Pequeña estrella
Hacía mucho que no descansaba tan bien, a pesar de haber pasado casi toda la noche embarrado en la pared con la rodilla de alguien en mi espalda. Para cuando desperté, ya no había nadie en la habitación. Después de estirarme un poco, bajé a averiguar dónde estaba mi familia.
Al llegar a la planta baja, los vi reunidos en la cocina. Supe de inmediato que hablaban de algo importante, ya que ese solía ser el lugar de reunión. Me acerqué lentamente, tomando un vaso de agua de la mesa mientras llegaba a donde estaban.
—Buenos días —saludé, uniéndome a ellos.
Me respondieron con sonrisas, pero noté la ausencia de Leo y Joaquín.
—Leo y Pato se fueron temprano al trabajo —explicó mi hermana—. Me enteré porque Leonardo me destrozó la mano al despedirse.
—Si no, no estarías aquí tan temprano —bromeó Gus entre risas.
—Es cierto, mi plan era revivir hasta el mediodía —admitió, también riendo.
—Bueno, no nos desviemos del tema. Iván está por despertar —pidió Andrés con un tono de seriedad que hizo que todos se centraran nuevamente en lo que discutían.
Mi madre, que había estado esperando su turno para hablar, tomó finalmente la palabra.
—Para evitar que Iván esté expuesto, decidimos que lo mejor es que solo se queden quienes no necesitan salir de casa —anunció con calma.
—¿O sea que no van a regresar? —preguntó Boo con tristeza.
—No por el momento, hija —respondió papá—. Solo nos falta saber si Al y Tavo se quedarán.
—Yo estoy de vacaciones, así que me quedaré —dijo Gus.
—¿Y tú, Al? —preguntó papá, y todas las miradas se posaron en mí.
—Se supone que hoy llega Óscar, así que... —mi respuesta fue interrumpida por una llamada. Al ver la pantalla, sonreí—. Hablando del rey de Roma —murmuré—. Voy a contestarle.
Me dirigí a la sala para hablar en privado mientras los demás comenzaban a preparar el desayuno.
—¿A qué hora llegas? —pregunté en cuanto contesté.
—¡Dios, pareces mi marido tóxico! —respondió Óscar con tono dramático, y no pude evitar reírme.
—Perdón, es que te extraño —dije para suavizar la pregunta.
—Sí, todo un marido tóxico en excelencia. Solo no me digas "Gordito", ya tengo suficiente con mi mamá y mi tía.
Reí de nuevo.
—Bueno, en esta temporada es casi inevitable.
—Sí, lo sé. El problema es recuperar la forma humana después.
—Entonces dime —insistí, pues vi a Andrés mirándome desde la entrada de la cocina.
—No llego hoy —dijo con tristeza—. Pamela también se equivocó con las fechas y recién me avisó.
—¿Y cuándo llegas entonces?
—Hasta el diecisiete —lloriqueó.
—Ya te esperaba... —me lamenté.
Antes de que pudiera responder, una vocecita desde arriba llamó a su papá. Me despedí rápidamente de Óscar y subí a ver a Iván, ya que Andrés estaba evitando que Mariana quemara el pan.
—¿Y papá? —preguntó Iván apenas entré al cuarto.
—Está preparando tu desayuno. ¿Cómo amaneciste?
—Con hambre —respondió con una sonrisa traviesa.
—Bueno, vamos a comer, Ñeñe. A mí también me ruge la tripa.
Iván extendió sus manitas, entendiendo lo que quería, así que lo levanté en brazos. Se acurrucó en mi pecho, y mientras bajábamos las escaleras, murmuró:
—Creo que tengo más sueño que hambre.
—Ya despertarás cuando veas lo que hay para desayunar.
Al llegar al comedor, su abuela y Mariana nos recibieron con sonrisas, felices de tenerlo por fin en casa.
—Come algo para que puedas tomar tu medicina —indicó Andrés, saliendo de la cocina con un plato grande de molletes.
