31.
—¿¡Que quieres hacer qué!? —grita Sandra conmocionada por lo que acababa de contarle. Hace días no había hablado con ella. No sé si ella me evitaba o simplemente no nos cruzábamos pero desde la llegada a la ciudad no había hablado mucho con ella.
Suspiro con un deje de duda, ni yo mismo estoy seguro de lo que había dicho, pero la idea me había arrollado tan fuertemente que no podía sacármela de la cabeza.
—Lo que escuchaste. Quiero volver a Destino S.A.
—Pero... ¿¡para qué!? —La sorpresa inunda su cuerpo y parecía salida completamente de sus casillas.
—Piénsalo. Puede que Magnus se haya ido a quién sabe dónde, puede que el Foro esté rodeado de manifestantes que piden un cambio de gobierno. Cualquier cosa puede estar sucediendo en el mundo, pero todo está grabado en los vídeos que guarda la empresa. Si ven que todo está al borde del colapso, pueden usar de alguna manera el futuro de las personas.
Mi argumento parecía bastante lógico, pero Sandra no parece convencida, manteniendo una postura a la defensiva.
—Si lo que dices es así, ¿no piensas que ya pueden estar allá? Estamos literalmente al borde del colapso —expresa estirando su mano hacia el exterior—. Además, ¿cómo crees que llegarías hasta el Centro Político? ¡Durarías horas caminando y ni siquiera podrías pasar el retén del campo de energía!
El volumen de su voz parece una montaña rusa desenfrenada. En unos momentos parecía un vil susurro que solo yo alcanzaba a escuchar y en otros unos gritos al aire que hacían que muchos volteasen sus miradas hacia nuestra posición.
—La ciudad está en caos. No hay mejor momento para ir. La Policía del Orden fue completamente abatida en la manifestación de la Plaza Principal. El Orden y la Convivencia tienen aseguradas ciertas partes del Centro Político y los suburbios cercanos pero nada más. El resto de la ciudad debe estar sumida en un mar de gente en las calles sin rumbo alguno.
—¿Y el campo de energía? ¿Lo atravesarás como alguna persona que hace magia? —La idea parecía que se enraizaba lentamente en su cerebro, pero ella está aún renuente a dejarme ir. Quizás, en el fondo, sabe que es inevitable que me haga retroceder ante alguna idea, pero sigue luchando por alguna razón que no alcanzo a entender.
—En el mejor de los casos los puestos estarán desiertos al igual que muchas de las oficinas de la ciudad. Si no, implorar que todo rastro de mi «culpabilidad» haya desaparecido del sistema en el momento en que yo lo hice de este mundo.
Mi cuerpo tiembla con una mezcla de emoción y miedo. La única manera de terminar esta rebelión era arrebatándoles el mayor orgullo que tenía el régimen. Si ya no tenían a los ciudadanos bajo su poder, serían incapaces de controlar de alguna manera las acciones y el destino de estos.
—¿Le has contado esto a alguien más? —Sandra rodea sus ojos al decir esto.
—Hasta ahora no... Fuiste la primera con la que me crucé.
En realidad, la había buscado ya que extrañaba hablar con ella. Como un respiro, ella me recordaba la vida libre y sencilla que habíamos tenido en la Cueva. Me brindaba paz y me sentía reconfortado por ser su amigo.
—Ajá —respondió con un tajo de incredulidad—. Solo me quedan un par de dudas. ¿Cómo vas a caminar los casi diez kilómetros hasta el Centro Político? ¡Durarías horas a pie! Si no tienes otra idea completamente segura, haré todo lo que tenga en mi poder para no dejarte ir.
Esa pregunta me había puesto en una encrucijada para responderle. Nunca había pensado bien cómo llegar hasta el Centro Político. Mi mente sólo se había posicionado ahí, frente a la escalinata que daba a la entrada de vidrio del rascacielos, y había trazado todo el plan que parecía utópico. Era conciso, rápido y eficaz. Requería que la empresa estuviese lo suficientemente vacía para que nadie me detuviera o lo absurdamente llena para que nadie notase mi presencia. Alguno de los dos casos debía darse, pero solo lo sabría hasta volver a entrar en el estómago de aquel encumbrado edificio.
