27.
(Reproducir la canción de la multimedia uwu)
Tuve que esperar a la mañana siguiente para poder ver a Isaías, cuando me acerqué a saludar expresó que estaba cansado así que me pidió que fuera al día siguiente. Después de preguntarme brevemente cómo iba todo volvió a dormirse, no sin pedirme que le prestara la pantalla táctil que llevaba conmigo. Me pareció extraño, pero había sido tan amable con todos que no dudé en dársela. Igual no la necesitaría hasta el día siguiente.
La noche llegó apurada a la bodega aunque no sentía sueño. La adrenalina y la emoción recorrían mi cuerpo, sin contar el hecho de que había estado semanas bajo tierra sin un ciclo de día y noche que me regulase. Pasé todo el tiempo despierto caminando de un lado a otro, intentando de vez en cuando recostarme y dormir, aunque me parecía imposible. Observé a lo lejos a Polaris con Shaile, charlando hasta más no poder, como si las palabras dentro de ambas nunca se acabaran.
En la distancia también observé a Leon comiendo solo, con una expresión desafiante así estuviera solo. Somos tantos, pero a la vez tan pocos comparados a la grandeza del régimen. Si Magnus pudo borrar de la faz del planeta a cientos de millones de personas en el pasado tan fácilmente, ¿por qué no nos ha encontrado todavía y exterminado? Aquella pregunta me duró toda la noche, y muchas otras de ellas salían. Él tenía tantas maneras de encontrarnos que me parecía muy extraño que nada hubiera sucedido hasta ahora. Al final le atribuí la solución al miedo que tenía de lo que éramos capaces.
Por la mañana, apenas los primeros rayos del sol rozaron los ventanales del edificio, salí corriendo hacia la zona de enfermos para reunirme con Isaías.
Al caminar hacia él, desde lejos, parecía estar durmiendo boca arriba plácidamente, como lo había hecho este par de días, descansando para mejorar. Al acercarme, sentí algo extraño, como si el destino me susurrase al oído que había sucedido algo.
Llegué y me dispuse a despertarlo, cuando una fuerza invisible detuvo mi brazo a mitad de camino. Un aire frío recorría mi cuerpo y poco a poco fui notando que su cuerpo estaba rígido, carente de color y acostado en una peculiar posición
Sus piernas estaban completamente estiradas debajo de la manta. Los esqueléticos brazos estaban alargados hacia ambos lados de su cuerpo, formando una cruz con su cuerpo. La cabeza estaba recostada en el suelo, con los ojos cerrados y una ligera sonrisa congelada en su rostro. En su pecho, a la altura del corazón, estaba la pantalla táctil que le había prestado, apagada. Los rayos de sol empezaron lentamente a iluminar su cuerpo.
Al acercarme, con aquel mal presentimiento recorriendo todas mis entrañas, no dudé más en lo que había sucedido. Isaías había... había muerto en ese mismo lugar.
Instantáneamente mis piernas se doblaron, cayendo al lado del cuerpo del ilustre anciano. No duré en empezar a llorar desconsoladamente, derramando cada lágrima más llena de tristeza que la anterior, cargadas de los recuerdos de todos los que habían caído.
«La muerte es tanto vida como la vida misma». Había escuchado la frase en algún lado y ahora había aparecido en mi mente, pero no le encontraba sentido. La vida nunca había sido tan triste. Sí cruel o traicionera, pero nunca triste. Nunca había sufrido tanto, nunca en el pasado había llorado como aquella vez cuando descubrió el destino de Rihouel y ahora, que era lo mismo; el destino había cobrado otra víctima. Seguí llorando al lado del cuerpo, atrayendo poco a poco la atención de la gente que estaba rondando cerca.
¿Por qué? Era lo única que ahora retumbaba en mi mente. ¿Por qué el destino es más cruel con las mejores personas? Era desconsiderado, llegaba cuando quisiera y hacía lo que se le diera la gana. Era alguien rebelde que solo se preocupaba por el fin de las cosas a su modo. Alguien que te arrebata todo y solo queda su sonrisa macabra, dándote a saber que no hay nada más que hacer, que aquello es así porque sí. Pero, ¿por qué?
Sollozo tras sollozo fue llegando más gente a observar la escena, curiosos por los azares que trae el futuro. Escuchaba sus pasos alrededor mío. Mis ojos llenos de agua salada cubrían toda mi vista, mostrándome manchas y manchas moviéndose por todos lados, personas que iban rodeando el cuerpo de Isaías. No lograba entender la posición en la que él se había colocado antes de morir, pero eso incitaba la curiosidad de la gente que poco a poco iba formando un círculo alrededor de él.
Y luego, todos se arrodillaron ante el cuerpo y bajaron su cabeza, simulando mi posición. Nadie lloró más que yo, pero todos guardaron un profundo silencio que calló completamente el ruido de la bodega.