—Por lo menos los buenos días, hijo —intervino papá.
—Perdón, es que me preocupo por él —admitió Andrés, dejando el plato en la mesa y extendiendo los brazos hacia Iván, quien se lanzó hacia él con una gran sonrisa.
—¿Cómo está mi niño lindo?
Todos observamos la escena con ternura. Mi hermana se acercó con los platos en mano.
—A veces se le olvida que no tiene que ser enfermero las veinticuatro horas —musitó, sonriendo—. Entonces, ¿te quedas o te vas? —preguntó.
—Me quedo; Óscar no va a llegar hasta la próxima semana.
Boo dio un pequeño brinco de emoción, haciendo que mamá la reprendiera porque aún tenía los platos en las manos.
Finalmente, nos sentamos a desayunar. Iván pronto se animó al escuchar las conversaciones y ver la comida. Mientras los adultos tomábamos café, él comía su manzana y preguntó:
—¿Y mi tío Leo?
Nos miramos, buscando una respuesta.
—Se tuvo que ir a trabajar —contestó Gus.
—Ah —exclamó Iván distraído—. ¿También mi tío Pato?
—También, se fueron tempranito.
Iván sonrió, encogiéndose de hombros.
—Bueno, ya los veré para la cena.
Mamá miró a papá, y luego a Andrés, antes de tomar la iniciativa para explicarle.
—Mi amor, tus tíos no van a poder venir por algunos días —dijo con suavidad.
Iván levantó la cabeza, confundido, y su mirada pasó de mamá a cada uno de nosotros.
—¿Por qué? —preguntó, con los ojos un poco húmedos.
—Porque tienen mucho trabajo esta semana, Ñeñe —intervine, sonriendo para suavizar el momento.
Él asintió y volvió su atención a la manzana. Después de un momento, sonrió tímidamente.
—Bueno, yo también voy a estar muy ocupado —dijo, mirando el pedazo que estaba por llevarse a la boca.
—¿Te vas a volver hombre de negocios? —bromeó Mariana con una sonrisa.
Iván sonrió y alzó la vista, lleno de entusiasmo.
—¡Voy a regresar a la escuela! —exclamó emocionado.
Nos miramos entre todos, sabiendo que no podríamos evitar la verdad. Andrés se levantó y se puso en cuclillas frente a él para quedar a su altura.
— Mi niño —comenzó Andrés, tomándole las manitas—. Acabas de salir del hospital. Aún tienes un sistema inmune comprometido y necesitas reposo para que tu cuerpo pueda regenerarse adecuadamente. Si te esfuerzas demasiado o te expones en la escuela, podrías recaer.
Iván lo miraba sin pestañear, claramente confundido por tantas palabras complicadas.
—¿Sistema... qué? —preguntó, frunciendo el ceño.
—Tu cuerpo necesita tiempo para fortalecerse. Por eso, es importante que evitemos riesgos y te quedes en casa esta semana —continuó Andrés, nervioso al notar que su hijo no le entendía ni una sola palabra.
El niño dejo de mirarlo, poso sus ojos en mí, luego en Gustavo y finalmente en mamá, buscando ayuda. Fue entonces cuando papá intervino, colocando una mano firme sobre el hombro de Andrés.
—A ver, hijo, déjame intentar explicárselo de otra manera. —se quedó un momento pensativo y después sonrió al encontrar la forma — Mira, mi amor, es como si dentro de ti tuvieras soldaditos que te protegen de las enfermedades. —empezó a explicarle adoptando un tono cálido y comprensivo. —Ahora mismo, esos soldaditos están un poquito cansados por la batalla que libraron mientras estabas en el hospital. Necesitan descansar para volverse fuertes otra vez.
—¿Si descanso mucho van a ser fuertes otra vez? —preguntó aun asimilando la imagen que su abuelo pintaba.