Solo se puede llegar hasta el Centro Político cruzando las avenidas que atravesaban la ciudad conectando los suburbios con la zona central. Se podía entrar caminando pero muy poca gente lo hacía. Gastaba tiempo por las largas caminatas que tocaría hacer. El proceso de verificación en el campo de energía era el mismo, solo que la persona atravesaba un detector de metales, colocaba su pulgar en un lector para la identificación y seguía sin más percances.
Casi nadie tomaba esas rutas peatonales paralelas a las avenidas de seis carriles que entraban al Centro de la ciudad. La mayoría de gente buscaba la forma más rápida y eficaz para llegar sus trabajos.
Y esa forma siempre se resumía en una.
—Voy a hacer lo que cualquier ciudadano común que viva en los suburbios haría. Voy a tomar el metro.
La idea era tan sencilla pero era la mejor de todas. Miles y miles de personas tomaban el metro cada hora de un lado a otro. Las velocidades de los trenes eran tan altas que uno llegaba en poco tiempo a su destino; y la infraestructura era tan limpia y bien cuidada que era la primera opción de la ciudad para transportarse.
No sé si por la simpleza de la idea, o por lo intuitiva que era, Sandra no se inmutó.
—¿El metro? —Su ceja se alzó como un instinto— ¿Seguro?
—Es la mejor idea —respondo, convenciéndome cada vez más de que era la idea por excelencia.
—¿Y el pasaje? Para eso tendrías que pagar con tu cuenta bancaria. Dudo que siga existiendo.
Mi pie empieza a golpear suave y rítmicamente el suelo. Todos nosotros desaparecimos de la ciudad y con ello, todos los trazos de nuestra identificación en la Capital. Los pasajes del metro se descuentan automáticamente de la cuenta asociada a nuestra huella dactilar apenas pasábamos el lector por las entradas de las estaciones.
—Debería preguntarle a Polaris si puede crearme una cuenta falsa con un poco de dinero en ella. O quizás ella podría pagar el pasaje, o tal vez ella podría...
—Ya entendí, ya entendí —Me corta súbitamente—. Ve a preguntarle, yo estaré con Leon mientras tanto. Cuando tengas la decisión me avisas, no quiero que te equivoques a esta altura del suceso.
Sin decir más, Sandra se va caminando con un aire apresurado. La sigo con la mirada por un momento y luego empiezo a caminar hacia mi propio destino. Avanzo por la ruta que he tomado casi todos estos días y subo a la oficina del segundo piso con el fin de encontrar a Polaris. Empero, apenas abro la puerta, observo que no está dentro de la habitación. Salgo nuevamente y escudriño con la mirada, apoyando mis manos en la baranda metálica. La bodega no es tan grande, pero no logro ubicarla entre la gente. Lo que sí noto es que ya no hay nadie en la zona de enfermos, lo cual me causa una leve satisfacción. O bien se curaron o fallecieron, pero pienso que cualquiera de las dos es mejor que estar sufriendo por semanas postrado en el suelo.
Vuelvo a bajar las escalinatas haciendo el típico ruido con los pies. Llego al suelo de concreto y empiezo a avanzar por el recinto buscándola. Primero decido ir hacia la zona de la comida, quizá bajo a comer algo. Cuando llego allá, observo que los que usualmente están encargados de repartir la comida, no están sentados sobre las cajas de alimentos como suelen estar sino están en el suelo, charlando entre sí.
No debería parecerme extraño, pero algo de esa escena rascaba en el fondo de mi cráneo. Me acerqué y saludé como si fuese cualquier día.
—Hola Marcus, ¿qué tal? —me responde uno de los jóvenes, el rubio, ante mi saludo.
—Bien, supongo. Estoy buscando...
—¿Comida? —Me interrumpe otro, de piel trigueña y con el cabello dorado—. Si es eso me temo decirte que ya no hay.
—No, no es comida... Espera. ¿Dijiste que ya no hay más comida? —Mi respiración comienza a agitarse.
Los tres asienten lentamente al mismo tiempo, con una pesadumbre que parece extenderse por el aire.
—Hemos estado por lo menos dos semanas en esta bodega comiendo únicamente lo que había en ella y somos unas cuarenta personas. La comida no duró mucho así la estuviésemos racionando.
—Pero... ¿no hay nada? —No quiero creer lo que me están diciendo. Cuando llegamos recuerdo ver múltiples cajas llenas de comida de todo tipo, como una reserva para el invierno.
Los tres responden consecutivamente, con cada palabra ensombreciendo aún más la situación
—Nada.
