Capítulo I: Encuentro

El verano pasado cumplí 17 años. Estamos en el 2018 y empieza un nuevo curso. El año pasado estuve en la Clase de la Canción. Todos los años, al empiece de curso, hago mi propio sorteo sobre a qué clase ir. Lo hago para que sea emocionante y no aburrirme tanto. El sorteo tocó este año en la Clase de Actuación. Y allí me matriculé. Este año haría teatro, ubicado a musicales. Todo va ubicado a la música, directa o indirectamente. Y yo odio profundamente la música. Por culpa de eso, hasta ahora he vivido restringida, encerrada y sin libertad.

La Academia tiene habitaciones. Las habitaciones son compartidas, a dos alumnas por cuarto. Sin embargo, si el número de matriculadas es impar, siempre habrá una afortunada para tener cuarto para ella sola. Siempre aspiro a ser esa afortunada. De esa manera podría encerrarme día tras día a avanzar en mis diseños e ir trazando mi sueño durante todo un año, poco a poco, y en paz.

No hubo suerte. Me tocaría compartir cuarto con una chica nueva, y encima de primero, llamada Sakuraba Laura. Qué mal sentaba no tener poder... Definitivamente mi padre se había tomado la molestia de hacerme desdichada e infeliz. Tenía que aguantarme un año más. Pues bien.

Tuvo lugar la presentación, algo que yo siempre me saltaba. Fui directamente a mi clase y en un rato apareció la profesora junto con el resto de alumnas. Me había criado prácticamente con ellas, pero ninguna me caía bien, ni yo caía bien a nadie. Cada cual por su lado, y punto, pero alguna parecía ser incapaz de callarse ciertos comentarios:

-Mira, la hija del director, haciendo lo que le da la gana, como todos los años...

-Cierto. Qué envidia, ¿no? Hacer lo que te da la gana toda la vida, sin poner esfuerzo alguno porque su padre fijo la colocará en algún sitio y tendrá la vida resuelta...

Decían. No tenían ni idea de nada, ¿cómo se atrevían a juzgar así de mí? Me cabreé, dí un golpe en la mesa que las asustó y miraron para mí.

-¡Si tenéis algún problema conmigo, venid a decírmelo a la cara, cobardes! - Grité.

Me levanté de mala manera y me largué de la clase, dejando a la profesora de turno estupefacta y sin saber qué hacer.

Probablemente, la clase continuó sin mí, sin problemas. Probablemente, pensaran de mí que era una jovencita malhumorada y rebelde. A fin de cuentas, así me mostraba ante el resto. Pero sólo era una faceta. Una máscara. En realidad era coqueta y moderna. Pero por culpa de mis padres o mi educación tuve que aplazar el conocerme a mí misma. Sin embargo, me gustara o no, esas dos facetas ya me hacían ser la persona que era. Siendo así, comenzaba a dudar que alguien se enamorase de mí de verdad. Dudas para mí no eran significativo de miedo. Eran dudas, y ya.

Salí al patio, me escondí tras el edificio y saqué un bloc y mi estuche de carboncillos. Me relajé y comencé a dibujar. Era algo inspirado en un vestido de novia, bastante más cómodo de lo que los vestidos de novia suelen ser, partiendo del tema mariposa. Quedó como un vestidito perfecto para un hada de cuento. En un momento dado, ví una sombra tras de mí que me tapaba el sol.

-¡¡Qué bonito!! - Exclamó, a la par que yo me giraba a ver quién era. - ¿Lo has hecho tú?

Me había quedado embobada mirando a la chica. Era muy bonita. Era bajita y delicada, como los pétalos de flor de cerezo que volaban, flotando armoniosamente por el aire, indicando el inicio de la primavera. Sus ojos, grandes y azules, era como mirar al mismísimo cielo, y estaban perfectamente decorados con hermosas y largas pestañas. El cabello, de color rosa profundo, largo, estaba recogido en una atractiva cola de caballo, y toda la melena se dividía en tres grandes rizos. Era una niña, la niña más bonita que había visto en mi vida. Tan pálida de piel, parecía una muñeca de porcelana. Quedé realmente impresionada.

La niña parecía estar esperando respuesta por mi parte.

-¿Hola? - Dijo.

Salí de mi ensimismamiento.

-¡Ah...! - Exclamé. - Sí, es mío...

-¡Me encanta! ¿Cómo decirlo...? Es original... Debo irme, llego tarde a clase. - Dijo y se fue corriendo.

Me quedé con las ganas de saber su nombre, de hablar más con ella... Noté cosquilleo en el estómago y la cara caliente. ¿Nervios? No puede ser.

Soy 100% heterosexual... O eso creía.

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