32.

**Reproducir la música para una mejor lectura :3 Es la música que escuché al escribir este cap **

Próximas paradas, Plaza Castary y Bolsa de Valores. Próximas paradas, Plaza Castary y Bolsa de Valores.

La voz femenina era lo único que rompía el silencio cada vez que nos acercábamos a una estación. Los vagones del tren estaban completamente vacíos, exceptuando a un par de hombres sentados en la lejanía. Parecían abstraídos, con la mirada hacia la ventana donde no había más que un oscuro túnel.

Entrar fue sencillo. La huella de Polaris pasó sin problemas por el lector. La estación estaba vacía, y mis pasos retumbaron por el adoquín blanco que rodeaba el túnel que descendía hasta la plataforma de abordaje. Border Street es la primera estación de la línea oeste representada por el color rojo, ahí agarré el primer tren que llegó. Fui el único pasajero por un par de estaciones hasta que se subió un hombre y un rato después el otro. Ambos eran mayores, con canas incipientes en su cabeza y arrugas en el rostro. No les di importancia.

Mi corazón se encogió un poco cuando pasamos por la estación de La Academia que llevaba su mismo nombre. Recordé los amplios jardines llenos de paz, las tardes de lectura solitaria y el profundo conocimiento que adquirí en todos mis años ahí dentro. Había vivido la mayor cantidad de tiempo ahí, pero ahora sentía que toda mi vida se había desarrollado hasta ahora fuera de esta.

El tren se detiene, ha llegado a la estación de la Plaza Castary. Eso solo significaba una cosa para mí: Había cruzado el campo de energía y ahora me encontraba dentro del Centro de la Ciudad.

Las puertas se abren pero nadie entra al vagón en el que me encuentro. Observo a una mujer y un joven entrar en otro de los vagones, pero en el mío seguimos los dos hombres y yo. Las puertas vuelven a cerrarse y el vehículo empieza a acelerar nuevamente, dejando la estación atrás.

—Una menos, faltan cinco. Una menos, faltan cinco... —Susurro en voz baja para mí mismo, contando las estaciones que faltaban para llegar a Destino S.A.

Observo un mapa del metro impreso a un lado de la puerta delantera del vagón. Las líneas entrelazadas me daban una sensación de orden y perfección propia de la ciudad. Repasé minuciosamente lo que me faltaba. Debía bajarme en la Estación Centro Comercial para poder transbordar y tomar la línea Circular delineada con color azul. Ahí solo sería un viaje de tres estaciones hasta Tymes Street, donde a un par de cuadras se encontraba entre muchos similares, el alto rascacielos que guardaba al monstruo de la empresa.

El tren se sumerge en otro túnel oscuro iluminado intermitentemente por lámparas en el techo. La oscuridad levemente esclarecida avanza rápidamente ante mis ojos.

—¿A dónde se dirige joven? —Una voz habla y volteo mi cabeza hacia uno de los hombres.

—Al Centro Político —respondo cortante, intentando que el hombre no reparara en mí.

El silencio reinó por un segundo hasta que el hombre responde arrastrando un poco la palabra, como si fuera un acento o la vejez en sí.

—Interesante. Creí que iba para la Plaza Principal. Como ahora todos están allá gritando y lanzando cosas...

Cruzo los brazos y volteo la mirada. Si continúo hablando con el hombre temo que me reconozca y haya perdido todo el viaje hasta donde voy. He sido demasiado precavido desde que salí de la bodega, no quiero perder lo que ya llevo.

—Los jóvenes... —El hombre continúa hablando, suspirando mientras el tren traquetea un poco. No logro saber si ahora habla consigo mismo o intenta retomar la conversación—. Son tantos en esta ciudad, los mayores ya somos muy pocos. ¿Sabe por qué?

Siento su mirada en mi nuca. Intento no moverme, dejar que se olvide de todo y que el tren avance más rápido para que el hombre se baje y me deje en paz.

—Es porque casi todos nacieron después del 2020 muchacho. Las generaciones que han venido haciendo nacer, todas son muy recientes. Casi nadie pasa los veinticinco años. Muy pocos de nosotros sobrevivimos a la Renovación Mundial, y la mayoría que lo hicimos éramos europeos o norteamericanos. Nos dieron dos opciones: morir en los grandes genocidios que alguien ha mostrado por las pantallas o someternos a duros juicios e interrogatorios para mostrar ser dignos del nuevo régimen, además de tener que callar el pasado —Se detiene por una tos molesta, yo me volteo un poco. Debo admitir que la curiosidad me gana—. Claramente no fuimos tantos los que logramos pasar los filtros. En sobremanera comparados a ustedes los jóvenes somos muchos menos... ¿Nunca le había parecido raro?

