Sólo soy

Contrario a lo que esperaba, con el transcurrir de los días me acabé dando cuenta que el dicho que decía mi padre era completamente cierto: a fuerzas ni los zapatos entran.

Intentaba corresponderle las atenciones que Pablo tenía conmigo, sin embargo, aunque lograba hacerlo sonreír solo hacia sentirme mas culpable. Era consciente que estaba haciéndole daño y también a mí, además me di cuenta de que estaba cayendo en lo mismo que con Marck, se estaba volviendo mi lugar seguro.

De nuevo estaba siendo un parásito, ya era momento de que me hiciera cargo de mí mismo, el primer paso debía mudarme y buscar mi propio espacio, dejando de depender de otros.

Pasaba la mayor parte de mi tiempo libre buscando en internet, en mi camino de ida y vuelta al trabajo me fijaba en anuncios que pudiera haber en la calle, también preguntaba a mis compañeros. Aunque aún no llevaba tanto tiempo en la búsqueda, comenzaba a desesperarme, siempre había algún inconveniente; el costo, la ubicación, la zona.

Para rematar mi angustia mi jefe se acabó enterando que había delegado la boda de Marck a alguien más, por lo tanto, me vi orillado a lo que había querido evitar, todo parecía estar cayéndome encima

Un día antes del dichoso evento pasé a un bar, necesitaba descargar mi pesar antes de llegar con Pablo, siempre procuraba estar con una sonrisa, tranquilo y sereno cuando estaba con él, no me gustaba agobiarlo.

Pedí una cerveza, la bebi sin poner mucha atención en mis acciones, me sentía perdido solo mirando a la inmensidad tratando de tener mi mente en blanco, sin embargo no pude evitar tener recuerdos difusos en mi cabeza, como las tardes en que Marck aunque fuera bastante penoso se unía a mi cuando cantaba a voz en cuello, las veces que cocinábamos y acababa siendo un desastre porque le gustaba jugar embarrándome la comida o las pocas ocasiones en que llegamos a bailar, era increíble que todo hubiera acabado tan pronto y de qué manera, sentía un dolor en el pecho que en definitivo no se relacionaba con un problema cardiaco.

Seguí hundido en mi miseria tratando de encontrar el valor para plantarme al día siguiente con mi mejor cara y cumplir con mi responsabilidad, cuando alguien tocó mi hombro regresándome a la realidad, dejé de ver la botella entre mis manos y alcé la mirada para ver quien me estaba hablando.

—Eres Alan ¿Verdad? —preguntó un hombre calvo que me sonreía afectuoso, lo observé con atención intentando encontrar algo que lo identificara, y así fue, la cicatriz cerca del ojo me hizo recordarlo, gracias a esa marca pude saber quién era, él había sido el mejor amigo de Leo en la universidad.

—¿Joaquín? Si eres tú ¿No? —cuando lo conocí había tenido una inmensa melena por esa razón no lo había identificado.

—¡Si! No inventes hace años que no te veía— me examinó de pies a cabeza—eras un niño la última vez que te vi.

—Tampoco exageres, ya tenía 17—respondí sonriente, Joaquín se sentó a mi lado y pidió un trago.

—Pues casi 9 años, son bastantes.

—¿Cómo has estado?

Joaquín se alzó de hombros.

—No me quejo, no me ha ido tan bien pero tampoco tan mal, así que maso ¿Y tú? — si bien me había regresado la pregunta para hacer que fluyera la conversación podía notar que seguía examinándome detenidamente, Joaquín era excelente para leer a las personas, sobre todo a las que ya conocía, sin embargo, no quise decirle nada.

—Digamos que me encuentro en la misma situación. —respondí sin dar mayor detalle.

—Umm—expresó asintiendo con la cabeza, ya sabía que le estaba ocultando algo, pero siguió platicándome sin mencionar nada— ¿Y tus hermanos cómo están?

—Pues creo que andan igual—se rio un poco, no recordaba la risa tan particular que tenía, eran como pequeñas arcadas. La primera vez que la escuche creí que se estaba ahogando.

