29.

Plaza Principal, Centro Político, Capital Mundial


El estruendo de cristales rotos retumbó tenebrosamente por toda la plaza. Una roca sedimentaria, agarrada del jardín de arbustos que rodeaba una sección de la plaza, fue lanzada con presteza en dirección a la ventana de la oficina del Alcalde de la Capital Mundial. La ventana cedió y se deshizo en miles de pedazos que salieron volando en todas la direcciones posibles.

La plaza ya no daba abasto para toda la gente que se agolpaba frente al inmaculado edificio de la Alcaldía. Habían pasado varios días desde que el exalcalde Magnus había huido de sus labores y desde ese entonces la ciudad parecía caer en picada. Ahora había nuevos puntos de protestas, principalmente frente a las oficinas de Policía de Orden, Policía de Convivencia y Policía de Paz, aunque no eran tan masivas como la de aquella plaza.

Apenas Magnus desapareció del edificio sin dejar pistas de su destino, la noticia fue corriendo de boca en boca tan rápido como un rayo y el blog del funcionario que lo publicó se convirtió rápidamente en la página más visitada de la ciudad. El blog fue cerrado un día después, pero copias del mensaje y la interfaz se habían vuelto populares por toda la red.

El Foro no se quedó atrás, y ateniéndose a la Ley Mundial proclamó a Hirue como el Alcalde temporal de la ciudad mientras ellos adelantaban los trámites para unas nuevas elecciones, algo sin precedentes después de tan poco tiempo.

«En concordancia con el artículo número 135 del documento expedido por la Ley Mundial en el año 2026, se posiciona al ciudadano Hirue A2 como Alcalde temporal de la Capital Mundial mientras el Foro realiza las acciones y trámites para las nuevas elecciones de Alcalde. Este documento debe hacerse efectivo inmediatamente.»

Sin embargo, la situación terminó siendo mucho mayor que el nuevo Alcalde. El hombre mayor no había realizado todavía ninguna acción para detener los movimientos de las personas que bloqueaban los cruces y avenidas principales como intento de lograr que la Alcaldía o el Foro se proclamaran ante la situación de todos ellos. A Hirue no le quedó de otra que refugiarse en su oficina, bloqueando el sonido del exterior y oscureciendo las ventanas, mientras intentaba sin éxito conseguir un plan para contener todo aquello. Las fuerzas policiales, fuertes pero en muy bajo número por los estándares de la Ley Mundial, no serían suficientes para mitigar tal cantidad de protestantes. Buscaba desesperado la solución por cualquier lado, pero hasta ahora no la había encontrado.

Gritos, pancartas y exclamaciones tanto a viva voz como en los blogs académicos, los cuales poco a poco se iba convirtiendo en la única manera de interacción social en la red, habían sido las herramientas de los ciudadanos para llamar la atención. Pero cuando mísera roca chocó con el vidrio, volviéndolo trizas frente a una multitud conmocionada, todo fue diferente.

Un escalofrío recorrió la columna de Hirue cuando la piedra impactó en su oficina, como si aquel sonido fueran millones de agujas clavándose repentinamente en su cuerpo. ¿Cómo la situación escaló tan rápido? ¡¡Hace dos meses esta ciudad era un lugar completamente pacífico y normal!! Sus miedos de que los deseos e instintos que tanto habían luchado por enterrar profundamente volvieran a surgir ahora calaban su mente mientras escuchaba ahora los gritos y protestas de las miles de personas que se colaban por el agujero en su ventana, ignorando el bloqueo sonoro que se había desactivado por la destrucción del vidrio.

No pasó mucho tiempo hasta que todas las ventanas del edificio fueran destruidas por piedras similares, convirtiendo aquella hermosa fachada marmolada en un edificio similar a un pueblo producto de un abandono o una guerra.

—¡Señor Alcalde! —Una voz se levantó entre todas, proveniente de la puerta del despacho del Alcalde. Era su secretaria Verónica llamándolo desde el otro lado.

