02.

En aquel momento todo lo que deseaba era correr, llegar a casa, encerrarse y llorar mientras maldecía a quien pudiera. Odiaba los días en los que tenía que salir de casa, odiaba los accidentes, odiaba las preocupaciones, odiaba haber olvidado algo que aún no recordaba, en general odiaba a todo, menos a su perro. Por él estaba dispuesto a morir.

Caminó a la orilla de la calle mientras sentía sus ojos totalmente cristalizados y su visión borrosa, entonces comenzó a recoger las pesadas bolsas de compras que para variar, algunas se habían roto dejando mucha de su provisión esparcida por la calle.

— Todo es una mierda... —susurró con la voz temblorosa mientras se ponía de rodillas en el suelo intentando recoger todo lo que se había salido. Entonces recordó qué era lo que había olvidado— los malditos limones... —gruñó— ahora no tendré limonada...

Bufó frustrado mientras intentaba retener las cosas pero de nada servía, no tenía bolsas en que llevar todo y a esas alturas ya no le importaba morir de hambre. Quería irse y se hubiera ido de no ser porque notó que la misma persona que casi atropelló a su perro, estaba a su lado, de rodillas y también ayudando a recoger su provisión.

Lo miró fijamente por un par de segundos sintiéndose un poco confundido. O quizá mucho.

Alguien estaba siendo amable con él.
¿Hace cuanto que no pasaba algo así?

El extraño notó la fija mirada y le sonrió levemente, provocandole un severo dolor en el pecho.

— Por suerte tengo una de estas... —levantó en el aire una bolsa de supermercado— son más grandes, más resistentes y en general, mejor que las desechables. —en ese momento puso dentro la última verdura que le faltaba y la extendió hacia él— no olvides lavarlas bien antes de comerlas.

Hyungwon miró la bolsa llena siendo extendida hacia él y la arrebató de su mano.

— Si no fuera por ti... —gruñó molesto— no pienses que te pagaré la maldita bolsa de mierda, me lo debes por casi atropellarme a mi y a mi perro.

El extraño se sorprendió ante esa actitud pero asintió.

— No te preocupes, tengo un par más por ahí, de cualquier manera iba a regalartela, amigo... —hizo una pausa esperando recibir el nombre del contrario.

— No te interesa. —bufó— Y tampoco soy tu amigo.

Recogió la bolsa y la colgó en su hombro mientras lo miraba de aquella manera tan feroz.

— Está bien... —sonrió— yo soy Wonho. Lamento mucho todo lo que pasó pero me alegro de que ambos estén bien.

Wonho, Wonho, Wonho... Su nombre martillaba su cabeza con ímpetu, como si su subconsciente quisiera obligarlo a aprenderse aquel nombre en contra de su voluntad.

Sin embargo él simplemente se dio la vuelta y comenzó a caminar a su casa que por suerte quedaba a pocos metros de aquel maldito lugar. No supo que pasó con el extraño, con su auto o con el tráfico pero no le importaba. Estaba en casa y eso era lo importante.

Cuando ingresó se sintió protegido y toda aquella aura de oscuridad y malhumor que formaba fuera de esa puerta, se disipaba. Entonces su corazón se transformaba y se dedicaba a amar al único ser que podía: su perro.

Lanzó la bolsa en la encimera de la cocina y abrazó a su perro con fuerza mientras volvía a romper en llanto. No podía ni siquiera considerar en quedarse solo en la vida.

No podía porque si se quedaba solo probablemente enloquecería. Si no tenía al menos un ser a quien amar, entonces no tendría sentido vivir. Y si su perro moría, no podía amar a otro perro en su ausencia, él era irreemplazable. No sólo por el significado que tenía para él, sino porque lo comprendía, lo animaba, lo amaba y más que nada había creado un vínculo irrompible con el animal.

Lo revisó cuidadosamente por varios minutos y al notar que no había nada extraño en él, entonces lo dejó en paz y el tranquilo animal corrió hacia su habitación a jugar. Porque si, tenía su propia habitación llena de todo lo que podría querer.

Después de que su llanto fuera cesando paulatinamente, se dispuso a ocuparse por fin de la cocina y de su sucia provisión.

Lavó muy bien cada verdura, cada empaque, organizó las carnes y también los condimentos. Entonces para cuando se dio cuenta ya había anochecido nuevamente y él no había probado nada en todo el día. Se maldijo internamente y decidió que haría el esfuerzo por comer algo aunque sea en esa noche.

Sacó un jugoso filete y comenzó a prepararlo, sabiendo que no podría negarse a un buen trozo de filete aunque quisiera, pero entonces mientras estaba dando vuelta al filete, su teléfono timbró.

Era extraño que el teléfono de casa timbrara pero en cuanto se acercó, recordó que precisamente ese día y para su fortuna o desgracia tocaba la llamada mensual que Nana le hacía. No dudó en darse prisa y descolgar porque aunque no debiera admitirlo, esa llamada de apenas dos minutos era como salir a flote despues de un mes entero con el agua a punto de cubrir sus vías respiratorias.

— Hola... —contestó intentando parecer frío y repitiendose una y otra vez en su memoria todos aquellos recuerdos de Nana siendo una desgraciada con él. Tenía que provocarse dolor a sí mismo, pero era el sacrificio que debía pagar si quería mantener a aquella mujer con vida.

— Hyungwon. ¿Qué tal el barrio? —preguntó la voz de la anciana del otro lado.

Él gruñó recordando a propósito lo que había pasado.

— Un asco. ¿Acaso hay algo en mi vida que sea bueno? Todo es una mierda, incluyendote. —respondió con los ojos cristalizados autolastimandose al recordar las muchas veces en las que lloró desconsolado y rogó por un abrazo de la mujer que nunca llegó— ¿Qué hay de ti? ¿Eres tan amiga de la muerte que no quiere llevarte? Porque sinceramente pensé que no llegarías a esta llamada.