Al final, la vista de la escena era a la vez hermosa y trágica. Toda la gente de la Cueva postrada rodeando al cuerpo del anciano que tanto dio por esta comunidad esperando muy poco a cambio. Debía existir una palabra más exacta para describir a Isaías que altruista. Era compasivo, generoso, noble y miles de adjetivos más que no podrían ser recogidos en una sola palabra. Y es por eso que ahora todos respetaban aquel hombre que en vida conoció ambos lados del conflicto y decidió cuál debía lograr el éxito. Ahora, aquella comunidad sabía en silencio lo que había ayudado aquel anciano y le mostraban su apoyo en aquel final de su vida. Las lágrimas siguieron fluyendo lentamente, pero ahora recordaban lo bueno de la vida de aquel hombre y las cosas buenas que dejó en su caminar por este mundo.
Me levanté después de un corto tiempo, intentando limpiar las lágrimas de mis pómulos y me acerqué al cuerpo del anciano, enfocándome en la pantalla táctil que tenía en el corazón. Sin duda alguna, Isaías quería que la agarrara y la observara. Con cautela y respeto, me incliné hacia el pecho del anciano y agarré la pantalla táctil, retirándola lentamente. Me doy vuelta y camino entre la muchedumbre arrodillada, lejos de la escena. Detrás, todos empiezan a levantarse en silencio, volviendo con callados pasos a sus tareas y divagares.
Yo, sólo deseo observar el legado de Isaías guardado en aquella pantalla escondida entre mis brazos.
Y aquel legado, estremecería los cimientos del Foro en muy poco tiempo.
Magnus A1, Senador Milae 01 y otros 24 Senadores
Sala central del Foro Europeo, Centrea.
El holograma tridimensional de Magnus flotaba como un fantasma en frente de las veinticinco sillas y el podio de la sala. El Alcalde había declarado que no podía viajar a Centrea -aunque en realidad no quería ver la cara de aquellos ancianos-, así que se había arreglado una conferencia por holograma.
—Espero que entienda la gravedad absoluta del asunto Magnus, porque parece tomárselo a la ligera —expresó decorosamente Kilea, la senadora albina.
Su toga, al igual que su piel y cabello eran de un blanco inmaculado.
—Intento mantener todo en orden, senadora Kilea. Pero si aquellas personas tienen acceso a un video de mí en la Cena de Año Nuevo y en la Limpieza Latina no dudo que tendrán otros —El holograma no imprimía bien las facciones del hombre, pero la senadora notaba la preocupación en la cara del alcalde—. Mi reputación está en riesgo, no puedo apresurarme a tomar las decisiones.
Un senador, con líneas de pelo y piel arrugada y seca intentó levantarse de su asiento para hablar, pero el hombre a su lado le pidió que se mantuviera sentado y hablara desde la silla, el cual aceptó a regañadientes.
—Esperamos más de usted —La voz de Milae parecía un susurro que retumbaba por las paredes de la sala con acústica excepcional—. Muchos de nosotros apostamos que algo similar sucedería y es por eso que seguimos aquí para evitarlo. Debe poder arreglar esto antes de que nos afecte. Ya dejamos clara nuestra posición...
Una cascada de tos inundó la boca del senador, el cual se cubrió con su toga hasta que se detuvo.
—Entiendo aquello senador Milae, mientras no sigan subiendo vídeos todo estará en orden.
Una senadora anciana se levantó y contraatacó con su voz.
—Pero lo harán, es más que obvio. Debe estar preparado como nosotros lo estamos.
Magnus se cruzó de brazos.
—Ustedes sólo se exoneraron y se apartaron del asunto —masculló en un tono bajo Magnus, pero alcanza a ser escuchado por todos.
—¡No toleraremos esta amenaza! —exclamó Kilea furibunda apretando los labios—. El Foro lo ha debatido antes de su aparición y hemos decidido obligarlo a actuar.
—¿Eso es una amenaza? —La ceja de Magnus se alzó y el tono de la voz había cambiado.
Kilea se cruzó de brazos.
—El que nos estuvo amenazando hace unos segundos era usted, Magnus. Es por eso que decidimos expropiar la empresa Destino S.A. y pasarla a control directo del Foro Europeo.
La ira de aquel holograma se desató al escuchar aquellas palabras, rompiendo el silencio entre cada intervención.
—¿¡Cómo se atreven a quitarme la empresa por la que he batallado por más de veinte años!? No tienen el derecho para hacer eso, es una clara violación a la Ley Mundial.
Kilea volvió a reírse, parecía disfrutar aquella pantomima.
—¿Seguro? Yo recuerdo que hace veinte años la empresa quedó a tu nombre pero bajo nuestro patrocinio. Legalmente siempre hemos sido los dueños de la gran mayoría de Destino S.A., hoy solo la estamos agarrando de vuelta.
La senadora se acomodó en su puesto, y colocando una voz aún más solemne recitó:
—Aquellos senadores que estén a favor de expropiar la empresa Destino S.A. a nombre del Alcalde Magnus A1 y pasarla a control completo del Foro Europeo, levanten la mano para el voto.
Rápidamente, veinticinco brazos se alzaron en el aire, como estandartes de batalla en busca de victoria en un encuentro sangriento con el enemigo. Pocos segundos después, los brazos descendieron y observaron directamente hacia Magnus.