—N-no —expreso finalmente—. Nunca me había dado cuenta.

—Los jóvenes son los pilares de la Renovación Mundial. Casi todos nacieron en el nuevo régimen y por eso han podido manipularlos de manera tan fácil. Sin embargo, ellos olvidaron la chispa de la juventud. Una chispa tan frágil pero tan poderosa. Ah... —El hombre mayor vuelve a suspirar nostálgico—. Cómo añoro esa chispa.

Mi cuerpo ahora está completamente volteado hacia el hombre. Su pelo es abundante pero con una mezcla entre negro y blanco. Sus cachetes cuelgan un poco de su rostro afable. Su mirada oscura como la mía me observa de manera curiosa.

—¿Entonces por qué usted no...

Próximas paradas, Bolsa de Valores y Estación Centro Comercial. Próximas paradas, Bolsa de Valores y Estación Centro Comercial. La voz femenina me interrumpe.

El hombre empieza a hablar, intentando adivinar mis pensamientos.

—¿Por qué no hago parte de las protestas para revivir esa chispa? —Asiento sorprendido ante la sagacidad de su deducción—. Porque la vejez ya empieza a vivir en mí. Lo que quise y pude hacer ya lo hice en algún momento de mi vida. Ustedes los jóvenes son los estandartes de la actualidad. Si un cambio debe suceder, son ustedes los que deben hacer que ocurra, nadie más —Un brillo aparece en su mirada.

El tren empieza a disminuir la velocidad y la luz de la estación aparece en las ventanas del costado de la puerta. Un letrero de plástico y metal cuelga al lado de la plataforma, «Bolsa de Valores» Debajo del nombre hay una línea roja, indicando que esa es la plataforma de abordaje de los trenes de la línea oeste.

El hombre se levanta y camina hacia la salida. Las puertas se abren con un desliz sordo y el anciano sale a la estación. Se voltea y antes de que las puertas vuelvan a cerrarse sobre sí mismas, levanta una mano y se despide lentamente.

—Hasta luego, Marcus Z9. Espero que lo que hayan dicho sobre usted sea falso —Las puertas se cierran, dejando al hombre afuera.

Mis ojos se abren con sorpresa. Aquel hombre me había reconocido en el corto tiempo que hablamos. Y en el momento me cruza un rayo de temor, ¿alguien más lo habrá hecho? No me he cruzado con casi nadie en lo que llevo de recorrido, pero empiezo a tener un miedo real y profundo sobre este viaje. Mis manos se ponen frías y empiezan a sudar. Intento calmarme, respirando lentamente y pensando fuera de la situación.

—Una menos, faltan cuatro... —Repito como un mantra mientras froto mis manos sudorosas fruto de aquella conversación.

Aquel hombre no iba contra mí, pienso, repasando sus últimas palabras antes de que el tren hubiera tomado velocidad nuevamente. No puedo afirmar que me apoyara de alguna manera, pero no se había tragado las propagandas contra mí con tanta facilidad. Algo había de sabiduría en ese hombre que vivió el pasado y la Renovación; no puedo negar que siento un poco de envidia.

La edad es algo impresionante, va degradando al hombre pero lo va llenando de experiencias, como un jarrón que cuanto más dañado está, más capacidad tiene. Es por eso quizás que el régimen eligió tener una mayoría de gente joven. Un jarrón sin imperfecciones, brillante y barnizado, pero tan moldeable por estar recién hecho. Recuerdo a toda la gente con la que me he cruzado en mi vida, pero son muy contados los rostros de gente mayor. Todos somos jóvenes, el resplandor de la humanidad cubierto por una lona oscura que no nos deja ver más allá de lo que nos muestran.

Una leve sonrisa se escapa de mi control. Es como el futuro, tan amplio para todos por nuestra juventud, pero tan oscuro como siempre. En eso la edad no tenía quiebre, el futuro siempre era oscuro. El jarrón nunca sabía qué sería de él hasta que le sucediera. Solo el alfarero podría conocer su destino.

Pero ya no más, desde el día de hoy el futuro del momento será conocido y destruido. El destino no existirá más y estará únicamente condicionado por las personas, no por el régimen.

La voz femenina suena sorda al fondo de mis pensamientos, la próxima estación es en la que me debo bajar para realizar el cambio de línea. Aquella estación que algún día pisé con Polaris en busca de algo que ahora me parece tan superficial como la vestimenta. Me he deshecho de todo lo que me ataba al régimen, ahora tengo que hacerlo con el resto del mundo.

