30.

—Queda usted expulsado de la Asociación por la Renovación Mundial Inmediata.

La voz madura de Milae veinte años más joven hizo un pequeño eco por las paredes de la sala de reuniones.

Sentado en la cabecera de una larga mesa de vidrio, la mirada del senador se clavaba fijamente en los ojos del hombre sentado al lado contrario de la sala. Entre ellos estaban los senadores más importantes, siendo testigos y soporte del despido que se estaba efectuando. Todos se mantenían en silencio mientras esperaban que el hombre dijera algo.

—¿A qué se debe aquella injuria? —expresó finalmente Isaías Oliveros.

Milae, lleno todavía de la energía de los años le respondió tajante.

—Usted es un peligro para la Renovación Mundial. No ha hecho más que ser un actor pasivo y peor siendo usted el cuarto renovador —La voz era calmada, pero imperiosa—. Además, junto con los demás miembros de la ARMI y los otros tres renovadores hemos evaluado el alto riesgo de incluir la libertad dentro de los ideales del nuevo régimen. ¿No ha pensado en todas las consecuencias que puede acarrear el libre albedrío? Así, hemos decidido expulsarlo de la asociación.

El puño de Isaías golpeó la mesa, haciéndola retumbar pero sin alcanzar a romperla o agrietarla.

—¡¿Creen que la libertad es un riesgo para el mundo!? ¡La libertad es la base del hombre! ¡De la sociedad!

—La misma sociedad que actualmente está podrida y llena de terror y violencia —expresó otro senador, sentado a la izquierda de Milae.

La mirada de Isaías giró abruptamente hacia aquel hombre que vestía un traje de paño.

—¡La Renovación es precisamente para eso! ¡Eliminar el cáncer y dejar lo bueno! ¡Reprimir la libertad es como si además de eliminar el tumor se le extirpara también los pulmones a un hombre!

Milae se levantó de un sopetón y con su voz fuerte detuvo la discusión.

—¡Suficiente! ¡La decisión ya se ha tomado! —Señaló con el índice derecho a Isaías, con un gesto amenazador—. ¡Deje el edificio inmediatamente!

Isaías también se levantó y apoyó sus manos en la gruesa lámina de vidrio.

—¡El mundo se enterará de todo esto! —Intentó contraatacar el cuarto renovador.

—¿Seguro? —Milae alzó una ceja a la vez que dibujaba una sonrisa macabra en su cara—. Recuerde que tenemos ojos en todas partes.

Isaías tragó saliva. Sabía de primera mano el alcance que tenía la organización sobre el país y especialmente sobre la zona donde se encontraban ya que era el lugar de construcción de la nueva ciudad.

—Ahora váyase. Si sabemos algo de usted o de que le ha contado algo de la última parte del plan a alguien... —El senador dejó la frase en el aire, sabiendo que el cuarto renovador entendería.

—¡La nueva sociedad no durará mucho sin la libertad! ¡Me recordarán cuando esto suceda!

Dicho esto, Isaías cruzó la puerta doble de madera y dejó la sala cerrando las puertas con un estruendo. Los senadores mantuvieron un silencio prolongado, convenciéndose que todo lo que hacían era lo correcto. Igual, la Renovación estaba a un paso de completarse.

Solo faltaba hacer nacer a la primera nueva generación.


Hicimos que el video se repitiera veinticinco veces en todas las pantallas públicas de Centrea. Veinticinco, una por cada senador del régimen. Hicimos que el video pasara las veces suficiente para que toda la población de la ciudad vecina lo observara y se les quedara grabado en la retina. Al final de cada reproducción nos atrevimos a colocar una frase en grandes letras blancas sobre un fondo negro.

«Y TÚ, ¿CONFÍAS TU VIDA A ESTAS PERSONAS QUE TE ROBARON LA LIBERTAD?»