Nuestro parloteo era de lo más casual pero su mirada que en el único momento que la apartaba de mi era para beber, estaba a punto de hacerme contarle todas mis penas tal como antes, eran unos ojos obscuros y hasta un tanto inquisidores, aunque era de las personas más amables que conocía la forma con que veía a los demás te hacia tener una idea diferente.

Tras un silencio un tanto incómodo para mí, y en el que hacia lo posible por evitar sostenerle la mirada por mucho tiempo prosiguió con la charla como si nada, tras tomar otro de su bebida.

—¿Y Marianita?

—El próximo año entra a la universidad.

Al escuchar eso casi se va de espaldas.

—¿¡Universidad!? ¡Si la dejé en la primaria! —exclamó asombrado.

—Bueno, bienvenido al club—reconocí.

Para todos había sido bastante increíble asimilar qué nuestra hermanita ya fuera casi mayor de edad.

—Vaya, vaya, sí que han pasado los años.

Temía que en cualquier momento me hiciera hablar, aunque quizás con la edad se había vuelto un poco más recatado y no encontraba oportuno interrogarme después de no habernos visto durante tantos años.

Joaquín poco a poco se convirtió en uno más de la familia, solíamos pasar los domingos jugando futbol y si llegábamos a salir él estaba incluido en los planes, no solo era eso, también era mi mayor cómplice cuando cometía alguna burrada, siempre me ayudaba a solucionarlo.

Nunca supe bien a bien que problema tuvo con Leo, lo único que nos contó fue que según en una fiesta Joaquín besó a su novia, después de eso jamás volvieron a dirigirse la palabra. Se me hacía una historia inverosímil, mi hermano nunca se tomaba a nadie enserio como para desconocer a su mejor amigo por algo así.

El barman nos preguntó si necesitábamos algo más, pedimos otra ronda de bebidas, ambos nos quedamos absortos bebiendo, tras casi terminarme la botella, retomé la conversación, tratando de no ser tan obvio, aunque sabía perfectamente que Joaquín me conocía más de lo que quisiera reconocer, ocultarle algo era un tanto absurdo, pese a ello seguí haciéndolo.

—Si hace tanto de ello, cuéntame ¿Qué has hecho? —pregunté tratando de evitar en lo posible hablar sobre mí.

—Pues trabajar por aquí, por allá, odiar a mi jefe y situaciones del estilo.

—Estás igual que Leo. —no pude evitar mencionar a mi hermano, no sabía si eso le incomodaría, pero al contrario parecía que había estado esperando saber de él.

—¿Le ha ido mal?

—Pues ya sabes cómo es, eso no le ayuda mucho, nunca se toma nada enserio.

—¿No se casó o algo?

—¿Leo? —solté una risita—estamos hablando de mi hermano, a lo más que a llegado es irse a vivir con su novia.

—¿Él? —balbuceó incrédulo.

—No fue nada serio, solo para sacudirse a nuestra madre, claro está que no funcionó y ahora vive con Gustavo.

Parecía aliviado al escuchar eso, es entonces cuando recordé la teoría de Gus, siempre me había comentado que sentía que había algo más entre Joaquín y Leo, era algo que se me hacía imposible.

Me saco de mi ensimismamiento cuando puso su mano sobre la mía y sin más me soltó

—Oye, sinceramente ¿Cómo te está yendo? —cuestionó ya sin aguantarse, aunque quizás había sido para evitar seguir hablando de Leo.

—Bueno no estoy teniendo mi mejor momento, pero voy saliendo—Joaquín negó con la cabeza.

—Ay Alan, en verdad que no has cambiado en nada.

—¿De qué hablas? —pregunté fingiendo no entender.

—Sigo teniendo que sacarte las cosas a tirabuzón, vamos ¿por qué no puedes ser sincero? —sabía que había llegado el punto en que acabaría contándole todo.

—Tu tampoco has cambiado demasiado, fuera de las arrugas—observé, él soltó una carcajada.