El tren se detuvo y las puertas se abrieron a una plataforma de muros de ladrillos y arcos catenarios.

—Una menos, faltan tres.

Foro Europeo, Centrea

Las puertas de roble retumbaban por los constantes golpes contra ellas. Desde las inmediaciones del edificio sonaba como un ruido sordo, lejano y ajeno. En la sala central del edificio no se escuchaba nada, y ahí estaban reunidos los veinticuatro senadores, observando el exterior a través de la gran pantalla que cubría una de las paredes, frente a ellos.

—¡Esto es inaudito! —gritó uno de los ancianos al observar los sucesos de afuera.

—¿Qué piensan que somos? ¡Nosotros creamos su ciudad, los creamos a ellos y les dimos lo que necesitaban! —Otro grito salió de los reunidos.

Los gritos volaban por la habitación. Aquellos ancianos usaban toda la fuerza que les daba la voz para elevar su inconformidad ante el hecho. Nadie se paraba de su silla, solo observaban la imagen e injuriaban ante ella.

—Es la naturaleza del hombre —Una voz calmada pero fuerte salió de un extremo de la sala, de un hombre que raramente hablaba en las plenarias—. Desean más allá de lo que tienen.

—¡Pero nosotros los controlamos para que eso no sucediera!

Varias expresiones de apoyo nacieron de las decanas gargantas de los senadores. Poco a poco iban bajando el volumen, intentando mantener el orden entre ellos al darse cuenta de la histeria que formaban entre sí. Al final, entre intervenciones, el silencio reinaba con las imágenes pasando mudas por la pantalla. Cientos de personas se encontraban agolpadas a las afueras del Foro, intentando destrancar la puerta principal y buscar respuestas dentro del edificio.

—El control total sobre algo tan complejo como la mente humana es casi imposible. Así los condicionemos para vivir por el régimen, así los encasillemos en alguna institución, algún trabajo, no podemos controlar algo tan incognoscible como las emociones humanas.

El senador que hablaba era de los pocos que entendía la situación y no vivían cegados por el ego y el poder. Sin embargo, al ser tan pocos siempre eran opacados por el resto y preferían vivir sus días de senadores en silencio. Ahora, se había decidido hablar e intentar abrirles los ojos a los ancianos políticos que intentaban entender la situación sin éxito.

—¿¡Y qué!? —respondió otro senador con todo el volumen que le permitía su vieja garganta—. Nosotros hemos sido por veinte años los líderes de la ciudad y ha salido todo bien, ¿por qué piensan ahora que ellos lo van a hacer mejor? Estos jóvenes no entienden el panorama general.

Señaló la pantalla que ahora enfocaba desde el cielo la turba de ciudadanos amontonados alrededor del edificio. Luego, la cámara cambió a un primer plano del hombre que estaba frente a las puertas. Era Humbert.

—Él es el culpable —apuntó otro hombre con su dedo esquelético—. Desde que salió de la Alcaldía de la Capital Mundial no ha hecho más que darnos problemas. ¿De quién fue la idea de darle casa por cárcel y no entregarlo a la Ley Mundial?

La sala volvió a caer en un pesado y turbio silencio. Ni siquiera una respiración se escuchaba en el recinto. Todos se sentían desposicionados, confusos, intentando recordar y reflexionar quién había tomado tal decisión.

—Fuimos todos —suspiró uno de los senadores radicales—. Magnus nos convenció de tenerlo vigilado en vez de echarlo del régimen a tierras abandonadas.

—Ese... Magnus... —Un puño golpeó uno de los atriles—. En muchos momentos hemos caído como marionetas de aquel hombre. Por su culpa la Capital Mundial está en su situación actual, y ahora las circunstancias se están trasladando aquí.

—¡Debemos hacer algo ya! —Una voz femenina rompió el ambiente, era la senadora Kilea—. No podemos depender más de la Capital Mundial ahora que está en la ruina. Necesitamos hacer un corte extremo, Centrea debe ser independiente de la otra ciudad. Así, ya no tendremos que lidiar con dos problemas sino sólo con la confusión que se vive ahora aquí —Todos los senadores escuchaban a la albina, asintiendo cada tanto la cabeza—. Centrea debe volverse independiente.

—¿Y romper el régimen en dos? —insinuó otro senador—, ¿el régimen que nosotros creamos? ¿El que finalmente unió al mundo?

Los ojos blancos de la mujer se dirigieron hacia el hombre que había hablado, uno de los más jóvenes junto con ella, aunque ya estuviera entrado en edad. Su mirada reflejaba cinismo e inconformidad.