—Exactamente. Y cuando estén listos, podrás volver a la escuela para jugar con tus amigos.
—Entonces, ¿solo tengo que dejar que los soldaditos duerman?
Papá asintió, sonriendo.
—Así es. Con mucho descanso y buena comida, tus soldaditos van a estar listos en poco tiempo.
Se quedo callado un momento, parecía reflexionar sobre lo que le decíamos, entonces nos miró con ojos llenos de esperanza.
—¡Voy a dormir mucho hasta el lunes! —exclamó con inocencia—. Así estaré listo.
—Eso está muy bien, mi vida, pero... —Andrés se detuvo, buscando las palabras adecuadas.
—Es probable que necesites más días, pequeño —dije, tratando de ayudar a mi hermano, que ya no sabía cómo continuar—. ¡Así tendrás más energía para jugar! —añadí, esperando convencerlo.
—¿No voy a regresar? —preguntó con la voz quebrada, mirando a cada uno esperando que alguien le dijera lo contrario.
—Al menos por esta semana, Ñeñe —dijo Gus.
Para nuestra sorpresa, el niño comenzó a llorar. Iván nunca había sido berrinchudo ni lloraba sin razón, pero esta vez alcanzó su límite.
—Yo quiero ir —chilló—. Quiero ver a Beto, a Abi, a Vane —y su llanto se hizo más intenso—. Les iba a enseñar mis regalos.
Continuó llorando cada vez con más fuerza, hasta que llegó a un punto en que no se le entendía lo que decía. Tosía entre sollozos, ahogándose un poco, lo que nos alertó, sobre todo a Andrés.
—No llores, hijo —suplicó Andrés, visiblemente afectado, al borde de las lágrimas.
—Vas a regresar pronto, mi amor —intervino mamá, tratando de calmarlo.
—¡Y mientras podemos hacer un kínder en casa! —añadí con entusiasmo—. Imagínate todo lo que les vas a contar a tus compañeritos cuando regreses.
—¡Capaz puedas presumirles que ya puedes escribir! —exclamó Mariana, exagerando para distraerlo. Gus sonrió ante el comentario.
—Y vamos a poder jugar mucho —continué, reforzando la idea.
Poco a poco, todos aportamos algo para consolarlo. Finalmente, logramos calmar tanto a Iván como a Andrés, quien recuperó su actitud serena. Andrés añadió lo que terminó de convencer al niño: que estaría todo el día con él porque no tenía que trabajar.
—¿Entonces solo será una semana? —preguntó Iván finalmente, con la voz gangosa por el llanto.
—Bueno, corazón, esperemos que así sea. El lunes que veamos a tu doctor nos dirá —respondió su abuelo.
No parecía del todo convencido, hizo un gesto de disgusto con los labios, pero lo aceptó.
—Espero que me recete ir a la escuela —murmuró, haciendo que todos sonriéramos, aliviados de que la tensión del momento disminuyera.
Después de que Iván aceptó quedarse en casa esa semana, respiramos más tranquilos. Terminamos el desayuno en un ambiente más relajado. Mientras Iván seguía comiendo su manzana,
—Es el único niño que conozco que llora por no ir a la escuela —comentó en voz baja Mariana.
Sonreí, pensando que era evidente que el gusto del Ñeñe por la escuela no era precisamente por lo académico. Tal como yo, debía disfrutar más la convivencia que implicaba. Recordé lo mucho que me gustaba hablar con otras personas: no solo con mis compañeros de clase, sino incluso con los empleados. Me llegué a hacer muy amigo de la secretaria y el intendente, al punto de escaparme entre clases para seguir nuestras pláticas.
Apenas terminamos el último sorbo de café, mamá comenzó a apurarnos para hacer el aseo. Como ya conocía su sistema, elegí de inmediato la tarea que más me gustaba: lavar y doblar ropa, antes de que me asignara algo menos atractivo. Mi hermana me imitó, dejando a Andrés y Gustavo a merced de la "democracia" de mamá, que no permitió el clásico método de piedra, papel o tijera.