—¡Esto es traición! —gritó al aire el hombre iracundo— ¡No podía esperarme más de 25 adultos que sólo han observado cómodamente todo desde esta sala!
La senadora anciana volvió a tomar la palabra.
—Y tú la observabas desde tu sillón de cuero negro en Destino S.A. —Alzó los brazos en tono de mofa—. No somos muy diferentes, sólo que nosotros somos los poseedores del poder real...
Sin embargo, la leve voz de la senadora se vio obnubilada por un pitido que retumbó por toda la sala, indicando que había llegado un correo de alta importancia a la cuenta de correo del Foro.
Instantáneamente, los senadores bajaron sus cabezas y observaron en sus pantallas táctiles el correo que había arribado. Muy poca gente tenía acceso a aquel correo, utilizado únicamente para los asuntos de más alta importancia. Sin embargo, el día anterior había llegado un correo, hoy, similar al anterior, tenía un archivo adjunto. En él, había un nuevo vídeo.
Kilea alzó la voz mientras descargaba el vídeo.
—Al parecer se ha enviado un nuevo video señor Magnus...
Pero el holograma estaba vacío, expeliendo un chorro celeste de luz completamente vacío a la sala. Magnus había aprovechado el momento de confusión y se había desconectado, huyendo de la reunión.
»Cambio de asunto de discusión. Pasamos del asunto resuelto del Alcalde Magnus a la discusión sobre el nuevo vídeo, el tercero en su aspecto.
Una enorme pantalla táctil se encendió en la pared opuesta, en frente de todos los senadores. El brillo era leve pero se notaba que estaba ahí, proyectada por pequeños artefactos empotrados a ambos lados de la pared.
Kilea, al observar que el video ya estaba descargado en su pantalla táctil, lo mandó a la pantalla gigante con un gesto en la suya. En la pared, iluminada, había la cara de un anciano que todo el mundo en aquella sala conocía, y que no habían observado hace más de 20 años.
—Buenos días, senadores del Foro —expresó lentamente la voz de Isaías, tronando en las paredes de la sala.
La sorpresa fue aquella, de observar a aquel fantasma de un hombre olvidado, tan cercano al Foro, que el corazón de Milae no aguantó el observarlo, decidiendo tomar un infinito descanso, para meditar la razón de que aquel hombre siguiera vivo después de tantos años.
La Aguja, Centro Empresarial, Capital Mundial.
Cualquier otro día, aquel cruce de avenidas donde se levantaba majestuoso el rascacielos más alto de la ciudad hubiera estado lleno de empresarios con largas gabardinas y bufandas caminando por las aceras o surcando la intersección en autos magnéticos. Sin embargo, hoy había grupos de personas de distintas empresas y cargos, caminando desde varios rincones del este de la ciudad hasta el Centro Político, con destino a la Plaza Principal. El frío no era impedimento para ellos, que protestaban a viva voz, pidiendo respuestas sobre los vídeos y explicaciones al Alcalde. Habían abandonado sus puestos de trabajo, vestidos únicamente de gabardinas, sacos y sus propias voces para exigir por la verdad de su día a día, puesto que la confusión que ahora cimentaba su mundo había sido expuesta a la luz.
Muchos de los que caminaban por aquel concurrido cruce observaban a los protestantes con curiosidad, muchos otros con repudio y los tomaban como presuntos Aisce. Sin embargo, había otras personas que se detenían en su camino y se unían a la protesta, alzando sus voces hacia el frío cielo lleno de techos de rascacielos. Avanzaban en gritos de verdad, incitando a todos a seguirlos.
—¿¡Cómo pueden trabajar sabiendo que hay muchas mentiras en esta ciudad!?
—¿Acaso no vieron al Alcalde matando cientos de millones de personas sin siquiera inmutarse? ¿Cómo podemos estar seguros del modo en que la Renovación Mundial se llevó a cabo?
Las arengas se elevaban en el aire, impulsando el paso hacia el Centro Político. Muchas personas ya habían llegado a la plaza y se paraban frente al edificio de la Alcaldía pidiendo a gritos que el Alcalde se enfrentara a las preguntas. Parecían hormigas frente a un enorme castillo lleno de poder, donde el enemigo residía.
El viento surcaba entre los edificios de la ciudad, enfriando todo a su paso, luchando con el calor del sol para impartir su imperio de frío. Sin embargo, no podía contra la gente que empezaba a agolparse en aquella plaza donde hace no muy poco habían escuchado palabras de aliento del entonces candidato a Alcalde.
Sin embargo, en La Aguja, en la Plaza Principal, el Centro Comercial Central y en todas las zonas de la Capital Mundial, la gente calló, al observar la imagen de un hombre anciano de piel seca y pálida, lleno de canas y arrugas, con una sonrisa de quebradizos labios y ojos oscuros como la noche. La imagen estaba en cada pantalla táctil que había en la ciudad, portátil o fija.
—Buenos días, senadores del Foro.
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