—Ni una manzana.
—Ni un pedazo de carne.
En ese instante noto detrás de ellos que las cajas están desarmadas. Los maderos estaban organizados y formaban un par de pilas de no mucha altura. Eso era como un golpe completo de que lo que decían era cierto y no una simple exageración.
—¿Ulio ya lo sabe? —Uno de ellos asiente—. ¿Y qué dijo?
—Que tendríamos que salir para conseguir más comida.
—O pedirle a esa chica que haga algo similar a lo que hizo con la ropa —El chico agarra su chaqueta en forma de argumento.
La mención de Polaris como «esa chica» me genera un poco de resentimiento, como si ella fuera alguien distante a todos. ¿Por qué despreciar a alguien si al fin y al cabo de todo somos humanos?
—A propósito de ella —Ahora yo soy el que hablo—. ¿Saben dónde está?
Los tres vuelven a responder con un gesto al unísono, alzando los hombros en señal de desconocimiento.
—Quizás está con Shaile —opina uno—, he visto que habla con ella muy seguido.
Les agradezco y me alejo con una mala sensación en el estómago. La falta de comida es algo nuevo con los que debemos lidiar cuanto antes, pero necesito consolidar mi plan primero.
Doy un par de vueltas por toda la bodega, buscando a Shaile o a Polaris. Veo un montón de caras conocidas y otras que poco a poco reconozco más, pero ninguna es la de alguna de las dos mujeres que busco.
Al final, me siento derrotado, recostando mi cuerpo sobre una de las paredes de metal de la construcción. Mi estómago empieza a sentir un vacío provocado por el hambre incipiente. Y como si este hubiera gritado, una puerta cercana a mí se abre justo después, respondiendo al llamado.
La puerta ancha de metal que daba al exterior, bloqueada con una contraseña que se cambiaba cada dos días, se abrió de par en par. De ella, salieron —o mejor dicho, entraron—, dos mujeres que correspondían exactamente a las que estaba buscando. Venían jalando un par de carretillas con múltiples cajas de cartón sobre ellos. Me levanté por instinto y me acerqué a ayudar. Agarré con una mano el manubrio de una de estas y me puse a jalar.
—¿Qué significa esto Polaris? —Rompo el silencio incómodo.
La chica suelta el carrito y deja todo el peso en mis brazos. Se acerca a la puerta y la cierra, bloqueándola nuevamente con la contraseña.
—Es comida. Ya se había acabado —responde con naturalidad.
—¿Ya sabías? —interrogo con curiosidad.
—Sí. Aquel hombre moreno... ¿Ulio es que se llama? Me contó la situación. Decidí entonces salir a conseguir algo, Shaile me acompañó.
—P-p-pero, ¡es peligroso! —berreo sorprendido de que hubiera salido sin más preocupación—. Cualquier persona pudo haberte visto, pudo haberte seguido...
Polaris comienza a reírse junto con Shaile. Ambas parecen burlarse de mí.
—Marcus —Polaris me coloca una mano en el hombro—. La zona está desierta. No hay ni un alma en cuadras a la redonda. Todos han abandonado la zona sur de la ciudad y han ido al centro o a los suburbios del norte. En los blogs muchos parecen que se han ido de la ciudad hacia el occidente o a Centrea. Teníamos la oportunidad así que salimos por comida a una de las bodegas de alimentos que había por aquí.
Shaile asiente cada tanto, confirmando todo lo que dice la pelinegra. Mis ojos se iluminan al escuchar que la ciudad está con mucha menos gente.
—Entonces... —Me detengo a mitad de la frase.
—¿Entonces...? —repite con el mismo tono que yo había usado.
Tomo un largo respiro y procedo a contarle todo lo que ya le había dicho a Sandra. Desde salir y tomar el metro hasta el centro, entrar a Destino S.A., bajar al sótano y...
—¿Enviar todos los videos a las personas? —pregunta con una mezcla de sorpresa y horror.
Asiento con cierto fervor, ignorando el tono de su respuesta.
—¿Por qué no borrarlos y ya? ¿Qué necesidad hay de mandárselos a la gente?
—Si los borramos, podrían volver a hacerlos. Si el proceso puede repetirse no ganaríamos nada. En días, meses... tarde o temprano los videos volverían y no habríamos logrado nada. Sin embargo, si las personas lo ven, el video se estropea. Tal como sucedió con el video de Isaías. El futuro predeterminado, el destino de las personas desaparecerá. Ya nada estará atado a los videos. Así hagan nuevos vídeos, el destino ya no estará escrito, ya no podrán hacer nada al respecto.