Tras asignar las tareas, mamá y papá decidieron descansar mientras nosotros limpiábamos. Iván fue invitado por sus abuelos, pero prefirió quedarse a ayudar. La disputa sobre quién tendría al niño como ayudante se resolvió a mi favor; Andrés, con su típica sobreprotección, decidió que mi tarea era la menos "riesgosa".
La casa pronto se llenó de música, risas y el ruido típico de la faena. El niño estaba feliz de ser útil, y yo, después de días sin su risa constante, sentí cómo su presencia llenaba la casa de vida. Una semana sin esa pequeña criatura sonriente había sido demasiado deprimente.
Terminamos rápidamente con el montón de ropa sucia y limpia. Repartimos las prendas a sus respectivos dueños y luego nos tiramos en el sillón a descansar. No tardaron en unirse Gus, Mariana y, finalmente, Andrés.
Con la casa limpia y el ambiente relajado, Mariana, sugirió que viéramos algunos videos viejos de nuestras "obras de teatro" caseras para darnos ideas de como entretener a Iván, quien fue el que más disfruto la función, estaba encantado al ver a su papá actuando, como si no pudiera creer que alguna vez lo hizo.
Cerca de las dos, nuestros padres bajaron. Mamá se quedó un momento mirando la pantalla, su rostro se ilumino con una sonrisa suave, parecía estar recordando aquellas épocas donde la casa era una locura, aunque en la actualidad no pareciera tan diferente con todos reunidos.
Después de un breve corte por el cambio de cinta, suspiró retomando su gesto serio y se dirigió a la cocina solicitando mi ayuda con la comida. Me levanté sin dudar, mientras papá se acomodaba en mi lugar en el sillón.
Una vez que todo estuvo listo, nos reunimos una vez más en la mesa. El ambiente era más relajado que durante el desayuno; la conversación fluía con naturalidad, y todos parecíamos estar disfrutando del momento. Iván había recuperado su ánimo y comía con ganas, como bien dicen: "un niño que come y ríe está sano". Solo necesitaba descansar.
Tras la comida aprovechando que todos estaban entretenidos abajo, aproveche para encerrarme en una habitación y hablar con Braulio. Había estado evitándolo por días, y los mensajes acumulados en mi celular eran prueba de ello: fotos, audios, llamadas perdidas, mensajes de preocupación, algunos molestos y otros casi desesperados.
Sabía que no podía seguir ignorándolo. Aunque la idea de responderle con un simple mensaje de texto o una nota de voz me tentaba, entendía que, después de tanto tiempo desaparecido, lo mínimo que debía hacer era llamarlo por video. Así que tomé un largo suspiro y marqué.
La llamada tardó en conectar. Cuando estaba a punto de colgar, aliviado de que no respondiera, apareció Braulio en la pantalla.
—Pensé que ya no te acordabas de mí —dijo con el ceño fruncido.
—Perdóname, ha sido una locura: Iván en el hospital y, para rematar, apareció mi abuela.
Al principio, parecía que no iba a relajarse, pero terminó mostrando interés.
—¿Eso fue algo malo?
Le conté brevemente sobre la relación con mi abuela y lo que había pasado en la semana, terminando con la buena noticia de que Iván ya estaba en casa. Aunque lo había evitado, me di cuenta de que era justo lo que necesitaba. Hablar con Braulio me hacía sentir menos solo. Después de contarle lo ocurrido, dejé que él hablara. Sus ojos brillaban mientras narraba anécdotas de su familia, parecía que realmente los echaba de menos.
—Te extraño, Alan—soltó cuando termino de contar una anécdota de sus sobrinos en Navidad. —Pasarla tan bien me hace desear que estes aquí. Ya quiero verte.