Aquella fue la última transmisión que nos dejó Isaías como legado, y ahora que la habíamos transmitido, todo el plan que habíamos armado había llegado a su fin y con muy buenos resultados. La ciudad ahora se encontraba sin alcalde, y aunque muchas partes seguían funcionando con normalidad, la falta de una cabeza central desestabilizaba el orden económico y social de la ciudad. Miles de personas faltaban a sus trabajos. El centro estaba abarrotado de protestantes y gente que intentaba organizarse para encontrar la verdad a toda costa. Ahora era el turno de Centrea, de la cual conocía muy poco por nunca haber viajado al otro lado del océano. Lo poco que sé sobre la ciudad ha sido por la educación en La Academia y lo que cuentan de ella en los noticieros. Sin embargo, dudo que fuese muy diferente a la Capital Mundial, ambas fueron construidas por el régimen entonces no pueden diferenciarse mucho.

Entre estas cavilaciones había dejado la oficina del segundo piso hace rato y estaba caminando con Polaris por la zona principal de la bodega. Ayer ella había realizado un pedido masivo de ropa para todos y esta madrugada había llegado un camión lleno de vestimentas para el frio. El camionero se limitó a dejar las cajas en el suelo fuera de la bodega y se fue rápidamente a seguir trabajando ya que muchos de sus compañeros habían dejado la empresa. Ahora estábamos ayudando a entregar prendas a todos.

—¿Crees que funcionará? Allá las cosas no están tan agitadas como acá —Imagino las oficinas vacías y las calles repletas de gente sin hacer nada más que deambular. Vivieron toda su vida sin una libertad aparente y ahora tienen un afán por usarla lo más posible.

—Tocará esperar. Estar pendientes de noticieros, blogs y cualquier página. Si fracasamos allá, todo puede irse al traste.

—Es cierto —suspiro—. Si no hacemos algo contra el Foro todo volverá a la normalidad dentro de un tiempo. Por nada son los mayores manipuladores del régimen.

Me inclino y entrego una camiseta y pantalón del mismo color neutro a un joven que estaba sentado descansando. Polaris le entrega una chaqueta marrón y seguimos nuestro camino.

—Después de Magnus —añade ella, estremeciéndose un poco al recitar su nombre.

—No ha habido noticias nuevas sobre él. Es como si hubiera desaparecido...

—¿Como todos ustedes? —preguntó inquietada.

Alzo los hombros frunciendo el ceño. Suelto una pequeña sonrisa y entrego otro par de prendas. Siento cómo el calor se resguarda en mi cuerpo ya que estoy cubierto de ropa.

—¿No piensas que es más seguro salir ahora que no hay alcalde? —Dejo que mis pensamientos fluyan hacia el exterior.

—Pues sí, pero igual no podemos arriesgarnos. Somos decenas de personas y que aparezcamos de la nada es bastante misterioso —Los argumentos que me da son totalmente ciertos, pero siento un profundo deseo de volver al Centro de la Ciudad, así no sea lo mismo que antes —. Además recuerda los controles en las entradas del Centro. Nunca podríamos pasar.

Suspiro ante la cruda verdad que Polaris nunca ha dudado en decirme. Así haya sido la culpable de que desapareciera del mundo nunca ha dudado en contarme la verdad. «Igual ya estás nuevamente en la Ciudad» pienso. Nunca creí que regresaría después de todo lo que viví en la Cueva. Siento que debo aprovechar la situación, volver a la ciudad e intentar mejorar todo, volver a Destino S.A. y...

Mi mente se detiene completamente, como arrollada por un camión enorme. Viajo mentalmente hacia la Cueva, en aquel crudo momento que nos hizo escapar como ratas de nuestro seguro escondite. Recuerdo que entre toda la agitación una idea salvaje había aparecido en mi mente.

En mi mente aparece la guarida de Isaías, donde nos mostró su vida encerrada en cuatro bordes metálicos y una pantalla de cristal. Donde nos contó los resultados de su meditación sobre el tema.

«Isaías nos ha dado más de lo que hemos pedido y necesitado».

Y un pensamiento se aloja en mi cerebro, empezando a echar raíces por todos sitios. Mi mente ahora tiene una idea tan salvaje que podría ser posible en un mundo que ha caído en el caos de la humanidad.

«Necesito volver al sótano de Destino S.A.»

Milakea A9

Villa 0230, a 10 kilómetros de Centrea.

A Milakea siempre le gustaba pasear los fines de semana por el condominio de villas. El aire salino del mar llegaba muy ligeramente, y combinado con el aroma de los pinos que bordeaban la avenida principal la llenaba de éxtasis. Trabajaba en una empresa de cosméticos como directora creativa, así que dar esos paseos era parte de su trabajo.