Polaris se queda un largo tiempo en silencio, mostrando una mueca en un momento u otro. Ahora que había dicho el plan en voz alta, me sonaba mucho más convincente que antes. Parecía infalible y la situación de la Capital me ayudaba más que nunca.
—¿Y si el metro ya no funciona?
—Nunca van a apagar el sistema circulatorio de la ciudad.
—¿Cómo vas a entrar al sótano?
—Investigué el modelo de holograma y el firewall es bajo o casi nulo. La empresa al parecer creía que nadie fuera de los guionistas sabría sobre la entrada del sótano.
—¿Estás consciente que el envío de millones de videos puede gastar cantidades inimaginables de energía y tiempo?
—La empresa debe tener generadores internos además de estar conectada a la red eléctrica de la ciudad. Dudo que me falte electricidad.
—¿Y el tiempo?
—Yo mismo supervisaré que el proceso se haga completo.
—O sea... ¿vas a ir solo?
Su mirada reflejaba algo que no lograba desencriptar. Hago silencio, observándola e intentando entender qué sucedía en su mente.
—Sí —respondo finalmente—. No podría aguantar que alguien saliera perjudicado por mi culpa, ya les he hecho más daño del que quisiera.
—¿Entonces por qué me cuentas todo esto? ¿Por qué no sólo te vas a la empresa que te mató? ¿Por qué no lo haces sin pensar como siempre lo has hecho? ¡Shaile me contó todo lo que hiciste en la Cueva! ¡Siempre te ibas solo, siempre hacías lo que querías! ¿¡Entonces por qué ahora, después de que por fin estás con más personas, por qué no quieres que te ayudemos en lo que quieras!?
El volumen de su voz se había elevado paulatinamente hasta parecer un grito sollozante. No estoy seguro, pero creo haber visto una lágrima resbalar por su tersa piel. La sangre se sube a mi cabeza, enrojeciendo mi piel y haciéndome bullir de pena y una leve ira. Siento que mis ojos se llenan de un agua salada como el mismo dolor humano.
—¡Porque no quiero que nadie salga perjudicado! ¡Mira todo lo que ha ocurrido! —respondo entre sollozos.
Shaile interviene entre grito y grito, intentando poneros aparte y que no nos despellejemos el uno al otro con palabras.
—¡Has salvado a esta gente, eso es lo que ha ocurrido Marcus! ¡Entiéndelo! —exclamó con un volumen moderado pero fuerte.
—Yo... —La respiración de Polaris es entrecortada por sus lágrimas y sollozos—. Yo no quiero volver a perderte Marcus. No quiero.
Aprieto los labios, intentando no desmoronarme.
—Eso no ocurrirá, te lo prometo.
Me acerco a ella y la abrazo con todas mis fuerzas. La chica se resiste por un momento, pero pronto me rodea con sus brazos y hunde sus manos en mí. Yo respondo abrazándola más fuerte y siento cómo la respiración de ambos se va tranquilizando lentamente.
Después de un minuto, o dos, el tiempo se mezcla y desaparece, disolvimos el abrazo y nos miramos fijamente.
—Entonces, —me dice respirando lenta y pausadamente para poder calmarse del todo—, ¿qué necesitas?
—Poder entrar al metro. Estoy seguro que ya no tengo cuenta bancaria, así que no puedo pagar el pasaje. No sé, quizás podríamos crear una cuenta falsa...
Al instante, Polaris negó con la cabeza.
—El sistema financiero de la Capital Mundial es infranqueable. Es imposible crearte una cuenta bancaria así sea con unos pocos Belios.
Dejo salir un largo suspiro. Sin pagar el pasaje es imposible entrar al metro de la Capital. Colarse era físicamente casi inverosímil, el pasaje era relativamente barato, así que nadie pensaba en entrar a la fuerza al sistema de transporte.
—Pero, podrías llevar un impreso con mi huella impresa en él —opina, colocando su mano en el mentón.
—¿Qué? —suelto sin pensarlo, confundido.
—Así como lo oyes. Coloco la huella de mi pulgar en un caucho o un papel. Tú lo pegas en tu pulgar y lo pasas como si no pasara nada. Un poco de suerte y no sacará problema.
