01.
Ese día era precisamente uno de los días que odiaba desde que se mudó al pueblo en el que residía. Se suponía que había llegado a ese lugar con toda la intención de encontrarse con menos gente y vivir lo más aislado posible, pero el precio de tener que ver menos caras a diario, era tener que ver las mismas caras muy seguido, lo cual no le favorecía demasiado.
Suspiró pesadamente preguntando por enésima vez al cielo el por qué las verduras y la comida en general caducaba tan rápido. Si fuera por él, compraría comida para todo el año y no volvería a salir hasta el año siguiente, pero desafortunadamente la vida no funciona así y eso le obligaba a salir por lo menos cada quince días o cada fin de semana. Dependiendo de lo que necesitara.
En esa ocasión decidió que para variar, quería comer un poco de carnes pues lo que veía en su espejo le decía que algo no estaba haciendo bien. Su cuerpo se debilitaba, su cintura se veía cada vez más pequeña y sus piernas más delgadas. No había ningún rastro de aquel pequeño niño regordete de abultadas mejillas que fue.
No es como que tuviera una buena razón normal para seguir vivo, aunque si se lo preguntaran diría que el único motivo de querer seguir con vida era un pequeño travieso de la raza Pomerania que había sido un bonito regalo de parte de su difunta pareja.
Un tesoro viviente.
Se levantó de la silla de escritorio y se estiró mientras escuchaba sus huesos crujir gracias a que había trabajado por nueve horas seguidas. Aunque no se quejaba, amaba poder tener la oportunidad de trabajar dentro de su casa, así se ahorraba tener que estar saliendo al mundo exterior.
Después de asegurarse que su mascota comiera, fue a su habitación a ponerse una sudadera negra y también sus zapatos del mismo color. En general se vestía mucho de ese color pero por costumbre y gustos, no para parecer el tipo de persona al cual no le puedes hablar, aunque claramente había algo en su outfit casual que lo hacía ser diferente de resto. Un cubrebocas.
¿La razón? Había muchas, pero entre ellas estaba el hecho de que no podía permitirse sonreír, y si lo hacía involuntariamente, nadie debía saberlo.
Después de repasar mentalmente y apuntar todo lo que creía necesario, tomó las llaves de su casa, la correa del cachorro y salió cerrando la puerta detrás suyo.
— Sabes, creo que se me ha olvidado apuntar algo... —comentó hacia su mascota mientras leía la lista de su celular— es decir, sé que revisé tres veces, pero siento que algo falta... —suspiró y guardó el celular en su bolsillo— esto me ha pasado mucho últimamente... ¿Crees que sea alguna tontería mía o debería preocuparme?
El perro lo miró e hizo un tierno sonido que él tomó como un “no”.
No es que supiera comunicarse con los animales, pero vivir totalmente aislado de la gente, en compañía total de un canino lo había hecho entender cada gesto o sonido que él hiciera. Eso sin contar que era igual por parte de su mascota. A pesar de ser un animal muy pequeño, era muy protector y sabía muy bien cuando él necesitaba un abrazo, su propio espacio o simplemente necesitaba reír por algún motivo. Es por eso que al notar la preocupación en las palabras de Hyungwon, siempre intentaba animarlo de alguna manera y solo sabía hacerlo de una forma; haciéndolo sonreír.
Y lo hizo, sonrió aunque afortunadamente la máscara estaba ahí para evitarle amabilidades inexistentes.
Cuando llegó a la pequeña tienda del pueblo, recogió a su mascota para llevarla en sus brazos y evitarse estar deteniéndose a cada rato por culpa de las muchas personas que buscaban tocar y acariciar a su mascota.
Soltó un largo suspiro e ingresó.
— Todos son un asco. Basuras. —susurró para si mismo mientras veía la cantidad de gente que había dentro— Todo esto es culpa de ustedes. Los odio, los odio, los odio...
Se repetía una y otra vez aquellas palabras con la intención de crearse un rencor innecesario contra el grupo de desconocidos que estaba ahí, por el simple hecho de que la relación con su difunta pareja comenzó por haber sido amable en un lugar público.
