33. Parte 2
La nieve cae como estrellas fugaces descendiendo apaciblemente de su estancia en el cielo. Se posan sobre el pavimento, sobre la avenida, sobre las fachadas de los rascacielos. Cae sobre las escaleras de la estación del metro. Un letrero con el logo del medio de transporte y el nombre de la estación se posa sobre un arco de metal blanco frente a las escaleras. Cruzo por debajo de este y observo al frente la avenida de la cual recibe el nombre la estación Tymes Street. A dos cuadras al oriente se alzan los ciento un pisos de la compañía a la que me dirijo.
Las aceras están desiertas y los árboles desnudos ayudan al paisaje desolado a verse aún más abandonado. La pulcra limpieza de las calles seguía sin embargo siendo igual, sin un residuo en el suelo. El viento sopla muy levemente, sin perturbar a los copos de nieve que caían del cielo. Aunque el frío cale en mis huesos mis manos no paran de sudar. Estoy cada vez más cerca de la construcción y aunque parte de mi mente grite que corra lo más lejos que pueda de la edificación, mis pies avanzan uno tras del otro en camino a las puertas de Destino S.A.
¿Habrá gente dentro de esos edificios? Estoy a la mitad del horario laboral así que no podría decir si todas las empresas que paso están llenas o si los trabajadores faltaron a sus trabajos al ver la mínima oportunidad de hacerlo.
Volteo al frente y el edificio está frente a mí. Un escalofrío recorre mi cuerpo, sacudiendo todo lo que intentaba ocultar. Mis manos sudan, tiemblan fuera de mi voluntad. Cierro los puños intentando detener el movimiento pero es en vano, así que empiezo a subir los pocos escalones hasta la entrada del edificio uno a uno, intentando no perder el control.
Llego a la altura de las puertas automáticas pero al acercarme estas no se abren. Me muevo un poco de un lado a otro pero parecen estar desactivadas. Intento colar mis dedos por la pequeña abertura entre los paneles de vidrio oscuro y forzar la apertura. El hueco es bastante pequeño, pero después de un forcejeo y el enrojecimiento de mis dedos, las puertas ceden con aparente suavidad, entrando al gran vestíbulo de la empresa.
Cruzo las puertas y estas se permanecen abiertas detrás de mí, colándose la brisa que me recuerda al viento que surcaba la superficie de la Cueva. La cierro para no congelarme y el silencio que no había notado dentro del lugar me sorprende. Volteo y observo frente a mí el holograma del planeta tierra, apagado al igual que las luces del vestíbulo, iluminado únicamente por la tenue luz del sol que se cuela por los ventanales. El vestíbulo está completamente vacío, abandonado, tanto que me siento incómodo. Respiro profundamente y me acerco lentamente a uno de los ascensores. ¿Estarán apagados también? La empresa parece muerta, un silencio mortal que me pone los pelos de punta.
Llego a uno de los tubos de vidrio por donde los ascensores se mueven, y oprimo el botón con forma de triángulo apuntando hacia arriba. Espero un par de segundos pero el ascensor no aparece. Me quedo esperando más tiempo, con mi impaciencia y temor aumentando cada segundo. ¿Si los ascensores no funcionan, cómo se supone que voy a subir al décimo piso para bajar al sótano?
Empiezo a caminar en pequeños círculos, atrapado en mis propios pensamientos. Parece como si no hubiera electricidad en el edificio, los elevadores no funcionan y sin estos no puedo subir para llegar al holograma de la máquina de café. Me acerco a otro tubo y oprimo el botón de este, obteniendo el mismo mísero resultado. Pruebo cada uno de los ascensores pero todos están apagados.
Sin energía, pienso, tampoco seré capaz de enviar los videos, ni volver a salir del edificio. ¿Desde cuándo nos volvimos tan dependientes a algo tan intangible como la electricidad? Desde las pantallas táctiles que uso día a día, hasta las máquinas que existen para confeccionar mi ropa, elevar personas a otros pisos, transportar a multitudes bajo tierra... Todo depende de la electricidad. Ni siquiera en ese aspecto somos libres, ¿y ahora qué voy a hacer sin energía en una mole de metal y vidrio que se alza hacia el cielo? Un irónico escalofrío me recorre la espalda, como una corriente eléctrica que atraviesa el cable de mi espina dorsal.