—Hmm... —La idea no parecía mala, pero siento que es descabellada—. No sé, parece muy difícil de hacer e improbable.
—En realidad no lo es. Solo necesitamos un tris de tinta de algún esfero o impresora y un trozo de alguno de los materiales. Apuesto que hay ambas cosas en esta bodega. Yo iré por el caucho, tú puedes buscar tinta en la oficina.
Asiento dubitativo, pero las ideas que ha tenido siempre han salido bien, así que me permito emocionarme un poco y salgo corriendo hacia la oficina, con una energía física que no sentía hace mucho tiempo. La sangre bullía agitada por todo mi cuerpo y me sentía mejor que nunca. ¡Algo por fin iría bien! ¡Todo esto terminará pronto!
Subo las escaleras de dos en dos y llego a la puerta después de casi tropezarme por la velocidad que llevaba. Entro a la habitación y empiezo a buscar en todos los estantes algún esfero al que le pudiera sacar la tinta. Reviso cada estante y cada cajón pero no encuentro nada. ¿Por qué iría a hacerlo? Casi nadie usaba esferos actualmente y mucho menos en una oficina de lo que parecía un gerente.
Vuelvo a revisar los estantes y encuentro algo que había pasado por alto en la primera repasada que había hecho. Era un cilindro grueso, casi tan largo como mi antebrazo y hecho de metal recubierto con plástico negro. Tenía una abertura que cruzaba todo el diámetro del objeto, de largo casi tan ancho como el mismo cilindro. Tenía varios botones en su superficie y un receptor para un cable de pantalla táctil. Nunca había visto en físico una de estas, pero las había visto en La Academia. Era una impresora portátil.
Agarro el objeto relativamente pesado y lo tanteo entre mis dos manos. La ranura es donde se colocaba el papel, el cual después de activar la impresora iba pasando con ayuda de unos rodillos por los inyectores y salía por el otro extremo con la letra impresa. Manipulo el cilindro y observo uno de las caras redondas. Ahí se lograba ver cuatro círculos pequeños que rodeaban el centro del círculo. Son tapas, así que abro una e inclino la impresora para que un pequeño cilindro de plástico transparente cayera grácilmente en mi mano. El tubo está lleno de un líquido medianamente espeso de color negro. Agarro con fuerza el pequeño tubo y dejo la impresora en su lugar. Ya tenía lo que quería.
Bajo nuevamente hacia la entrada y mientras desciendo los peldaños observo cómo están distribuyendo la comida que Shaile y Polaris trajeron hace nada. Ellas estaban ya nuevamente en la entrada.
Apenas llego les muestro el pequeño tubo lleno de tinta y se lo paso a Polaris. Ella abre una tapa que tiene y coloca una gota en la palma de su mano. Luego, hunde con suavidad la yema de su pulgar y coloca el dedo en un trozo de algo que parecía ser papel pero más elástico.
Estuvo así, oprimiendo el dedo contra el papel un par de minutos. Lugo, retiró con precaución el dedo, dejando una marca en el trozo de material: Era su huella dactilar, la llave de la identificación de una persona. Algo único e irrepetible, y ahora me lo iba a dar.
Me extendió el pequeño trozo de papel e intento agarrarlo, empero, lo retira un poco hacia su dirección.
—Prométeme que no harás nada estúpido. Ve a hacer lo que tengas y vuelve rápido. Cuando todo esto acabe podremos salir sin tantas precauciones.
—Lo prometo —digo sonriendo, mientras recibo el trozo de papel.
Caminé hacia la puerta e ingresé la contraseña de salida. Estos días había sido un número muy especial, era el día en que yo había nacido.
La puerta se abrió con un sonido sordo y mostró el paisaje exterior. Al norte, lejos, los altos edificios del centro se erguían imponentes. Frente a mí, en la acera a un paso de la bodega, estaba cubierta de una capa blanca de nieve.
—Vaya... —suelto con un suspiro de admiración—. Está nevando.
Las pequeñas motas caían con una parsimonia desde el cielo hacia la tierra, llenando de paz la visión de una ciudad sumida en el caos.
—Como el día en que te encontré en el bosque —susurra con dulzura Polaris en mi oído.
Me da un ligero beso en la mejilla y cierra la puerta detrás de ella. Ahora estoy solo, en una ciudad que me ha visto caer una vez.
No dejaré que suceda nuevamente.
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