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Un codazo en el costado de la niña hizo que levantara su mirada del libro teórico que tenía en su pantalla táctil. Los ojos negros de la chica se encontraron con los del causante del suave golpe. Otros ojos negros inquietos la observaban juguetones.

—¡Hola! Estoy aburrida, ¿hacemos algo? —dijo la risueña niña que observaba alrededor, donde la mayoría de niñas jugaban, leían o charlaban entre ellos—, todos dicen que ya están completos...

La chica apagó su pantalla táctil y la guardo en la mochila gris que les habían proporcionado. Con su fina y pequeña maño derecha intentó arreglarse su cabello negro y le respondió.

—Claro —ambas chicas sonrieron y empezaron a caminar hacia el jardín, mirando qué podrían hacer.

—Mucho gusto, quiero que me nombren Shaile —dijo la inquieta niña, sobándole el costado a la otra chica.

—Polaris —respondió con una sonrisa.


El freno del automóvil que cruzaba las avenidas del Centro Comercial flotando suavemente sobre éstas despertó a Polaris. El automóvil era largo y su interior estaba amoblado con lujosos asientos de cuero negro. Sus ventanas eran opacas y dejaban ver difícilmente el exterior. A su lado había un compartimento que guardaba una botella de cristal con un líquido rojizo y dos copas. Observó a su alrededor con sus ojos cansados y miró a Magnus que dormía sonoramente en el amoblado de cuero frente a ella.

La puerta del automóvil se desencajó de la pared y se corrió, abriéndose y dejando ver a un hombre vestido igual que Magnus, de traje y corbatín. El hombre accedió al vehículo y Polaris se acomodó correctamente en la silla. Llevaba un vestido color rojo que resaltaba con sus cabellos oscuros, tenía un escote marcado y caía hasta sus pies, con una abertura que iba de las rodillas hasta el final del vestido. Tenía poco maquillaje y no llevaba bisutería, algo que no se veía mal en una sociedad que no se fijaba demasiado en el individuo.

El hombre sacudió levemente a Magnus, el cual se despertó y se incorporó rápidamente en su asiento. Se arregló el corbatín y el poco cabello que tenía en la cabeza.

—Ya hemos llegado señor —le dijo el pobre hombre que no aparentaba más de 30 años.

La Convención de Empresarios y Mercaderes —o CEM en los carteles—, era un encuentro entre los propietarios de negocios comerciales y empresarios líderes de industrias relacionadas al sector comercial. En la convención, se realizaban acuerdos por sumas millonarias y tratos entre empresas para rendir al máximo la economía mundial. Era el evento perfecto para que un empresario candidato diera un discurso con fines políticos.

El hombre salió del lujoso auto y Polaris lo siguió obedientemente. Detrás de ella, el hombre cerró la puerta del automóvil negro y este salió a buscar dónde estacionarse. Frente a Polaris estaba el Centro Comercial Central, el más importante de la zona. Contaba con varias plazas internas donde había stands de empresas multimillonarias y un gran auditorio donde se realizaban charlas de distintas índoles. La de Magnus sería una de esas.

La entrada del CCC estaba lujosamente adornada con estandartes rojos y luces brillantes, que resaltaban con el estilo contemporáneo y minimalista de la fachada, aunque fuera plena luz del día. Las luces parecían estrellas, o quizá polvo brillante, pero Polaris quedó anonadada ante tanto lujo.


—¿Quieres ver algo que encontré? —dijo Shaile, con unos catorce años de edad.

—Claro —le respondió alegremente Polaris mientras ambas se dirigían a la habitación de la chica que estaba ansiosa por mostrarle el descubrimiento a su única amiga.

Avanzaron por el pasillo que componía toda la sección B del instituto y llegaron hasta la habitación de Shaile, que se ubicaba a unas cuantas puertas de distancia de la de Polaris.

Tan pronto adentro, Shaile cerró su puerta y la cortina que daba el exterior del pasillo. Se agachó y extrajo del suelo debajo de su cama un pesado objeto.

Polaris lo observó anonadada. Nunca había visto un objeto similar, y mucho menos así de grande.

—Creo que se llama "libro" —dijo Shaile emocionada—. Hay texto dentro de él y parece explicar algo.

Polaris abrió con cuidado la portada del parduzco libro. Las hojas estaban un poco amarillentas, pero el color impreso en sus páginas infundía una belleza singular a la cosa que tenían en sus manos.