Me acerco al mostrador de la recepción. El mesón circular que rodea el proyector del holograma se encuentra completamente vacío, con su superficie de plástico blanco, brillante y pulcro. En cada uno de los costados del proyector había una silla y una pantalla táctil, claramente apagada, empotrada a la mesa. Me encaramo al mostrador y me tiro al interior de este. Intento encender alguna de las cuatro pantallas pero ninguna responde. Al instante noto que están conectadas a la corriente por un delgado cable que salía de la mesa en uno de los costados de la pantalla. Intento zafar la pantalla de la mesa pero está bien fija. Halo el cable con todas mis fuerzas pero este también está sujeto fuertemente a la mesa. Antes de darme cuenta empiezo a jadear a la par que la desesperación me absorbe. ¿Ahora qué? ¿Vine hasta aquí para nada? Halo con más fuerza el cable, jadeando, con ira, con miedo.
—Vamos... Vamos... Suéltate... Rómpete...
Arrugo la cara, mi corazón se acelera, mis pulmones sufren, mis brazos se entumecen. Halo más fuerte, tanto como mis músculos me lo permiten.
—¡Vamos! ¡Suéltate maldito cable!
De repente, escucho un clic y el cable cede con rapidez, lanzándome hacia atrás por culpa de la fuerza que le estaba imprimiendo. Me golpeo con el proyector y caigo al suelo.
—Aghhh —Mi boca suelta un quejido y una corriente de dolor nace de mi cabeza desde el lugar en el que me golpeé.
Me sobo la cabeza con mi mano libre y observo el cable roto en mi otra mano. Miro al frente y el leve brillo de la pantalla ilumina mi rostro.
Me levanto de un sopetón y pego mi cara a la pantalla. El logo de la empresa aparece y bajo él dos campos en blanco para ingresar texto.
—Un usuario y una contraseña... —susurro en el sepulcral silencio.
El teclado láser se ilumina frente a la pantalla, y con los dedos temblando escribo mis credenciales, una sarta de letras y números casi sin sentido pero que de alguna manera recuerdo. Le doy al enter y en la pantalla aparece un símbolo de carga. No tendría sentido que mis datos sirvieran en una empresa que hace meses había dejado, pero es la única salida que me quedaba. Ahora, según recuerdo, debe aparecer la interfaz de mi trabajo, pero en vez de eso, aparece el escritorio, con único archivo en él, un acceso directo.
Oprimo con curiosidad el acceso y una ventana se abre. No tiene título y solo hay un enorme círculo rojo con la palabra "Oprímeme". Sin otra cosa que hacer, y sin ganas de perder todo el viaje hasta acá, oprimo con mi dedo índice el extraño botón.
A lo lejos empieza a sonar un rumoreo que poco a poco va aumentando en volumen. Y luego, instantáneamente, todas las luces se encienden y el holograma aparece detrás de mí.
Otro sonido conocido llega a mis oídos. A mi derecha, paralelo a la pared, un ascensor llega y abre sus puertas. Lo miro con desconfianza, haber encendido todas las luces con un simple botón desde una pantalla táctil no nada común, y menos en una empresa que debe poseer un circuito eléctrico complejo. Mi conciencia dice que algo aquí no cuadra. Demasiado extraño para ser verdad. Levanto la mirada al holograma del mundo y observo que la parte donde se supone debe estar Centrea está cubierta por una mancha negra. Vuelvo y miro el ascensor.
Al fin y al cabo, no vine aquí para encender unas luces y devolverme, así que avanzo hacia las puertas del ascensor que me reciben como un viejo amigo.
Las puertas se cierran, exclamo «Piso Diez» y el ascensor se pone en marcha.
La marca de café que está pintada sobre la superficie del holograma era completamente inventada y hasta ahora me daba cuenta. «Ondesit Coffee» rezaba el nombre sobre una taza de café salpicando café de manera provocativa. Ondesit era un anagrama de destino. Sonrío ante la ocurrencia y me agacho a observar el agujero por donde se supone salían las latas con el líquido amargo. Meto la mano con cuidado y empiezo a tantear las paredes del agujero, sorprendido que estuviera tocando en realidad un holograma.
