10.

Corrimos por un pasillo largo y dentro de muy poco salimos de la zona de chozas.

—¿Dónde puede estar? —La tensión comenzaba a mostrarse en nuestros rostros.

Mientras avanzábamos por las pocas callejuelas de la zona, noté el silencio que rodeaba la zona. Me recordó por un segundo a un día cualquiera en la empresa.

—¿Por qué tanto silencio? ¿No deberían estar todos buscándolo?

—Las mujeres y niños están escondidas. —Me respondió Sandra—. Todos los que quisieron ayudar están buscándolo en todos lados.

—¿Entonces tú quisiste ayudar?

—Así es.

Después de haber recorrido todas las chozas nos vimos obligados a salir a la Cueva. Cada uno agarró una antorcha y salimos a correr, observando varios pequeños puntos de luz a la distancia.

—Esos deben ser los otros que están buscando al fugitivo.

Unas voces empezaron a retumbar por las paredes, pero se mezclaban y no entendía nada, solo sentía algo que transmitían: Preocupación.

—Vamos hacia allá —señalé un punto donde varias luces se conglomeraban.

Empezamos a correr hacia allá, y mucho más cuando veíamos que las luces se agitaban rápidamente. Mis pies chocaban rápidamente la fría superficie de la cueva conforme avanzaba. Una lágrima de sudor rodó por mi cabeza.

No sabía si el sudor era por el calor del fuego, por el miedo o por el cansancio, pero me hizo acelerar aún más y avanzar rápidamente, dejando a Sandra atrás.

—¡Marcus! ¡Qué pa...! —La voz de Sandra desapareció y empecé a notar aún más las otras voces.

Al poco tiempo llegué con las personas con antorchas. Estaban rodeando algo que no lograba ver. Distinguí a Ulio y a Leon entre la multitud.

—¿Qué sucede? —dije en voz alta, intentado retomar la compostura por la carrera.

—Encontramos al hombre, pero nadie se atreve a acercarse.

Me colé en el círculo y observé al hombre. Tenía una cara cuadrada y su pelo tenía varias canas. Su cuerpo estaba bien formado y aunque fuera un hombre maduro sus músculos resaltaban. Pero lo que más se notaba era varios cortes en su cara y cuerpo, producto de alguna lucha.

—Yo iré —dije, intentando tomar coraje.

—Ya mató a un hombre, ¿estás consciente de eso? —preguntó el hombre a mi lado.

—Sí, pero si vamos entre varios no pasará nada.

—Todos tienen miedo de él, hasta Ulio y Josai.

—Vamos los dos y el resto se unirán.

El hombre miró nervioso a los demás y yo le seguí la mirada. Observé a Leon, a Ulio y a Josai. También vi a Shail en la multitud.

—V-Vale...

Dimos un paso inseguro hacia el centro y todos nos voltearon a ver. Di otro paso e insté a mi compañero a seguir.

—¡¡ALTO!! —una voz conocida se alzó y me hizo detenerme.

Volteo a todos lados para ver quien dijo eso.

—Tú apareces mágicamente en la bifurcación y él mata a un hombre. No creo en las coincidencias —Es Leon.

—Ya les dije que no me acuerdo nada.

—Pues yo no soy como el resto. No te creo, ni a ti ni a esa pequeña farsa que montaste con el "no me acuerdo".

—¡Ya les dije que no entiendo lo que me pasó!

—¡¡Pues yo no te creo!! ¿¡Vale!? —Los puños de Leon se cerraron y sus ojos reflejaban ira y me vi obligado a dar un paso atrás.

—¡Leon! Déjalo en paz —dijo Sandra jadeando, estaba a unas personas de distancia.

—¿También le crees a este? —Me señaló amenazadoramente.

—Sí, le creo totalmente.

—¿El no fue el que le robó a una empresa? Tú mismo me lo dijiste —le dijo ahora a Sandra, la cual me miró y yo no supe cómo responderle.

El hombre en el centro estaba observándonos, pero se quedó un largo tiempo mirándome sólo a mí. Me sentí amenazado, pero el hombre a mi lado me dio un codazo.

—Creo que es momento de hacerlo —me susurró.

Asentí con miedo y miré a Leon. El hombre empezó a contar hasta tres, y saltamos hacia el hombre.