Sonreí sintiendo un cosquilleo por todo mi cuerpo, lo contemplé en la pantalla, habían pasado tantas cosas que ni extrañarlo había podido. Yo también deseaba tenerlo cerca.
—¿Cuándo llegas? —quise saber. Braulio ladeo la cabeza y me sonrió con ternura.
—En estos días. Mi hermana me va a confirmar mañana, depende de si los niños quieren dar una vuelta a algún lado.
—Espero que no sean demasiados días, ya quiero abrazarte. —me atreví a decir con timidez, el apretó sus labios sonriendo, era un gesto de evidente nerviosismo.
—Ay pero que bonitos—exclamo en ingles una voz femenina, de apoco fue apareciendo en la pantalla una mujer pelirroja—Stu, lamento interrumpir, pero estamos por salir.
—Mamá—mascullo avergonzado.
—Ya quería conocerte—dijo dirigiéndose hacia mí en español.
—Alan, ella es mi mamá. —nos presentó sonriendo.
Estuve a punto de soltar el celular, pero me contuve. En lugar de eso, me senté muy derecho con el corazón acelerado
—Buenas tardes... hola... hi —saludé torpemente, sin saber qué más decir. —Un gusto—añadí mordiéndome el labio por dentro.
—El gusto es mío, los dejo para que se despidan—me sonrió con amabilidad, le dio un beso en la coronilla a Braulio, tras eso vi su espalda alejarse hasta desaparecer.
—Puedes respirar —bromeó Braulio con una sonrisa llena de ternura. Apenas y pude hacerlo, no esperaba conocerla, menos asi. No pude decir nada mas al respecto, nos centramos en despedirnos dado que ya lo esperaban.
—Estoy al pendiente de cuando me digas cuando vuelves—comencé a decir.
—En cuanto tenga la fecha exacta te aviso. —me aseguro—Pero ya no desaparezcas. —pidió con una carita de cachorro que me causo mucha ternura, le sonreí.
—Te lo prometo —aseguré.
Nos quedamos en silencio unos segundos mirandonos, las manos me sudaban y la respiración se me entrecorto.
—Te quiero—solté, vacilando un poco, pero sincero. Braulio sonrió y suspiró antes de responder.
—Y yo te quiero a ti.
Nos mandamos un beso antes de colgar. Solté el celular, hundí el rostro en la almohada y me puse a rodar por la cama como una quinceañera emocionada, sacudiendo los pies. Sentí que mi corazón vibraba nuevamente. Esa breve conversación con Braulio me devolvió un poco de la felicidad que había perdido.
Por la noche fui a la habitación de Mariana. Sabía que le debía un buen chisme y, como siempre, ya tenía todo preparado: papas, dulces, galletas y unas lechitas para hacer más amena nuestra plática. No sabía en qué momento había reunido semejante botín, pero lo agradecí.
Platicar con ella acerca de Marck fue completamente distinto a hacerlo con Gustavo. Con mi hermana no temía que me regañara; pude contarle lo que sentía y pensaba sin filtros. Mariana reaccionó exactamente como esperaba, añadiendo a Marck a su lista de personas non gratas y ofreciendo usar sus habilidades de jiu-jitsu para "darle una lección." Me reí y bajé sus puños.
—Tranquila, pequeña salvaje —dije, riéndome mientras tomaba sus manos para bajarle los puños.
—A mi hermanito nadie me lo maltrata.
—¿Solo tú? —pregunté, divertido.
—¡Sí! Pero yo no te hago nada malo —respondió con una inocencia que ni ella se creía.
—Mis pies no opinan lo mismo.
Su sonrisa se ensanchó, pero pronto su expresión cambió.
—¿En serio solo te quedas porque esperas a Óscar? —preguntó, dudando.
—Y para estar con el Ñeñe —añadí rápidamente, aunque mi tono no la convención del todo.
—¿Estás evitando volver a tu departamento por miedo a encontrártelo? —conjeturó, sin rodeos.
