17.

Hyungwon se había quedado estático pese al dolor y al problema que tenía enfrente. Era como si él fuera un recipiente, y al ver la cara de aquella mujer, aquella mezcla de sentimientos que Hoseok había ido agregando en esos días, se hubieran derramado, esparciendose en todo el suelo, porque al final un recipiente roto no es más que basura.

— Quítate, no es de tu incumbencia. —soltó la mujer hacia Wonho, mirándolo casi con más odio que a él.

Sin embargo Wonho no parecía querer negociar sus acciones con la anciana, porque en cuanto ella le ordenó que se apartara y lo dejara solo, su musculoso vecino se posicionó frente a él como una pared blindada dispuesto a recibir cual daño por él.

— Lo que sea que tenga que ver con él, también tiene que ver conmigo. —argumentó escondiendo aún más al menor detrás de sí mismo.

La mirada de Wonho era imponente y aunque su cuerpo era capaz de muchas cosas, estaba claro que no usaría su fuerza física en contra de una anciana, pero aún así, el gesto de ser la protección que el delgado anhelaba con todo su corazón, le hizo sentir algo. No se sintió tan vacío después de todo.

Al tener esa pequeña pizca de calidez, miró hacia sus propias manos y se dio cuenta que inconscientemente se había acurrucado detrás de aquel hombre, y sus manos se habían aferrado a su camisa mostrando más vulnerabilidad de lo necesario, por lo que acabó soltándolo e irguiéndose valientemente para afrontar su problema como debería.

— Wonho... —le llamó tocando levemente su hombro y saliendo de su escondite— Está bien. Vete a casa, yo me encargo.

El mayor se sorprendió y lo miró con preocupación sin bajar la guardia.

— ¿Hyungwon? —buscó en su mirada alguna señal de que fuera sarcasmo o algo más, pero no lo había— No te preocupes. Yo puedo llamar a la policía si quieres, mientras tanto voy a...

— No lo hagas. —le pidió apartando aquella mano que todavía lo mantenía protegido— Es solo un problema menor, ve a casa. Gracias por la cena, estuvo deliciosa.

Wonho se negó irse. No fue necesario que dijera nada, su lenguaje corporal lo decía todo.

— Hyungwon, yo... —el delgado suspiró y miró al suelo entregándole sus pertenencias.

— Buenas noches, Wonho. —soltó con frialdad de forma demandante.

Al verlo de esa forma, el mayor no tuvo más opción que ceder, bajar la guardia, tomar sus cosas y simplemente irse. No sin antes dar una larga y silenciosa mirada a su vecino, casi como si quisiera gritarle que no quería irse, pero al final lo hizo, dejándolos solos.

El corazón de Hyungwon se estrujó con cada paso que Wonho dio en dirección contraria a él, pero estaba seguro de que esa era la mejor manera de mantenerlo a salvo y lejos de la mirada de aquella mujer que no sabía hasta que punto podría ser confiable.

Cuando todo volvió a quedar en silencio, la mirada de la mujer y la del delgado se encontraron. No había emociones positivas en esas miradas a pesar de conocerse desde siempre, no había una pizca de amor, de vulnerabilidad, ni siquiera una pizca de amabilidad. Solo odio.

Aquella mujer lo había criado, le había dado el estudio, un techo, comida y lo necesario. Pero nunca le dio amor, y eso no cambiaría nada.

— ¿A qué viniste? —preguntó sin molestarse en saludar primero— ¿Acaso no tienes algo mejor que hacer?

La mujer sonrió sin inmutarse por el frío tono de voz.

— Lo de siempre. Estoy aquí para ver si sigues vivo, pero no solo sigues vivo, sino que sigues siendo el mismo de siempre. —arqueó una ceja— ¿O no? —Hyungwon no respondió a su pregunta retórica tramposa, por lo que la mujer sólo sonrió— No pensé que mi querido Chae Hyungwon fuera tan insensible. —caminó a su alrededor viéndolo de pie a cabeza— Imagínate jurarle amor eterno a alguien, luego asesinarlo, y no contento con eso, al poco tiempo después reemplazarlo como basura, dejar que alguien más entre a la cama que compartía contigo y que te folle encima de sus recuerdos...

Claramente todo se trataba de provocaciones, pero a pesar de que no todo era mentira, solo Hyungwon sabía con cada fibra de su cuerpo que la verdad no había ocurrido de esa manera. Él amó a aquel hombre y aún después de morir seguía amándolo, nunca pisoteó su recuerdo. Nunca menospreció su amor, su vida y ni siquiera su ausencia. Sin embargo Wonho tampoco era como ella lo decía.