—Es una medida drástica claro está. —La mujer colocó sus manos sobre su atril—. Pero la Capital Mundial ya no pertenece al régimen, hemos perdido todo control sobre ella. Volvernos independientes no es partir el régimen en dos, porque el otro trozo al otro lado del océano ya no es régimen. No hay orden en las calles, no hay paz en el interior de los ciudadanos ni tampoco convivencia de estos con el régimen. Solo les queda un insulso sentimiento de libertad que no pertenece a nuestro régimen. Es hora de dejar el pasado atrás. Procurare ad profectum humanitatis senadores, nunca lo olviden.

En ese momento las dudas se despejaron. Por un momento, en el interior de las mentes de los senadores ocurrió un clic y descubrieron que el régimen estaba cambiando. Que no era algo estático que perduraría por cientos o miles de años del mismo modo. Que avanzaría, se moldearía y cambiaría porque está conformado de ciudadanos, ciudadanos humanos que también avanzan, se moldean así mismos y entre ellos, y que cambian. Se dieron cuenta por un momento que la humanidad no puede ser controlada completamente y que no podían luchar contra ella infinitamente creyendo que siempre se iba a ganar.

Por un momento, todas las mentes del Foro se alinearon hacia una verdad que estaba frente a sus ojos pero que no podían ver, como un objeto que está tan cerca pero no se puede enfocar.

—Haremos a Centrea independiente —reconoció uno de los hombres, como si estuviera intentando hacer un resumen de lo revelado. Todos asintieron, dejando claro que eso ya sería un hecho—, la haremos independiente y cambiaremos las reglas de juego para que podamos seguir adelante en el poder. No podemos hacer que las mentes de ellos cambien, pero podemos prometer que las nuestras lo harán y que podrán ser gobernados por nosotros.

Uno de los senadores encendió su pantalla táctil persona y empezó a escribir de manera frenética en ella mientras el resto escuchaba las intervenciones.

—No podemos dejar que ellos gobiernen, pero podemos hacer que ellos dejen que los gobernemos —enfatizó Kilea de manera imponente—. Consigamos su apoyo de nuevo. Busquemos crear formas en las que puedan proponer sin quitarnos el poder a nosotros.

—¿Y quién va a ser el que salga a donde esa turba y les diga eso? —contratacó el senador radical, escéptico de las acciones que irían a tomar.

Todas las bocas se sellaron. Nadie tomó la iniciativa, nadie alzó la mano o alzó la voz, escuchándose únicamente el rápido tecleo del senador que había empezado a escribir el decreto por el cual Centrea se declararía como ciudad independiente.

El silenció duró un minuto o más, interrumpido un par de veces por quejidos o tosidos de los senadores más viejos, sintiéndose la tensión y la indecisión en el caluroso aire del salón octogonal. En un momento, el senador terminó de redactar, dando una señal tácita de que estaba listo para publicar el decreto. Volteó y observó al resto del Foro, el cual estaba en un trance estático. Los senadores se miraban entre ellos, congelados en sus sitios, intentando decidir quién saldría a dar la noticia. Volvió a mirar el decreto que había terminado de escribir, y esperando lo mejor, publicó el documento en la página oficial de Foro Europeo. Dentro de muy poco los noticieros se darían cuenta del decreto y la noticia se esparciría rápidamente. El cierre de los vuelos a la Capital Mundial o del puente Digrost que conectaba las dos ciudades sería algo a discutir más tarde, pero la decisión estaba hecha.

—Y bien... —dijo ante un Foro congelado entre miradas frías y calculadoras. Pensó muy bien antes de continuar hablando, pero necesitaba sacar a todos de aquel dilema—, ¿quién va a salir y calmar a la gente?

Todos voltearon a verlo de manera amenazadora, como fuertes empujones que lo intentaban sacar de la sala, manifestando en silencio que si no sería él el que saliera, que no dijera nada.

De repente, un sonido seco pero bastante fuerte retumbó por todo el edificio del Foro. Se escuchó el sonido de madera rompiéndose, de roble contra roca. De puerta contra suelo.

Un escalofrío recorrió las espinas de todos los presentes, como si estuvieran aguardando aquel momento pero sin saber que llegaría.

—Bueno —expresó el hombre con ideas radicales—. Eso resuelve el problema de decidir quién hablará con ellos. Seremos todos nosotros.