»¡Señor Alcalde! —reiteró, esperando una respuesta.

Apenas su oficina quedó al aire libre, Hirue se había escondido debajo del escritorio de madera. Para un hombre de su posición y conocimiento, se había reducido a un pequeño niño que huía de los espantosos ruidos.

—¡Señor Alcalde! ¡Debemos hacer algo o a este paso la Alcaldía será destruida! —Verónica gritaba, casi implorándole al Alcalde temporal que tomara una decisión. Golpeaba la puerta con ímpetu y terror.

El cerebro del hombre en traje y de pelo desordenado estaba detenido, completamente en shock. «¡Haz algo!» se gritaba, pero no reaccionaba. El miedo lo tenía paralizado completamente, haciendo sus extremidades temblar sin control.

La puerta de su despacho retumbaba por los golpes que Verónica le propinaba. Sin embargo, después de unos pocos segundos estos se detuvieron y la voz de Verónica gritándole a otra persona fue desapareciendo en el aire.

—¡Llamen a la Policía del Orden para un perímetro alrededor del edificio! ¡Y que alguien active el campo de energía!

Al instante, un domo de electricidad se activó rodeando completamente el edificio. El leve murmullo eléctrico y el tenue color azulado que expedía era la única prueba de que ahí había aparecido. Apenas fue activado, los opositores que estaban más cerca del edificio salieron despedidos hacia el exterior, cayendo varios metros a lo lejos. Las rocas y palos que chocaban con el campo de energía se desintegraban instantáneamente, cayendo convertidas en un polvo fino e inofensivo.

La sensación del zumbido del campo que protegía el edificio detuvo completamente los lanzamientos y la multitud calló por un instante. El desconcierto regaló un momento de paz al lugar, dejando en sopor y desconcierto a todos los participantes, incluyendo al propio Hirue, que el espontáneo silencio lo dejó más confundido de lo que ya estaba. Salió lentamente de debajo del robusto escritorio, temblando, y se asomó cuidadosamente para poder observar el exterior. Vio entonces miles de personas con ojos sorprendidos observando en su dirección, pero no a él, sino al inmenso domo eléctrico. No era nuevo para ellos, pues siempre tenían uno sobre sus cabezas protegiendo el centro de la ciudad. Pero observarlo cubriendo un único edificio y de manera tan notoria los anonadaba.

—Gracias Verónica —susurró con la voz rota para sí mismo, sabiendo que su secretaria había mantenido la cabeza fría ante la situación.

«Claro, ella tiene mucha más experiencia que yo en esta Alcaldía». Centrea parecía ahora una hermosa utopía comparada al estado actual de la Capital Mundial, cuando antes había sido de manera inversa. Él siempre había apreciado el estilo renacentista de muchas partes de aquella ciudad a orillas del Mediterráneo, aunque muchos se habían negado a construirla así. Pero bajo el ala del Foro, todos habían aceptado y ahora la ciudad era un mecanismo de reloj perfecto. El sólo se había encargado del papeleo y participaba en una que otra declaración pública.

«Todo se lo debo a esos veinticinco.» La Capital Mundial siempre había sido mucho más independiente del Foro que Centrea, y ahora mucho más cuando se habían negado a cooperar con Magnus para resolver la crisis que vivía ahora la ciudad. Y cuando el CEO de Destino S.A huyó, colocaron a Hirue en la cabeza de la ciudad, con esperanzas vacías de que lo arreglara. No estaba complacido con el posicionamiento, pero como la Ley Mundial lo dictaba, tenía que cumplirlo.

Pero no duró sino unas horas en su nuevo puesto hasta que el miedo envolvió en sus brazos, a aquel hombre maduro y serio que todos observaban como el rostro creador de Centrea. Él no tenía la mano de hierro de Magnus o la templanza del Foro. «Yo sólo sé agarrar de la mano a la ciudad para que siga su camino, no corregir esta senda».