—Creí que no se me notaban los años.

—Solo un poco—solté un suspiro antes de continuar—han sido tiempos difíciles.

—Es cierto, la inflación no está ayudando a la economía—me reí ante su comentario.

—Me refería más personalmente—Joaquín también rio.

—Adelante, cuéntame que para eso estamos en un bar—tomé el ultimo trago que quedaba en mi botella, había llegado al punto sin retorno que había estado evadiendo toda la noche, suspiré tomando valor.

—Mañana se casa alguien que era importante para mí—comencé con voz queda, fue lo primero que le dije ya que era el mayor peso que sentía en ese momento—lo peor del caso es que yo soy quien organizó su boda.

—¿Qué clase de novela me estas contando? —su comentario me hizo reír.

—Si ya se cómo suena—me pedí otra botella para poder seguir, le conté como lo conocí, las circunstancias que se dieron, también el motivo del porque acabé con él, concluí compartiéndole mi situación actual—Ahora estoy viviendo con otro chico—al escuchar eso me miró de forma reprobatoria—pero ya estoy buscando donde quedarme—me apresuré a añadir, Joaquín resopló negando con la cabeza.

—Ay chaparro. te has complicado tanto la vida cuando tenías la solución en frente—externó.

—¿A caso se apareció mi hada madrina y no la vi? —recibí un sape como respuesta.

—Te hubieras ahorrado muchos dolores de cabeza si desde un principio hubieras recurrido a tus hermanos ¿No acabas de decirme que Gustavo ya vive aparte?

Me estaba diciendo lo que yo ya sabía, era evidente que me pude ahorrar toda la desgracia que me estaba pasando si me hubiera apoyado en ellos.

—Si, quizás, pero—quise replicar, pero me interrumpió.

—Tal vez hayas aprendido mucho con lo que has pasado, pero es que ...chaparro, hay maneras más agradables de crecer y tu teniendo tanta familia, que hubiera yo querido ni primos tengo. —el acabó de tomarse lo que quedaba en su botella antes de continuar—Es hasta un tanto soberbio lo que haces Alan.

—¿Soberbio? —pregunté extrañado.

—Si, por que no somos seres infalibles y al final siempre necesitaremos una mano extra y que mejor que tú tienes 4, bueno si contamos las dos serían 8, pero me entiendes ¿No? —Solté una ligera risita.

—Siempre me ha gustado resolver las cosas por mis propios medios. —confesé.

—Te entiendo, a mí tampoco me gusta que me vean como alguien incapaz, pero te pondré un ejemplo algo burdo, es como si quisieras abrir un sobre, ahí tienes el abrecartas y sigues tratando de hacerlo tú mismo con las manos ignorando lo que tienes enfrente, es igual chaparro y sinceramente, angustias más a quienes te rodean porque claro que notan que algo te pasa y no saben ni cómo ayudarte.

—Es que...—intenté decir algo, pero de nuevo fui interrumpido, Joaquín puso una mano en mi hombro.

—Yo sé que es difícil, pero es también una forma de ser agradecido con lo que se te ha dado, por algo estas rodeado de tanto hermano aparte de para trabajar la paciencia—me reí.

—¿Te forjamos la paciencia?

—Vaya que sí, pero sinceramente, el tiempo que pasé con ustedes fue el mejor, me gustaba la casa llena—sonrió con cierta tristeza.

Lo que me decía era algo que siempre había estado consciente, pero nunca le había dado su debida importancia, en la escuela, mis compañeros solían decir que envidiaban el hecho de que tuviera tantos hermanos, y era cierto, mi vida no sería la misma si no estuviera rodeado de tantas personas con las cuales pasara lo que pasara seguiríamos en el mismo camino.

—Era agradable tenerte ahí. —el me estrechó el hombro.

—En fin, chaparro. Sabes que puedo apoyarte de ser necesario, pero utiliza el abrecartas que tienes antes de ir por las tijeras.