La línea Circular del Metro de la Capital Mundial es un tramo del servicio que recorre los cuatro centros de la ciudad. Conecta las estaciones principales del sistema y es la vía que usa la mayoría de personas para desplazarse por el Centro de la ciudad. La ruta no es completamente subterránea como el resto del sistema, sino que tiene tramos elevados, específicamente las secciones que atraviesan el río Profectus. Existen por lo tanto dos tramos de la línea que se encuentran elevados. El primero, que inicia en la Estación Alumina del Centro Comercial y termina en la Estación Centro Empresarial, y el segundo que va de la Estación Centro Político hasta la Estación Old Street donde empieza a transcurrir en túnel paralelo con la Línea Histórico.

En la enorme Estación Centro Comercial (al igual que en la mayoría de estaciones), para poder transbordar entre línea y línea tocaba recorrer a pie el camino. Desde de la plataforma de la Línea Oeste hasta la plataforma de la Línea Circular la ruta era atravesando la estación por completo, subiendo de las secciones subterráneas del edificio hasta el tercer piso del lugar, donde se encontraba la parada de la línea azul sobre el nivel del suelo.

—Faltan solo tres estaciones, faltan solo tres estaciones.

Todo el camino iba susurrando casi ininteligiblemente estas palabras, intentando darme fuerzas. Me daban un poco de coraje y el empuje para cruzar por una de las estaciones más concurridas del sistema gracias a sus tiendas acopladas y su posición estratégica en el Centro Comercial.

Subo un tramo de escaleras eléctricas, admirando en la subida la arquitectura subterránea extravagante del lugar. Subo otro tramo y llego al piso principal de la estación. La mezcla del diseño enladrillado y de arcos con las luces neón de los establecimientos era algo a lo que nunca podría acostumbrarme. Además, en relación al resto de estaciones por las que había pasado, esta bulle en gente caminando hacia toda las direcciones. Muchos no llevan nada consigo, pero otros cargan bolsas de compras, mochilas, entre otras cosas. Las tiendas están llenas y el camino hacia la conexión con la línea púrpura que llevaba daba un tramo más rápido hacia la Estación Centro Político parecía un río raudo de personas. Intento concentrarme únicamente en caminar hacia la plataforma de la Línea Circular, poner un pie delante del otro, seguir las señales, subir escaleras y atravesar arcos enladrillados. Siento que hay miles de ojos clavados en mí, pero cada vez que volteo la mirada no veo a nadie observándome. Todos andan distraídos en sus objetivos, sin notar mi presencia. Parezco un fantasma en un mar de gente. Un individuo invisible ante la sociedad que me rodea, algo insignificante.

Empiezo a acelerar los pasos, con una emoción extraña que empieza a llenar mi cuerpo. ¿Soy nada en este mar de gente? La pregunta empieza a golpear mi cabeza. Si soy nada, ¿entonces lo que haga en realidad puede servir de algo? Intento responderme que sí, gritarme a mí mismo mentalmente que hasta ahora todo ha funcionado sin problemas, pero los nervios se apoderan de mi cuerpo, acelerando mi caminar, apresurado, como si huyera de algo.

En un momento, mis ojos observan sobre mí, pegado en la parte superior de un arco catenario de ladrillos, el letrero que esperaba.

«Línea Circular. Dirección Norte»

El tren llega apenas cruzo el arco y corro para entrar en uno de los vagones. Adentro hay más gente, jóvenes, distraídos en sus pantallas táctiles, con el cuello curvado y la cabeza hacia abajo, mirando las pantallas. El bus no va vacío pero tampoco está colmado de gente. Las puertas se cierran detrás de mí, y comienzo a regular mi respiración, huyendo de aquellos nervios que persiguen mi cuerpo sin detenerse.

Apenas el tren toma velocidad y sale de la estación, la visión de la ciudad llena por completo las ventanas. A lo lejos, una maraña de rascacielos de vidrio y metal se alza triunfante hacia el infinito cielo, el logro de una ciudad que está cayendo hacia las profundidades. Sin embargo, al caer, busca en lo oscuro la luz, la base de todo hombre, la verdad y la libertad.

Y siento en lo profundo de mí, que he hecho lo correcto y que estoy el tren me lleva hacia mi nuevo destino, uno cubierto de estática esperando a ser encontrado.

Próximas paradas, Mirador del Río y Estación Centro Político. Próximas paradas, Mirador del Río y Estación Centro Político.


¡Hola! Les habla el autor uwu

Para los que no sigan el grupo en Facebook, desde hace varios capítulos he realizado una cuenta regresiva desde el número 11. La imagen que corresponde a esta vez es esta: 

Y si están pensando que ese es el número de capítulos para acabar el libro pues... están en lo correcto.

El capítulo de hoy es el penúltimo capítulo de la historia.

Así que, disfruten lo que queda de esta aventura.

Los quiere, Sergio A. Mejía uwu

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