Wonho era un hombre en busca de abrir una puerta en su endurecido corazón y a pesar de que solo había recibido rechazo, era persistente. Tanto que le hacía pensar que contrario a lo que él pensaba, Wonho no parecía estar necesitado de recibir amor, sino que de darlo.

— ¿Es todo lo que tienes para decir? —preguntó el delgado con mucha decisión— Estoy bien, sigo vivo, tengo trabajo y todavía sigo solo. ¿Eso está bien para ti?

La anciana lo miró con seriedad.

— Soy la única persona que se preocupa por ti, Hyungwon. Te advertí en aquel momento que te alejaras de cualquier persona, y me ignoraste. Tú mismo sufriste las consecuencias. —el delgado miró al piso, un poco abatido a causa del recuerdo— Así que solo me resta decirte una vez más... —se acercó a su oído— Aléjate de este hombre también, sino quieres sufrir las consecuencias de nuevo.

Un nudo se formó en la garganta del delgado.

— No volverá a repetirse esa situación. —respondió con firmeza, totalmente convencido de que así sería.

La mujer soltó un sonido casi de burla.

— ¿Estás seguro, sabelotodo? —la sonrisa burlona se borró de su cara— ¿Debo recordarte quien eres, monstruo? ¿Se te olvida que no eres humano? —las manos del delgado temblaron ante las duras palabras— Eres un asesino, Chae Hyungwon. Estás maldito hasta los huesos. —el labio de Hyungwon tembló de impotencia— Nada en este mundo podrá llenar el vacío que llevas dentro. Estarás perdido en la oscuridad por siempre, hasta que decidas que ya no tiene sentido vivir y acabes contigo mismo. —sus miradas volvieron a conectarse de nuevo— Pero, ¿cuanta gente piensas arrastrar contigo al infierno, Chae?

— Eso no te incumbe. —respondió en un arranque de valentía— Arrastraré a cuantas personas quiera.

Una leve sonrisa se formó en el rostro de la anciana.

— Recuerda tus palabras. —enfatizó— Y recuerda las mías: aléjate de los demás. Especialmente de él. —la severidad en sus ojos era notoria— No quiero tener que soportar tus tonterías después. Es agobiante cargar con tu ineptitud y vulnerabilidad. Qué desagradable.

Hyungwon no respondió nada en un buen rato. Sólo apartó su mirada y la clavó en el suelo nuevamente. No importaba cuan adulto fuera, ni que tan fuerte se sintiera, aquella mujer siempre infundía en él una sensación de inferioridad que no podía soportar.

— Entendido. —soltó con cansancio— Adiós.

La mujer asintió y le acarició el cabello con lo que podría ser lo más parecido a un amor maternal que Hyungwon pudo haber sentido en toda su vida. De nuevo sus miradas volvieron a conectarse y esta vez, toda la ferocidad había desaparecido de los ojos de aquella anciana y solo había quedado una leve llama de calidez.

— Es por tu bien, Hyungwon. —le susurró, para finalmente darse la vuelta e irse sin decir o hacer nada más.

No es que esperara que ella hiciera algo, pero cada encuentro con ella era más doloroso que el anterior. Y mientras la miraba marcharse con rumbo desconocido en medio de la oscuridad de la noche, sus palabras resonaron en la cabeza del delgado, una y otra vez.

Esas palabras siempre estuvieron presentes en su vida. Recordaba aquellos momentos de su infancia, cuando aquella mujer le tiraba la comida al suelo como un perro, lo castigaba muy fuerte por cualquier error cometido dentro y fuera de la casa, y nunca lo consolaba. A veces, en medio de su dolor llegó a preguntarle el porqué de sus acciones, porque dentro de sí mismo, él sentía que no era merecedor de tal maltrato, pero ella siempre respondió que se debía a que esa sería la única manera de mantenerse a salvo de la maldición, y que solo así se encargaría de que pudiera crecer siendo un buen hombre, y lo más importante, si ella vivía encontraría la manera de deshacer la maldición.

Pero había crecido. Ya no era aquel niño, y ahora se cuestionaba aquella actitud, pero al final del día estaba demasiado cansado para pensar, y al día siguiente el asunto ya no tendría la misma importancia, y así se dejaba a sí mismo en el olvido. Así había sido siempre.

Ese día cerró la puerta. No sólo la de su casa, la de su corazón también. Necesitaba asegurarse que las palabras de Nana no se cumplieran en Wonho, y que su sonrisa siguiera brillando hasta la vejez, porque se lo merecía.

En cuanto a él...

Estaba resignado, porque sabía que los monstruos nunca tienen un final feliz...


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