—Libro de Cuen...tos Maá..gicos —vocalizó Polaris intentando leer lo que la primera página decía.

—¿Cuentos? ¿Qué es eso? —Shaile ladeó su cabeza ante la oración de Polaris e intentaba formar alguna idea en su mente—. Eso de Maágico tampoco lo había escuchado nunca.

—Creo que es Mágico, no Maágico —intentaba resolver Polaris, la cual pasó la página y encontró otra igual de colorida y con texto en ella.

—La Historia de la Bella Durmiente —empezó a recitar Polaris—. Parece una biografía.

—Había una vez... —las dos amigas empezaron a leer lo que el libro les ofrecía.

—¡Avanza Polaris! —el vozarrón de Magnus sacó a la mujer de sus cavilaciones y empezó a avanzar.

—¡Vamos Polaris! Llegaremos tarde al almuerzo —recitaba Shaile mientras la jalaba del brazo con dirección al comedor.


—S-sí señor —Es lo único que responde ante el hombre que empieza a atraer miradas a su alrededor.

Entran por la alta puerta de vidrio y avanzan entre multitudes de hombres con corbata y corbatín. Algunos seguirán el mismo camino que Magnus y Polaris, hacia el Auditorio, donde el discurso dará lugar.

El camino hacia el Auditorio se hacía cada vez más engorroso para Polaris. Cada dos por tres, un señor acompañado de una mujer, o cada uno por aparte, venían y saludaban a Magnus, el posible futuro Alcalde de la Capital Mundial.

El Centro Comercial no había escatimado en gastos ese año. Las razones eran bastante obvias ya que dos eventos se juntaban en ese mismo año: La futura celebración de los veinte años de la Renovación Mundial y las campañas políticas de los candidatos a la Alcaldía de la Capital Mundial. Había telas rojas y blancas colgando entre las barandas de los pisos del edificio. Las luces brillaban bajo el cielo nublado y la gente deambulaba entre las tiendas y stands del centro comercial.

Unos minutos después, llegaron a la entrada principal del Auditorio, donde un conglomerado de gente esperaba a que dieran entrada a la siguiente charla del día.

El ambiente político se sentía en el aire.

—Siempre sucede en la política, sin importar tiempo y lugar, una simple elección puede poner una sociedad cabeza abajo, mostrando lo más oscuro de la sociedad.

»Al menos, en la democracia antigua. Ahora es mucho más pacífico y los intereses y opiniones son escuchadas sin discriminación, siempre guiando lo que nosotros buscamos:

»Orden.

»Convivencia.

»Paz.

La multitud escuchaba atenta el discurso de Magnus, el candidato a ser el Alcalde. Murmullos de asentimiento recorrieron la sala y Polaris escuchaba atentamente desde la primera fila con dudas sobre lo que el hombre decía.

—Hoy me centraré en lo que nos interesa como sociedad. Todos nosotros formamos la economía mundial y aportamos nuestro grano de arena a la construcción del mundo —el micrófono ampliaba su potente voz y las luces iluminaban su calva—. La administración de Humbert no tuvo mayor mirada hacia lo Empresarial y lo Comercial, dos partes muy importantes de la Capital que no podían ser descuidadas. Y es por esto que propongo crear una red de ayuda social que los potenciará a todos como empresas. Una red que integrará las empresas que así lo deseen, aumentando tasas de seguridad, crecimiento económico, bonanza, etcétera.

La gente observaba atenta. Polaris al voltear hacia atrás veía rostros de hombres y mujeres atraídos por la profunda voz de Magnus y la profunda convicción de sus palabras.

—¡Pero esto sólo es posible si ustedes me apoyan! —Alzó la voz en esta frase, no lo suficiente para gritar, pero sí le imprimía una convicción a la oración—. Tal como planeo hacernos entre todos más fuertes en el futuro, les pido que nos unamos y seamos fuertes, logrando una administración que la Capital Mundial agradecerá en los futuros años de la ciudad. Ya han sido veinte años, ¡que sean otros veinte y muchos más!

El discurso arrancó aplausos del público y varios de los asistentes se levantaron para apoyar al candidato. Polaris no podía creerlo, pero Magnus tuvo esa pequeña victoria: Un discurso corto, conciso y convincente que probablemente lo llevaría a la cima de la Alcaldía. Le parecía un robo.