A sus cuarenta años y haber vivido la Renovación Mundial, el color rojo de su pelo no se había desaparecido y vivía feliz en su trabajo. Sus ojos sagaces combinaban con una nariz pequeña y boca menuda. Muchos decían que su altura le ayudaba, pero ella sabía que en realidad no era muy alta. Ahora pensaba en otras cosas diferentes.

Ese día, sin embargo, necesitaba tal paseo relajante mucho más que cualquier otro fin de semana. Acababa de ver cómo su pantalla táctil extra grande repetía un vídeo decenas de veces sin parar, siempre con un mensaje al final que le ponía los pelos de punta. Había intentado apagarlo, le dolía el índice derecho de tanto hacer el gesto correspondiente. Había intentado apagarlo incluso con los botones en los proyectores que nunca había usado. Todo fue en vano. Si lo apagaba no pasaba un segundo hasta que se encendía nuevamente transmitiendo el video donde se había quedado.

Las últimas repeticiones ni siquiera las vio. Agarró una silla de roble moldeada, la giró y se sentó mirando hacia el lado opuesto del televisor. Se tapó los oídos con sus dedos, ni siquiera había podido quitar el sonido y no quería dañar sus recién comprados parlantes. Cuando todo cesó, tomó un largo respiro y espero hasta que sus manos temblorosas se calmaran. Luego de eso decidió salir a pasear y relajarse con los olores.

Salió de la mansión la cual se aseguró sola y caminó por el sendero empedrado lleno de musgo que la llevaba a la salida. Apenas cruzó el umbral de la casa empezó a sentir olores por todos lados. Las gardenias que estaban plantadas frente al pórtico de madera, los altos y delgados pinos que bordeaban el camino. El pasto estaba un poco mojado por una lluvia reciente así que emanaba un térreo aroma. Amaba todos los olores, así no fueran los adecuados para un perfume.

Cruzó el umbral coronado por dos pilares de mármol color hueso y salió a la avenida principal para recibir aún más esencias del aire. Había una ligera brisa del sur que traía los leves olores del mar y la ciudad. El asfalto y la tierra mojada regalaban otro olor que se sumaba al repertorio de su nariz. Arriba, el sol de mediodía brillaba y reflejaba destellos en el suelo húmedo de la calle.

No necesita palabras, puesto que su mente hablaba con olores y sus miedos habían desaparecido gracias a estos. Su respiración era calmada. Los sonidos de las pocas aves que estaban despiertas en esa época del año llenaban los agujeros de aquel sereno lugar. El condominio estaba lo suficientemente lejos de la ciudad como para que el ajetreo de la segunda ciudad del régimen no llegase a sus oídos.

De repente, un sonido que no había escuchado hacía mucho tiempo la sacó de su trance como si hubiera sido tironeada violentamente por alguien. Volteó su cabeza lo más rápido que pudo y confirmó lo que no creía.

El sonido, un leve pitido, provenía de la alarma de una puerta asegurándose después de abierta. Era tan rara la vez que lo escuchaba en ese lugar tan lejos de la ciudad ya que todas las casas del condominio tenían el mínimo de tecnología en sus exteriores.

Todas menos una.

La villa vecina a la mansión de Milakea rebosaba de la brillantez futurista del mundo. Era completamente moderna, minimalista y brillante. No era nada comparado al estilo románico, renacentista o gótico de las otras cientos de villas.

«Se supone que uno compra una villa en este condominio para eso. No para reproducir lo que se puede encontrar en cualquier lado del mundo». Recordó que le había dicho al dueño de aquella villa cuando la terminó de construir.

Y hacía meses que no había escuchado ese pitido. Es más, nunca más debería volver a escucharlo.

«Su dueño está preso por la Ley Mundial» pensó para sí misma. Pero sus ojos le decían otra cosa. Allí estaba, parado observando la avenida principal. No entendía nada de lo que sucedía, tanto que quedó congelada en su puesto y posición cuando el hombre volteó y la notó.