La mujer soltó una risita que casi lo hizo sentirse bien, pero se contuvo.

— Mala hierva nunca muere, eso es lo que dicen... —respondió con tranquilidad.

Hyungwon bufó.

— Entonces a partir de ahora seré un angelito, ojalá se acuerde de mi y me venga a buscar. —respondió con sinceridad, seguido de un largo silencio— ¿Alguna novedad?

Estaba cansado de la soledad y de la tristeza, sin embargo la mujer sólo suspiró. Sabía perfectamente que el delgado le hablaba acerca de lo que ella podía ver en su futuro, pero ella no tenía nada nuevo que aportar.

— No, ninguna novedad. —suspiró— tengo que irme, se acabó el tiempo.

Hyungwon soltó un fuerte suspiro intentando contener sus lágrimas.

— Ok, adiós. —respondió fríamente— a la próxima por favor compórtate como la hija de puta que eres, no me lo pongas difícil.

— Lo haré, adiós. —respondió notablemente triste. Entonces la llamada finalizó.

No sabía por qué contestaba a esas llamadas si cuando acababan solo lo hacían sentirse más vacío y más solo de lo que se sentía antes. Pero debía acostumbrarse, se lo merecía. Se merecía pasar todo lo que estaba pasando porque él era el culpable de la muerte de algunas personas inocentes, entre ellos su pareja.

Él era una persona pura, honesta y fiel. Tenía planes futuros, tenía un futuro brillante, era profesional e incluso era prospero en lo económico. Pero murió por su culpa y debía afrontar la culpa con la cabeza en alto sabiendo que estaría maldito hasta el día en que muriera.

Volvió a la cocina con el ánimo por los suelos, se encargó de servir finalmente su comida y en cuanto el plato listo recordó la limonada. Su bendita limonada.

¿Cómo pudo olvidar algo así?

Amaba el limón. Era ácido, fuerte, ardía sobre las heridas, desagradable para algunas personas, justo como él. Necesitaba una limonada en ese momento.

Bufó molesto y se dispuso a colocar música de fondo como era de costumbre, pues escuchar la voz de alguien mientras él estaba comiendo era lo más cercano a una charla que podría tener. Pero en ese momento la puerta fue tocada.

Al principio se extrañó, pero luego recordó que la persona que le alquilaba la casa era un señor de avanzada edad que pasaba por ahí regularmente a cualquier hora, porque según el viejo, él lucía como un emo sin ganas e vivir y al parecer temía que su bonita casa fuera maldita con un suicidio. Tonterías.

Avanzó hacia la puerta y abrió sin más porque estaba seguro de que solo una persona lo visitaba. Pero cuando abrió la puerta se llevó la enorme sorpresa de que quien estaba detrás era el chico del auto, pero esta vez no estaba solo, en sus brazos reposaba un lindo Pomerania casi identico al suyo, simplemente diferente por apenas algunos rasgos en su pelaje.

— Hola... —susurró con amabilidad— perdón por molestar a esta hora, yo...

— Vete. —ordenó con molestia— no quiero verte la cara nunca más en mi vida.

Y no mentía. No quería volver a ver aquella bonita sonrisa en su vida si eso significaba mantenerla así de resplandeciente por muchas décadas más. Pero Wonho no entendía eso.

— Yo... Lo siento. —volvió a disculparse con tristeza— solo que... Es extraño... —se rió con tristeza— apenas llegué hoy a este lugar y no tuve un buen comienzo al casi atropellar a mi vecino más cercano... —susurró con la mirada clavada en el suelo, como si no fuera capaz de soportar la fría mirada del delgado— no quiero que estés molesto, jamás quise hacerles daño... Así que traje un regalo de disculpas, de parte mía y de Lulú... —señaló a la perrita y recogió de detrás suyo una bonita canasta repleta de jugosos limones y un lazo encima— espero que no te moleste que te haya escuchado.

Hyungwon miró la canasta y pudo jurar que por un momento su corazón casi se derritió. Pero se contuvo y no la tomó.

— ¿Eres estúpido o que? —preguntó frunciendo el ceño— ¿Acaso crees que voy a consumir toda esa cantidad de limones? Voy a tirar casi la mitad y lo sabes. No tiene lógica que hayas traído algo tan grande.

Wonho sonrió casi con decepción y asintió.

— Tienes razón, fue muy tonto. —suspiró— aún así espero que la mitad que llegues a ocupar sean de tu agrado, —hizo una pausa buscando en su mente alguna manera de llamar a Hyungwon sin que se ofendiera— vecino...

Depositó la bonita canasta en el suelo, entonces se dio la vuelta con la perrita en brazos y bajó las escaleras con la cabeza gacha. Probablemente decepcionado de aquel mal trato que recibió a cambio de su amabilidad y mientras lo miraba ir, Hyungwon deseaba poder explicarle que todo lo que hacía era por su bien y que no tenía la culpa de nada, que el regalo le había encantado pero no podía demostrárselo.

Luchó contra sí mismo para no decir nada. De verdad quería que su nuevo vecino se alejara de él, pero aquella expresión de tristeza y sus hombros caídos lo hacían sentir más vacío de lo que ya estaba.

Habían sido demasiadas tristezas por ese día.

— Chae... —comentó rezando internamente para que aquel hombre no lo escuchara y que aquello solo sirviera para su propio consuelo— puedes llamarme Chae...

Tomó la canasta e ingresó de nuevo a la casa, cerrando la puerta detrás suyo.

No se dio cuenta que con su susurro, una hermosa sonrisa resplandecía a unos metros de él.

Wonho estaba contento,
su regalo había sido aceptado.

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