—Al fondo del pasillo está la oficina del Alcalde —recitaba casi mecánicamente al grupo de diez chicas que avanzaban por los pasillos de la Alcaldía Mundial—. Allí el Alcalde gestiona las labores de la ciudad y la mantiene próspera y útil para la sociedad...

—Shaile, en realidad quiero saber dónde conseguiste el —Polaris bajó la voz más de lo que ya estaba—, el libro.

—Ya te dije —le respondió haciendo pucheros—, me lo encontré por ahí.

—Vamos Shaile. Eso no se lo cree ni Miss Ritter —La pobre profesora una vez creyó la historia que las mesas del comedor habían amanecido con todas las patas rotas por un láser que accidentalmente las cortó, cuando la realidad es que la cocinera del colegio necesitaba cilindros de metal para sostener la mesa de su casa, al final, la cocinera fue despedida de todos modos.

—Está bien... —Shaile movió el pie nerviosamente mientras el grupo estaba quieto, escuchando a la guía—. Lo tomé de uno de los cajones del Rector.

—¿¡Del Rector!? —El grito en voz baja hizo que una niña volteara y les pidiera silencio— ¿te lo rob-robaste?

—No exactamente... Pues... Sí... Sí se puede ver así...


El discurso terminó y todos dejaron la sala. Magnus empezó a caminar por las plazas del centro comercial, regodeándose de su posición actual.

Polaris tampoco pasaba desapercibida. Al estar acompañando al candidato, las miradas se centraban en ella y su brillante vestido. No observaba miradas indiscretas o de mal gusto, pero se sentía incómoda al ser un centro de atención que ella nunca deseaba ser.

Y mucho menos gracias a la situación actual.

Al cabo de una hora, cuando el débil sol iluminaba el edificio por un costado, la pareja salió nuevamente a recibir el automóvil negro y dirigirse a un nuevo destino.

—¿Qué te ha parecido el discurso? —le preguntó a Polaris mientras entraban nuevamente al lujoso auto.

—Una sarta de engaños y mentiras —espetó la mujer.

—Yo no dije ninguna mentira, querida —El hombre se acomodó en un asiento y observaba a Polaris jocosamente—, dije una verdad que pienso cumplir para ascender en ambas cúpulas. Todo por el bien de la humanidad, Procurare ad prof...

—Ve a recitar esa frase a otro lado —lanzó Polaris—, conmigo no surte efecto.

—Pues debería —Agarra una copa y vierte en ella el líquido rojizo. Agita la copa en sus manos mientras habla—, estamos en esta realidad perfecta y nada buscará cambiarlo. Vive feliz y en paz, ¿qué problema hay con eso?

—El sistema es fraudulento. Todo está controlado para el beneficio de unos cuantos. Ignoran a toda la población y sólo piensas en ti.

—Eso no te lo crees ni tú, bombón —le dio un largo sorbo al líquido espeso y el auto empezó a avanzar por las calles.

Polaris sentía una fuerte presión en el estómago, como si alguien se lo agarrara y apretara sin miedo. Tenía que admitir que la sociedad actual había escalado a un cierto grado de perfección con base en la antigüedad, pero otra parte de su mente alegaba que era diferente y había algo que tenía que ser cambiado.

—¿A dónde nos dirigimos ahora señor? —suena en un pequeño parlante.

—A la Academia. Tengo algo importante que revisar ahí.


—¡Espérame Polaris! —la pequeña chica jadeaba intentando alcanzar a su amiga, que cruzaba el jardín a toda la velocidad que sus pequeñas piernas podían brindarle.

—¡Vamos Shaile! ¡Alcánzame! —Se reía mientras decía esto, observando a su amiga, que, aunque estaba a pocos metros, no podía alcanzarla.

—Yo no sirvo para el deporte y tú lo sabes. Yo lo que quiero es escribir —la niña se detuvo y cruzó sus brazos, haciendo una mueca de tristeza.

Tan pronto como Polaris escuchó eso, se detuvo y caminó hasta donde estaba su amiga.

—¡Claro que podrás ser escritora! Puedes trabajar en un periódico, ¡o haciendo anuncios!

—No Polaris, yo lo que quiero es escribir cuent-tos.

Las dos niñas se abrazaron, quizás por la amistad, quizás por el momento emotivo.

O quizás porque ambas sabían que eso era algo imposible.

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