—Quien haya vivido toda su vida en la Capital Mundial, como yo —Se arregló la corbata al decir lo último—, sabe que lo más importante son los tres pilares que los Renovadores nos enseñaron.

La multitud aglomerada en la plaza principal del Centro Político escuchaba con atención el debate entre los dos candidatos. Ambos hombres, parados en una tarima e iluminados por la tenue luz del sol, intervenían ante las preguntas del público. Ambos vestían un traje impecable, con un gabán negro y corbata roja para Magnus y una azul para Dorian.

Apostados en la plaza, postes irradiaban calor a la multitud, debido a que el calor humano no era suficiente para contrarrestar el frío que azotaba esa tarde de diciembre.

Siempre se había comparado la nieve blanca con la belleza simple en lo puro, por eso nadie en el pasado objetó cuando se decidió que las campañas electorales se hicieran en un mes tan invernal como diciembre. Además no querían ignorar el aniversario de Renovación el último día del año.

—Las ideas de todos deben ser escuchadas, y un aire de ideas nuevas, pero que sigan los pilares de Renovación, debería ser implementado —recitó Dorian con perfecta oratoria—. Yo, como vicealcalde de Centrea me siento seguro para promover estas ideas a esta próspera ciudad.

La multitud se alternaba entre momentos de silencio y murmullos que recorrían la plaza, generando una vibración leve en el suelo de piedra blanca.

La conversación y el debate entre los dos candidatos prosiguió con normalidad. Cada uno mostraba sus puntos, entre lo nuevo y lo tradicional, y aunque ambos se basaban en los tres pilares de la Renovación Mundial, no mostraban deseo en asumir esta estrecha similitud. Ambos deseaban la Alcaldía para ser objeto de honor en la sociedad y sentirse orgullosos ante los Renovadores, cuya memoria seguía presente en la población.

El debate finalizó y la población empezó a abandonar la plaza, subiéndose a una gran cantidad de autos que esperaban para tomar un pasajero asegurado. La nieve comenzó a caer y los asistentes empezaron a desmantelar la tarima.

—Muy buen discurso Magnus —dijo Dorian, estrechando la mano del otro candidato.

—Igualmente Dorian, palabras como las tuyas no se habían escuchado en años por acá.

—Exactamente por eso las digo. Esta ciudad merece un nuevo punto de vista, por el progreso de la humanidad.

—No concuerdo contigo. El haber ayudado a los Renovadores hace 25 años me hizo entender que la continuidad genera regularización. Las empresas, institutos, escuelas, tiendas entre otros están contentados con la política actual, ¿por qué cambiar?

—Quizás están de acuerdo porque no han escuchado más propuestas —El vicealcalde aprovechaba que no estaban siendo moderados por alguien para poder establecer mejor con Magnus.

El CEO intentando evadir la conversación que tanto lo incomodaba y le hacía dudar de la pertinencia del otro candidato para participar en las elecciones, se despidió con la excusa de alguna reunión urgente rápidamente inventada por su mente.

Su recorrido hacia su lujoso auto que lo esperaba estacionado en el borde de la plaza fue ajetreado por la cantidad de gente que intentaba acercarse hacia él para hablarle, sumado por los asistentes que desmontaban la tarima, y la nieve que caía sobre sus cabezas.

—¡Magnus A1! ¿Qué opina sobre las decl...

—¿¡Podría dar unas palabras para el per...

Las voces altas y bajas, rápidas y lentas, concisas, amables, apresuradas y estrepitosas rodeaban a Magnus durante un corto recorrido que sin embargo le pareció infinito.

Llegó al linde de la plaza y su conductor estaba esperándolo frente al auto. En su mente, un poco más aclarada por la falta de personas —las cuales, rendidas, volvieron a sus oficinas—, volvió la imagen de Polaris. Hace diez días que había desaparecido y nadie podía encontrarla. Con las elecciones a la vuelta de la esquina, Magnus siempre sentía al pensar en ella el miedo al considerar el último recurso que tenía. Su vídeo. Intentando despejar nuevamente su mente, Magnus entró al largo compartimento. La puerta fue cerrada, pero no con un suave clic como siempre hacía, sino un estrépito sonó cuando la puerta tocó la carcasa del auto.