Antes de venir leí todo lo existente en la red sobre este modelo de holograma. La forma siempre era la misma, una máquina dispensadora, aunque el diseño frontal podía ser cambiado a gusto del cliente. La configuración de la clave podía ser variada, aunque siempre era necesario un puerto de conexión de pantalla táctil que se encontraba empotrado al proyector del holograma. Funcionaba sin necesidad de estar conectado a la corriente ya que contenía na batería que podía durar días sin carga. Sin embargo, este modelo de holograma tenía un defecto casi irrelevante ante la practicidad infinita de una proyección tangible. Una minúscula parte del holograma era susceptible a ser bloqueada del emisor. Si uno alcanzaba a bloquear la señal entre el proyector y esa zona del holograma, ocurría un problema interno en el proyector y este se reiniciaba para repararse internamente. Esos pocos segundos que duraba el reinicio era mi carta para entrar al sótano. Aquella parte estaba escondida en el agujero que ahora estaba inspeccionando
Sigo explorando las paredes del agujero para encontrar el trozo que me permitiría entrar. No era diferente al resto de la pared, no tenía un bulto ni nada por el estilo, únicamente tanteando hasta que mi mano bloqueara la señal era que sabría que lo había encontrado. Mis dedos bailan en el espacio, moviéndose de un lado a otro sin dirección preestablecida. Recorro cada centímetro cuadrado del interior del agujero. Apenas lo encuentro debo actuar rápido. Si el holograma se vuelve a activar mientras lo cruzo... No me quiero imaginar aquello.
Mis dedos tocan la esquina superior del fondo y un pitido leve pero incesante empieza a sonar en algún lado cerca. El holograma desaparece al instante al igual que el sonido. Mi corazón se acelera y salgo corriendo hacia el agujero. El pitido vuelve a empezar a sonar y escucho cómo el holograma se empieza a formar en un santiamén. Miro atrás y el tiempo parece congelarse. Observo con miedo cómo mi pie sigue por fuera del túnel, cómo el holograma empieza a tomar forma y a solidificarse. Mi pie avanza, el holograma también. El tiempo vuelve a acelerar y caigo al suelo, detrás de una ya sólida pared. Mis manos se van rápidamente hacia mi pie, temiendo lo peor. Solo la suela de mi zapato marrón alcanzó a quedar atrapada. Mi corazón parece aliviado y baja su pulso. Yo suspiro y me lanzo al suelo.
Al fondo del túnel iluminado está la puerta cerrada del otro ascensor para bajar hasta el sótano. El metal brillante refleja mi imagen. Los mismos ojos, el mismo cabello negro, la barba incipiente, el abrigo. Soy yo pero no parezco. ¿Desde cuándo mi vida se volvió tan complicada?
Me levanto y pienso en La Academia, en la calma y la sobriedad de mi vida en ese entonces. No habían sustos, no habían huidas, mentiras o planes secretos. El mundo era perfecto, en paz y fuera del ajetreo del régimen. Recuerdo mi graduación y cuando salí de la Academia para trabajar en este edificio. Los pisos, los ascensores, las pantallas táctiles, todo era un mundo nuevo pero era el mismo mundo. Avanzo hasta la puerta del ascensor y oprimo el botón al costado. Un trozo de la pared se desliza y aparece el lector de retina. La otra vez que bajé al sótano fueron Kyle y Polaris lo que escanearon su retina. Acerco mi ojo derecho al lector y la lucecilla roja empieza a moverse por mi ojo sin generarme dolor alguno. Luego, se pone verde y las puertas del elevador se abren.
El ascensor empieza a descender conmigo dentro. No hay indicadores, no hay ruido más que un leve murmullo. Las manos me tiemblan y me sudan, podría jurar que estoy pálido. La última vez que estuve aquí adentro casi no pude volver a salir. Kyle, el director de los guionistas, la huida de la empresa, el rescate de Polaris que terminó en ambos apresados, mi desaparición, la Cueva...
Las puertas se abren y el sótano se muestra ante mis ojos. Las luces están apagadas, las pantallas del fondo donde los guionistas observábamos las vidas de otros estaban negras; la única luz provenía del ascensor.
Camino hacia la oficina de Kyle. En su pantalla táctil debe estar el acceso a la base de datos de todos los vídeos. Si hay un lugar desde donde enviar los vídeos sería ese. El silencio y la oscuridad reinan y yo camino por sus dominios, haciendo eco en las paredes a cada paso que doy. Llego al extremo izquierdo del sótano y abro la puerta del despacho de Kyle con el botón al costado. La puerta se corre dejándome entrar al modesto espacio que tenía el director. Enciendo la luz con un pequeño interruptor al costado del botón interior de la puerta. La luz ilumina la mesa de vidrio, la silla y la gran pantalla táctil que permanece apagada sobre el mesón. Tomo un largo respiro y avanzo con decisión hacia la pantalla.