—Que metáforas las tuyas—Joaquín rio.

—Bueno, lo importante es que entendiste el punto.

—Gracias, pato—eso hizo que se carcajeara.

—¿Aun recuerdas eso?

Asentí sonriendo, Mariana era quien se había encargado de nombrarlo así, ya que Leo solía llamarlo abreviando su nombre, a ella le sonaba como Cuac y acabó diciéndole pato, apodo que terminamos adoptando todos.

—Creo que es hora de que me vaya—comenté al notar la hora, si tardaba más Pablo se preocuparía.

—Si, tienes toda la razón.

Joaquín pidió la cuenta y pagó lo mío, aunque intenté negarme, insistió invitarme por aquello de los viejos tiempos, salimos del lugar sintiendo que ninguno de los dos sabía que proseguía.

Quizás lo adecuado sería intercambiar nuestros números, al fin y al cabo, en algún momento fuimos como familia, pero no quería incomodarlo, no tenía la menor idea que era lo que pensaba respecto a Leo actualmente, ni si mi hermano ya lo había perdonado.

Como ninguno de los dos dijo nada concluimos estrechándonos la mano y dándonos una palmada en el hombro como despedida, estaba por tomar camino cuando me llamó.

—Chaparro—me giré a verlo —¿Seguimos en contacto?

Me acerqué a él y asentí con una sonrisa.

—Claro.

—¡Genial! —exclamó sonriente—pásame tu número.

Lo pensé un momento, no veía nada de malo seguir comunicados, pero antes de abrirle la puerta a nuestras vidas, debían arreglar lo que sea que haya pasado entre ellos, no quería quedar en medio, así que decidí darle el número de Leo en vez del mío, claro está que no le mencioné ese detallito.

Joaquín quedo muy contento, volvimos a despedirnos y cada uno se fue por su lado, me sentía un poco culpable y entrometido, pero era la única forma en que ambos podrían volver a hablarse, Leo casi no compartía nada conmigo, pero estaba consciente lo especial que había sido en su vida y era bastante triste que por algo tan estúpido se quedaran peleados hasta la tumba. además, dudaba mucho que la teoría de Gustavo fuera cierta, era algo improbable, por lo tanto, tenía fe en que pudieran recuperar su amistad.

Para cuando llegué a la casa Pablo seguía haciendo tarea, ya no quería esperar así que me senté en el suelo a su lado en cuanto entre a la habitación.

—Llegaste noche—observó mientras me sonreía y tomaba mi mano entre las suyas dejando de lado lo que hacía.

—Fue un largo día ¿estas estudiando? —no quería distraerlo con lo que estaba por decirle.

—Solo estoy terminando unas anotaciones, después soy todo tuyo—se acercó a mí y me dio un beso en la mejilla para después recostarse en la mesita de centro y observarme mientras jugaba con mis dedos que aun sostenía.

Tenía una mirada bastante inocente, no sabía mucho acerca de sus relaciones pasadas, ya que habíamos evitado hablar respecto a eso, sin embargo, estaba consciente que posiblemente era su relación más formal.

—¿Te fue bien en la escuela? —acabé evadiendo el tema.

La conversación transcurrió con normalidad, así como el resto de la noche, quizás lo mejor era irme de forma paulatina y silenciosa y ya después sincerarme con él.

Parecía una broma cruel de la vida, por tantos años desee una persona como Pablo, pero justo llegó en el peor momento, no podía corresponder todo lo que me estaba dando, me sentía miserable.

La platica que tuve con Joaquín me había hecho abrir los ojos, toda mi vida traté siempre de resolver las cosas por mí mismo y la verdad es que en muchas ocasiones no resultaba de la mejor forma hasta que no intervenía alguno de mis hermanos, si tenía su apoyo incondicional porque no podría recurrir a ellos cuando más los necesitaba.

Después de tantas partidas de madre en los últimos años ya era momento de que hiciera las cosas distintas si esperaba un resultado diferente, sin embargo, aún no encontraba el valor para hacerlo.



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