Sus pensamientos lo habían absorto tanto que no se dio cuenta de que el bullicio había iniciado nuevamente, con la excepción de que la multitud ya no intentaba lanzar objetos hacia el edificio. El hombre se levantó temblorosamente, sabiendo que nada se arreglaría con él escondido como un ratón en una cueva. También sabía que sería casi imposible solucionar la situación. El régimen había sido fundado para un mundo sin paz y no se había imaginado que algo así sucedería.

Por esta razón, las tres ramas tenían el mínimo de oficiales que estaban ahí sólo para accidentes o eventos que sucedieran. Algún choque automovilístico, discordancias entre miembros de un complejo habitacional, interrupciones de tráfico, etc. Todo lo que atendían nunca había necesitado de una fuerza grande, así que siempre se mantenía un número bajo de uniformados. Hirue ahora deseaba más que nunca que no hubiera sido así.

Entre todo, las voces se alzaban al frío y pálido cielo.

—¡Cobardes! ¡Salgan y respondan! ¡Es lo único que queremos! —Los gritos de la gente calaban en los tímpanos del Alcalde temporal.

«Si quieren respuestas, podría dárselas y todo se solucionaría». Sin embargo, negó con la cabeza instantáneamente. Sus pensamientos lo intentaban traicionar, como pequeños demonios que ahora se alojaban en su cabeza y se reían reciamente de su posición. Contarles todo lo que sucedió hace veinte años sería corroborar los hechos que vieron en aquellos videos y asumir que el régimen había asesinado innumerable cantidad de gente por el beneficio de unos pocos. Además, no podía sacarse de la mente las miradas penetrantes de los veinticinco senadores —veinticuatro ahora que había fallecido Milae y buscaban un reemplazo— que esperaban que no hiciera algo que comprometiera aún más la estabilidad del régimen. Todos aquellos senadores ahora le causaban terror.

«Estoy en una encrucijada que no lleva a ningún lado». Se sentía como un muñeco zarandeado por las turbulentas olas de la población que apremiaba una respuesta al origen de sus vidas muchos más fuerte que nunca en la historia de la humanidad. Contarles la Renovación Mundial o permanecer en silencio, cada decisión era igual de peor que la otra. Sudaba frío y temblaba sin poder detenerse. Frente a él observaba ojos de miedo, de furia y de incertidumbre. Un agitado mar frente a él, capitaneando un bote de papel con miles de agujeros. Cada vez más fuerte, golpeando la pequeña embarcación en grandes peñascos, llevándola rápidamente al bordo de la desesperación.

—Yo viví toda mi vida para la política y ahora me doy cuenta que en realidad no he hecho nada...

Las palabras de culpa y remordimiento golpeaban su cabeza, generándole un dolor tanto emocional como físico. Se agarró la cabeza, cubriendo sus orejas intentando acallar el sonido de su mente y de la población frente a él. Empezó a retroceder, alejándose de la ventana, chocando con su fino escritorio, con su costosa silla, con la lámpara de piso colocada al lado de la destruida ventan. Hirue se zarandeaba, huyendo de aquel ruido, tropezando con la alfombra y los sillones de cuero para los visitantes.

Llegó a la puerta, mareado y con voces gritando en su cerebro. Chocó con la madera pulida de la entrada y cayó al suelo lastimándose el pecho, restregando sus orejas con el suelo.

—Que se callen... ¡¡No puedo más!! —Gritaba a pleno pulmón, aterrado por el ambiente que se había generado alrededor de él.

El grito alertó a Verónica, la cual estaba en su habitual puesto sentada en su escritorio a un costado de la entrada de la oficina, tecleando con prisa en su pantalla táctil. El alarido la sacó de su concentración y volteó la mirada hacia la puerta cerrada de la oficina del Alcalde. Escuchaba a Hirue gritar desde el interior, así que se levantó con prisa y abrió la puerta de un sopetón, para auxiliar al Alcalde de lo que fuera que hacía que aullara de tal manera.