Me siento en la silla y mi pierna empieza a temblar frenéticamente. Enciendo la pantalla y esta prende rápidamente, mostrando el escritorio de Kyle, significando que la pantalla estaba suspendida y no apagada, dejando sin seguridad al equipo. La organización de los íconos es muy similar a como la recordaba, y el programa del TICA con el que planeaba escapar seguía ahí. Ingreso al servidor de Destino S.A. por medio del programa de administración de trabajo de Kyle y empiezo a buscar la sección del sótano donde deben estar guardados los vídeos en infinitos unos y ceros. Información que puede ser enviada, copiada, compartida y... eliminada. La memoria que persiste pero que puede desaparecer. Pero una memoria que puede propagarse y compartirse. Y en este caso, de gran valor esos unos y ceros.
Carpetas y más carpetas, no me puedo quejar de la organización de la empresa en su información. Localizo el sótano y abro la lsita de archivos que hay en él. Más carpetas. Unas contienen los expedientes de los que trabajan en este piso, otra los usuarios y claves de estos. Documentos de reporte, de mantenimiento, informes. Nada fuera de lo normal. Pero, encuentro una carpeta con el nombre más sugerente de la existencia: «Videos»
Abro velozmente la carpeta y aparece el símbolo de carga. Poco a poco, empiezan a aparecer miles y miles de archivos de video, uno tras de otro. Cientos de miles de videos, de vidas humanas grabadas sin cesar. Cada archivo tiene de nombre el nombre de la persona a la cual pertenece. Millones de videos aparecen antes mis ojos, millones de personas que viven sus vidas en este momento. Actualizo la carpeta y aparecen más, los tamaños de los archivos son enormes, horas y horas de vías grabadas y guardadas. Abro el navegador de la empresa y me conecto a la antena principal que se alza encima del piso ciento uno. La conexión tarda en realizarse pero una barra completamente verde me indica que se realizó correctamente. Ahora, solo resta enviar los videos a cada persona correspondiente, y para esto aprovecho el hecho de que los videos tengan en sí el nombre de la persona. Abro un editor de texto y escribo rápidamente un pequeño código de no más de veinte líneas para solucionar el problema de tener que mandarlos manualmente a direcciones de correo diferentes. Agarro la carpeta de los vídeos y la arrastro lentamente hacia la ventana de la antena. El dedo me tiembla y la carpeta tiembla con él. Poso la carpeta sobre el ícono de la antena, pero me detengo abruptamente.
La puerta se ha abierto.
El sonido deslizante irrumpe en mis oídos y congela todo mi cuerpo.
—¿Estás seguro que deseas hacer esto? —Una voz profunda retumba en la habitación.
Polaris, Shaile, Isaías, Sandra, Ulio... Los nombres empiezan a volar en mi mente con sus rostros. Pienso en ellos, pienso en el mundo. ¿Estoy seguro de que quiero hacer esto? La respuesta podría parecer obvia pero ahora, a un milisegundo de hacerlo, parece más lejana que nunca.
Y ahora, frente a mí hay alguien, alguien que me ha seguido hasta ahora. Un hombre que daría todo por ver el mundo nuevamente en el régimen y bajo su control.
—Magnus... —susurro vilmente.
—¿Quién más iba a ser, Marcus? —respondió con una risa entrecortada—. Ahora. Devuelve la carpeta a su sitio y apaga la pantalla táctil.
El dedo que tengo sobre la pantalla tiembla. Mi corazón vuelve a acelerarse y siento que no puede aguantar más de lo que ya ha aguantado. La Cueva, la vida allá me dio un momento de paz, pero cuando el hombre que tengo al frente vino a destruirla, mi corazón casi no soporta la carga. El éxodo hacia la Capital Mundial, la huida, el escondernos como ratas en la linde de la ciudad. Mi corazón nunca había sufrido una carga tan fuerte como en todo ese tiempo. Y aunque sentía que había aprendido a lidiar con aquel tipo de situaciones, mi cuerpo me está diciendo lo contrario.
—Vamos, hazlo de una vez —insistió el hombre.
—No. —Respondí sin más. No era capaz de decir más que eso.
—¿No? ¿Seguro? —Escuché un clic en la oscuridad—. Pues resulta que aquí no hay opción, no te estaba preguntando que si querías soltar el dedo y no mandar los vídeos, te estaba diciendo que lo hicieras. Ya.
—¿Por qué está en contra de la libertad? —pregunto con una mezcla de curiosidad y temor.