—¡Buenos días Milakea! —exclamó en un tono amable pero lo suficientemente fuerte para que lo escuchara—. ¡Hermoso día, ¿no?! ¿Qué tal los olores de hoy?

La mujer no respondió. La situación la había dejado completamente muda.

—¿Me acompaña a un paseo? Voy hacia Centrea.

Milakea apretó los labios y sentía sus manos empezar a temblar.

—T-tú, ¿qué haces aquí? —La voz le salía temblorosa pero con un deje de ira—. ¿No estás investigado por la Ley Mundial?

Humbert soltó una carcajada que hizo eco en las paredes de pinos de las villas. Luego alzó los brazos y dijo:

—No tengo ni idea, solo me dijeron que fuera a mi Villa y no saliera nunca. Supongo que es en parte un castigo.

—Entonces, ¿qué haces afuera? Estas violando la Ley Mundial.

Humbert se iba acercando hacia Milakea, caminando por el borde empedrado de la avenida.

—¿No viste la transmisión? No me digas que no crees que no hay algo que hacer. No me importa si la Ley Mundial me deja salir o no. En este momento me preocupo más por los ancianos que nos gobiernan, y estoy casi seguro que mucha gente piensa lo mismo. Son muchos ancianos encerrados en una habitación observando la ciudad desde allá. Nadie los ha visto caminar por la ciudad, observar las necesidades de la gente, ver cómo mejorar la ciudad. Solo observan y deciden por sí mismo. ¿No te sientes un poco avergonzada por estar bajo el mandato de gente así?

—Pero los senadores siempre han velado por nuestro cuidado. ¡La ciudad está mejor que nunca!

—Permanecieron como observadores con lo sucedido en la Capital Mundial. No hacen más que observar y observar. Su tiempo ha culminado, su época es el pasado y se quedaron allá. Si en realidad queremos mejorar la ciudad, necesitamos ideas nuevas.

La mujer se cruzó de brazos y levantó una ceja.

—Y supongo que dices que eres tú el elegido —reclamó con todas sus fuerzas—. El que mató a cientos de personas a escondidas.

El alcalde extendió sus brazos como haciendo un símbolo de humildad. Luego colocó suavemente su mano derecha en el hombro de la mujer.

—¿Por qué no mejor damos un paseo? Estoy seguro que la combinación de olores hasta la ciudad mezclada con mi historia le parecerá de lo más gratificante.

Milakea escuchó inicialmente a regañadientes la historia de Humbert, pero poco a poco fue relajando el ceño, realizando una pregunta de vez en cuando de forma inocente. Humbert le contó sobre Magnus, sobre los Aisce, sobre la máquina que los eliminaba. Le contó sobre cómo el CEO de Destino S.A. puso al Foro en su contra. Le contó sobre todos los pormenores de la ARMI, del cual la mujer solo conocía las siglas pero hacía años había olvidado que existían. Casi le relató toda su vida, hasta que la mujer escuchó la verdad y supo lo que tenía que hacer.

Y ella fue la primera. Apenas la pareja llegó a la carretera donde desembocaba la avenida principal del condominio, agarraron un taxi que recorrió el tramo faltante hasta el centro de la ciudad. La mujer pagó ya que Humbert tenía bloqueada su cuenta. El taxi, al ser de modelo automático, los llevó sin contratiempos hasta la plaza principal de Centrea.

El día estaba fresco y la brisa del mar se olía más fuerte que antes. La plaza era un área de dos cuadras de ancho cubierta por adoquines amarillentos, decorada con jardines de pinos y flores de la zona. En el centro, había una fuente de tres pisos encendida las veinticuatro horas del día. Mucha gente solía caminar por el lugar los días festivos o de descanso, y visitar las tiendas ubicadas a los bordes, decoradas como edificaciones de eras antiguas. Ahora, el lugar estaba lleno de gente reuniéndose hacia una de los costados del lugar, donde se ubicaba la fachada trasera del Foro.

—Parece que no somos los primeros, ¿ves? —comentó Humbert al observar la pequeña multitud que se acercaba hacia la plaza.

—Aunque no es tanto como en la Capital Mundial.

Humbert mostró una sonrisa sincera.

—Es que esa ciudad ya había firmado su condena hace mucho tiempo, era cuestión de esperar el momento en el que todo cambiaría.