—Foster, ¿qué ha sido eso con la puerta? Sea más cuidadoso por favor —El micrófono había captado perfectamente sus palabras.

La puerta se abrió y el conductor, con gotas de sudor en su pálida piel le contestó intentando guardar la compostura, pero fue imposible.

—La puerta no fue lo que sonó señor. Fue al parecer un disparo, señor —intentaba no gritar, pero la situación se agitaba en la plaza, donde la gente gritaba y corría en todas direcciones.

—¿Disparo? ¿Quién tiene licencia para disparar un arma?

Magnus salió del auto y observó la plaza sumida en caos. Escuchó una voz en lo alto gritando algo ininteligible, pero poco a poco la multitud se aglomeró en un punto cerca a la ya desmantelada tarima.

—¡Han disparado al vicealcalde Dorian!

El hombre tenía mucha fuerza y eso me detuvo al inicio. Su palma abierta golpeó inicialmente contra mi pecho y uso mi peso en mi contra para apartarme de él. Caí sobre mis rodillas y vi que mi compañero empezaba a forcejear con el hombre, que seguí en cuclillas pero que guardaba muy bien su centro de equilibrio.

Me lancé por segunda vez y logré retenerle su mano izquierda por unos segundos, dejando al hombre que me ayudaba camino libre para sujetarle la otra. Sin embargo, golpeó al fugitivo en la nariz con una fuerza inimaginable. Perdí el control sobre el brazo, mientras que el golpe hizo retroceder al fugitivo, no obstante dándole un segundo que aprovechó para levantarse.

Vi que un hombre se lanzó hacia la espalda del fugitivo, buscando ambos brazos. Estaba a unos pies del fugitivo, el cual lanzaba golpes hacia mi compañero, esquivándolos por muy poco. Uno golpeó su pecho y lo hizo caer. Sandra, que estaba detrás de él, ayudó a levantarlo. Estábamos ya jadeando.

Volví a acercarme al fugitivo, intentando detener alguno de sus golpes.

—¡Ayuda! —grité con desesperación.

Shaile y Ulio se lanzaron hacia ambos costados del hombre, pero recibieron ambos certeros golpes en el cuello que los hicieron tambalear. Shaile cayó, y Ulio logró contratacar e hizo que el fugitivo perdiera el control por unos segundos. Mi compañero lanzó otro golpe a la cara del hombre, el cual se movió para evitarlo. El golpe pasó cerca, golpeando fuertemente su oreja.

Ante el golpe en su oreja, vuelvo a agarrarle con más fuerza que antes su brazo izquierdo, Ulio agarra el otro, y el fugitivo se siente atrapado.

Mi compañero empieza a golpear a diestra y siniestra en todo el cuerpo del hombre. La sangre no tarda en salir y empieza a bañar el cuerpo de ambos.

—¡Detente! —grita alguien—. ¡¡LOTUS DENTETE!!

El hombre hace caso omiso y sigue golpeando al hombre. Suelto el brazo y agarro ambos brazos de Lotus. Ulio hace lo mismo y me ayuda a retener a Roger, el cual ha perdido completamente la cordura.

—¡Suéltenme! —grita Lotus abatido—. ¡El asesino aquí es él, no yo!

—Pues al parecer ambos lo son —dice Ulio al ver el cuerpo tendido del fugitivo en el suelo—. ¡Qué te sucede!

—¡Mató a Roger! ¡Mató a la única persona con la que convivía acá!

—Todos convivimos con todos Lotus —dice Sandra, intentando calmar al hombre.

—¿Pero no harían lo mismo si él matara a su mejor amigo? —observó todas las caras que estaban ahí, decepcionadas y algunas negando en silencio—. ¡Vamos! ¿¡Es que nadie piensa igual!?

Ulio y yo seguimos sosteniendo con fuerza los brazos del hombre, aun cuando ya había dejado de hacer esfuerzo para soltarse.

—Vamos Marcus, acompáñame —Y alzando la voz añadió—: Todos los que quieran seguirnos acompáñenos para encerrar a este hombre por sus actos.

—¿A dónde lo llevaremos? —pregunté con curiosidad.