—No es que esté en contra de la libertad Marcus. Es que no existe, nadie puede tomar todas sus decisiones de manera libre —Dice la última palabra de forma irónica—. ¿Crees que llegaste aquí por tus decisiones?
—S-sí —contesto nervioso.
—¿Fue tu decisión encender las luces? ¿Suerte de que encontraras un enorme y simple botón que prendería todo el circuito eléctrico de la empresa? ¿Fortuna de que tus credenciales y tu retina todavía funcionaran?
Magnus se acerca más y la luz de la pantalla ilumina tenuemente su rostro. Él preparó todo esto, en las sombras me guio hasta el sótano. Y yo caí completamente en su juego, caí hasta el sótano, tan cerca de mi objetivo que lo rozaba con la yema de mi dedo. Pero él está ahora frente a mí, como un muro en llamas que me hace sentir lejos de mi meta. Sus ojos oscuros en la oscuridad son como dagas que aprisionan mi cuerpo. Su rostro parecía una mezcla de enojo y euforia. La luz también iluminaba algo que sostenía en la mano. Era un tubo alargado que sostenía por un mango.
—No sabes qué es esto, ¿verdad? —Magnus levanta el objeto metálico y lo observa emulando curiosidad, sopesándolo en la mano—. Es un arma, una pistola para ser exactos. En la actualidad sólo la policía las posee, pero en el pasado eran el símbolo de violencia, por eso muy poca gente las reconoce a primera vista. Es muy sencillo, halo este pequeño gatillo y una bala sale a trescientos treinta metros por segundos de este agujero. Supongo que te imaginas lo que un pequeño proyectil a esta velocidad puede hacer.
El CEO extiende su brazo y la pistola con él, apuntando el cañón hacia mí. Mi cuerpo recibe un escalofrío aún mayor. Siento todo pesado, rápido y a la vez lento. Todo está agitado, todo está borroso, número vuelan por mi cabeza. El daño de esa pistola es muy grande, demasiado.
—Miedo. La mejor arma —expresa Magnus— Fue la nuestra en la Renovación Mundial. La gente nos apoyaba por miedo, logramos las cosas usando el miedo de la gente. Cuando los teníamos bajo nuestro control les implantábamos los ideales que te sabes de memoria, luego la paz. Pero el miedo es lo más poderoso de este mundo. Estás sintiendo miedo, Marcus.
Acerca más la pistola y no logro despegar la mirada de la abertura del frente.
—La libertad, ¿para qué te sirve? Estás a punto de morir por tomar tus propias decisiones, por ser libre.
Trago saliva y pienso en todas las vidas humanas que sostiene mi dedo tembloroso. Pienso en Polaris y todos los Aisce refugiados en la bodega a una decena de kilómetros de aquí. No puedo abandonarla, no puedo abandonar este mundo como ya lo he hecho antes. El dolor es infinito, no solo para mí sino para los que conozco.
—E-e-espera... N-no es necesario...
Magnus se ríe. Y acerca un poco más el arma, casi rozando mi rostro.
—Entonces devuelve la carpeta —Enfatiza cada sílaba, una orden—. La libertad te trajo más problemas. Le traerá problemas al resto del mundo. Suéltala rápido, no tienes más opciones.
Sin embargo, ahí afuera están todos los jóvenes que luchan en la superficie. No me conocen, no conocen que fuimos nosotros los que les mostramos la libertad, sin embargo, confían en aquella persona que les mostró la verdad oculta del régimen. Confían ciegamente sin saber quiénes fuimos, ponen sus futuros en las manos de nosotros y de ellos y lo usan a su gusto porque ahora saben que no es de nadie más sino de ellos. Todas esas personas y sus convicciones son la razón de mi presencia en el sótano ahora, la búsqueda de la libertad de sus vidas también está en mis manos, y como ellos luchan, yo lucharé hasta el final.
—¿Estás seguro de esto? —Su voz parecía quebradiza.
—Sí Polaris, no hay otro modo.
—Pero es demasiado peligroso —implora.
—Es por eso que necesito que hagas algo por mí, y te pido no negarte.
—Prefiero perder la vida en un minuto que perder otro minuto de mi vida sin libertad —sentencio, dedicando cada palabra a todas las personas que alguna vez confiaron en mí, que me conocieron, que se relacionaron sea la razón que sea conmigo.
La sonrisa de Magnus aumenta y siento cómo su sangre bulle de la euforia. Mi corazón palpita sin ritmo y desbocado, pero no nada hay más que hacer.