El exalcalde y Milakea empezaron a caminar en silencio hacia la misma dirección de la gente que iba llegando. Al principio Humbert había logrado pasar encubierto, pero apenas una persona identificó su rostro, el rumor se extendió por las cuatros esquinas de la zona. Al momento la gente los rodeaba, susurrando entre ellos. Fue un hombre el primero en alzar la voz.

—¡Asesino! —La palabra flotó por el aire momentáneamente y se esfumó en el ajetreo urbano.

Los otros curiosos empezaron poco a poco a gritar cosas de diferentes magnitudes de gravedad. Muchos se mantenía en silencio, pero los más valientes gritaban sin miedo.

Humbert se detuvo en seco y observó a la gente que lo tenía rodeado a él y a Milakea. Los rostros estaban llenos de furia y miedo hacía él. La gente seguía gritando a su alrededor mientras él se imbuía en sus pensamientos, buscando cómo actuar en esta situación.

Al instante, recordó una imagen antigua que representaba a un hombre que caminaba por el medio oriente hablando sobre amor y paz. La imagen era aquella figura en la mitad, vestido con una toga blanca y alzando los brazos, estirados hacia las diagonales de su cuerpo.

Humbert alzó rápidamente los brazos, emulando la posición de la pintura que recordaba. La multitud calló al instante, curiosa de lo que sucedería.

Lo siguiente era pensar qué decir, pero Humbert ya lo tenía preparado desde hacía tiempo.

—Respetados ciudadanos, ¿quién es más asesino? ¿Un exalcalde que fue destituido por mentiras? ¿O un grupo de ancianos que observa cómo el mundo se cae frente a sus ojos? Les pido amablemente que me escuchen y luego puedan sacar las conclusiones que deseen.

La multitud que lo rodeó empezó a susurrar entre ellos. Se sentían desposicionados, pero a muchos de ellos les habían enseñado a razonar con lógica y no con los sentidos, algo muy coherente para el funcionamiento del régimen.

—Habla pues, Humbert. Di lo que tengas que decir y ya veremos nosotros si te creemos.

El exalcalde bajó lentamente los brazos y empezó a relatar u historia con las mismas palabras que le había contado a Milakea. El efecto de la multitud fue bastante similar al de la mujer, aunque Humbert tuvo que hacer un trabajo extra para poder convencer a una multitud al borde de la furia.

Respondió cada pregunta que le hicieron sin rodeos, exponiendo la verdad. Ya estaba cansado de mentirles a todos. Se sentía un hombre nuevo, más joven que nunca y con la mente iluminada gracias a su largo encierro.

—¿Acaso no hemos observado en todos esos videos que han aparecido sobre la crueldad del sistema actual? —Alzaba la voz lo suficiente para que todos los escucharan pero no tanto para no parecer gritando— ¿No se dan cuenta que las ideas que tenían que ahora son completamente contradictorias con los ideales que viven en nuestros corazones?

Poco a poco Humbert sintió que los ánimos se calmaban y que la gente cambiaba sus rostros de ira por entendimiento, extrañeza y los más cínicos, de leve repulsión. Sin embargo, consiguió que todos entendieran la verdad, la cruda verdad que pedían a gritos los manifestantes de la Capital Mundial. La sincera verdad que tanto había sido maquillada a lo largo de esas dos décadas. La completa verdad sobre las intenciones de los altos mandatarios.

—Si en realidad deseamos un progreso para Centrea, debemos ser todos nosotros los que la debemos formar. Nosotros somos los que vivimos en ella, trabajamos en ella día a día, caminamos sus aceras, habitamos sus casas. Somos nosotros los que hacemos que la ciudad palpite al ritmo del avance. Aquellos ancianos pudieron haber hecho un trabajo aceptable en el pasado, pero es nuestro momento de tomar el futuro de la ciudad en nuestras manos.

Y así, el Foro fue rodeado de una multitud que pedía a gritos miles de cosas. Cada persona tenía su idea en la mente, de libertad, de progreso, de aires nuevos. Pero todos en el fondo pedían lo mismo.

—¡Queremos ser nosotros quienes gobiernen en libertad la ciudad que nosotros vivimos!

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