—¡Señor Alcalde¡ ¿¡Qué sucede!? —exclamó casi sin aliento, observando al adusto hombre retorcerse en el suelo.

La voz de la mujer detuvo al Alcalde en su frenesí y volteó a verla, con ojos llorosos y llenos de miedo. Todo rastro del aspecto de alcalde serio, disciplinado, que había ayudado en los pasos iniciales de Centrea, había desaparecido en un abrir y cerrar de ojos y ahora estaba cayendo en una espiral sin fondo.

—A-aléjate... No puedes verme así... Soy el Alcalde... D-d-debo tener todo en control —El hombre se empezaba a alejar lentamente de la secretaria, como si fuera una fiera—. Y-y-yo soy el Alcalde, el Alcalde, p-pero... ¡no se callan! ¡No puedo hacer nada!

Retrocedía con miedo de Verónica, con un profundo e instintivo deseo de que no lo viera de esa manera, destruido en su propia zona de confort. Se arrastraba sin ver atrás para alejarse. Agachó la cabeza y pasó por debajo del escritorio para esconder su rostro del campo de visión de la secretaria, tambaleándose.

—Señor... Cálmese por favor, se puede encontrar una solución...

—¡¡Tú qué sabes si fuiste de los que el régimen no mató en el 2025!! ¡¡Eres afortunada, ¿sabes?!!

Verónica se acercaba lentamente hacia el Alcalde, buscando consolarlo con su instinto femenino.

—Por favor... Señor...

El Alcalde se puso de pie con sus piernas temblando frenéticamente y señaló con un dedo amenazador a la mujer. El desasosiego remolcaba su cuerpo de un lado para otro.

—N-no digas nada... Tú no sabes cuánta gente murió por culpa de todos, solo para ver nuestro ideal hecho carne. Tú, tú no sabes nada.

El miedo se había canalizado en terror, y ese terror parecía atacar a todo lo que parecía una amenazaba la seguridad de Hirue. Atrás, los gritos de la gente que alcanzaba a ver un poco de la escena que ocurría en el despacho se habían intensificado.

Hirue volteó la mirada a la ventana y se acercó al borde para observar a todos los reunidos allí para buscar la oscura pero reveladora respuesta. Frente a él estaba el sol, brillando con una fuerza inusual para el invierno en el que se encontraban. La luz del astro poniente iluminaba su rostro, cegándolo de sobre manera.

—¡Ustedes! ¡Ustedes son la culpa de todo esto! —Gritaba en un tono para hacerse intentar oir sobre el bullicio—. ¿Acaso no entienden que ocultamos la verdad por ustedes? ¡Considérense afortunados!

El hombre rabiaba y dejaba escapar las palabras de manera atropellada por su boca. La multitud respondió con aún más furia.

—¡¡Cobarde!! ¡Ocultarnos nuestro pasado es el crimen más grande que podría existir! ¡Queremos la verdad!

La última frase se convirtió en un grito de guerra y todos los protestantes empezaron a entonar la frase a viva voz, en conjunto, una y otra vez. «¡Queremos la verdad! ¡Queremos la verdad!».

—¡¡Vivirían mejor sin la verdad!! —El dedo índice de Hirue apuntaba amenazadoramente a toda la población.

El alcalde dio un paso adelante, intentado mostrar coraje y enfrentarse a todas las miles de personas. Pero su ceguera por la radiante luz del sol y la rabia que lo inundaba no le dejaron ver que ya se encontraba al borde del edificio.

Y entonces, un segundo después, Hirue ya estaba volando en el aire, en dirección al campo de energía, ante las miradas de miles de personas.

Y un instante más tarde, el tercer alcalde de la Capital Mundial en un periodo de menos de dos meses, ya no existía más que en una nube de polvo que se llevó el viento, cayendo inadvertidamente en las pulcras botas de los primeros oficiales que llegaban a la plaza principal del Centro Político. 

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-
Feliz cumpleaños a milena921999 :3

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top