Tomo un largo respiro y suelto el dedo de la pantalla, dejando que la carpeta virtual con todos los videos caiga en la antena. Los datos empiezan a fluir por la empresa, pulsos eléctricos ascienden por cables hasta la punta del edificio. La antena se enciende y empieza a enviar por el aire pulsos y pulsos sin detenerse. Unos y ceros, información insignificante a menos que se reúna. Los datos empiezan a huir de la empresa por el aire cual pájaros puestos en libertad, a buscar sus dueños, a descargarse en sus pantallas. Los videos buscan sus vidas, el futuro se acerca al presente.
—Maldito infeliz... —rechista Magnus encolerizado— ¿¡No puedes hacer algo bien en tu vida!?
La luz de la pantalla se apaga pero la transmisión continúa, los ascensores se bloquean y los TICA se desactivan. La ventilación sigue encendida, eso es circuito aparte. Sonrío y observa la cara iracunda de Magnus.
—Apenas la transmisión de datos comience —comento—, bloquea los ascensores, los TICA, todo en la empresa.
—¿Por qué?
—No sabemos qué pueda suceder allá abajo. Necesito aislarme mientras todo dure.
—¿No es más peligroso encerrarte? ¿Y si...
La callo y sigo hablando.
—Si la transmisión se corta, no hagas nada, deja todo sellado. Yo te avisaré cuándo puedas dejarme salir. Te escribiré y desbloquearás todo.
—Nos bloqueaste, ¿cierto? —Las palabras salen atropelladas de su boca—. La pagarás caro, muy caro.
—Todo esto terminará muy pronto Polaris, la libertad será nuestra, al igual que nuestro futuro.
—Espero que así sea.
—Así va a ser.
El sótano está ahora aislado del mundo, y estará así hasta que yo lo decida. Guardo un profundo silencio, observando con temor pero con coraje cómo un monstruo se desarrolla ante mis ojos.
—¡INFELIZ! —La pistola se pega a mi cara y siento el metal frío contra la piel—. La pagarás, la pagarás... Si yo me voy tú te vas conmigo.
Los vídeos seguían ascendiendo furtivamente por cables hacia la antena. El proceso estaba hecho, no podía ser revertido de cualquier manera, y sabiendo eso, no hay nada que temer.
Intento controlar mi respiración, despejando mi mente e intentando ignorar la pistola en mi cabeza, pensando más allá de mí, más allá de los que conozco, más allá de las personas como individuos. Más allá de todos. Solo pienso en la libertad que le acabo de regalar a personas como Polaris. No hay más que hacer, no tengo más que hacer, calmado como un pálido y despejado cielo invernal, con el sol iluminando y dando claridad. Por fin, siento que he hecho algo que vale la pena recordar de mi aburrida vida. Al fin y al cabo, mi pasado había sido corriente, ¿y mi futuro? Creo que también es mi pasado ahora. Ahora me encuentro al borde, el final del túnel, mi destino.
Sonrío.
—Entre todas las cosas que he hecho —recito lentamente, respirando e intentando mostrar la calma ante el CEO, demostrarle que el miedo no puede conmigo y nunca lo hará, ya no más—. Entre todas las cosas estúpidas que he hecho, esta es la que más me enorgullece.
Y entonces mi cabeza es atropellada al tiempo dos sonidos. El primero, un recuerdo de un chico, un rostro olvidado por el tiempo, un pasillo de la Academia, unos ojos curiosos, preguntándome «Si tuvieras un video con toda tu vida en él, ¿lo verías?» La voz era suave, tierna y llena de una calma infinita que un niño inocente del mundo que lo rodea posee. El segundo sonido era lo contrario, disruptivo, chocante. Retumbó en toda mi cabeza. Me sacó volando de los pensamientos.
Dígame Magnus. Si tuviera un video con su vida en él, ¿lo vería?.
Yo, después de toda una corta vida preguntándomelo, ya tengo la respuesta.
Al instante dejo de luchar, mis pensamientos se escapan como la nieve se escapa del cielo. El final, al que todo hombre llega. Mi destino nunca estuvo escrito y ya nunca lo estará, pues lo que tenía que suceder, lo he terminado de escribir. Mis párpados se cierran, y la oscuridad me recibe con sus brazos, ahogándome en mi futuro.
A lo lejos, un hombre recibe en su correo un vídeo con su nombre en él. Sin saber qué es, lo abre, curioso de observar su contenido.
FIN DEL VIDEO
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