No debía darle lugar a la amabilidad. Sin excepción.
En ese momento alguien tocó su espalda suavemente y él volteó por instinto agradeciendo que su gorra y el cubrebocas hacían un buen trabajo escondiendo su expresión despreocupada.
— ¿Si? —preguntó al ver una chica bastante joven y bonita.
Ella sonrió nerviosa.
— Disculpa, te he visto varias veces por aquí con este pequeñín ¿puedo acariciar un poco tu mascota? —preguntó con timidez.
Él miró al perro en su brazo izquierdo y luego negó.
— No. No me jodas. —respondió fríamente para finalmente volver a lo que estaba.
En momentos anteriores se hubiera sentido culpable por hablar de esa manera a una persona amable, pero afortunadamente ya se había acostumbrado a ser así.
Volvió a sentir como era tocado nuevamente y resopló con fuerza. Su perro molestaba menos que esa desconocida.
Se volteó rodando los ojos y la miró, pero en cuanto lo hizo su corazón dolió al ver a la sensible mujer muy triste.
— Disculpa que moleste tanto... —susurró— pero deberías aprender a ser un poco amable y te aseguro que seguramente dejarías de ser el tipo solitario del pueblo que nadie quiere.
Dolieron sus palabras.
Soltó un leve suspiro mientras ella se iba y se apresuró a buscar lo que necesitaba. Odiaba sentir ganas de llorar cuando estaba en público, solo quería llegar a casa y desahogarse.
Pagó por sus cosas y salió de allí casi corriendo sin importarle el peso de las bolsas.
— Es que no lo entiendo... —comentó con la voz rota mientras caminaba a toda prisa— no lo entiendo, en serio. —resopló con frustración y luego miró a su mascota que pese a ser pequeña, intentaba seguirle el paso apresurado de sus largas piernas al mismo tiempo que lo veía a él de vez en cuando— No es tu culpa, créeme. Pero no entiendo por qué siempre están intentando tocarte... ¿Te quedaras en casa la próxima vez?
El pequeño perro soltó un sonido triste y él suspiró mientras miraba el tiempo en el semaforo que estaba a un par de cuadras de su casa. Le quedaban 10 segundos para poder pasar, antes de tener que esperar de nuevo, entonces comenzó a correr para poder cruzarse la calle rápidamente, pero en ese momento sintió como la correa resbalaba de su mano.
Con el corazón alterado se giró y todo lo que sus ojos pudieron ver fue el semaforo cambiando de luz, su pequeña mascota en medio de la calle y un auto viniendo en su dirección.
— ¡No! —gritó soltando todas las bolsas que llevaba consigo y volviendo sin dudar hacia el medio de la calle.
No importaba nada más y la simple idea de quedarse solo de nuevo lo hacía estremecerse. Miró a su pequeño perro y se tiró de rodillas para poder agarrarlo, aunque eso no le diera tiempo para levantarse luego.
Pero afortunadamente el auto se detuvo a escasos centímetros de donde él se encontraba cargando a su perrito y llorando sin darse cuenta. Su corazón dolía, su cuerpo temblaba de miedo y ni hablar de la rapidez de sus latidos.
— Bebé... —susurró apretando al pequeño perro contra su cuerpo quien simplemente le lamía las lágrimas como si quisiera comunicarle que todo estaba bien— perdóname... —sollozó.
A los pocos segundos, el asustado conductor se bajó del auto y se acercó a ellos con prisas.
— ¡¿Están bien?! —preguntó asustado a lo que él respondió con un simple asentimiento— ¿estás seguro?
Él volvió a asentir y se puso de pie sin dejar de abrazar a su mascota.
— Sí... —volvió a asentir visiblemente nervioso y temblando por la terrorífica idea de quedarse solo— gracias por no hacernos daño...
Entonces sus ojos y los de aquella desconocida persona se encontraron por primera vez.
Una mirada que jamás olvidaría.
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