—A una choza cualquiera. Le ataremos las manos con una cuerda y estará vigilado todo el tiempo.

Se formó una caravana hacia las chozas, con Gretel y otras dos mujeres liderando la marcha con antorchas, nosotros con el fugitivo en el medio, y detrás todos los demás presentes, incluyendo a Shaile y Sandra.

Al poco tiempo llegamos a las chozas y buscamos una que estuviera vacía. Al final elegimos la choza donde Ulio y dos hombres más vivían. Josai y uno de los residentes de la choza ataron sus brazos con una cuerda gruesa y montaron guardia. El resto de la caravana empezó a andar hacia el río.

Intrigado por hacia dónde nos dirigíamos, avancé en silencio y observando a mi alrededor. El rumor del río empezó a sonar y la reverberación en las paredes era fuerte. Pasado un corto lapso, llegamos a la orilla.

La caravana se separó y dejó pasar a una mujer y un hombre que no aparentaban más de los treinta, que cargaban el cadáver del fugitivo.

—¿Y el cadáver de Roger? —pregunté.

—Fue depositado antes de haber ido en busca del fugitivo —me respondió Ulio.

El hombre y la mujer dejaron el cadáver en el río, acostado con la cara hacia arriba. El río empezó a mover el cuerpo, en poco tiempo ya hacía parte del caudal y se alejaba en la distancia.

Trajeron un tejido de madera y lo colocaron sobre una sección angosta del río. Todos empezaron a pasar por encima del puente improvisado. Mis pasos hacían temblar el tejido y temí por unos segundos que podía caer en el río y sufrir el mismo destino que los dos cuerpos.

Ulio iba ahora en la cabeza y cargaba con una obsidiana en la mano, igual a la que tenía cuando marqué la pared de los habitantes.

Al llegar al borde de la cueva, donde la pared de piedra se alzaba fuerte, la caravana se detuvo y Ulio alzó su voz.

—La muerte es solo el camino a la vida. Como todos nosotros, que aparecimos sin causa alguna en este lugar, pero que hemos construido una sociedad pequeña pero estable, los dos habitantes que nos han dejado hoy estarán en el camino a una mejor vida, sea cual sea esa —alzó un poco más el tono de voz y prosiguió—. ¡Que la muerte no los asuste! ¡La muerte es tanto vida como la vida misma!

Un aplauso se extendió por las pocas personas que contemplábamos la escena y Ulio se volteó, agarró fuerte la obsidiana en su mano e hizo dos grandes "X" en la pared, al lado de una ya existente.

—¿Por qué hay otra X? —le pregunté a Sandra.

—Un bebé. Cuando caímos en cuenta que había llegado, ya se había ahogado. No sabía nadar obviamente —Alzó y bajó sus hombros—. Desde ese día la mayoría del tiempo hay alguien en el lago esperando que llegue uno nuevo.

Pensé sobre la escena. Un bebé llegando a un lago, no puede nadar y se hunde con desesperación. Luego flota por la acumulación de gases en su cuerpo, dañando la superficie del lago. Una vida perdida, lamentablemente.

La caravana atravesó nuevamente el río y se dispersó. Me dirigí a mi choza, con deseos de descansar. Llegué en poco tiempo, con una charla con Sandra durante el camino. Al llegar a la choza, Rihouel me recibe con un caluroso abrazo.

—¡Volviste Marcus! Ya me estaba preocupando mucho, Eder y yo nos preocupamos mucho.

—Estoy bien, gracias —dije sobándome el pecho. No había caído en cuenta del dolor que sentía por el rechazo inicial que sufrí.

—¿Y Leon? —No sé si entorné los ojos o hice alguna otra expresión, porque Rihouel me observó extraño.

—Ya debe estar en camino para acá. Todos nos dispersamos, puede estar con alguien más.

Me senté en el suelo, con la cabeza recostada en la pared. Me quedé dormido por un corto tiempo, cuando Rihouel me despertó.

—¡Marcus! Despierta.

—¿Qué sucede ahora Rihouel?

—Ha llegado uno nuevo.

Una pareja entraba a la aglomeración de chozas. La mujer que avanzaba con paso firme era conocida por todos, sin embargo, el hombre apoyado en el hombro de ella, era nuevo en la Cueva.

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