no arrepentirme de perderlo antes de tiempo... últimamente me arrepiento de muchas cosas. Pero estos días sin él me hicieron darme cuenta de que el presente también es un tesoro y que siempre me arrepentiré de no disfrutar las cosas adecuadamente. En invierno extraño el verdor de los arboles y los rayos del sol filtrándose por el follaje, haciendo figuras en mi mano, del sol calentado mi cuerpo. En verano extraño la nieve blanca y las chaquetas calientes que rompen con aquel viento gélido, la cercanía de las personas y las mejillas sonrojadas. Ante eso he tomado una decisión, ya no pasare mis días sintiéndome arrepentido de nada.
Te vi en el parque en aquellos días de reflexión, un poco de quietud en mi mundo tormentoso, pero huí antes de intentar algo. Pero ahora me arme de valor para escribirte una carta, con la esperanza de que sea contestada. Te agradezco por llenar mi presente con la quietud y anhelo que necesito en mi vida, de ser el ancla que me mantiene en este mundo.
Suneater
La fémina bajó la hoja con las ultimas lineas repitiéndose en su cabeza y la manera en la cual se había expresado. Su corazón latió dolorosamente, casi había olvidado que se encontraba ahí, inerte sin sentir ninguna emoción. Pero en pocas palabras un desconocido había logrado despertarlas. ¿Quién era? ¿En el parque la había visto? Levantó el rostro en búsqueda de alguien pero no encontró a nadie que se ajustara al perfil que buscaba, aunque tampoco sabía a quien debería buscar.
El calor acudió a sus mejillas y volvió a leer la carta una y otra vez, analizando cada palabra y aprendiéndose cada frase. Una vez que terminó de leerla por octava vez, extrajo de su mochila hoja y un lápiz, escribiendo una respuesta con el corazón acelerado.
Y una ligera sonrisa en su rostro, haciendo eco a su corazón palpitante.
Hola queridos!
He traido una nueva historia que desde hace un año ha estado dandome vueltas y desde inicios de año he estado escribiendola, desarrollando todo para que cumpliera con la idea que tenía pensado y que no se imaginan cuanto tiempo he querido publicarla, pero al fin puedo hacerlo. Es una historia que me emociona muchisimo y la que le he dejado tantas horas, por lo que espero que les guste y lo disfruten tanto como yo al escribirlo. Sé que no muchos lo leeran pero quería escribirla, porque es una pareja que me tiene sumamente emocionada, por sus personalidades duales.
Estaré actualizando Martes y jueves esta historia, que de verdad espero que disfruten.
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