—No, no —respondí, tratando de sonar seguro. Me parecía ridículo esconderme en casa de mis padres, aunque sabía que eso era exactamente lo que estaba haciendo—. Sirvo más aquí que allá. Hasta que no esté mi socio, no comenzaré el trabajo.
Mariana me miró pensativa.
—Honestamente, no quiero que todo vuelva a la rutina. Me gusta tenerlos aquí en casa.
—Y a mí me gusta estar cerca de ti, Boo —respondí, abrazándola—. Pero te prometo que cuando todo vuelva a la normalidad, trataré de visitarte seguido.
Esperaba que se acurrucara conmigo, pero en su lugar me dio un pellizco mientras soltaba una risita irónica.
—Ese cuento ya me lo sé. Si te veo en mi cumpleaños será un milagro.
—En serio, trataré de verte más seguido —insistí.
Mariana me miró con escepticismo, pero luego sonrió, resignada.
—Sé que afuera tienes tu vida, Ali. Además, cuando regresas, siempre me traes algo para contentarme.
Negué con la cabeza, sonriendo. Continuamos platicando, cambiando el enfoque hacia ella. No tenía mucho que contar, ya que sus días se habían centrado en cuidar a Iván. Hablamos un poco sobre nuestra abuela y cómo había sido su estadía en la ciudad. Ni siquiera conociéndola mejor lograba entender cómo era tan difícil tomarle cariño.
La conversación fue decayendo a medida que nos terminábamos las papas y los dulces. Sacudimos la cama, apartamos la basura, y nos acostamos, Mi hermana se me acurruco usando mi brazo de almohada y pronto cayó en un sueño profundo, contrario a mí. El cansancio está vez no fue suficiente como para que lograra conciliar el sueño.
En mi cabeza seguía repasando la conversación con Braulio, sintiendo una dicha desconocida. Con él todo parecía avanzar bien, como nunca antes. En otras relaciones, algo siempre faltaba; con Braulio, por primera vez, era distinto. Pero aún había una inquietud que no podía ignorar.
Comencé a sentir la falta de circulación, pero al ver a Mariana tan en paz, no tuve corazón para moverla. Me quedé acostado boca arriba, con la mano libre sobre mi frente aun pensando, hasta que por fin se acomodó de otra forma, liberando mi brazo.
Lo quité antes de que sintiera la falta de almohada, abrí y cerré el puño hasta recuperar la circulación. Decidí levantarme, con ella a un lado no podría dar mil vueltas antes de lograr dormir.
Por un momento me quede contemplándola, aunque insistía en que ya era toda una "señorita de veintitantos", en la fragilidad del sueño seguía viéndose como la niña que me seguía a todas partes, pegada como chicle. Aunque, en realidad, las cosas no habían cambiado tanto.
Le eché una cobija encima, seguro de que la tiraría pronto, y salí de la habitación. Bajé despacio, tratando de no hacer ruido, lo que necesitaba era un té de manzanilla.
Gracias a Marck sabia lo útil que podía ser para el insomnio, me molesto que siguiera presente, no solo en mi cabeza, sino en sus costumbres que había hecho mías.
Ya con la taza de té, fui a hacerme un ovillo en la sala. Siempre me dio cierto temor estar abajo solo en la noche, pero ahora me daba cierta tranquilidad el silencio, cosa que no existía en esa casa estando todos despiertos.
Con la mirada perdida bebi la bebida que me reconfortó, pero a su vez cada trago me hacía seguir recordándolo. Eso era lo que me inquietaba.
Estaba consciente de que necesitaba dejar atrás su recuerdo para entregarme por completo a Braulio, quien merecía todo de mí. Pero mientras tuviera la incertidumbre de si seguía en mi departamento, no podría avanzar. Sin embargo, por ahora, prefería la seguridad de estar en casa; aunque en el fondo, sabía que el momento llegaría aun podía darme el lujo de postergar la valentía un poco más.
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